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Una reseña sobre «Ecuador y las Galápagos» de Lonely Planet, una guía que te llevará… a ninguna parte

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Cuando llegó la guía nos pusimos eufóricos. Nos había  ido muy bien con edición para Estados Unidos de Lonely Planet, así que decidimos agenciarnos una para «Ecuador y las Galápagos». Nos daba mucha confianza el hecho de que era la última edición (impresa en diciembre de 2012 y, además, había un adhesivo en la contratapa que decía que la edición había sido completamente revisada. Equipados con tremenda guía, nada podría salir mal.

¿O sí?

La primera pista

La primera pista de lo inútil que era la guía la tuvimos el día que llegamos a Guayaquil. Hablamos con José María León, nuestro anfitrión, sobre el feriado nacional por el nacimiento de Bolívar. Según la guía. JM, sin embargo, negó con un movimiento de cabeza y nos explicó que la festividad no se celebra hace más de quince años.

Eso me hizo poner algo suspicaz, pero citando a Lenny Leonard de los Simpsons «todo el mundo se equivoca, por eso los lápices vienen con borradores». Sin embargo, en Cuenca anduvimos dando vueltas y vueltas buscando un restaurante que aparentemente solo existe en los mapas de la guía.

Además, la guía tiene un extraño fetiche con los colores de los hoteles. En lugar de contestar las cuatro preguntas básicas de todo viajero (¿Limpio? ¿Baño privado? ¿Agua Caliente? ¿Inglés?) tenía extensos comentarios sobre los muebles y los colores de las paredes, los cuartos coloridos y el reiterado uso del color azul.

Grandes recomendaciones

En Riobamba decidimos quedarnos en un hostal, básicamente, porque estaba recomendado por Lonely Planet. Cuando llegamos, era evidente que el dependiente estaba bastante drogado. Pero eran ya las seis de la tarde. Así que decidimos quedarnos. Cuando le pedimos al amarihuanado recepcionista que nos consiga un taxi, nos dijo que claro y salió a la calle a alzarla la mano para parar uno. Por supuesto, era una empresa destinada al absoluto fracaso. El hostal estaba clasificado por la guía como una «perla».

Otra de las recomendaciones de Loney Planet era el restaurante Tiki Limbo, reseñado como el mejor de Montañita. Increíble. Nunca he estado en un lugar que no tenga carne de res desde que Alemania se reunificó. Si la entrada y el plato principal eran lo mejor que se puede conseguir en Montañita, lo siento por los visitantes de Montañita. El postre, un cheescake de maracuyá, fue casi una catástrofe bíblica.

En la tierra de los hombres embarazados

La famosa vibra rasta de Montañita jamás nos llegó. Todo lo que descubrimos fue un fenómenos que llamé «los hombres embarazados»: unos cuarentones con las camisetas por recogidas hasta el pecho, que se acariciaban la panza como lo hacen las mujeres embarazadas.

La extraña y poco inteligente locación de la «Guía Natural para las Galápagos»  merece apenas una nota menor en medio de tanto fracaso, pero resultaba frustrante porque la habían puesto entre el mapa de Puerto Ayora y las descripciones individuales de los hoteles. Había que andar de atrás para adelante, de adelante para atrás. Insufrible.

Quito, ciudad de fracasos

Dos de tres agencias de viaje reseñadas en la guía se habían misteriosamente desvanecido de la faz de la tierra cuando tratamos de reservar un viaje al Quilotoa. La muy nueva y muy buena donde finalmente compramos el tour no aparecía en ninguna parte de la guía.

En nuestro paseo por el centro histórico se nos pasó ver el espacio de la piedra faltante en la iglesia de San Francisco. Recién nos enteramos de la leyenda de Cantuña cuando regresamos a Guayaquil y JM nos la contó. Es ese tipo de cosas que deberían constar en una guía. Pero no en ésta.

Hablando de Quito, la guía también hablaba de las corridas de toro durante las fiestas de la ciudad. JM otra vez movió la cabeza y nos dijo que las corridas se habían prohibido en casi todo Ecuador hace un poco menos de dos años. «Edición completamente revisada». ¡Ajá!

Sin embargo, tenía otros grandes consejos. Por ejemplo, que uno no debe beber el agua de la laguna del Quilotoa. ¿En serio? Yo que me la había pasado bebiendo de todos los lagos que me encontré en Sudamérica…

Taxis en Guayaquil

La peor omisión de la guía era obviar una advertencia sobre tomar taxis en las calles de Guayaquil. Todo lo que decía era que había suficiente taxis amarillos en Guayaquil. Sí, hay muchos, pero ¿son seguros? En nuestro experiencia, no.

Durante mi estadía en Ecuador, recibí básicamente dos consejos de JM: El primero era «si algo sabe raro, no te lo termines de comer» (de hecho, obvié este consejo y me acabé un sánduche de pollo con una mayonesa rancia y pasé tres días descompuesto).

La segunda fue que en Guayaquil nunca tome un taxi en la calle. Esto podría sonar paranoico, pero el hecho de que cada vez que íbamos a salir, llamaran a una compañía de taxis, me convenció de que era lo correcto. Además, Tito, un conocido de José María, fue secuestrado en un taxi. La explicación de nuestro anfitrión fue bastante simple: tomar un taxi en el centro de Guayaquil, por la noche y con una borrachera épica encima es la fórmula perfecta para que a uno se lo lleven a dar un paseo. Por suerte, el muchacho apareció a la mañana siguiente en un hospital de Durán. Y cara de turista no tenía.

En la guía no había una sola palabra sobre esto. Lo único que hay es el número de una compañía de taxis en caso de que «no encuentre uno en la calle».

Si tuviera que calificar del uno al diez a la guía, mi veredicto sería: fracaso.

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Tim Ruhe