¿Qué es ese súbito silencio que parece una voz que no oímos?
Robert Musil

Se podría hacer una larga lista de novelas que, central o tangencialmente, tratan el tema de la indiferencia frente al dolor ajeno: Lolita, 1984, Nocturno de Chile, Estrella distante, Un mundo feliz, Los vigilantes, Desgracia, Sostiene PereiraSi esto es un hombre, etc. El siglo XX estuvo lleno de obras que cuestionaron la sensibilidad, la humanidad, de los hombres hacia otros hombres en determinadas situaciones o, incluso, dentro de sus propios mundos subjetivos. Este tipo de literatura que aborda la crueldad de la indiferencia hacia el sufrimiento de los demás podría ser, quizás, uno de los mayores legados del siglo XX, en tanto que nos incita a permanecer atentos a las heridas de los otros, a no sustraernos del resto de la humanidad —la Solución Final y el Gulag nos demostraron lo terrible que puede ser la razón instrumental y la cosificación de las personas—. En este sentido, Las tribulaciones del estudiante Törless (1906) de Robert Musil es, en mi opinión, una obra premonitoria a los cuestionamientos esenciales que se plantearían a lo largo del siglo sobre la condición humana y la moral.

Robert Musil, autor de El hombre sin atributos, obra magna publicada entre 1930 y 1943, comenzó su carrera de escritor con Las tribulaciones del estudiante Törless, novela que da una muestra de las inquietudes que Musil trabajaría luego en gran parte de su producción literaria. Curiosamente, Mario Vargas Llosa escribió también una primera novela como la de Musil: La ciudad y los perros (1963). Ambos textos toman como escenario un colegio de intensa exigencia disciplinaria y sus tramas giran en torno a adolescentes que se enfrentan a experiencias de injusticia y de abuso. El argumento de la novela de Musil es el siguiente:

[Sinopsis]

Törless asiste de interno a un colegio de alto prestigio. Durante sus ratos libres visita a una prostituta, Bozena, y mantiene charlas con Beineberg y Reiting, sus dos amigos más cercanos dentro del instituto. Todo cambia cuando Basini, un compañero de clase, roba dinero y es descubierto por Reiting, quien inicia hacia él una labor de asedio, maltrato y humillación. Reiting no tarda en involucrar a Beineberg y a Törless en ese maltrato sistemático y, aunque Törless decide no participar en las vejaciones hacia Basini, adquiere, gustoso, el papel de cómodo observador. Es así como se zambulle en largas reflexiones morales sobre lo correcto y lo incorrecto, juzgando siempre con severidad a Basini, pero nunca a sus compañeros, quienes disfrutan de abusar psicológica y sexualmente de Basini, ni mucho menos a sí mismo, que se mantiene pasivo e indiferente ante su sufrimiento.

Abordar todos los puntos desde los que se puede hacer un análisis interesante de esta novela me obligaría a extenderme demasiado. Prefiero centrarme en lo que creo que es el asunto más importante de la obra: la búsqueda que hace Törless del bien, del buen proceder, de lo moralmente correcto, sin tener en cuenta el sufrimiento de Basini. Esto ocurre, precisamente, porque en el momento en el que Törless se entera del robo perpetrado por su compañero, éste deja de ser un hombre a sus ojos, un adolescente como Beineberg o Reiting, para pasar a un estrato inferior; la razón de esta disminución de Basini como individuo se debe a que ha actuado contra los valores morales establecidos y, sobre todo, porque ha permitido que lo humillen.

… ¿De modo que seguirás estudiando, comiendo, durmiendo diariamente con un hombre que ha robado y que luego se te ha ofrecido como doncella, como esclavo? (…) Se nos educa juntos porque pertenecemos a la misma clase social. ¿Te será, por ventura, indiferente servir en el mismo regimiento o trabajar con él en el mismo ministerio, o frecuentar las mismas familias…? ¿Y acaso que haga la corte a tu propia hermana?[1]

Törless sólo puede ver en Basini su “inferioridad moral”, una debilidad interior y exterior que le repugna en lo más hondo. Los maltratos que Beineberg y Reiting le dedican al “esclavo” —entre los que se incluyen violaciones, latigazos y el uso de agujas—le parecen justificados y menos terribles que el robo cometido por su compañero. Si bien al principio Törless quiere denunciarlo, pronto encuentra en las palabras de Beineberg la descripción exacta de porqué poco a poco fue perdiendo el interés de hacerlo:

Justamente el hecho de que me sea difícil atormentar a Basini (quiero decir, humillarlo, aplastarlo, alejarlo de mí) está bien. Se necesita una víctima que obre un efecto purificador. Tengo la obligación de aprender diariamente en él que el mero ser humano individual no significa nada, que es tan sólo una semejanza exterior, imitattiva.[2]

Es así como Basini se convierte en un mero instrumento, en un ente que ha devenido en cosa al ser despojado de todo aquello que hace a un hombre diferente de una mesa o de un animal. La experiencia de torturar a Basini, de humillarlo y golpearlo, despierta en Beineberg, Reiting y Törless la furia del deseo sexual[3]. Los tres terminan de una u otra forma acostándose con Basini, pero esto sólo hace que lo vean con aun mayor desprecio. La idea de que “el mero ser humano individual no significa nada” es una de las descripciones del mundo que llevaron a la razón instrumental a su apogeo y que dieron pie los grandes crímenes contra los derechos humanos que tuvieron lugar durante el siglo XX.

Es curioso que Musil haga que Törless se interese, a la mitad de la novela, por problemas filosóficos a través de una duda matemática. A partir de esta duda un profesor le habla de Kant y Törless acude a una de las obras del filósofo con la intención de esclarecer su mente. Sin embargo, es incapaz de entender las palabras de Kant. La filosofía se le muestra, entonces, oscura, pero se trata de un primer acercamiento que no me parece arbitrario. Kant hizo filosofía de la moral y trabajó con la noción de imperativos hipotéticos e imperativos categóricos. Estos últimos mandatos morales no son condicionales ni obedecen a cuestiones personales: se trata de mandatos que se deben realizar de forma incuestionable porque somos seres humanos y somos racionales. El imperativo categórico nos obliga a pensar en que debemos actuar de modo que deseemos que nuestro accionar esté compuesto por leyes universales que otros también acaten («Actúa sólo de acuerdo con una máxima que puedas considerar simultáneamente como una ley universal» y «actúa de tal modo que nunca trates a la humanidad, en tu persona o en la persona de otro, como un simple medio sino siempre también como un fin»). Por supuesto que esta forma de entender la moral puede ser distorsionada, como lo demuestra que Eichmann, en el texto de Arendt, afirme que siempre intentó cumplir con el imperativo categórico de Kant.

La cosificación de Basini hace que su dolor —del que Törless se muestra siempre indiferente— se vuelva insignificante. En un extremo está el sufrimiento de una persona que ha hecho algo reprobable, y en el otro la posibilidad de traspasar el límite de lo oscuro y sumergirse, por una cuestión didáctica, en esa negrura. Para llegar a su conclusión final, Törless primero se dejó arrastrar por el mismo impulso que hacía a Beineberg y Reiting abusar de Basini.

Ahora sabía distinguir entre el día y la noche. Y el caso es que siempre había sabido hacerlo, sólo que una pesadilla se le había filtrado, borrosa, a través de esa frontera, y se avergonzaba de tal confusión; mas el recuerdo de que podía ser otra cosa, de que hay alrededor de los hombres tenues fronteras que fácilmente pueden deshacerse, de que febriles sueños rondan el alma, corroen los firmes muros y abren de pronto inquietantes, trágicas calles… También este recuerdo se le había grabado profundamente y proyectaba pálidas sombras.[4]

Musil tuvo una mirada aguda, creo, respecto a lo que nos ocurre al valorar nuestro proceder y el de los demás. Basini es quien carga finalmente con toda la culpa: es expulsado por ladrón. Pero aquellos que lo torturaron, humillaron y vejaron durante meses, igual que en La ciudad y los perros, salen indemnes de la situación. La cuestión esencial para el tribunal del colegio, en la novela de Musil, no fue el daño que sufrió Basini, sino el hecho de que éste fuera un vulgar ladrón, algo moralmente inaceptable. El juicio moral, sin embargo, no alcanza ni a Beineberg, ni a Reiting, ni a Törless.

Es posible que, a pesar de todo este paisaje devastador, Musil haya querido encender una pequeña luz: al final de la novela, cuando Törless ha comprendido en cierta medida lo ocurrido con Basini y se reúne con sus padres, parece por primera vez aceptar las similitudes que siempre negaba que existían entre su madre y Bozena, la prostituta que solía visitar con Beineberg. Quizás, lo que Musil quería sugerir con esto era que Törless había conseguido conciliar las semejanzas entre dos seres en principio, desde su visión moral y social, eran irreconciliables. Y esto, tal vez, implique un quiebre en su percepción; un quiebre por donde, a lo mejor, desde ese momento en adelante, puedan entrar los demás.


[1] Robert Musil, Las tribulaciones del estudiante Törless. RBA Editores, S.A., Barcelona, 1996. Pág., 68.

[2] Ibid. Pág., 87.

[3] Este tema daría para un análisis mayor, pero no entraré a ese laberinto. Me permitiré, sin embargo, ofrecer una bibliografía que podría orientar una discusión sobre la violencia, el sexo y la muerte: El erotismo de George Bataille, The invention of pornography de Lynn Hunt, Un título para eros de Remedios Sánchez García y Nuestro lado oscuro de Élisabeth Roudinesco.

[4] Robert Musil, Las tribulaciones del estudiante Törless. RBA Editores, S.A., Barcelona, 1996. Pág., 214.