Radio Fuego me invitó el viernes 20 de enero a conversar sobre la apostasía. Esto seguramente debido a mi activismo respecto al tema y debido también a la cobertura que los medios le han dado últimamente al hecho de que algunos bautizados hemos decidido darnos de baja de las filas de los católicos. Me dijeron que en este debate también estaría Rómulo Aguilar, sacerdote rector de la Catedral Metropolitana. La presencia de Aguilar me hacía especial ilusión, pues el día 1 de enero en un reportaje sobre apostasía que publicó diario Expreso se lo citaba diciendo textualmente “…en cuanto a la postura de los agnósticos, es para no tener atadura religiosa. El acto declarativo (la renuncia) es una payasada.” Y yo tenía unas ganas locas de que Aguilar me explicara cómo así apostatar de la fe católica era una payasada.
Por otro lado, debo decir que tampoco estaba convencida de la exactitud de esta declaración de Aguilar. El 16 de enero el mismo diario había publicado una entrevista que nos hizo a Diana Varas, Andrea Crespo y a mí también sobre apostasía y casi todas nuestras declaraciones aparecían citadas fuera de contexto. Sin ir muy lejos, escribieron que yo había dicho algo así como que apoyaba la apostasía porque ¡quería hacerle a la política! Hay que ser justos, si me pasó a mí, le pudo pasar también a Aguilar.
Así que, con el prístino entusiasmo que me caracteriza, comparecí a ese debate radial intentando dejar mis prejuicios a un lado. Fue interesante hablar del tema con Rómulo Aguilar, quien jamás hizo referencia a que apostatar era una payasada. Con ésar Rohón quien representaba la opinión de los cristianos protestantes. Y con Paul Martillo, moderador del coloquio, quien admitió no saber nada sobre apostasía, pero que escuchó interesadísimo. El único inconveniente fue que el tema se nos disparó y en el calor de la charla transitamos por versículos bíblicos, las pruebas de la existencia de Dios, los intercambios de pareja, la homosexualidad, el machismo y el miedo que nos produce la muerte. Hubo cosas que se dijeron que yo hubiera preferido no escuchar, como cuando Aguilar nos contó sobre sus sueños húmedos y me pregunto (ahí sí, con poco tino, creo yo) si yo mojaba mi ropa interior. O como cuando, también Aguilar, dijo que los homosexuales eran los apóstatas de la naturaleza.
Pero sobre la apostasía esa mañana quedó todo por decir. Por eso estoy aquí hoy, para hablar un poco sobre este tema.
La apostasía es la renuncia a una religión. Hoy en día la apostasía es reclamada como un derecho de la ciudadanía, como parte integrante del derecho a la libertad de conciencia y la libertad de culto. Las religiones en general la condenan como un vicio, un grave pecado contra la fe. En la religión católica por el solo hecho de apostatar uno automáticamente queda excomulgado.
La apostasía es un movimiento que ha estado tomando fuerza en muchos lugares del mundo en los últimos años. No necesariamente tienes que ser ateo o agnóstico para apostatar. Las razones para hacerlo son muchas. El movimiento ateo liderado por Richard Dawkins, por ejemplo, entiende la apostasía como vehículo para que el ateísmo sea reconocido en la sociedad y logre el mismo respeto que cualquier otra ideología o religión. Hay quienes apostatan no porque no crean en Dios o no sean religiosos, si no simplemente para dejar de formar parte de un conjunto de creencias que les son ajenas. Otros sectores buscan en la apostasía un medio para señalar que las religiones no tienen la exclusividad sobre la espiritualidad, la bondad y los valores morales del ser humano. Ellos ven en la apostasía una forma de visibilizar la existencia de gente que vive la vida fuera de cualquier religión y de esta forma presionar a la sociedad y a los gobiernos para que las leyes y políticas públicas no estén determinadas por una moral religiosa.
Por mi parte, coincido con J. A. Brundage en afirmar que en occidente existe una presión normativa que ha utilizado a la tradición cristiana para fundamentar virtualmente todo sistema jurídico que conozcamos. Esta tradición cristiana ha transmitido poderosos tabúes –especialmente con respecto a la sexualidad- que han influido sobre las vidas de hombres y mujeres durante veintenas de generaciones, y ha cobrado un precio enorme en dolor y desesperación. No puedo ser parte de esta doctrina, la objeto en su totalidad. Por eso soy apóstata.
El Código Canónico de la Iglesia católica dice en su canon 751 que apóstata es quien rechaza totalmente la fe cristiana. La apostasía debe realizarse mediante acto formal dicen los cánones 1.086 y 1.024 del mismo código. Ante la avalancha de solicitudes de apostasía que pusieron en graves aprietos a los obispos que no sabían cómo evacuarlas, el Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos mandó la carta circular 10.279/2006 (dada en Vaticano el 13 de marzo de 2006) a todos los Presidente de las Conferencias Episcopales explicando la naturaleza del acto de separación de la Iglesia, el cual debe contener tres requisitos:
1) La decisión interna de salir de la Iglesia por un acto de apostasía.
2) La manifestación externa de esta decisión, es decir, debe hacerse por escrito.
3) La recepción por la autoridad eclesiástica competente.
Una vez recibida esta solicitud, el Obispo competente toma nota de la apostasía (lo dice el punto 6 de esta circular) mediante la expresión “defectio ab Ecclesia catholica actu formali” en el libro de bautismos (canon 535) en la fecha que esta persona fue bautizada y queda sentado formalmente que se trata de un católico en rebeldía.
Como vemos, esto de apostatar no es una payasada inventada por cualquier gente. Es la misma Iglesia católica quien ha establecido las formalidades jurídicas necesarias para que la apostasía se configure como un verdadero acto formal.
La apostasía es un trámite burocrático más, sin misterios. Mal harían hoy sacerdotes y obispos locales en desconocerla. Más aún si consideramos que apostatar se inscribe en el derecho constitucional que tiene todo ciudadano ecuatoriano de ser libre para creer en algo, en nada; o para dejar de creer en lo que antes creía.