Al Ecuador todavía no ha llegado la palabra cis (también cisgéneros o cisexuales), para definir a las personas que no son trans (o transgéneros o transexuales). Llegará, como todo, y entonces veremos qué acogida tiene. En su día, la palabra queer no pegó mucho en este lado del mundo. Pero es que, esa palabra, ni escrita cuir dejaba de sonar demasiado gringa y sospecho que su falta de popularidad ha tenido alguna relación con la resistencia al anglocolonialismo. Cis, en cambio, es una palabra en latín, fonéticamente más asimilable, aunque su reciente utilización para adjetivar y sustantivar a las personas no trans sea una acepción y una práctica tan made in mundo anglosajón como lo es queer.
Con anterioridad a esta muy actual acepción, el campo en el que se ha venido utilizando el vocablo latino cis es el de la química orgánica. Y, en ese campo, su opuesto también es trans. Hablando de alquenos, como ahora hablando de identidades de género, trans es lo que transita y cis lo que no se mueve; lo que se queda de este lado y no cruza al otro. La sola definición ya anticipa que decidir qué lado es éste y qué lado es otro puede resultar más problemático cuando ya no es el universo químico sino el sociocultural el que se quiere describir.
En todo caso, ensayando la aplicación de cis en materia de género, una mujer cis vendría a ser alguien que, asignada mujer al nacer, a partir de la constatación de una corporalidad hémbrica, no rechaza esa asignación genérica sino que la acepta y mujer se queda. Y un hombre cis sería lo mismo, pero al revés: alguien que fue asignado hombre por la sociedad a partir de la constatación de una biología de macho, y que abraza esa identidad de hombre con gusto, entiendo, o por lo menos, con conformidad. No tengo muy claro qué pasa con las personas que abrazan su asignación genérica sin particular agrado, o incluso con resignación. ¿Seguirán siendo cis? ¿O serán trans de clóset? Confieso que hasta ahí no llegan mis conocimientos sobre cisexualidad.
Por un lado – y si no que le pregunten a la mayoría de instituciones públicas y privadas estadounidenses – tener categorías para nombrar es maravillosamente útil. Por otro, "¿para qué la utilidad?" es la pregunta ético-política que creo que debemos hacernos frente a cada nueva categoría. Ciertamente, es útil condensar en un ¡zas! – o mejor dicho, en un ¡cis! – lo que antes sólo podía explicarse con una frase más o menos extensa, tal que así: "persona cuya identidad de género coincide con la que de ella habría esperado la sociedad (o al menos la mayoría de sus miembros) en función de sus genitales de nacimiento". La reducción lingüística no sólo ahorra tiempo y espacio sino que condensa significado y esto, a su vez, permite niveles mayores de abstracción y la creación de nuevas categorías a partir del significado condensado. Por ejemplo, una vez acordado lo que es cis, podemos hablar de cisexismo. Con esta nueva palabra compuesta, estaremos refiriéndonos a aquel aspecto del sexismo que, más allá de naturalizar una relación jerárquica de hombre sobre mujer (machismo), y de heterosexualidad sobre homosexualidad (heterosexismo), naturaliza una relación jerárquica de cis sobre trans y concede privilegios a los sujetos que ocupan el lugar naturalizado como jerárquicamente superior; privilegios de la gente cis de los que no goza la gente trans. En definitiva, la palabra cisexismo nos permite, gracias a la existencia previa de la palabra cis, nombrar una tiranía más del orden patriarcal; lo que contribuye a seguir avanzando en la reflexión filosófica, sociológica y política del género.
A decir de algun@s, la existencia de una palabra con la cual referirse en positivo a l@s no trans ayuda, además, a "nombrar el privilegio", lo que, a su vez, contribuye a que el mismo deje de ser tan invisible. Dado que es la gente trans la que históricamente ha tenido que nombrarse, l@s simpatizantes del término cis estiman conveniente que las personas cis se empiecen a nombrar y, en el acto de hacerlo, empiecen a comprender que su identidad de género no es la única posibilidad sexo-genérica, aún cuando la cultura la instituya como la norma. Por supuesto, la sola introducción de la categoría cis no va a acabar con las normas culturales que esencializan determinadas construcciones sexo-genéricas como válidas y otras como inválidas. La toma de conciencia sobre esos esencialis mos es un proceso político – personal y colectivo – mucho más complejo que una discusión de términos. Sin embargo, supongo que ningún intento por estimular esa toma de conciencia está demás, incluidos los intentos lingüísticos.
Pero, sin perjuicio de todo lo anterior, lo que creo que no debería pasar inadvertido es que la reducción lingüística que implica la creación de nuevas categorías, como cis, siempre tiene sus riesgos; o, al menos, su costo. La eterna paradoja del lenguaje es que simplifica la realidad a cambio de la posibilidad de nombrarla, aún si imperfectamente. Y, usualmente, esa simplificación opera en binario. Lo que resulta aún más paradójico en este caso es que el binario creado, cis/trans, aparece en un contexto político que, más que nunca, está cuestionando precisamente los binarios de género en todas sus formas. Demasiadas veces, categorías (en este caso, de género) que nacieron "emancipadoras" se vuelven funcionales al poder (en este caso, patriarcal) en la medida en que el significado condensado, más manipulable que el significado no condensado, termina siendo manipulado hacia la normalización. Y la normalización de lo trans – esa contra la que luchan iniciativas como la campaña mundial Stop Trans Pathologization ( y Prevent Trans Pathologization en su versión ecuatoriana) – pasa por la ratificación de que las personas trans son hombres y mujeres (que equivale a decir, son normales), cuya única diferencia con los otros hombres y las otras mujeres es que no son cis. De ahí a pensar que las personas podemos ser cis o podemos ser trans, y sólo esas dos cosas, hay un paso. Y de ahí a que nos encontremos tarjando "trans" o "cis" en un formulario de entrada a los Estados Unidos, cortesía de las autoridades migratorias de tan ordenado país, tal vez hay sólo un par de pasos más.
Otra crítica transfeminista que la palabra cis merece encajar es una que, a la inversa, también alcanza a la palabra trans. En cis y en trans, pero sobretodo en la instauración de una dicotomía cis-trans, hay cierta connotación esencialista que parecería indicar que vivir género femenino habiendo nacido en canon corporal hémbrico, o vivir género masculino habiendo nacido en canon corporal machil, son por definición actos de estatismo: de "no moverse" o de "quedarse aquí". Y, a la inversa, parecería que vivir género femenino habiendo nacido en canon corporal machil, o vivir género masculino habiendo nacido en canon corporal hémbrico, son por definición actos de "cruce al otro lado".
Por el contrario, desde una perspectiva transfeminista, "moverse" o "cruzar" – ser trans en sentido político -, significa reproducir masculinidades y/o feminidades – que inevitablemente tod@s reproducimos en alguna medida – con conciencia crítica de esa inevitable reproducción. En este sentido, una persona puede haber sido asignada mujer al nacer y reproducir el género femenino acríticamente – ciertamente de esas hay muchas – en cuyo caso bien podríamos decir que "se quedó en el mismo lado"; exactamente ahí donde le colocó la sociedad. Pero sucede que es igual de posible haber sido asignado mujer al nacer y reproducir el género masculino acríticamente, como hacen muchos trans masculinos (u "hombres trans") machistas, que también abundan. Alternativamente, una persona puede haber sido asignada mujer al nacer y reproducir el género masculino críticamente, como lo hacen los hembros que politizan su masculinidad. Y, finalmente, una persona puede haber sido asignada mujer al nacer y reproducir el género femenino críticamente, como lo hacen las mujeres, las hembras, las machas y las otras que militan en el movimiento de las perras: personas que se identifican con feminidades, sí, pero no con la feminidad convencional. Hasta la híper feminidad puede ser feminista y trans, como nos enseña la perra vasca Itziar Ziga en su magistral obra transfeminista "Devenir Perra". Si algo nos dejan muy claro Ziga y las otras perras que consignan sus testimonios en ese libro, es que la experiencia política de la feminidad no hegemónica no suele ser estática ni desprovista de cruce "al otro lado". O, en todo caso, de cruce "a otro lado", porque el tema es justamente que no hay un solo lado al que cruzar, como no hay sólo uno del cual salir, ni al cual llegar. Y peor sólo dos. Cruzar de mujer-a-hombre, de hombre-a-mujer, de mujer-a-otra-mujer-y-quién-sabe-si-luego-a-otra, o de mujer-a-perra, son todas posibilidades trans. Como era de esperar, el todocategorizador mundo anglosajón ya ha descrito estas travesías "de femenino a femenino" y habla de la transición "FTF" o "F2F". Con menos categorías a mano en nuestra latitud, en el PROYECTO TRVNSGEN3RO (PT) de Quito hemos dicho siempre que "es la intención la que convierte a una misma práctica en convencional o transgresora"*.
Y valga subrayar que ni siquiera las androginias – que por definición parecerían ambivalentes y por tanto no-binarias – necesariamente implican "cruce" o "vivencia trans" en sí mismas. Como toda expresión genérica, algunas androginias son reproducciones críticas del género y otras no. Conozco, por ejemplo, a personas intersex que son muy andróginas desde el punto de vista estético por la sencilla razón de que su cuerpo produce esa androginia, y que sin embargo son muy cis en la medida en que no han cruzado, políticamente, ni a la esquina.
En definitiva, desde el transfeminismo, como yo lo entiendo, "cruzar al otro lado" tiene que ver con transgredir y la transgresión es un acto de conciencia política. Luego, en la medida en que la conciencia política no es patrimonio intrínseco de ninguna identidad, cis y trans vienen en todas las formas, tamaños y presentaciones sexogenéricas.
Hoy por hoy, cis no hace parte de mi vocabulario cotidiano. No voy a decir que de esa agua no beberé y que descarto a priori el latinismo que el mundo anglosajón otra vez nos regala. Creo, como dije más arriba, que la validez de un término se juega en el ejercicio ético-político del lenguaje, que es un ejercicio concreto y contextual. Por eso, quién sabe si, incluso, en determinado momento, me sorprenda valiéndome de la palabra cis para nombrar determinadas tiranías del sistema patriarcal, convencionalismos sexogenéricos y relaciones de poder imaginadas y reales – para nombrar el cisexismo, por ejemplo – tal como me he valido de la palabra trans para hablar de transfeminismo. Sin embargo, constatadas las trampas eternas del lenguaje, lo que sí tengo claro es que serán más las veces en que prefiera no condensar significado, sino, ahondar, en la medida de mis posibilidades, en análisis más complejos de la experiencia política de la diversidad sexogenérica.
* "Lo trans se escribe con @", en "Cuerpos Distintos: Ocho Años de Activismo Transfeminista en Ecuador, Quito, 2010, p. 2.