Pregunta: Mi relación con mi hermana siempre fue mala. Ahora que mi mamá tiene Alzheimer nos “toca” lidiar de manera muy cortés con las cosas que nos mantuvieron separadas por casi ocho años.
Mi hermana cuida de mis papás y trato ayudarla en las cosas que ella me permite, pero las que me pide que haga, a última hora, ponen en riesgo mi trabajo, por los horarios en los que me lo pide. Eso ha hecho que tenga ataques de ansiedad, algo que había superado hace muchos años.
Me ejercito, como bien, pero no sé cómo afrontar esta frecuencia con mi hermana sin afectar a mi mamá.
Respuesta:
Hola,
Como soy terapeuta familiar, algunos piensan que mi trabajo es mantener familias unidas.
Nuestra cultura pone al colectivismo sobre el individualismo, y la familia es uno de los sistemas más fuertes que mantenemos. Tener una buena comunidad es importante, y la pérdida de espacios en dónde desarrollarla está generando problemas, como epidemias de soledad. Sin embargo, en ciertas familias, mantener cercanía forzada podría ser contraproducente para el bienestar de algunas personas.
La terapia familiar muchas veces te da herramientas que permiten mejorar las relaciones y la convivencia. Otras veces, puede tener un efecto opuesto: generar distancia entre los miembros, especialmente cuando la colectividad es opresiva o pone en riesgo la salud mental de las personas de la familia.
En cualquiera de los dos escenarios, no es mi labor como psicóloga definir qué camino tomar, sino generar el espacio y las preguntas necesarias para que cada persona tome una decisión sobre cómo llevar sus relaciones. Creo que al priorizar la unión familiar se ignora el impacto negativo que tienen las relaciones emocional, física o sexualmente violentas.
Vivir en comunidad siempre viene con un costo: la libertad individual. La convivencia no es sencilla. El conflicto que surge en las diferencias no necesariamente es malo porque genera acuerdos y negociaciones en las que tenemos que poner nuestros deseos a un lado por el bien común.
Al final, tú eres la única persona que puede definir cuál es el costo que vale la pena pagar en cada relación. Por ejemplo, si quieres escuchar tu playlist de Electro Pop Andino a todo volumen a las 2 de la mañana, es posible que tengas que hacer concesiones por respeto a las personas que están durmiendo en tu casa o en tu barrio.
Haber tomado distancia con tu hermana por tantos años seguramente responde al dolor que generaba la cercanía con ella.
Las familias son como un sistema de engranajes, y cada miembro es una pieza que tiene un rol. El movimiento de cualquiera de sus piezas tiene un efecto en el resto, y cada que una pieza cambia, todo el sistema cambia también.
Si la relación entre tu hermana pasó de ser cercana y conflictiva, a ser distante, lo más probable es que tus padres también hayan tenido que cambiar la forma de interactuar dentro de la familia convirtiéndose, por ejemplo, en mediadores entre tu hermana y tú.
En tu familia, hay otro engranaje que se transformó cuando tu mamá comenzó a mostrar signos de Alzheimer. Ahora que ella necesita más cuidados, las relaciones familiares vuelven a cambiar.
Una de las partes más duras es la etapa de adaptación.
Las dinámicas que llevaban antes dejan de funcionar y, hasta generar nuevos patrones, acomodarse puede ser doloroso. Cuando se cuida a un familiar, las causas de los conflictos suelen venir por los desacuerdos sobre la enfermedad, las necesidades de cuidado y las responsabilidades de cada persona involucrada.
El impacto que tiene una enfermedad crónica o una discapacidad en un familiar cercano se da en las personas cercanas en diferentes aspectos de la vida.
No estás sola en el riesgo que describes en tu trabajo. En Estados Unidos, un estudio para entender el costo de los cuidados familiares estimó que 7 de cada 10 cuidadores tienen que hacer cambios laborales para acomodarse a su rol. No todos los trabajos tienen la misma flexibilidad y si decides participar en los cuidados de tu mamá, lo más probable es que negocies un sacrificio que puedas manejar.
La carga del cuidado de personas con enfermedades crónicas o discapacidades no es igual para todos. En la mayor parte de familias, hay personas que pueden aportar más tiempo mientras otros pueden aportar más económica o emocionalmente.
Después de varios años de distancia, puede ser difícil comunicarte con tu hermana para llegar a acuerdos sobre tu participación en el cuidado de tu mamá. No es necesario que te reconcilies y soluciones tus problemas con ella. Generalmente, tenemos la habilidad de funcionar como equipo con personas con las que no tenemos afinidad, pero usamos estas herramientas casi exclusivamente en ambientes laborales. En el trabajo, puede no caerte bien un compañero de trabajo, pero puedes mantenerte profesional y logran hacer proyectos juntos
Las relaciones familiares nos disparan nuestras heridas emocionales más profundas. Cuando estás tratando de llegar a acuerdos, es más difícil mantener la calma cuando la persona con la que estás negociando es un padre que se olvidó tu cumpleaños, o una hermana que critica tus decisiones constantemente.
Una técnica que se usa con parejas es planificar reuniones, así como lo hacemos en el trabajo. Pueden agendar un espacio definido y limitado en su calendario, traer preparados los temas que van a tratar, o tomar notas.
Podrías definir los temas que vas a tratar en una libreta y, por ejemplo, escribir “pedidos a última hora”, simular una actitud profesional y sugerir alternativas para que te afecte menos al trabajo.
En ese espacio, puedes negociar con tu hermana el tipo de participación que puedes tener y el tiempo que puedes dedicar. Pídele que quieres entender cuál es la mejor forma en la que puedes ayudar.
Los cuidadores principales son las personas que más dificultades tienen, especialmente si además tiene un trabajo remunerado. Son quienes llevan más carga y sufren más dificultades de salud mental, como un trastorno de depresión o ansiedad, que el resto de la población.
Para la mayor parte de personas, sentir ansiedad no es un problema en sí. Todos la sentimos y es una respuesta normal al estrés. Nos ayuda a planificar y a hacer cambios cuando algo nos está incomodando. La ansiedad es una señal que nos avisa de que necesitamos movernos. Existen algunos criterios que diferencian a un nivel saludable de ansiedad de un desorden, y es algo que debería evaluar un profesional de la salud mental.
Revisa el tipo de cambio que quieres
Trabajar únicamente en comportamientos de autocuidado, como hacer ejercicio, no siempre es suficiente para tener un cambio duradero.
En la terapia sistémica, hablamos de cambios de primero, segundo y tercer orden. El cambio de primer orden es alterar un comportamiento sin trabajar los motivos que están detrás, como un alcohólico que deja de tomar por recomendación de un doctor por medio de herramientas comportamentales.
En el cambio de segundo orden, se pueden cambiar los pensamientos o creencias. Y el tercer orden, que es el nivel más profundo de cambio, altera nuestras narrativas y nuestra identidad. El cuidado que tienes con el ejercicio y la comida para prevenir ataques de ansiedad entran dentro del cambio del primer orden, que es necesario pero no siempre es suficiente.
Tu ansiedad está tratando de expresar algo profundo sobre tus relaciones familiares. Si la ansiedad pudiese hablar, ¿qué te diría?
Usas un término que me llamó la atención: dices que a tu hermana y a ti “les toca” lidiar la una con la otra. Es un término que usamos para denotar una obligación, no una elección. Conectarte con la motivación que tienes para comunicarte con tu hermana te puede devolver la agencia y reducir tu ansiedad.
El deseo de cuidar a tu mamá en estos momentos parece ser más importante que el deseo de no hablar con tu hermana. Si cambias la frase “nos toca lidiar de manera muy cortés” por “elegimos ser corteses”, ¿crea una diferencia en cómo te sientes? El Alzheimer de tu mamá y las acciones de tu hermana y el resto de personas en tu familia están fuera de tu control. Enfócate en las cosas sobre las que tienes control.
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