Cuando Andrea Nieto ve en la calle a alguien con una camiseta de Pinto, algo en ella se enciende. Reconoce la tela, la costura, el patrón. Pero lo que realmente ve es otra cosa: “Ahí están mis manos”, dice esta otavaleña de 28 años. Y en ese gesto mínimo —el de reconocer un pedazo de su trabajo en la ropa ajena— cabe toda su historia.

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Andrea Nieto es la coordinadora del taller de confección en la planta de Pinto en Otavalo. Entró en 2019 como pasante, pero su relación con el oficio empezó mucho antes, viendo a su abuelo cortar y coser en la mesa del comedor. Desde entonces, supo que ella quería también tejer, confeccionar, crear. 

Andrea Nieto es la coordinadora del taller de confección en la planta de Pinto en Otavalo.

Fotografía por Nicole Moscoso y Diego Lucero para GK.

La planta de Pinto donde trabaja Andrea Nieto confecciona 8 de cada 10 prendas que la empresa vende. De las 109 personas en esa línea de producción, 70 son mujeres. En un mundo donde la industria de la moda es responsable del 10% de las emisiones globales de carbono, Pinto apuesta por un modelo distinto: paneles solares, tratamiento de aguas residuales, y una política de producción local y limpia.

“Yo he hecho mi vida con esta camiseta”, dice Andrea Nieto, abriendo sus ojos cafés. En esa camiseta hay más que tela e hilos: hay historia, comunidad, y una manera diferente de hacer industria desde el corazón de los Andes.

En esa camiseta hay más que tela e hilos: hay historia, comunidad, y una manera diferente de hacer industria desde el corazón de los Andes.

Fotografía por Nicole Moscoso y Diego Lucero para GK.

El hilo que no se rompe

Andrea Nieto aún recuerda esa tarde en que escuchó por primera vez el sonido de las máquinas, conoció el olor a tela recién cortada, y vio la luz cayendo sobre las mesas largas del taller. Fue en una visita que organizó el Instituto Cotacachi donde ella estudiaba confección. Fascinada por los procesos y las prendas que se tejen hace 112 años en esta empresa otavaleña, se detuvo en el módulo uno, cerró los ojos y se prometió: algún día estaré aquí. Lo dijo con la fe que tienen los que saben coser los sueños.

A través del modelo de formación dual —que combina la teoría del aula con la práctica en empresas— Andrea ingresó a Pinto en una pasantía. “Cuando dijeron, ‘Andre, tú fuiste seleccionada’ realmente fui la persona más feliz”, recuerda. Aprendió desde abajo: manejo de máquinas, control de calidad, tiempos de producción. No tardaron en ver en ella algo más: criterio, orden, liderazgo. Hoy coordina un taller donde el 65% del personal son mujeres, muchas con historias similares a la suya. 

A través del modelo de formación dual —que combina la teoría del aula con la práctica en empresas— Andrea ingresó a Pinto en una pasantía.

Fotografía por Nicole Moscoso y Diego Lucero para GK.

La industria textil global no suele ofrecer trayectorias como estas. En los países en desarrollo, millones de trabajadores textiles operan en condiciones precarias, mientras marcas de fast fashion generan toneladas de desechos por hora. 

Frente a eso, Pinto ha trazado un camino propio: su planta de Otavalo opera con energía solar, y reutiliza el agua que emplea en los procesos de tintura gracias a su sistema de tratamiento. 

“Lo que hoy se llama sostenibilidad, ha sido nuestra forma de hacer las cosas de siempre”, dice Carla Pinto, presidenta de la empresa y, además, representante de la cuarta generación familiar que fundó, mantiene y proyecta al futuro esta forma de hacer empresa. 

Son pasos necesarios en un sector que consume más agua que la agricultura y genera más emisiones que la aviación.

Son pasos necesarios en un sector que consume más agua que la agricultura y genera más emisiones que la aviación.

Fotografía por Nicole Moscoso y Diego Lucero para GK.

Con las manos de muchas

El taller de confección en Pinto, Otavalo, empieza a moverse antes de que el sol caliente las calles. Andrea llega temprano, revisa planos, cruza datos, camina entre máquinas. A veces se detiene solo a mirar. Conoce cada rincón, cada estación. Pero lo que más reconoce son las manos: 109 personas trabajan en confección, 70 son mujeres. Algunas jóvenes, otras con décadas de experiencia. Mujeres que bordan su vida en cada puntada.

“Yo no lo veo como trabajo”, dice Andrea. “Es algo que me apasiona, que es nato de mí”. Esa pasión —heredada de su abuelo— se repite, transformada, en muchas de las historias del taller. La confección, aquí, es herencia, pero también oportunidad.

Mientras la industria textil global sigue marcada por la informalidad, las jornadas extenuantes y los sueldos bajos —la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que en algunos países los trabajadores textiles ganan menos de dos dólares al día—, Pinto ofrece contratos formales, seguridad social, formación técnica continua y un enfoque de equidad de género en sus procesos.

Esa pasión —heredada de su abuelo— se repite, transformada, en muchas de las historias del taller. La confección, aquí, es herencia, pero también oportunidad.

Fotografía por Nicole Moscoso y Diego Lucero para GK.

Pero el compromiso no se queda ahí. Por eso, desde 2025 Pinto se ha enfocado en reafirmar su compromiso de ser Sostenible en Cada Puntada, reduciendo el impacto ambiental desde el diseño hasta la venta. Además de los paneles solares y la planta de tratamiento de aguas, por cada prenda vendida se protege un área de 2.500 metros cuadrados del bosque del Chocó Andino, uno de los ecosistemas más biodiversos del planeta.

Así, en cada prenda de Pinto no solo hay diseño: hay energía limpia, bosque protegido, y el trabajo digno de muchas manos que no se ven.

Así, en cada prenda de Pinto no solo hay diseño: hay energía limpia, bosque protegido, y el trabajo digno de muchas manos que no se ven.

Fotografía por Nicole Moscoso y Diego Lucero para GK.

Coser sin dañar

Cada decisión en el taller de Pinto tiene una consecuencia que Andrea entiende bien. “Aquí se habla mucho de calidad”, dice, “pero no solo de cómo se ve una prenda. Sino de cómo se hace.” Esa idea —la calidad como ética— guía la estrategia de sostenibilidad que la empresa ha tejido con paciencia, como una costura doble.

En un mundo donde la industria textil produce más de 92 millones de toneladas de residuos al año y el 87% de las prendas termina incinerada o en vertederos, Pinto ha apostado por lo contrario: menos desperdicio, más cuidado. En la planta de Otavalo, se clasifican retazos —que terminan convertidos en waipes y chunchis—, se optimiza el corte de las telas, se reutiliza el agua, se incorpora tecnología de punta. Cada acción tiene un plan detrás.

Una de las transformaciones más visibles son los paneles solares en el techo de la planta. Generan energía limpia que alimenta más del 50%de la producción.

Fotografía por Nicole Moscoso y Diego Lucero para GK.

Una de las transformaciones más visibles son los paneles solares en el techo de la planta. Generan energía limpia que alimenta más del 50%de la producción. También está el sistema de tratamiento de aguas residuales, que permite reducir el impacto de los procesos de tintura. 

“No es solo lo que hacemos, sino cómo lo hacemos”, repite Andrea Nieto. Lo dice al pie del taller que supervisa con dedicación y compromiso genuinos. Cada puntada, cada costura, cada prenda, carga con un valor tangible que se cuelga y expone en las más de 40 tiendas de Pinto en todo el Ecuador. 

Cada puntada, cada costura, cada prenda, carga con un valor tangible que se cuelga y expone en las más de 40 tiendas de Pinto en todo el Ecuador.

Fotografía por Nicole Moscoso y Diego Lucero para GK.

La camiseta como destino

En las tardes, cuando el turno está por terminar, Andrea Nieto hace sus últimas rondas por el taller. Mientras revisa una de las camisetas que han salido ese día de la línea de producción, sonríe. “Yo he hecho mi vida con esta camiseta”, dice. La frase no es metáfora. 

Es memoria, gratitud, destino. En esa camiseta están sus manos, pero también las de su equipo, las de cientos de mujeres que como ella crecieron entre hilos y sueños. Están los aprendizajes de la formación dual, el legado de su abuelo, la emoción de haber sido seleccionada como pasante. Está todo.

Cada acción tiene un plan detrás.

Fotografía por Nicole Moscoso y Diego Lucero para GK.

Pero también está un modelo que resiste. En un contexto donde el fast fashion produce a ritmos que el planeta ya no puede sostener —una industria responsable del 20% del desperdicio global de agua y de una alta emisión de microplásticos a los océanos—, Pinto ha elegido otra lógica: una que pone a las personas y al entorno al centro del negocio. 

En cada camiseta de Pinto hay una historia que no se cuenta en la etiqueta: energías limpias, bosques protegidos, trabajo digno. Y también, cientos de historias como la de Andrea Nieto, que, años atrás, cerró los ojos frente a una máquina de coser y se prometió un lugar.

Y también, cientos de historias como la de Andrea Nieto, que, años atrás, cerró los ojos frente a una máquina de coser y se prometió un lugar.

Fotografía por Nicole Moscoso y Diego Lucero para GK.

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