Sandra Hüller por partida doble. Ella puede ser Hedwig en The Zone of Interest, la esposa de Rudolf Höss, el comandante del campo de concentración de Auschwitz, en Polonia. Ser una mujer que ha normalizado la crueldad al lado de su casa, que ha banalizado ese mal que sucede a sus narices. Y en Anatomy of a fall es una escritora acusada de asesinar a su esposo y que debe resistir todo lo que se expone sobre su vida en el juicio en su contra.

Es decir, una mujer que tiene todas las miradas de rechazo sobre ella y hace todo lo posible por resistirla.

Tanto en el filme del inglés Jonathan Glazer como el de la francesa Justine Triet, Hüller es inmensa y si bien sobre ella no recae el peso narrativo de ambas películas, es un tipo de fuerza que flota incluso en los momentos en que no está en pantalla. Tanto, que cuando aparece en una escena, no tenemos mucho que hacer como espectadores: ella está dispuesta a llevarse todo y lo consigue. Ya sea cuando su personaje se contiene o cuando explota, como en un arrebato de ira. 

Ella, nacida en Alemania del Este en 1978, está nominada a Mejor Actriz por su rol en Anatomy of a fall, por interpretar a una novelista, quien debe enfrentarse no solo a un sistema judicial torpe, sino también a las consecuencias personales de la muerte de su esposo, profundas y sorpresivas.

Mientras en Anatomy of a fall, el personaje que interpreta la actriz alemana está roto y guarda esos pedazos con una fortaleza casi estoica —pese a los momentos en que se quiebra—, en The Zone of Interest, el rol de Sandra Hüller es mucho más sutil. Encarna a la perfección lo que en su momento Hanna Arendt definió como la banalidad del mal.

Porque esa Hedwig Höss que ella interpreta aquí es parte de un sistema que naturalizó la solución final en contra de judíos y minorías en espacios tomados por los nazis. Y en esa normalización, ella se convierte en parte del problema, en un monstruo adicional que se beneficia de la crueldad. En definitiva, Hedwig Höss cumple un rol en ese sistema para destruir a otros y Hüller sabe cómo aproximarse a un personaje basado en alguien real, capaz de hacer la vista gorda ante lo criminal.

Junto a la barbarie

Lo que ha hecho el director Jonathan Glazer con The Zone of Interest es un ejercicio de tomar todo lo que pudo de la historia de Auschwitz, de un libro de Martin Amis y de los límites de la narrativa cinematográfica. Con esto ha conseguido algo que impresiona, probablemente una de las mejores películas que se pudo hacer sobre el holocausto.

Y Glazer tiene un mérito adicional porque no lo muestra en pantalla. El padecimiento y el tormento de quienes estuvieron en este, uno de los 40 campos de concentración que el régimen nazi edificó para retener y aniquilar a seres humanos, se asienta en el sonido. Lo atroz es lo que suena mientras Rudolf Höss —interpretado por Christian Fiedel— vive de forma anodina con su familia, en una casa al lado del campo de concentración, un lugar que sigue siendo sinónimo de lo horroroso que puede hacer un ser humano hacia otro.

Los niños Höss juegan mientras las sirenas suenan, los disparos detonan y los gritos de las víctimas acaparan lo demás. Hay un apacible día en el jardín, cuando se ve humo cubrir el techo de las torres del campo de concentración, como si estuvieran ventilando las cámaras de gas de lo que el Zyklon B había ocasionado adentro o quizás es el humo de los crematorios. Lo que se escucha y lo que se ve de reojo en la pantalla es el contrapeso ante la obligatoria ignorancia de toda una sociedad, representada por esa familia.

En síntesis, casi no hay historia para contar en The Zone of interest.

Lo que vemos es una puesta en escena que afecta al espectador, mientras varias situaciones van apareciendo, una detrás de otra. 

Quizás lo más cercano a una trama es la posibilidad de que Höss sea trasladado cerca de Berlín como parte de un ascenso. Esto no es bien recibido por su esposa. Hedwig explota, se vuelve un ser incapaz de controlarse y de entender por qué su estilo de vida debe cambiar. Todo a su alrededor debe estallar en pleno ejercicio de su ira. Es como si ese monstruo guardado, que ignora con naturalidad la maldad a su lado, apareciera cuando las cosas no son como ella quiere.

Pero bueno, el conflicto se resuelve rápido: ella y los niños se quedan en la casa, mientras él va a cumplir la misión encargada. Eventualmente, Höss volverá a casa porque lo envían a comandar una operación para mover 700 mil judíos desde Hungría. 

Glazer coloca la cámara con distancia. Los personajes se ven de cuerpo entero y casi no existen los primeros planos. 

Es como si se tratara de ver todo desde un marco que nos impida, como espectadores, reconocer algo humano en estos seres que aparecen aquí. No hay nadie que esté libre de culpa en esta película, ni siquiera los niños, que juegan mientras las alarmas suenan y anuncian, quizás, intentos de escape que no llegarán a nada.

The Zone of Interest incomoda por lo que hace, porque nos vuelve moscas en la pared, incapaces de hacer nada. El filme tiene momentos que impactan, como cuando la madre de Hedwig va de visita, pero se marcha luego de experimentar en la noche lo que sucede con los crematorios. Incluso ella, que no lo puede soportar, es parte del problema. No lo denuncia, solo gira el rostro. Le deja una carta a su hija y mira hacia otro lado.

Sandra Hüller es una mujer que ha encontrado su espacio, su zona de confort en el ejercicio del poder.

Manda sobre un grupo de sirvientas polacas, es la esposa del comandante de Auschwitz, la que tiene todo planeado para que ella, Rudolf y sus hijos vivan una vida en el campo, una vez que se acabe la guerra. La que recibe abrigos carísimos que le han quitado a las mujeres judías adineradas que llegaban al campo de concentración.

Sandra Hüller hace de esa mujer dadivosa que repartía entre sus empleadas los abrigos de piel que ella descartaba.

La que explotaba si las cosas no salían como ella quería. 

Sandra Hüller es una especie de huracán. Interpreta a Hedwig con la firmeza de una mujer que tiene sus creencias definidas y que asume que tiene la fuerza para ejercer la presión requerida. Es la mujer detrás de un nazi que es capaz de hablar del asesinato de miles de personas como si fuera nada. 

Y con ella tras Rudolf Höss, Glazer ofrece uno de los momentos más terroríficos en la historia de las películas sobre los nazis. Casi al final, cuando parece que no ha pasado nada en la vida de estos personajes, queda claro que ni siquiera con el conocimiento de lo que el futuro depararía para gente como ellos, los nazis son capaces de dimensionar la atrocidad de sus actos. 

Para Glazer no hay redención, solo la peor de las maldades, la naturalizada. 

Esa maldad por la que un oficial de las SS cumple su misión para acabar con seres humanos, y su esposa, imperturbable, celebra su espacio de poder, a costa del dolor de otros. Rudolf y Hedwig son esa monstruosidad que cree tener la verdad y la razón y con sus actuaciones —especialmente la de Sandra Hüller. Queda claro que esa maldad es parte del ser humano. Solo sale las veces que pueda.

Ninguna pareja sobrevive el escrutinio de los otros

Para Anatomy of a fall, Sandra Hüller hace de la novelista Sandra Voyter. Está acusada de asesinar a su esposo, un docente universitario llamado Samuel Maleski. Esto, luego de un hecho que puede ser un suicidio o un asesinato. Es muy difícil saberlo. 

En algún momento del juicio, la fiscalía reproduce una grabación que Samuel hizo de una de sus discusiones con ella. El audio es aterrador: dos personas que decidieron compartir su vida juntos y tener un hijo se recriminan el estado de sus vidas y se echan la culpa de su infelicidad la una a la otra.

Los asistentes al juzgado y quienes vemos la película nos volvemos testigos de una intimidad horrorosa. Realmente incomoda lo que sucede en esa escena. Sandra está ahí, escuchando lo que no sabía se estaba grabando y aceptando que su hijo está, junto al resto, siendo partícipe de esa revelación que los padres intentan esconder. 

Sandra, con una dureza impresionante, con una vehemencia que se nota en la manera en que su rostro refleja su fortaleza, con los músculos contraídos, como si estuviera en el campo de batalla, reclama el uso de esa grabación. Dice que no puede representar la realidad de una relación, ni el cariño que existía. 

Y tiene razón. Anatomy of a fall siempre juega con la posibilidad de que le demos la razón a uno y a otro personaje. 

Quizás este sea el momento más tensionante de la película de la francesa Justine Triet. Un filme que tiene muchas escenas que podrían catalogar como terroríficas, sin duda.

En el fondo, lo que esta obra busca no es revelar la verdad; de eso no se trata. Anatomy of a fall es sobre cómo el ser humano se hace daño, sin importar la cercanía o un sentido de inocencia que puede quedarse en entredicho. 

Triet no es optimista, no lo es la superficie de lo que hace, ni en el fondo del sentido de su película.

Aquí, la justicia es torpe, poco culta, plagada de comedia involuntaria. El hijo de Sandra y Samuel, Daniel —interpretado magistralmente por Milo Machado-Graner—, es ciego; si bien fue quien encontró el cuerpo de su padre, no vio nada, no tiene forma de establecer una verdad. Y para tratar de entender comete uno de los actos más innecesarios y dolorosos de la película: envenenar a su perro para probar una teoría sobre la muerte de su papá.

Es como si los personajes de Triet se esforzaran por cometer estupideces para poner en evidencia lo que son en el fondo.

Casi todo lo que sucede en la película se sostiene o va y viene de las escenas del juicio. Triet posa su cámara sobre los rostros de los asistentes a la sala, sus reacciones ante lo que escuchan, sus sentencias morales antes de que exista una versión de la justicia. La ambigüedad es lo mejor que le puede pasar a esta película, porque no importa si Sandra lo hizo o si Samuel decidió matarse para sembrar dudas sobre la inocencia de su esposa —es posible que esta última sea la versión más real, tomando en cuenta lo preparado que estuvo el hecho como para generar la duda sobre la participación de Sandra.

Al final, cada espectador se puede hacer la idea que quiera sobre la verdad que la película quiere mostrar.

Pero, ese es solo un truco. La maestría de Justine Triet aquí es cancelar la verdad y enfocarse en lo que los personajes están dispuestos a reconocer y a hacer frente a circunstancias extremas. Por eso el desenlace es maravilloso.

No es que haya triunfado la justicia. Es que en medio de actos que no se podrán conocer en su totalidad, la verdad se convierte en una nebulosa y en lo que los personajes van a terminar por aceptar como un hecho. Sandra Hüller, en ese terreno, es una forma de implosión. Todo sucede hacia adentro y lo que vemos es su manera de lidiar con la fuerza expansiva de quién es ella.

Porque la novelista que interpreta Hüller es acusada de plagiar las ideas de su esposo —un escritor mediocre— y de usar sus criterios alrededor de Samuel para crear personajes patéticos en sus libros.

Y Sandra no le ha perdonado a Samuel su parte de responsabilidad en el accidente que dejó sin visión a su hijo.

Ella, imperturbable y desde una superioridad moral, trata de explicar la diferencia entre ficción y realidad. Lo hace como si estuviera por encima de todo el mundo. Hay algo de magia en esa actuación, porque nos permite asumir que ella pudo cometer el crimen.

Pero, al mismo tiempo, consigue dar ciertos espacios de vulnerabilidad que desdibujan esa aparente frialdad. Sandra Voyter, la novelista, es más una fachada que otra cosa. Sandra Hüller es magnífica en esta puesta en escena.

Lastimosamente, Anatomy of a fall tiene pocas posibilidades de ganar el premio a Mejor Película. Lo más probable es que gane en la categoría de Película Extranjera y que Sandra Hüller se quede sin su premio, lo cual es injusto. Pero los Óscar no se tratan de justicia, sino de la subjetividad de los miembros de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas.

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Eduardo Varas
Periodista y escritor. Autor de dos libros de cuentos y de dos novelas. Uno de los 25 secretos mejor guardados de América Latina según la FIL de Guadalajara. En 2021 ganó el premio de novela corta Miguel Donoso Pareja, que entrega la FIL de Guayaquil.
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