Dos filmes nominados a Mejor Película para los Premios Óscar de 2024 tienen a dos mujeres como protagonistas. Se supone que una de ellas —Barbie, de Greta Gerwig— busca reivindicar a las mujeres, sus luchas y búsquedas, a través de la representación que genera una muñeca. Mientras que la otra —Poor Things, de Yorgos Lanthimos— muestra la búsqueda de una mujer, creada como si fuera una muñeca, para reivindicar sus deseos y decisiones.
El tema es casi el mismo, pero no son iguales.
Mientras Poor Things se debate entre una puesta en escena de fantasía, exagerada, hiperbólica y un personaje central indiscutible que se quiere comer al mundo, desde lo físico para llegar a lo intelectual —Emma Stone como Bella Baxter es un acierto, sin duda—, en Barbie existe también un entorno grandilocuente de fantasía rosada y de tonos pasteles y un personaje que consigue comerse al mundo. Pero no es ella, Barbie —interpretada por Margot Robbie—, sino el Ken que hace Ryan Gosling quien se lleva la atención.
No en vano Ryan Gosling está nominado a Mejor Actor de Reparto porque él es quien lo hace mejor. Consigue entender lo superfluo y absurdo del universo en el que está y actúa en consecuencia de aquello. Por esa razón es quien más risas genera.
Ambos filmes son caricaturas de dos espacios, distintos entre sí, pero que confluyen en una sola idea: la mujer —o el personaje femenino— es quien mueve todo al estar a la búsqueda de algo que le dé sentido a su existencia.
La película que mejora después de verla
Con Poor Things, el director griego Yorgos Lanthimos ha encontrado, de manera definitiva, un espacio concreto en Hollywood. Aquí se ha alejado de sus primeros trabajos que conseguían incomodar de manera efectiva. Lo que hace con Poor Things es generar la ilusión de incomodidad y rareza, sin llegar a los niveles de Canino, de 2009, y The Killing of a sacred deer, de 2017.
Quizás esa sea la manera de llegar a Hollywood por todo lo alto.
Lanthimos hace una adaptación de una novela —escrita por Alasdair Gray— que parece llevar la idea de Frankenstein a la Inglaterra victoriana y en el camino ofende y agrada a igual cantidad de público. Pero todo desde un sentido de fábula que, como suele pasar en las fábulas, llega a una especie de lección o moraleja. Una que en el siglo XXI es necesaria: la mujer puede hacer y decidir lo que quiera, para ser ella y ser feliz.
¿O quizás haya algo más oscuro de por medio?
Lanthimos cuenta la historia de Bella Baxter como si pudiera ser Tim Burton mezclándose con ciertas chispas de Lars Von Trier: todo es gigante —hasta usa un gran angular para ampliar lo que se ve en pantalla—, excesivo y convulso. Y el viaje de Bella, que la va a transformar en una mujer que toma decisiones, es interesante pero problemático.
En los primeros minutos, Stone es precisa como esa mujer/niña que empieza a entender el mundo y a conocer el placer alrededor de su cuerpo. Este es el punto de partida de una película que en el fondo es un recorrido que la va a llevar al lugar del que partió, pero convertida en otra.
Mucha gente ha encontrado problemático que Bella Baxter experimente con su sexualidad.
Sobre todo porque perciben que ella es una infante en el cuerpo de una mujer adulta y que toda escena sexual que se ve en la pantalla se puede considerar una apología a la pedofilia. Sobre todo mucho de lo que sucede con el caricaturesco Duncan Wedderburn que interpreta Mark Ruffalo, rol por el que está nominado a Mejor Actor de Reparto.
Este es un argumento que podría ser desarrollado y discutido en muchos niveles, aunque en el fondo estamos hablando de una ficción.
Lo cierto es que es muy difícil sostener el sentido apologista del filme de Lanthimos.
Si se ha seguido de cerca la filmografía del director griego, este tipo de discusiones sobre los límites morales y éticos de sus personajes se convierte en una parte medular de sus historias. Poor Things no lo deja de lado. Sin embargo, hay que considerar que si bien es difícil medir en su totalidad el paso del tiempo en la película —como para saber si Bella ha dejado de tener o no una mente de niña—, existe un desarrollo intelectual importante en ella, por el que deja de ser una infante, en cierta medida.
¿Es Bella una mujer que reivindica la decisión femenina sobre su vida y su cuerpo o es una mujer explotada sexualmente por las condiciones que vive?
Quizás esa parte es lo único realmente propio del cine de Lanthimos en Poor Things.
De ahí, parecería que nada más.
Poor Things es una comedia negra, con personajes que funcionan como estampas o salidos de dibujos animados, como lo muestra la actuación de Mark Ruffalo. Aunque hay otros que son, simplemente, magistrales.
El doctor Godwin Baxter que interpreta Willem Dafoe es pura perfección. No solo por la forma en que habla, sino por cada movimiento y la manera de presentar su deformidad y poner en evidencia su pasado de abuso. Baxter es el creador de Bella, el científico loco que coloca en la cabeza de una mujer que se ha suicidado el cerebro de la hija neonata de esa misma mujer. Para observar, para experimentar.
Godwin Baxter debió darle a Willem Dafoe una nominación a Mejor Actor de Reparto. Dafoe lo hace mucho mejor que Ruffalo, porque Godwin es una fuerza motora durante toda la película, mientras que Duncan Wedderburn desaparece sin pena ni gloria, convertido en una especie de sombra ridícula.
En Poor Things hay un gran diseño de producción, un vestuario excepcional —no existe vestimenta de Bella Baxter que no impacte—, una banda sonora brutal de Jerskin Fendrix —también nominado— y una cinematografía, responsabilidad de Robbie Ryan, que ayuda a perdonar todos los puntos bajos que hay en la película.
Porque esos puntos están ahí.
Lo que en la novela de Alasdair Gray es un recuento de la vida de Bella desde la perspectiva de su esposo —el ayudante de Godwin Baxter, Max McCandless— y con la propia Bella interviniendo para poner en entredicho su historia contada por una tercera persona; aquí existe un solo punto de vista. El guión de Tony McNamara, nominado a Mejor Guión Adaptado, no es precisamente la parte fuerte de la película.
Es en el storytelling en el que Poor Things falla, porque el viaje de Bella es inconexo y ella es capaz de actuar de la manera más ingenua y torpe posible —entregar todo el dinero que tienen a desconocidos para ayudar a los pobres—, para inmediatamente resolver situaciones con una lógica sencilla y precisa —prostituirse para conseguir dinero—.
Si bien hay un porqué detrás de ambas acciones, lo que no queda claro es cómo el personaje de Bella se desarrolla en ambas instancias. Quizás la marca del paso del tiempo, las elipsis en las historias, no están bien colocadas.
La película, en ese contexto, empieza a funcionar mucho mejor cuando se piensa en ella luego de salir de la sala.
Sin duda es en sus últimos 20 minutos en que Poor Things es un filme poderoso, pero se convierte en otra película, una especie de secuela de la historia que se iba contando, aunque siga siendo el mismo largometraje.
Lanthimos acelera la marcha y todo va hacia un punto en concreto.
Bella está siendo víctima de un hombre e intenta razonar con él para acabar con la dificultad. El desenlace, propio de un melodrama, funciona. Porque este trabajo es un melodrama extravagante, con un animal cabeza de perro y cuerpo de pollo que da vueltas por ahí y una construcción particular de familia, con una mujer fuerte y determinante como base.
Barbie, una vez más
Lo que hizo Greta Gerwig, quien no recibió una nominación a Mejor Directora —y debió recibirla—, es tomar el discurso feminista, la muñeca de Mattel y crear una sátira en la que todo es objeto de burla, desde la historia del cine hasta las propias ideas que esta película muestra. Ese es el principal valor de un filme que ha recaudado más de mil millones de dólares en taquilla en todo el mundo.
Es decir, Barbie ha conseguido unir calidad, humor y popularidad como muy pocos filmes en los últimos años.
Y esto se ha producido gracias al guión escrito por Gerwig y su pareja, el escritor y director Noah Baumbach. Ambos están nominados en la categoría de Mejor Guión Adaptado. Un guión que es una delicia por lo que consigue en términos de la historia que cuenta y por cómo va tergiversando su propia narrativa.
Barbie parte de un sentido paródico para ir convirtiéndose en algo mucho más profundo de lo que parece; aunque esa profundidad no llegue al fondo de las cosas. Es como si el relato de Pinocho se trasladara a esta muñeca que apareció en el mercado en marzo de 1959. Porque hay una conexión entre la Barbie que interpreta Margot Robbie y una empleada de Mattel llamada Gloria, personaje por el que America Ferrara recibió una extraña nominación a Mejor Actriz de Reparto para los Óscar 2024.
Esta nominación es rara porque hay muy poco sobre lo que su personaje pueda trabajar. Lo que Gloria tiene que pasar no es nada que no se haya visto en otras películas, en las que una madre agotada y sin ánimo intenta conectar con su hija adolescente y salir del agujero.
El hecho de que Gloria esté deprimida por lo que le toca vivir como mujer trabajadora y madre es lo que permite que la Barbie de Robbie empiece a deprimirse y salir del molde que se espera, en ese universo en el que viven, digno de tiras cómicas o de dibujos animados de fines de semana.
Entonces Barbie sale al mundo real, acompañada del majestuoso, impresionante y ridículo Ken de Ryan Gosling, quien no va a ganar el Óscar a Mejor Actor de Reparto, porque la comedia sigue siendo complicada de premiar para la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. Pero más allá de eso, Gosling es el jugador más valioso de la cancha.
Y lo que se nota en los videos del backstage que circulan en la web, sobre cómo él divirtió a todo el mundo durante el rodaje, es lo que vemos a través de la pantalla.
Su Ken es el culmen de lo absurdo y lo preciso, de la comedia física y del chiste sencillo. Es simplemente perfecto.
Es en el mundo real que tanto Barbie como Ken entenderán —o malinterpretarán— la dimensión de conceptos en los que se están moviendo. El patriarcado y el feminismo puestos a prueba en una especie de licuadora que va llevar a un solo lugar: al punto de arranque.
Todo lo que había en Barbielandia al inicio de la película, esa especie de matriarcado pop, está en riesgo porque Ken que aprendió del patriarcado, se vuelve un tipo de incel que pone todo patas arriba. Los hombres, los otros Ken, toman el poder y la Barbie de Margot Robbie, en compañía de Gloria y su hija, vuelven a ese terreno de fantasía a poner las cosas en su lugar.
Esa, en síntesis, es la historia. Nada del otro mundo.
Sin embargo, es la puesta en escena la que la hace sobresalir. Gerwig hizo una película que se burla de sí misma. Que se convierte en comercial de una marca y de sus muñecas, bajo la aparente idea de que no quiere vender nada. Además de que recupera y nombra varias películas clásicas para hacer chistes y revitalizarlas.
El centro de todo es una muñeca Barbie con vida, que consigue tomar una decisión por su propia cuenta, más allá de fuerzas externas que determinen su existencia. Hay un mensaje ahí.
Pero la envoltura es lo que funciona. Porque incluso en el reino de las lecciones y moralejas es posible que haya espacio para algo más.
Gerwig hizo una película que toma lo mejor de las comedias exitosas y lo pone al servicio del absurdo. ¿Una prueba? Hasta Will Ferrell tiene un rol determinante en el filme como el CEO de Mattel. La cinematografía parece sacada de un episodio de El Correcaminos y la música, especialmente las canciones, tienen un peso importante. No en vano, What was I made for?, de Billie Elish y I’m Just Ken, cantada por Ryan Gosling, están nominadas a Mejor Canción Original.
Dos piezas realmente fabulosas.
Barbie es una película de descubrimiento. Es una “heist movie” —película de robo maestro—, una comedia superior, una parodia y un filme plagado de fantasía, y en el que aparecen comerciales.
¿Tiene posibilidades de ganar? Muy pocas. En un año de grandes, pero realmente grandes películas, Barbie sobresale como un producto exitoso y llamativo que en recibir nominaciones ya tiene su máximo reconocimiento.
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