Que los océanos se mantengan sanos es esencial para la supervivencia de la humanidad. Ellos regulan el clima, producen oxígeno y, al ser uno de los mayores reservorios de biodiversidad del planeta, son una fuente primordial de alimentos. Por todas estas razones, dependemos de ellos para asegurar nuestro bienestar, pero “¿pueden ellos contar con nosotros?”, cuestionó el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, en su mensaje para el Día Mundial de los Océanos. “Deberíamos ser su mejor amigo, pero ahora mismo la humanidad es su peor enemigo”, aseguró.


Este reportaje se publicó originalmente en nuestro medio aliado Mongabay Latam


Cada año llegan a los océanos unas 11 millones de toneladas de residuos plásticos. Lo peor es que esta cifra podría triplicarse de aquí al 2040, según las Naciones Unidas. Además, la pesca ilegal y sobreexplotación de recursos marinos tienen a numerosas especies al borde de la extinción. Por otro lado, el exceso de gases de efecto invernadero en la atmósfera ha hecho que la temperatura del mar aumente y que el agua se acidifique causando serios impactos en los ecosistemas marinos y sus especies. De hecho, ya es posible ver los efectos de estos cambios en algunos arrecifes de coral. Pero hay algo más que está cambiando en los océanos debido a la crisis climática: las corrientes.

Los científicos han demostrado, valiéndose de complejos cálculos, que el aumento de la temperatura está haciendo que las corrientes en el océano cambien. Esto, dicen los especialistas, podría producir cambios en el clima y también en la disponibilidad de recursos. Lugares del océano que son altamente productivos —como por ejemplo, las costas de Perú y Chile— podrían dejar de serlo y, por el contrario, lugares que son más pobres podrían volverse más productivos, explica la doctora en oceanografía, Ivonne Montes.

Aunque las corrientes marinas son cruciales para la vida en el planeta tal cual la conocemos, la investigación científica dedicada a comprender qué está pasando con ellas es todavía escasa, sobre todo en el hemisferio sur. Es por eso que este año, para el día mundial de los océanos, la ONU quiso ponerlas en el centro del debate. ¿Cómo y por qué están cambiando? ¿Qué consecuencias debemos esperar?

Los cambios en las corrientes superficiales

Una corriente es el flujo de agua que va de una dirección a otra, tiene una velocidad específica y puede ser identificada. En la superficie del océano están muy bien señalizadas, dice Montes, siendo algunas de ellas la corriente de Humboldt frente a Perú y Chile o las corrientes ecuatoriales que van de este a oeste o viceversa. Esas corrientes estacionales se alimentan de agua continuamente, explica la experta.

Un equipo internacional, dirigido por investigadores del Instituto Scripps de Oceanografía de la Universidad de California San Diego, demostró utilizando simulaciones de modelos informáticos que el calentamiento global está haciendo que las corrientes superficiales se aceleren. Pero, ¿por qué?

Que el océano se mueva es debido a dos factores: el viento y la diferencia de temperatura y densidad del agua que existe entre una región y otra. Sucede que entre más fría sea el agua, más densa y pesada es, puesto que las moléculas permanecen juntas las unas con las otras. Por el contrario, el agua más caliente es menos densa puesto que la temperatura hace que las moléculas se dispersen. Según las leyes de la física, para mantener el equilibrio, las partículas se difunden desde áreas donde están más concentradas (menos temperatura) hacia áreas donde lo están menos (mayor temperatura). Es así como las diferencias en la densidad del agua y los cambios en la temperatura generan los movimientos en el mar.

Raya águila manchada

Raya águila manchada (Aetobatus narinari) nadando cerca del fondo del océano cerca de la Isla Darwin, en las Islas Galápagos. Fotografía de Daniel Versteeg de WWF.

Debido al calentamiento global, tanto la densidad como la temperatura están cambiando. Por un lado, las aguas superficiales están más calientes. Pero además, el derretimiento de los hielos y los cambios en los ciclos de las lluvias está modificando la cantidad de agua dulce que entra al océano y por ende, la salinidad del agua está variando. Esto último también afecta la densidad puesto que mientras más sal tenga el agua, más densa y pesada es. Por el contrario, si la salinidad disminuye, el agua será menos densa y por ende más liviana. 

Todas estas alteraciones han generado que las corrientes superficiales se desplacen a mayor velocidad. ¿Qué impactos puede esto traer? 

“Hay microorganismos que son necesarios para nuestros ecosistemas, pero no tienen la capacidad de nadar entonces se dejan llevar por la corriente”, explica Montes, por ejemplo, el plancton. De esa manera, agrega la experta, los cambios en la corriente pueden quitar elementos de un lugar y llevarlos a otro. Dicho de otra manera, “puede ser un mecanismo a favor de un lugar que es menos productivo, pero puede ser en contra de aquel que es más productivo. Eso amerita un tema de investigación, pero nuestra comunidad científica recién está investigando”, dice la oceanógrafa.

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Los cambios en las corrientes profundas

No solo las corrientes superficiales están cambiando. También lo están haciendo las aguas profundas aunque de un modo diferente.

La circulación termohalina, también conocida como cinta transportadora oceánica, es una corriente de gran escala que involucra a corrientes superficiales, pero también de fondo e intermedias, y que mueve el agua a través de los océanos del planeta, como un cinturón que une todo el globo.

Se forma en algunos puntos específicos de las zonas polares del planeta donde las masas de agua fría, densas y pesadas por su baja temperatura, se hunden en lo profundo del océano. Ese movimiento es el principal motor de este gran flujo de agua que a lo largo de su recorrido pasa por diferentes profundidades variando así su temperatura. “Las aguas son frías cuando están más profundas, pero cuando salen a la superficie se vuelven más cálidas”, explica Catalina Aguirre, investigadora del Centro de Ciencias del Clima y Resiliencia (CR2). Producto de ese movimiento se desprende una de las principales funciones de la circulación termohalina: transportar calor. De hecho, “la circulación termohalina es un mecanismo climático central en el transporte de calor para tener un clima como el que lo conocemos”, asegura Aguirre.

Los científicos, sin embargo, han identificado mediante investigaciones numéricas, que esta gran corriente —al contrario de las superficiales— se está desacelerando debido al calentamiento global. Sucede que el derretimiento de los hielos cerca de los polos ha hecho que disminuya la salinidad del agua y que, por lo tanto, esta se vuelva menos densa y menos pesada, explica Aguirre. “Necesitábamos que fuese agua muy densa para que pesara y se hundiera y diera paso a toda esta circulación termohalina. Pero el derretimiento de los hielos en zonas polares ha hecho que este sistema sea menos eficiente”, dice la experta.

Aunque no sea posible ver los impactos hoy, los modelos demuestran que el decaimiento de la circulación de esta gran corriente tiene consecuencias en el transporte de calor, asegura Aguirre. De hecho, “se ha visto que esta circulación ha sido responsable de los cambios de las eras glaciales porque al derretir más o derretir menos hielo, al formarse corrientes más profundas y más intensas, puede ser más rápida o más lenta” y por ende transportar más o menos calor, explica Montes.

Medusa

Medusa, Zona central. Fotografía de Eduardo Sorensen para Mongabay Latam

Un ejemplo que permite comprender el fenómeno es lo que narra la película El día después de Mañana, aunque “es imposible que eso ocurra en la vida real”, precisa Aguirre, puesto que los eventos no ocurren a la velocidad de la ficción. En la película, la circulación termohalina se detiene por completo, por ende se detiene el transporte de calor y comienza una glaciación. “Lo que en la película pasa en tres días es un argumento científico, pero que pasa en miles de años”, dice Aguirre.

Lo que sucede es que al detenerse el transporte del calor, “las zonas polares empiezan a ponerse más frías y eso hace que empiece a aumentar el hielo y cuando aumenta el hielo, aumenta también el albedo de la Tierra”, es decir, la reflectividad. Según explica la experta, un porcentaje de los rayos solares no permanecen en el planeta sino que rebotan. El hielo, al ser blanco, tiene una alta reflectividad por lo que al aumentar su superficie, básicamente, el frío se hace más intenso. “En el sistema climático estamos llenos de este tipo de interacciones y mecanismos. Actúan todos en conjunto y por eso es un sistema complejo y nosotros lo estamos interviniendo”, dice Aguirre.

Los desafíos para proteger los océanos

Invertir en ciencia para poder entender cómo se está comportando el océano y cuáles serán sus cambios a futuro es un gran pendiente en América Latina. “Nuestra comunidad (científica latinoamericana) está en pañales con respecto a estudiar la oceanografía”, dice Montes. Para responder a ese vacío, los científicos sudamericanos se están organizando, asegura la experta, para estudiar temas relacionados a la interacción océano-atmósfera. “Se han hecho pasos, tratamos de hacer esfuerzos para que se multiplique (la investigación), pero necesitamos más”, dice.

También es necesario hacer más en otros aspectos, aseguran los expertos, aunque el mundo ya ha avanzado en acordar compromisos para proteger los océanos. El año pasado, tras 20 años de negociaciones, los países miembros de Naciones Unidas terminaron el texto del Tratado de Alta Mar. Este es un paso clave para la protección de los océanos, aseguran los especialistas, puesto que permite la creación de áreas protegidas en aguas internacionales, obliga a los Estados a realizar un estudio de impacto ambiental si quieren desarrollar proyectos en alta mar y asegura que nadie pueda apropiarse de los recursos genéticos marinos.

Hotumatua

Hotumatua, Rapa Nui. Fotografía de Eduardo Sorensen para Mongabay Latam.

Además, los gobiernos llegaron a un acuerdo en la Organización Mundial del Comercio (OMC) para frenar los subsidios a la pesca que están comprometiendo las poblaciones de peces y dañando el medio ambiente marino. También se está negociando un acuerdo global legalmente vinculante para acabar con la contaminación plástica, pero “hacer realidad la gran promesa de estas iniciativas requiere un compromiso colectivo”, reconoció Guterres. Así es que el objetivo de conservar y utilizar de manera sostenible los recursos del océano, “pende de un hilo,” dijo.

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Michelle Carrere
Periodista en Mongabay Latam.
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