Hace ocho años, el 3 de junio se convirtió en un hito para la lucha contra el feminicidio en América Latina. Ese día, el grito Ni Una Menos fue coreado por miles de mujeres que marcharon por las calles hasta el Congreso de la Nación Argentina, en Buenos Aires.
Esta entrevista fue publicada originalmente en Agencia Pública, como parte de una alianza entre GK y el medio brasilero
Los ecos de aquel día se convirtieron en un impulso para los movimientos feministas de varios países. Hoy, organizado como colectivo feminista, Ni Una Menos sigue sacando a las mujeres latinoamericanas a la calle en la lucha por sus derechos. El colectivo existe en varios países de la región, como Chile, Bolivia y Perú, y está presente en otros lugares a través de alianzas con movimientos feministas locales, como es el caso de Brasil.
Agencia Pública conversó con Lucía Cavallero, activista argentina del movimiento Ni Una Menos, sobre las luchas feministas en América Latina. Doctoranda en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, Cavallero coordina las asambleas que organizan las marchas del 3 de junio y del 8 de marzo en el país, dos fechas clave en la lucha por los derechos de las mujeres.
La marcha de Ni Una Menos, en Argentina, del 3 de junio del 2015, se convirtió en un hito para el combate al feminicidio en América Latina. ¿Puede explicar cómo empezó Ni Una Menos y cómo el #3J acabó consolidándose como una de las fechas más importantes del calendario feminista latinoamericano?
Ni una menos empieza como una serie de acciones culturales donde distintas poetas y periodistas se juntaron a hablar de estos femicidios, que en ese momento no estaban contabilizados como un problema público. Sentíamos que había muchas violencias en nuestra vida cotidiana, que había cifras, pero que no estaba tomado como un problema estructural. Entonces, a partir de esas actividades culturales surge la consigna «Ni Una Menos», que se viraliza en las redes y genera una manifestación masiva en el Congreso de la Nación el 3 de junio del 2015.
A partir de allí el grupo Ni Una Menos, como colectivo, empieza a tener discusiones. Yo me incorporé en 2016, cuando tomamos una decisión que es que las marchas se iban a organizar con un proceso asambleario antes. Tomamos una decisión política de no solamente trabajar en un plano mediático, sino trabajar en un plano de organización de políticas, en un espacio donde pudieran participar organizaciones de distinto tipo.
En 2016 el movimiento convocó una huelga nacional de mujeres. ¿Cómo fue ese proceso?
Fue otro hito. Frente a la aparición de femicidios muy crueles en los medios de comunicación, hubo una necesidad de llamar al paro. Es la primera vez que el movimiento feminista en Argentina utiliza la huelga como una herramienta propia del feminismo, lo que genera muchas discusiones – si estábamos autorizadas para hablar de huelga o si de huelga solo podían hablar los sindicatos.
Pero finalmente se transforma en algo muy vital, no solamente para el feminismo, sino también para los sindicatos. Comenzamos con esta instalación de la huelga feminista, que ahora la trabajamos los 8 de marzo. La huelga fue muy importante porque nos permitió complejizar el diagnóstico de las violencias poniendo en la agenda la relación entre violencia económica y violencias machistas. Empezó a hacer una pedagogía muy importante en la sociedad sobre la idea de trabajo no remunerado, de precarización laboral e incluso la deuda. Yo particularmente trabajo mucho la relación entre endeudamiento doméstico y violencias machistas. Y hemos ido avanzando en esa complejización.
¿Cómo se difundió el movimiento? En su opinión, ¿cuál fue la clave para que el movimiento traspasara las fronteras de Argentina e influyera en otros países?
El movimiento, después del primer 3 de junio, empezó a tener réplicas en otros lugares. Se empezaron a organizar marchas auto organizadas que no estaban en contacto necesariamente con nosotras. Yo creo que la clave en eso fue hablar en un vocabulario que a muchas les hizo sentido. Esta consigna «Ni una a menos» era fácilmente apropiable para distintos contextos –porque no es lo mismo hablar de un femicidio en Perú que hablar en Argentina ni en Brasil. Tomamos algunos vocabularios que fueron comunes a nivel mundial, incluso contraseñas estéticas –como el pañuelo y ciertas cosas que fueron transformándose en contraseñas globales. Y luego fue muy importante un trabajo de tejido cotidiano con esas redes internacionales que se iban armando.
Las redes sociales han ayudado mucho a esta movilización, ¿no? ¿Son hoy un vector de participación en las causas feministas, en su opinión?
Las redes sociales fueron fundamentales para la viralización del feminismo pero ahora está sucediendo que las redes sociales son un espacio de mucha violencia política.
¿Y de género también?
Sí. Entonces, tienen una potencia y al mismo tiempo sabemos que es un territorio que no controlamos, porque es un territorio que está coordinado y hegemonizado por empresas y corporaciones multinacionales. Sabemos que, por ejemplo, se prohíbe que haya muestras de cuerpos desnudos de mujeres pero al mismo tiempo no se penaliza los ataques ultra fascistas contra periodistas, contra referentes.
Entonces, yo creo que ha sido muy importante Ni Una Menos para habilitar mediáticamente en las redes, para la viralización de las consignas y para las convocatorias, pero, al mismo tiempo, creo que hay que generar otras instancias porque las redes sociales son un territorio que está ocupado por la ultraderecha y no está en nuestras manos.
Mientras varios países de América Latina han avanzado en políticas de género, en Brasil enfrentamos una serie de ataques y retrocesos durante el gobierno de Bolsonaro. El año pasado, por ejemplo, batimos un récord de feminicidios. Estamos entre los países con mayor número de asesinatos de mujeres en América Latina y en el mundo. ¿Cómo ustedes perciben estos retrocesos en Brasil?
Una característica de esta última ola de los feminismos es su vocación internacionalista. Como nunca antes, hay muchas alianzas, redes, estos tejidos a nivel internacional y particularmente en Latinoamérica. Ni Una Menos existe en varios países de Latinoamérica con ese nombre —en Chile, en Perú, en Bolivia— y también en otras partes del mundo. Este proceso de internacionalización nos permitió, por ejemplo, estrechar muchas más alianzas con lo que teníamos con Brasil.
Sabíamos que lo que estaba pasando en Brasil era también un mensaje para todas en la región. Brasil fue como un laboratorio de esta reacción conservadora que está habiendo en todo el mundo. Entonces, en estos últimos años, estrechamos mucho la alianza con Brasil, casi teniendo novedades en tiempo real sobre cuáles eran los ataques en las universidades en el período de Bolsonaro, los casos de violencia política.
Que cuando piensas la política de una manera internacional sabes que esa reacción es una respuesta a todo, a todas. Porque lo que sucedió en Brasil también era una respuesta, [una forma de] decir «bueno que no suceda en Brasil lo que está pasando en otros países de Latinoamérica», donde se ponen en crisis jerarquías de género, jerarquías raciales, donde aparece una organización a partir del derecho a decidir sobre nuestros cuerpos.
¿Qué une la ola feminista en América Latina?
Yo creo que lo que nos une, obviamente, es nuestra condición de países coloniales, de países periféricos. Yo creo que lo que nos une es algo que, por ejemplo, en Europa y en Estados Unidos no existe, pero que en nuestros países existe, como las lideresas comunitarias en los territorios, defendiendo los territorios, poniendo en valor el trabajo comunitario. Eso creo que es muy característico del feminismo latinoamericano: esa idea de las feministas comunitarias que está en el territorio defendiendo contra el extractivismo. Incluso acá en Argentina, donde hay un movimiento muy urbano, también las feministas comunitarias son las que encabezan la lucha por el reconocimiento del trabajo comunitario.
Entonces yo diría que el feminismo latinoamericano es un feminismo comunitario y popular. Es un feminismo que está organizado más allá de una concepción liberal, como podemos encontrar por ahí en el Norte. En nuestro caso, lo que acá se entiende como feminismo popular —que es además un feminismo que está en las organizaciones sociales, en los sindicatos— es un feminismo que trabaja reforzando liderazgos de las compañeras que están en lo que acá nosotras llamamos economía popular, la economía que se organiza en los barrios para reproducir la vida. Eso es algo que no está en otros países en el Norte.
Tuvimos al menos 4.400 muertes violentas de mujeres en América Latina en 2021. ¿Cómo es hoy el escenario de la violencia de género en Argentina¿ ¿Ha habido avances desde el 3 de junio de 2015?
Esa es una discusión importante porque una pregunta estratégica que apareció es cómo medir la eficacia del movimiento. Nosotras obviamente tenemos en mente como índice de eficacia la cantidad de femicidios. Pero, al mismo tiempo, sabemos que los femicidios responden a problemas estructurales que no fueron cambiados aún. Entonces, necesitamos pensar que el efecto que tuvieron las movilizaciones también se puede medir con otros tipos de índices de eficacia.
Las movilizaciones en Argentina, a nivel institucional, generaron la creación del primer ministerio de géneros, que ahora se está replicando en otros países, y una serie de jerarquización de políticas públicas con perspectiva de género. Por otro lado, el saldo de ese primer Ni Una Menos fue la aparición de un montón de grupos, de colectivas feministas en distintos espacios —universitarios, territoriales, secundarios, en sindicatos, se crearon muchos espacios de género. Hubo como un saldo de mucha organización en relación a las demandas feministas.
Sin embargo, tenemos unas demandas que todavía no las hemos conquistado, que son muy estructurales. Por ejemplo, poder reconocer de forma remunerada quienes hacen acompañamientos en violencia machista en los territorios. No conseguimos que esas compañeras tengan una remuneración. No conseguimos todavía que el Estado proporcione patrocinios jurídicos gratuitos en forma masiva para quienes están atravesando situaciones de violencia de género.
Todavía queda como una sensación de que, a pesar de todas esas movilizaciones, que son muy importantes —porque sin la movilización no hay nada que puedas discutir—, la situación económica se empeoró y eso hace que hoy salir de una situación de violencia sea incluso más difícil que en 2015, porque se encarecieron los alquileres, es muy difícil el acceso a la vivienda, los salarios están muy bajos, las brechas de género, algunas disminuyeron, pero, sin embargo, siguen estando muy altas.
Yo ordenaría la situación así: las movilizaciones masivas llevaron a una politización de la violencia machista muy importante. Cambiaron la sensibilidad —hay hechos que no son tolerables y que antes lo eran, violencias que no son tolerables y antes lo eran. Han producido una reconfiguración incluso de la organización política, tanto a nivel del sistema político como a nivel de las formas de organización más de base. Han hecho aparecer un montón de espacios con demandas feministas. Han conseguido cierta inscripción institucional de esos problemas, con la creación de los ministerios, pero también porque continuamente los candidatos o las personas que están en política partidaria necesitan pronunciarse en relación a los temas feministas.
¿Se puede decir que la campaña nacional por el derecho al aborto seguro, que logró convertir en ley el aborto seguro y gratuito en Argentina en diciembre de 2020, vino a raíz de las movilizaciones iniciadas el 3 de junio de 2015 por Ni Una Menos?
La campaña nacional por el derecho al aborto seguro, legal y gratuito es anterior a Ni Una a Menos, muchos años antes. En un momento, Ni Una Menos vira hacia tomar el aborto como demanda principal en 2018. Los dos procesos se retroalimentaron: Ni una a menos masificó el feminismo y también generó mucha movimiento crítico para que después esa campaña nacional, que no era tan masiva, devenga masiva, casi con dos millones de personas en la calle el día de la aprobación del aborto.
No creemos que ese tipo de legislación se pueda conseguir únicamente por la voluntad política del gobierno que esté, porque estamos en un momento donde, a diferencia de principios de siglo, hoy tenemos una una ultraderecha organizada, que incluso está dentro del gobierno en algunos casos y, en otros casos, se está haciendo como una lucha cuerpo a cuerpo por que esos derechos.
Además de la lucha contra el feminicidio y la garantía del acceso al aborto legal y seguro, ¿cuáles considera que son los temas clave de la agenda feminista actual en América Latina?
El movimiento feminista es el único movimiento que puede cuestionar la totalidad de la organización social y política que hay en nuestros países. Hoy estamos en una discusión muy importante a nivel regional que tiene que ver con los cuidados, con el trabajo reproductivo, con quién produce la riqueza y quién se queda con esa riqueza. Y eso está directamente relacionado con la violencia, porque sabemos que quienes tienen autonomía económica pueden salir de las violencias y, si no, es muy difícil. Entonces yo diría que, a nivel regional, la discusión sobre la remuneración del trabajo reproductivo, sobre el reconocimiento, sobre la necesidad de que el Estado provea servicios públicos de cuidado, es hoy una discusión que atraviesa toda la región.
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