En medio del calor y la humedad del extremo norte de la Amazonía que colinda con Colombia, aún no ha amanecido, pero Elena* ya está de pie. Su embarazo de seis meses no le impide realizar los quehaceres de casa como solía hacerlo antes. De hecho, sigue atendiendo a sus tres hijos como siempre. Un poco de fruta, unos huevos revueltos, la leche que tanto les gusta. Pronto el cielo empieza a clarear y Elena ya tiene listos el desayuno y el refrigerio escolar de los niños . Hoy tiene un hogar, en Lago Agrio, provincia de Sucumbíos, y en su mesa—como el resto de días de los casi 11 meses que reside en Ecuador— ha habido comida, gracias a la asistencia humanitaria que brindan varias agencias de la Organización de las Naciones Unidas a las personas en situación de movilidad humana en Ecuador, como ella.


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Desde hace años, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y el Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés) atienden las necesidades básicas de quienes transitan o habitan en el país después de llegar como refugiados o migrantes. Las familias venezolanas son, en mayor medida, quienes acceden a esta asistencia. En los últimos tiempos: según estimaciones de la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes (R4V) , hasta finales de 2022, había más de 7,1 millones de personas refugiadas y migrantes que salieron de Venezuela hacia todo el mundo. Ecuador ha recibido el tercer número más alto en la región.

“Este es un impulso necesario, porque queremos superarnos”, dice Elena mientras señala una refrigeradora marrón, muestra una licuadora negra con vaso de plástico y una batidora de segunda mano que pudo comprar gracias al bono económico con el que empezó un pequeño negocio de venta de postres. Con lo que gana ahora puede mantener a sus tres hijos.

Elena dice estar satisfecha en Ecuador, aunque admite que tiene preocupaciones y sentimientos encontrados porque su hijo mayor y su mamá se quedaron en Venezuela. Hace una pausa y suspira. “Aquí mi familia está bien”, concluye. Arrulla en sus brazos a su bebé de un año, ocho meses y le canta: “Los pollitos dicen…”

La llegada de Elena y de sus tres hijos al país fue intrincada. Como a otros venezolanos, la situación de escasez e inseguridad los llevó a buscar nuevas formas de vivir y no fue fácil, nunca es fácil. Vendieron los porotos —como le dicen a los electrodomésticos en Venezuela— y salieron rumbo a Ecuador.

Lago Agrio fue su destino desde el principio: Elena dice que en el camino se encontraron con otros venezolanos quienes sugerían que era un buen lugar para plantar una semilla. Tan pronto como llegaron, una persona les habló de las agencias de la ONU que les podían ayudar. Tras una entrevista y un par de días, recibieron un bono mensual para las necesidades básicas y una tarjeta que le permite comprar alimentos saludables para su familia.

Giovanni Bassu, representante de ACNUR en Ecuador explica que esta asistencia es posible gracias a la implementación de la Declaración Conjunta de Asistencia en Efectivo de las Naciones Unidas (UNCCS, por las siglas en inglés de United Nations Common Cash Statement) operativo desde 2021 por parte de ACNUR, UNICEF y WFP en el país. Gracias al UNCCS, es posible entregar ayuda económica coordinada, a través de una tarjeta de débito, por ejemplo, y con ello lograr que las personas atiendan sus necesidades de acuerdo a sus prioridades. “Queremos empoderar a las personas y esta es una forma de respetar la dignidad y confiar en su capacidad de decidir”, recalca Bassu.

Las personas optan por comprar alimentos, medicina, pagar su renta u otra necesidad inmediata y particular para cada caso. Bassu dice que la asistencia brindada se resume en “salvar vidas a través de una atención inmediata”. Entre ellas, la entrega de kits en zonas de frontera y carreteras por donde transitan los refugiados y migrantes. Aunque la intervención por parte de la agencia es más extensa a través de diversos proyectos.

Una esperanza en medio de tortuosos nuevos comienzos

En una esquina de la calle Venezuela, en otro barrio de Lago Agrio vive Diana* junto a su esposo y sus tres hijas. En el porche frontal del departamento en el que viven hay un taller de soldadura, el oficio que desempeña su esposo y que ha permitido que esta familia venezolana salga adelante.

“Este es el taller”, dice Diana mientras señala a su alrededor. Trae en sus brazos a su niña menor de apenas un año. Entusiasmada, dice que le encantaría aprender a soldar. Sonríe al mirar las herramientas, como quien advierte que para ella nada es impedimento. “Siempre he pensado que lo que puede hacer un hombre también lo puede hacer una mujer, por eso me gradué de oficial de policía en Venezuela”, cuenta.

Pronto entra en confianza y empieza a recorrer el pasillo para mostrar su hogar. Se apresura a encender un pequeño ventilador que pone todo su empeño en dar aire fresco. “Para estar más cómodos”, dice. La sala de estar del departamento está ocupada por una cama de dos plazas en la que duermen ella, su esposo y su bebé. Colgado en unos cordeles que atraviesan la habitación, está un uniforme fucsia que Diana viste cuando limpia las habitaciones de un hotel local.

Esta familia llegó a Lago Agrio hace poco más de un año, pero su búsqueda de un mejor destino empezó un año atrás. “Venimos de Cali, mi última hija nació allá”, dice Diana. Afirma que en Ecuador han recibido la ayuda que en ningún otro lugar tuvieron. Lo dice como si pronunciara un mantra que asegura un mejor futuro para los suyos.

Vinieron a Ecuador por sugerencia de una amiga que vivía en Lago Agrio y que, los acogió durante los primeros días de su llegada. Afortunadamente, poco después de establecerse, su esposo consiguió un trabajo, pero, para recomenzar en un nuevo país, y por segunda vez, se necesita mucho más.

“Cuando los niños tienen hambre sabes que no hay tiempo que esperar”, dice, mientras corta cebollas, pimientos verdes y tomates para preparar un guiso de pollo. Alguien les contó que hay opciones de apoyo desde las distintas oficinas de la ONU para personas en situación de vulnerabilidad, como ellos. Pronto Diana fue entrevistada y a los pocos días se le asignó una tarjeta de alimentación de WFP.

Ganador del premio Nobel de la Paz en 2020, por sus esfuerzos para responder a las emergencias que atraviesa un país, WFP trabaja, principalmente, para que las personas en situación de vulnerabilidad, refugiadas y migrantes puedan tener alimentación de calidad.

Para ello, WFP está en 16 de las 24 provincias del Ecuador y hasta diciembre de 2022, ha logrado socorrer a alrededor de 293,413 personas. La asistencia alimentaria que reciben Elena y Diana es parte del bono de los 1000 días entregado a familias con miembros menores de 3 años, mujeres embarazadas o en periodo de lactancia. Para 2023, la asistencia de WFP pondrá alimentos sobre las mesas de alrededor de 40.000 personas que viven en Ecuador.

El bienestar de niños y niñas es la base para salir adelante

Según la Evaluación Rápida Interagencial del Grupo de Trabajo para Refugiados y Migrantes, GTRM, 4 de cada 10 grupos familiares en situación de movilidad humana en Ecuador tienen un integrante con al menos una necesidad específica de protección. Esto incluye niños y niñas que se convierten en prioridad a la hora de recibir asistencia humanitaria.

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) trabaja para que las familias en situación de movilidad humana permanezcan juntas en el país. Esencialmente, se concentran en protegerlas y promover que los niños, niñas, adolescentes y sus familias accedan a sus derechos, explica Luz Ángela Melo, representante de UNICEF en Ecuador. Desde el 2020 hasta la fecha, en el programa han participado más 1.400 familias, asistiendo a alrededor de 5.500 personas. De ellas, el 60% son niñas, niños y adolescentes.

UNICEF, como WFP y ACNUR, desarrollan estrategias integrales y coordinadas que combinan asistencia económica y acompañamientos, como asesorías para desarrollar un plan de vida, para alimentarse bien, ejercer sus derechos y, sobre todo, para que las personas puedan integrarse a las comunidades a las que llegan.

Para atender las diversas necesidades inmediatas de las personas en situación de movilidad, es fundamental la coordinación entre las agencias, explica Matteo Perrone, representante de WFP en Ecuador. “Intentamos ir hacia una misma dirección”, sostiene.

Para conseguirlo, hay tres pilares que han permitido sostener con éxito la Declaración Conjunta de Asistencia en Efectivo de las Naciones Unidas (UNCCS, por sus siglas ).

En primer lugar, las tres agencias manejan un mismo sistema de datos. Eso les permite tener a la mano la información sobre las personas y la clase de asistencia que están recibiendo. Así se evitan duplicidades, se suprimen engorrosos procesos y múltiples entrevistas que estropearían la entrega de asistencia oportuna y eficiente.

El segundo pilar implica trabajar programas complementarios. Entonces, basta con que las personas tengan en un único registro por una de las entidades para que se canalicen las asistencias de acuerdo con las competencias de cada agencia. “Unos se ocupan de la parte alimentaria, otros de los niños y niñas y otros de la vivienda u otras necesidades básicas”, explica Perrone.

La última columna de la coordinación entre estas tres agencias de la ONU es el método a través del cual se entrega la asistencia económica y que se realiza a través de una tarjeta de débito.

El futuro es una puerta abierta

Una vez que los tres hijos de Elena han desayunado, emprenden su camino hacia la escuela. “Primero son mis hijos, segundo mis hijos y luego siguen estando mis hijos”, dice ella. “Los imagino graduados del colegio y yendo a la universidad”, dice Elena con la convicción de que es posible.

En cuanto llega a casa, después de dejar a sus hijos en la escuela, empieza a hacer el quesillo —una especie de flan— que venderá en las calles de Lago Agrio. “Yo espero algún día tener un espacio fijo donde vender los postres”, dice mientras coloca en la licuadora un poco de leche en polvo, esencia de vainilla y huevos, la base del postre que un día aprendió a hacer de su tía Mary.

Al igual que Elena, Diana tiene claro que el futuro de sus hijas seguirá decantándose en Ecuador y se preparan para aquello. El propósito de ambas familias es construir nuevas raíces para consolidar un mejor futuro.

Ponen todas su fuerzas para que así sea. Esa fuerza no sería posible sin la esperanza que trae la ayuda humanitaria brindada en los momentos más álgidos de su trayecto, cuyo horizonte ha empezado a despejarse y que les permite sonreír y soñar con una vida plena para sus hijas e hijos.

*Nombres ficticios

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