programa de periodismo y migración

El Estadio Metropolitano de Mérida, una ciudad al noroeste de Venezuela, en plena sierra y zona montañosa andina, estaba a reventar. Era el 6 de septiembre de 2016 y la selección de fútbol de Venezuela jugaba contra la Argentina de Messi en un partido por las eliminatorias para el Mundial de Fútbol de Rusia 2018. Ahí estaba yo, ante 46 mil personas, en el centro de la cancha. Trataba de mantener arriba la energía de todos los asistentes. Me escuchaban, los hacía levantar las manos y gritar por nuestra selección, se movían cuando se los decía y hasta presenté a algunas de las agrupaciones de música regional que tocaron esa tarde.

Fui el animador del encuentro hasta 30 minutos antes del arranque del partido —que terminó en empate, 2 a 2. Hice lo que tenía que hacer.

Mucha gente se me acercó a felicitarme. Me gustaba eso, porque me estaba convirtiendo en una pequeña figura de relevancia en mi ciudad. Lo que había soñado desde niño. Sí, me estaba pasando lo que esperaba que me pasara. Y fue justo ahí, después de ese partido, que comencé a trabajar para la Gobernación del estado de Mérida, en el Instituto de la Mujer y la Familia. Luego fui parte de la Coordinación de Relaciones Públicas de la Fundación para el Desarrollo Cultural. Es decir: tenía ingresos económicos, animaba espectáculos y la gente me reconocía. Iba por el camino adecuado.

Alejandro Martínez

Alejandro Martínez dando una entrevista para la Televisora Andina de Mérida. Fotografía cortesía de Alejandro Martínez.

Pero dos años después estaba vendiendo cupcakes en las calles de Quito, Ecuador. Debía mantenerme, mantener a mi esposa y a mi hijo pequeño. 

—¿Tú eres de Mérida, no? ¿El animador? —a veces me preguntaban algunos venezolanos, merideños como yo, que se me acercaban y que me reconocían. Esto me pasó cuando trabajaba por el parque La Carolina y por otros sectores con harta afluencia de venezolanos en Quito.

—Sí, claro, sí lo soy —en ese momento me alegraba, pero pronto llegaba la siguiente pregunta y la alegría se convertía en una obligación al tener que dar una respuesta real.

—¿Y esos cupcakes?

—Se los compré para apoyar a un venezolano que los está vendiendo aquí arriba, respondía con vergüenza.

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Esto me pasó algunas veces. Pensaba que ese no era yo, que mi vida no podía haber cambiado tanto. Pero en ese momento era un migrante más, un ser humano común y corriente buscando mejores oportunidades de vida y yo no lo entendía. Me costó verlo así, quería seguir siendo aquel joven que recorría las fiestas de los pueblos animando elecciones de reinas y otros eventos. 

animando fiestas

Alejandro Martínez animando fiestas infantiles en Venezuela. Fotografía cortesía de Alejandro Martínez.

Nunca me imaginé que algo así me iba a pasar. Dios me concedió la fortuna de ser papá en 2018 y esa fue una noticia muy linda, que marcó mi vida, pero todo lo demás no estaba en mis planes. Ya no era el animador de espectáculos públicos, ya no trabajaba en radio y no podía organizar los conciertos y shows que hacía en mi país. Todo era distinto. Los escenarios eran las calles de Quito y mi público no era gente que quería diversión nocturna, eran compradores de cupcakes que buscaban algo rico para comer o compraban para apoyar a un venezolano.

§

Llegué a Ecuador pensando que iba a encontrar trabajo con rapidez. Que de algo serviría haber empezado a hacer radio a los ocho años y tener mi propio programa a los 13. 

Mérida

Los inicios de Alejandro en Libertad 90.5Fm, una radio comunitaria de Canaguá, Mérida.

Pero no fue así. Rápidamente entendí que somos pequeños fragmentos en medio de un gran mundo; es decir, ante algunos podemos representar algo, pero ante muchos no somos nada. Migrar te enseña que hay más mundo por descubrir y millones de cosas por aprender. 

Con el tiempo fui aceptando lo que me estaba pasando, sin claudicar en mi sueño. 

—¿Tú eres de Mérida, no? ¿El animador? —me preguntaban.

—Sí, soy yo.

–¿Y esas arepitas? ¿Esos cupcakes? ¿Tú los vendes?

— Sí, sí. Son bien ricos, los hace mi esposa y yo me encargo de venderlos.

No me olvido de la cara de impresión de estas personas. Una señora me felicitó y me dijo que siempre me escuchaba en la radio y que hasta había asistido a algunos de los eventos que organizaba. 

—¿En serio vendes esto?— me preguntó riendo

—Así es. ¿Cuántos me va a llevar? — le respondí.

Mientras asimilaba el cambio en mi vida, yo aprovechaba para vender cupcakes o arepitas de harina de trigo andinas, que en Ecuador se conocen como tortillas.

§

Decidí irme de Venezuela en junio de 2018. En mayo organicé mi último evento en Mérida y ya podía sentir que las cosas no andaban bien. La inestabilidad económica era evidente: a las 8 de la mañana de cualquier día, una libra de arroz costaba 10 bolívares. Tres horas después, podía valer el doble. 

La decisión no fue fácil. Tenía dos opciones: seguir luchando por mis sueños en mi país, enfrentando la crisis política y económica o, como muchos, migrar y buscar nuevas oportunidades. Dejar a mi familia, dejar atrás años de arduo trabajo en radio y dejar a grandes amigos fue algo que me destrozó el alma. Era obvio que no sabía cuándo volvería a escuchar gaitas en diciembre, animar otro evento, abrazar a mi mamá o simplemente tomar el café de mi tierra cada mañana.

Pero tenía que irme, debía velar por la estabilidad de mi esposa y de mi hijo.

viaje a Cúcuta

Daliana Mora, mi esposa, Álex, mi hijo recién nacido, y yo, días antes de mi viaje a Cúcuta.

Y ese día llegó. El 31 de julio de 2018, a las 4 de la mañana, apareció el taxi que me llevaría al terminal Jose Antonio Paredes de Mérida, desde donde tomaría el bus con el que llegaría a la frontera de Venezuela con Colombia. Antes de subirme al taxi, mi mamá me abrazó tan fuerte que entendí ese dolor de ver partir a uno de sus hijos, ese dolor que han sentido millones de familias venezolanas al separarse de sus seres queridos. 

maleta para el viaje

Mi mamá Hereida Mora, cosiendo mi maleta para el viaje. Fotografía cortesía de Alejandro Martínez.

Álex, mi hijo, tenía un poco más de un mes de nacido. Daliana, mi esposa, entonces de 19 años, tenía que esperar el momento preciso para salir, para volver a estar juntos. Es decir, me adelanté al viaje para probar suerte y que ellos no llegaran a nada. Entonces llegué primero a Cúcuta, la ciudad colombiana que está cerca de Venezuela. Luego de 15 días, Daliana y Álex —él de dos meses— llegaron a Cúcuta. Pero solo estuvimos tres días juntos. Ella tenía familia que la estaba esperando en Bogotá para viajar a Quito. Yo no tenía el dinero para hacerlo, así que decidimos que me quedaría unos días más en Cúcuta para conseguir el dinero y alcanzarlos.

Cúcuta

Alejandro Martínez ocho meses después de llegar a Cúcuta, Colombia.

Los días en Cúcuta fueron complicados. Los contactos que tenía no me funcionaban, así que tuve que buscar trabajo por mi cuenta, al mismo tiempo me quedé sin lugar para dormir. Por suerte, una empresa de telefonía importante me ofreció trabajo los fines de semana y eso me alcanzaba para algo. Sin embargo, mis comidas diarias pasaron de 3 a una sola, porque el dinero no era suficiente: al mediodía compraba una papa rellena y así mi estómago debía aguantar hasta el siguiente día.

Pero no podía más, debía salir de Cúcuta y estar con mi mujer y mi hijo. Tuve que llamar a mi mamá.

—Mami, ayúdame por favor.

—Dígame, mijo.

No le conté que no tenía donde dormir.

—Ayúdame a conseguir a alguna persona que me preste dinero para irme a Ecuador, yo tengo algo aquí, pero no me alcanza.

Mi mamá hizo lo que toda madre haría: se comunicó con un amigo del pueblo y puso su nombre como responsable de 100 dólares americanos que me llegaron en pocos días.

Durante los últimos 4 días en Cúcuta mantuve algunos compromisos de trabajo con quienes me dieron la oportunidad laboral y eso me ayudó a reunir algo más para el viaje. 

Eso sí, ante no tener dónde dormir tuve ante mí dos opciones: dormir en el terminal o buscar algo muy barato. Me dijeron que cerca al terminal alquilaban habitaciones a 5 mil pesos la noche —un poco más de un dólar. No dudé en ir a este lugar y, en efecto, la noche costaba 5 mil pesos.  Me alegré tanto que agradecí a Dios porque casi a las 8 de la noche conseguí dónde dormir después de un día duro. Soriendo llegué a mi habitación. 

Pero algo raro pasaba. 

Las mujeres, vestidas de manera provocativa, entraban y salían de las habitaciones. La persona que me atendió me llevó al lugar donde me iba a quedar.

—Aquí duermes, esta es la sabana y el baño está acá —me dijo, señalando un cuarto pequeño sin techo, con vista a la ciudad. Era como si estuviera acampando, podía ver el cielo desde allí. 

Quedé atónito, no era una habitación, menos una cama. Era un colchón en un espacio abierto y más personas pasaban la noche ahí.

Era un prostíbulo.

El dinero prestado llegó cuando ya había cumplido dos meses en Cúcuta y con 100 dólares y algunos pesos reunidos, pude iniciar mi viaje a Quito. La emoción se combinaba con la tristeza. Estaba emocionado porque volvería a ver a mi esposa y a mi hijo; pero las lágrimas se escapaban porque dejaba definitivamente a otros familiares y el cielo de la frontera con Venezuela se alejaba en cada kilómetro que el autobús recorría.

Ya en Bogotá, la capital de Colombia, el chofer nos dio las indicaciones que necesitábamos:

—Amigos, el viaje será de unas 12 horas hasta Cali, y de Cali otro bus les llevará a Ipiales, en la frontera con Ecuador. Eso también tomará 12 horas, aproximadamente— nos dijo.

Me había tomado 13 horas llegar a Bogotá y todavía me faltaban 24 para alcanzar Ipiales. Eso, si todo marchaba bien.

De Ipiales a Rumichaca serían 15 minutos. Y de Rumichaca a Quito, 6 horas.

§

El 12 octubre de 2018 ingresé a Ecuador. Tenía solo 20 dólares en mis bolsillos. Ni siquiera tenía pasaporte, por lo que sellé mi carta andina ante las autoridades para entrar de manera regular. Horas más tarde, pude abrazar a mi esposa y a mi hijo pequeño. 

Y empezó la siguiente parte: conseguir dinero para pagar arriendo, servicios, comida y todas las necesidades básicas. Por eso me puse a vender arepas de harina de trigo y cupcakes. 

No podía creerlo. Esa era mi nueva vida.

Vendía cupcakes en un semáforo, donde más venezolanos ofrecían sus productos. Los días se me hacían interminables: el sol, el frío, estar de pie varias horas hasta venderlo todo.  Muchos estaban felices haciéndolo, pero yo no. No estaba preparado para dejar de lado lo que más amo. 

Todo lo vivido en Cúcuta —el viaje y salir a buscar el pan de cada día en las calles— valió la pena para entender que los momentos duros siempre llegan. Y que, a veces, cuando parece que todo está perdido, cuando tenemos la impresión de que estamos destinados a abandonarlo todo y que deberíamos acostumbrarnos a comenzar una vida dejando atrás lo que somos… siempre nos quedan nuestros sueños y metas. Apuntamos hacia ellos, nuestras aspiraciones, así sea duro el camino y tengamos que empezar de cero una vez más.  

Las primeras semanas se consumieron en noches en las que corrían las lágrimas, abrazando a mi esposa y a mi hijo. Hablaba con ellos después de la jornada de venta, contaba las monedas y les juraba que íbamos a salir adelante.

§

Han pasado cuatro años desde que llegué a Ecuador. Los días oscuros pasaron, incluso entre paros y una pandemia que complicó mucho la situación en casa durante 2020. Pero nos mantuvimos adelante, a pesar de la angustia.

El sueño seguía ahí y lo concreté con una idea sencilla: estaba encantado con Ecuador y comencé a notar que muy pocos ecuatorianos y ecuatorianas conocían las maravillas de su país. Esas maravillas que poco a poco iba conociendo, porque siempre me ha encantado viajar y visitar lugares distintos. Uní eso a lo que iba aprendiendo en algunos cursos que empecé a tomar, sobre todo a pensar en un contenido de vídeo específico, dirigido a un público en específico. 

Gracias a un viaje que realicé a Latacunga, para grabar un programa piloto para televisión sobre la sierra ecuatoriana y su volcán Cotopaxi, la idea se concretó. Sin embargo, no pudo ser para la televisión, ya que el canal que me permitió presentar el piloto en realidad me estaba vendiendo el espacio para sacar el programa y yo no tenía los contactos necesarios, el dinero, ni los clientes para hacerlo y mantenerlo. 

En vista de que tenía todo grabado, decidí no dejar esto abandonado y aproveché para crear el canal de YouTube Rutas de Encanto subiendo el primer video el 8 de mayo de 2021.

Así que decidí manejarlo de la mejor manera posible, aunque no tuviera los equipos que requería conmigo. Empecé con un teléfono de baja gama y prestando computadoras para editar los videos. Me puse a buscar formas de financiamiento y todo lo que estuviera a mi alcance para entender más de este proceso y mejorar en cada video que subía. Presenté el canal a una empresa importante de Ecuador, gané el segundo lugar en el challenge 101 maneras de hacer sostenible nuestra vivienda y me otorgaron un certificado como Joven embajador de la buena convivencia. Todo esto me iba sirviendo y engordando mi hoja de vida. Finalmente presenté mi canal a una institución que otorga capital semilla a ideas innovadoras y ahí empezó a cambiar mi vida. Porque pude adquirir con ese dinero una buena cámara, un micrófono y una luz que me permitía iluminar mejor los videos.

Aún no recibo dinero por crear el contenido, pero la verdad es que los videos que hago me han ayudado a conseguir algunos trabajos específicos, luego de haber recibido algunos cursos en marketing digital y emprendimiento. He sido payaso para inaugurar tiendas importantes y hasta he interpretado a Simón Bolívar en una obra de teatro. A veces, ambas cosas el mismo día.

Para mí, lo realmente valioso es aquel esfuerzo que haces por seguir adelante, a costa de lo que sea, pero siempre haciendo bien todo.

Por el canal, y hasta la fecha, he visitado más de 30 destinos turísticos en el Ecuador, como: 

  • Baños de Agua santa
  • Ambato
  • Latacunga
  • El volcán Cotopaxi
  • El volcán Antisana
  • El teleférico de Quito
  • El volcán Rucu Pichincha
  • El cerro sagrado Catequilla
  • El monumento a la Mitad del Mundo
  • San Miguel de los Bancos
  • Atacames
  • La parroquia Nono
  • Bogotá, en Colombia 

Y en 2021 pude visitar Venezuela y grabé algunas maravillas de Mérida, mi ciudad natal.

§

San Miguel de los Bancos

Viaje a San Miguel de los Bancos con algunas personas que querían participar en uno los viajes de Alejandro.

—Estás loco —me decían.

—Vas a necesitar mucho dinero para viajar y lograr lo que quieres, me repetían.

Incluso, uno de los jurados en un concurso de una institución que entrega capital semilla, llegó a hacerme dudar de lo que quería hacer:

—Hay mucha gente haciendo lo que tú haces y son ecuatorianos que tienen muchos seguidores. ¿Estás seguro que quieres competir con esta gente? Te cuento que llegar a lo que me dices, 1000 suscriptores en un año, y sin invertir nada en las redes sociales es imposible, según mi experiencia.

Pues bueno, no le hice caso.

Un año después, tengo 1100 suscriptores, sumando más de 35 mil visitas en YouTube y en Facebook he alcanzado cifras que nunca imaginé: más de 100 mil personas han visto mi página. Aunque no son millones de seguidores y aún sin generar ingresos económicos sigo ahí, porque es mi sueño. Quiero comunicar y que me conozcan. 

El que se cansa, pierde.

Alejandro Martínez en su primera cumbre

Alejandro Martínez en su primera cumbre: el volcán Rucu Pichincha.

Hoy ya tengo mi computadora propia para editar y un dron con el que me propongo mejorar mis videos. Sigo cumpliendo mi sueño y no descuido a mi familia. Es complicado, es un sacrificio tremendo, pero estoy motivado y lo hago con gusto. Hoy, simplemente, me doy cuenta de que a pesar de las dificultades, para un joven soñador de 26 años lo único imposible es lo que nunca se imagina.

youtuber venezolano

Alejandro es un youtuber venezolano que con su cámara quiere capturar los paisajes de Ecuador.

Alejandro Martinez 150x150
Alejandro Martínez
Nació en Canaguá, Mérida, Venezuela. Es graduado de Periodismo Digital - FATLA. Es animador, locutor de radio y youtuber. Vive en Quito, Ecuador. Tiene 26 años, comenzó en radio a los 8 años y como animador a los 13 años.
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