A las 7 de la mañana del 1 de febrero de 2021, entrar a La Gasca era muy difícil: las calles estaban cubiertas de basura, sedimentos y restos tras el aluvión del día anterior. En algunas partes, los remanentes del desastre superaban el metro de altura.
Las calles de La Gasca, tradicionalmente ajetreadas y repletas, estaban casi vacías. A lo lejos se escuchaban gritos de ayuda, el golpeteo de las palas contra el lodo, y tractores que, entre la llovizna de la mañana, intentaban mover el sedimento. Sus operarios se movían con cautela, temerosos de causar un derrumbe que complicase más las tareas de rescate y limpieza.
Las vecinos de La Gasca, un barrio movido y populoso, luchaban por sacar el sedimento de sus casas —pero todo esfuerzo parecía ser insuficiente. La cantidad de piedras, palos, troncos, y todo cuanto el aluvión con el que se alimentaba, era tal que había quienes tenían a los árboles de veredas y parterres dentro de sus patios. Con palas, escobas, fierros, varios moradores asistían a quienes más daños habían sufrido. Muchos, decían, vivían con el alivio de que en su cuadra los daños eran únicamente materiales.
Del lado de la calles Nuñez de Bonilla y Domingo Espinar, el panorama era distinto y mucho más desolador: estaban cubiertas de lodo y a lo lejos se veían varios vehículos que habían sido arrastrados por la fuerza del aluvión. No había cómo poner un pie en esas calles sin hundirse o sentir la fuerza con la que aún el sedimento bajaba. Varios grupos de personas recorrían los espacios cercanos al parque de Pambachupa con el rostro marcado por el dolor y la angustia. Muchas buscaban a sus familiares, quienes el día anterior se habían reunido, como era costumbre, a jugar volleyball en la cancha del barrio.
Lo que queda de la cancha de volley y del parque Pambachupa. Fotografía de Diego Lucero para GK.
El ambiente era tenso. En algunas esquinas se podía observar cómo las personas habían reunido prendas de ropa y zapatos para identificar si pertenecían a alguna de los desaparecidos. De a poco llegaban las grúas y volquetas que fueron recibidas por unos pocos aplausos de los habitantes del sector.
Algunos, conmocionados, contaban cómo habían logrado entrar a sus casas minutos antes del desastre. Otros, recordaban con dolor que ese día decidieron no salir y, a diferencia de sus amigos, no desaparecieron en medio de este desastre.
La avenida La Gasca después del aluvión. Fotografía de Diego Lucero para GK.
La mañana avanzó. De a poco fue llegando la maquinaria pesada destinada a limpiar el desastre. Algunas calles se despejaron; otras fueron cerradas para evaluar los daños. Varios vecinos salieron a sus trabajos y era como si caminaran bajo una nube de duda: ¿volvería la tragedia a repetirse con la lluvia que seguía cayendo? Todos parecían compartir el temor de que, aquellas casas que no fueron afectadas, mañana no corran con la misma suerte.