El 22 de marzo de 2020 la mayor zona de diversión nocturna de Quito, donde más gente suele verse, lucía como una película de terror en la que aparece la ciudad abandonada tras un gran desastre. No tenía la desolación de Chernóbil, sino el nerviosismo rampante de The Walking Dead, donde las personas caminan rápidamente por donde presumen que hubo ataques de zombies. En Quito, la “Zona”, como se conoce a las cuadras del barrio La Mariscal que circundan a la plaza Foch, donde se concentra el 75% de los bares y discotecas de la capital, la gente no escapaba de zombies, sino del coronavirus que azotaba al mundo.
Dieciocho meses más tarde, los bares y discotecas de la ciudad han recibido oficialmente el permiso para reabrir. La tarde del 9 de septiembre de 2021, la gente camina rápidamente antes de que se oculte el sol preocupadas por su seguridad —la pandemia del coronavirus agudizó los problemas que ya sufría la zona. La debacle institucional del municipio local, sumido en la que es quizá la peor administración del siglo XXI (el presupuesto del 2021 se ha ejecutado en apenas un 30%), ha sumido a la icónica Mariscal en una crisis aún más profunda. Aún así, los bares y discotecas de la Zona que resistieron el embate económico del covid-19, intentan recuperar la noche en el distrito quiteño donde ella fue siempre joven.
Antes de la fecha oficial de reapertura, muchos bares de La Mariscal estaban metamorfoseados en restobares para poder abrir. A su oferta espirituosa le agregaron platos a la carta, cumpliendo de esa forma con la ordenanza que les permitía reabrir como restobares.
El día anterior, el primero en que reabrieron las discotecas, no hubo la afluencia que esperaban sus dueños. Según Gabriela, una enganchadora que prefiere no decir su nombre completo, la cantidad de personas que fue esa noche no fue diferente a las anteriores. Con ella coinciden los trabajadores alrededor de la plaza Foch con los que pudimos conversar.
Sin embargo, todos los comerciantes de la zona apostaban a mejorar sus ingresos. hoy juega la selección ecuatoriana de fútbol contra la de Uruguay en las eliminatorias al mundial de Qatar 2022.
Todos los restaurantes están llenos —si llenos se puede llamar a que estas viejas casonas donde funcionan los bares, que tienen entre 100 y 120 metros cuadrados, a tener máximo unas treinta personas por establecimiento.
Intentar entrar en esos establecimientos durante el partido es imposible. Todos los enganchadores dicen “no hay dónde ya estamos con el aforo completo”. Pero en las calles aledañas, el tráfico viandante en busca de un televisor y un mojito, una cerveza o una ron con cola, era muy bajo —una triste semblanza de lo que una vez fue el barrio de La Mariscal en épocas de eliminatorias mundialistas.
Tras caminar varias cuadras, encontramos dos, una a cada flanco de la plaza Foch. Decidimos entrar a Buga, con el miedo coronavírico que siempre dan los lugares cerrados.
La fila para entrar a la discoteca es corta —apenas tres personas. A la entrada, Alejandro, un joven de no más de 22 años, nos recibe. Pregunta si estábamos vacunados y nos pide nuestras cédulas y el carné de vacunación. “Si no lo tienes, puedes descargarlo en esta página del Ministerio de Salud”, dice, anticipándose al problema: sin carné no se puede entrar entrar a las discotecas quiteñas.
Antes de entrar, el portero nos recuerda las reglas con que se retoma la noche en la plaza: podemos quedarnos solo dos horas. Cuando se cumplan nos pedirán que “nos retiremos”. Además, nos recuerda que el establecimiento solo puede abrir hasta las 11 de la noche de lunes a jueves y los fines de semana hasta la medianoche.
En los demás locales, el panorama era similar. En una vieja casona, donde están unas 25 personas, el encargado del bar nos asigna una. “Por favor, vean al suelo: no se pueden salir del cuadrado que forman estas cintas”, dice, señalándonos unas tiras fosforescentes en el piso. No solo no podemos salir de ese espacio, sino que tampoco debemos ni interactuar con el resto de clientes. “Se debe respetar el espacio de los demás”, dice.
A los pocos minutos, trae la carta de bebidas, pero con una hoja adicional que debíamos firmar. El documento especifica que conocemos los riesgos asociados a contagiarnos de covid-19 Además, tiene impresas otras reglas como ir al baño siempre con mascarilla.
Casi todas las personas que bailan en su metro cuadrado de diversión son parejas de entre 18 y 26 años. Hay apenas dos grupos de amigos festejando el regreso a la vida nocturna. La nueva noche quiteña es una matiné para adolescentes de los viejos tiempos: todo está milimétricamente calculado y los fiesteros deben volver a su casa a una hora adecuada.
Pese a que la luz vuelve a brillar para la reactivación económica de esta zona hay más dudas que respuestas. Según los propietarios de los negocios no hay una declaración oficial sobre cómo van a operar, y la única información que disponen la han obtenido a través de los medios de comunicación. Del paralizado municipio local, nada.
Una vendedora ambulante descansa después de haber caminado por el sector en busca de posibles clientes.