Este reportaje es patrocinado por Plan Internacional


Han pasado tres años desde que Diana Guaime quiso comer diferente. En un terreno baldío, del barrio Punzara, en la provincia de Loja, decidió comenzar con su propio huerto. La idea surgió en un viaje de trabajo. “He tenido la oportunidad de llegar a casas de productores y cuando me brindaban algo de comer lo sacaban de su huerto. Así que me dije: “por qué no tener yo mi propio huerto”.  Desde ese momento, Diana Guaime cuenta el ahorro que le ha generado alimentarse con productos más sanos que ella misma cosecha. Además, no le ha faltado comida cuando iniciaron las restricciones durante la pandemia del covid- 19. 

Comenzar con un huerto es un proceso de ensayo y error. Pero sobre todo de planificación. Debemos saber dónde, qué y para qué vamos a sembrar. El ecólogo Andrés Baquero, quien tiene su propio huerto, recomienda empezar con plantas como el cedrón, la hierba luisa y la manzanilla en macetas. Baquero explica que es importante preguntarse cuánto sol hay en el lugar que están, si el lugar está cubierto, si hay lluvia y si hay agua. Las respuestas a esas preguntas nos permitirán saber si la planta que queremos sembrar es la adecuada. 

Cuando Diana Guaime comenzó a sembrar escogió hortalizas y verduras de sencillo cuidado: lechuga, col, rábanos y otras que crecen fácil y rápido. Cuando vio los primeros resultados se aventuró a algunas plantas con propiedades medicinales y especias. Así fue creciendo su huerto. “Ahora lo que estoy poniendo son frutales, como el guineo, limón, aguacates”, dice. Cada plantita, fruta y verdura nueva ha sido un paso más para que Diana Guaime tenga más comida, ahorre más y disfrute de una actividad al aire libre.

Diana Guaime y Andrés Baquero coinciden en que tener su propio huerto cobró más importancia durante la pandemia. Tener alimentos en casa les permitió no salir a la calle y asegurar su provisión de comida durante el confinamiento obligatorio que vivimos. “Si nos encierran en la casa y no tenemos nada de comer, nos fregamos. Pero si tenemos aunque sea una plantita en el jardín, vamos a tener algo que comer sin tener que salir”, dice Baquero. Eso les permitió que, a diferencia de muchas otras personas, especialmente jóvenes, su dieta durante la cuarentena no se vea afectada: según una encuesta del proyecto U-Report de Unicef casi la mitad de los jóvenes que respondieron han encontrado dificultades para seguir comiendo frutas y verduras. Esto ha hecho que consuman comida chatarra y carbohidratos en exceso. 

Hay, también, un factor económico: la pandemia ha impactado a las familias, sobre todo a quienes tienen menos ingresos económicos. El asesor nacional de primera infancia en Plan International Ecuador, Marco Rojas, explica que los huertos familiares permitieron a muchas familias “mantener un acceso a verduras y hortalizas para tener alimentos más nutritivos y reducir los gastos”. Salud y ahorro en tiempos de pandemia son excelentes noticias para las familias ecuatorianas. 

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Desde que Diana comenzó a cultivar sus alimentos no tiene la necesidad de comprarlos en supermercados ni tiendas. Y lo que es más importante, está segura de que puede llevar una dieta sana y balanceada porque ella sabe qué y cómo siembra. Cuando piensa en los beneficios de tener su propio huerto, lo primero que se le viene a la mente es que su salud ha mejorado. “Cuando consumimos productos sanos, nuestra alimentación y salud mejora y con ello se mejora la calidad de vida”, dice Diana. 

Pero su valor nutricional muchas veces depende de en qué condiciones se encuentran los alimentos. La nutricionista familiar Alexandra Jaramillo explica que los huertos familiares dan productos que tienen un control de calidad de primera mano. “Desde el proceso de selección de la semilla, el cuidado, la cosecha y garantizar que no existan productos químicos que puedan afectar el aporte de nutrientes”, dice Jaramillo. Andrés Baquero cuenta que cosechar sus propios alimentos asegura su valor nutricional. “El comerse lo que uno produce es muy bonito y mucho más si uno tiene familia y tiene niños y se sabe que lo que uno les está dando de comer no tiene químicos”, dice Baquero. Pero no se trata solo de cosechar bien, sino de preparar bien. 

El uso que les damos a nuestra cosecha es esencial para una dieta sana. Jaramillo explica que hay que usar bien lo que cosechamos; de lo contrario, no hay la garantía de que sus nutrientes se conserven.  “Si no lo preparamos adecuadamente o lo freímos estaríamos afectando el contenido nutricional”, dice la experta. Jaramillo recomienda que a la educación en cómo crear y mantener el huerto se le sume una educación nutricional: solo así podremos cerrar bien el ciclo del huerto familiar.

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En el Ecuador la falta de alimentos sigue siendo un problema grave. No solo para los adultos, sino para los niños y niñas. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), Ecuador es el segundo país con mayor desnutrición crónica infantil en América Latina después de Honduras. 

Una alimentación inadecuada en la primera infancia —que va desde el nacimiento hasta los ocho años— es uno de los principales factores de riesgo de mala salud a lo largo de la vida. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre sus efectos a largo plazo están “mal rendimiento escolar, una menor productividad, alteraciones del desarrollo intelectual y social, y diversas enfermedades crónicas”. 

La nutrición en la primera infancia es clave. “Es una de las bases importantes para que podamos, posteriormente, lograr el desarrollo cognitivo, el desarrollo emocional y el desarrollo de todas las destrezas y habilidades”, dice Marco Rojas. Es por eso que Plan International Ecuador ha desarrollado un programa para la creación de huertos familiares. El plan está acompañado de capacitaciones en educación nutricional. 

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El huerto de Diana Guaime es más que un espacio donde se siembran alimentos. Durante los tres años que lo tiene, se ha convertido en un lugar de encuentro con toda su familia. En varias ocasiones, se reúnen para cosechar los productos o cuidar el huerto. Para ella, eso ha significado que se unan más y puedan conocerse mejor. “Eso quizás es lo más importante porque trabajamos no solamente yo sino mi hijo, mis hermanos, mis sobrinos y entre todos echamos una mano para trabajar e integrar más a la familia”, dice. El adjetivo familiar en estos huertos adquiere una dimensión social y comunal.

Cuidar un huerto es una tarea diaria. Diana Guaime y su familia han implementado un sistema de mingas para cuidarlo. Todos los días alguno de sus tíos o hermanos va a visitar el huerto para vigilar que todo esté bien. “Por ejemplo, hoy riega mi hermano, mañana yo, dependiendo de cómo tengamos disponible los tiempos. Pero el fin de semana sí estamos de cajón todos trabajando”, dice Diana Guaime. Cuando tienen que hacer trabajos más pesados —como preparar el suelo, sembrar o cosechar— van todos: hermanos, hijos, tíos sobrinos, se encuentran en la solidaridad que el huerto genera. Cuando llega la época de cosechar los alimentos van todos quienes ayudaron a preparar el suelo. 

Pero ese no ha sido el único beneficio que ha tenido el huerto. Diana Guaime dice que su hijo de 12 años también participa de la siembra y cosecha de los productos. Para ella, la experiencia de que él participe de las actividades del huerto es un aprendizaje. “Así vamos enseñando a los guaguas que luego puedan seguir produciendo alimentos”, dice. Pero eso no es todo, también les permite a los niños conocer los alimentos que van a comer. 

Que los niños participen en las actividades de los huertos y conozcan el origen de los alimentos puede incentivarlos a comer vegetales y frutas. Para Alexandra Jaramillo, esta actividad ayuda mucho a que ellos aprecien más la comida y tengan menos miedo de las cosas nuevas. “Cuando un niño siembra, cuida una planta y luego cosecha hay una probabilidad mayor de que acepte ese alimento dentro de su alimentación diaria”, explica Jaramillo. 

Todos estos beneficios crecen, juntos a los alimentos, en los huertos familiares. Desde empezar a consumir comida saludable, asegurar una correcta alimentación de los niños y niñas, hasta permitir la integración familiar —sin olvidar que en circunstancias tan complejas como la de la pandemia del covid-19, garantiza tener qué comer todos los días. 


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