En inglés existe un término que utilizan los psicólogos para señalar nuestra necesidad de contacto físico: skin hunger. En español, le podríamos llamar “hambre de piel”. Este nombre resalta la necesidad biológica que tenemos los humanos de intercambiar caricias, besos y abrazos. La piel es el órgano sensorial más grande de nuestro cuerpo y el tacto es el primer sentido que activamos. Quizás por eso las enfermeras acuestan a un recién nacido que está llorando sobre el pecho de su madre. El contacto físico es nuestra forma más primitiva de consuelo.
Es probable que después de más de tres meses de distanciamiento social, la mayoría estemos experimentado “hambre de piel”. La pandemia nos ha instalado nuevos temores y, a su vez, nos ha prohibido las formas más naturales de disiparlos. Para evitar el contagio, lo responsable es evitar también las caricias, los besos y los abrazos. Pero hacer esto de manera prolongada tiene efectos concretos en nuestro cuerpo.
Según Dacher Keltner, profesor de psicología en la Universidad de California, Berkeley, actos como estrechar la mano o rodear a alguien con el brazo activan áreas específicas del cerebro, como el de la corteza orbitofrontal, en donde se estimula nuestro sentido de empatía y compasión, y se refuerza nuestro impulso a tomar decisiones. Dar un abrazo afectuoso también libera oxitocina, la hormona del afecto, la confianza y la que nos ayuda a formar vínculos, y reduce el nivel de cortisol, la hormona del estrés. Sin el cariño físico de alguien cercano nuestro circuito neurológico se desajusta y eso podría llevarnos no solo a una inestabilidad de las emociones, sino sobre todo a una alteración del comportamiento.
La ciencia también ha comprobado que el intercambio sensorial de un abrazo puede robustecer nuestro organismo. Una investigación de la Universidad de Carolina del Norte demostró que los abrazos estimulan a la glándula Timo, un órgano clave del sistema inmunológico, y promueven la producción de glóbulos blancos que combaten infecciones. En la Universidad de Carnegie Mellon en Pensilvania, un estudio realizado con mujeres de la tercera edad probó que las que recibían más expresiones de afecto físico presentaban menos problemas de presión arterial.
La sensación del tacto es el modo en que una piel se comunica con otra. Cuando ese lazo desaparece, es normal sentir ansiedad, angustia, soledad u otra forma de manifestación emocional. En medio de una pandemia que nos aleja de los demás, ¿qué podemos hacer para sobrellevar el aislamiento del cuerpo?
Quizá lo más importante sea recordar que somos seres adaptables y que esa cualidad nos permite ajustarnos a distintas realidades. Podemos fundar nuevas formas de conexión, como la visual o verbal. Es cierto que es imposible estrecharnos las manos por Zoom pero sería mejor concentrarnos en lo que sí nos ofrecen herramientas como esa: por ejemplo,observar el rostro de nuestros seres queridos y escuchar sus voces. En este contexto todos estamos experimentando sentimientos de tristeza o inquietud, por lo que la interacción virtual puede impulsar la validación de nuestras emociones y hacernos sentir parte de una colectividad. Así sea en casa desde nuestra computadora.
Además, aunque vivimos una situación incierta y prolongada, es muy importante recordar que su naturaleza es transitoria. No nos mantendremos aislados para siempre. Cuando la crisis sanitaria se controle, cada uno irá retomando las costumbres que hoy extraña según el ritmo que le haga sentir cómodo. Los abrazos y las caricias tendrán que volver a encontrar su lugar en nuestra sociedad, pues son fundamentales para vivir en confianza. “El contacto físico afectuoso es como nuestros sistemas biológicos se informan entre ellos de que estamos a salvo, nos sentimos amados y no estamos solos”, explica Johannes Eichstaedt, un profesor de psicología de la Universidad de Stanford.
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Definitivamente los mensajes que envían nuestras caricias y abrazos no pueden quedar relegados. Después de la pandemia, cuando finalmente podamos extender los brazos alrededor de quienes amamos, no solo será una demostración física de aprecio, sino algo mucho más poderoso: la prueba de que necesitamos mantenernos cerca para poder vivir.
Este contenido fue originalmente publicado originalmente en Salud con Lupa.