beca GK

I

Dice que con los pies descalzos se siente más cómoda. Sin embargo, empieza a caminar entre polvo y piedras puntiagudas con las zapatillas puestas, como sintiendo que la miran. Wendy Avilés debe subir sola 55 galones de agua hasta su casa, ubicada en una pendiente rocosa, polvorienta y porosa en la Cooperativa Realidad de Dios en Monte Sinaí, al noroeste de Guayaquil, el mayor puerto ecuatoriano, donde viven, según las cifras oficiales, casi 2,8 millones de habitantes.

Los habitantes de Realidad de Dios no tienen acceso a agua potable por tubería. El terreno irregular impide que un camión cisterna —llamados popularmente “tanqueros”— pueda subir hasta la casa de Wendy. “En invierno es peor, esto es un lodazal, una se resbala, peor van a subir los tanqueros” dice Wendy Avilés. Su rostro moreno, teñido por el sol, aparenta más de los 38 años que tiene. Wendy Avilés es de Jipijapa, una pequeñísima ciudad en la provincia de Manabí, está desempleada y es madre soltera de siete hijos. Los cinco más chicos viven con ella. Wendy sube agua a su casa tres veces a la semana. Para hacerlo, llena un tanque que ha pedido prestado desde que le robaron el suyo. El recipiente se llena con 55 galones, y cuesta 75 centavos de dólar. 

Esos 55 galones los lleva hasta su casa en una caneca de pintura de 5 litros.  Tiene que hacer varios viajes. Este envase lleno puede pesar casi 19 kilos —más o menos lo que pesan 19 libros de enciclopedia. Wendy sujeta la agarradera con su mano derecha y se enrumba, haciendo equilibrio con su otro brazo, en un camino de piedras, palos, basura, hojas secas, tierra y polvo. Aprieta los labios, y veo como se le brotan las venas del cuello. Logra dar 41 pasos. Se detiene. Deja el galón en la tierra. Respira agitada. Descansa 9 segundos. Y sigue hasta llegar a su casa. Le quedan todavía 10 viajes más. 

— ¿Cuánto tiempo le toma vaciar el tanque? 

— Descansando, así, si quiera unas dos horas (y ríe)…porque sí es cansado, es matador.

La vida de Wendy Avilés es la de miles de personas que viven en Monte Sinaí: ninguna tiene agua potable por tubería. Dependen de la frecuencia de los tanqueros y su situación no ha cambiado, a pesar de las promesas y proyectos truncados del Municipio de Guayaquil de dotar al sector de agua potable. En 2015, la promesa estuvo a punto de hacerse realidad, cuando el Banco del Estado y el Municipio firmaron un Contrato de Financiamiento para llevar agua a varios sectores de Monte Sinaí. Sin embargo, desde entonces apenas una cooperativa tiene las conexiones hechas —aún así, de los grifos de las casas de sus habitantes no fluye el agua.  Además, el negocio de los tanqueros y las redes clientelares con los políticos impiden que se concrete de forma más diligente. Durante los días más álgidos de la pandemia del covid-19 fue justamente Monte Sinaí el lugar de mayor contagio en Guayaquil (aunque sus autoridades locales, después de dos meses de solicitud, no entregaron el informe que lo corroboraba). 

agua en Monte Sinaí

Wendy Avilés debe recoger en baldes el agua que lleva a su casa, en la cooperativa Realidad de Dios, en Monte Sinaí, uno de los sectores más pobres de Guayaquil. Fotografías de María José De Luca, collage de María José Ramos.

§

La historia de Monte Sinaí ha estado siempre atravesada por intereses políticos tanto municipales como de los gobiernos centrales de turno. Se sabe que, por lo general, no ha habido partido político en la provincia del Guayas que no haya dado cabida a un candidato traficante de tierras perteneciente a este lugar. Según el censo del 2010 del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) el 100% de su población es pobre por necesidades básicas insatisfechas y acceso a servicios básicos. Según la ex Secretaría Nacional de Planificación y Desarrollo, hoy Secretaría Técnica de Planificación del Ecuador, Monte Sinaí colinda al norte con Pascuales y la parte rural y el área de expansión de Guayaquil, al sur, con el canal de Trasvase y la Escuela Superior Politécnica del Litoral, al este, con la vía Perimetral, y al oeste con el bosque protector Papagayo. Empieza cuatro kilómetros más adelante de la llamada “Entrada de la 8” (la populosa línea de bus que fue la primera que ingresó a las cooperativas de vivienda que crecían en la zona, allá por 1994), que es la intersección de la avenida Casuarina con la vía Perimetral, en el noroeste de Guayaquil.

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Monte Sinaí es producto de invasiones, como muchos sectores de Guayaquil. Su existencia se remonta a mediados de los ochenta, cuando la construcción de la vía Perimetral produjo una explosión de asentamientos informales. Ocupa 781,83 hectáreas, un área un poco más pequeña que la extensión total del Parque Samanes de Guayaquil con 851 hectáreas, el tercero más grande de Latinoamérica. Está dividido en 38 cooperativas donde viven hoy aproximadamente 42.000 familias. 

Por su situación de invasión, el sector carece de la mayoría de los servicios básicos. Para sus moradores no es extraño ver el ir y venir de enormes camiones tanqueros que transportan el agua que necesitan para vivir.  Se los puede ver constantemente en el sitio, abriéndose camino y bamboleándose de un lado a otro. Al observarlos me parecían grandes elefantes, con su paso lento, pesado, y polvoriento, llevando lo que aparenta un péndulo como rabel: derecha, izquierda, derecha, izquierda…como si se fueran a volcar entre los desniveles de la tierra, y las empinadas y áridas colinas del sector.  

Desde que arribaron a este sitio, los moradores de Monte Sinaí nunca han recibido agua potable en sus casas a través del grifo. Muchos tienen miedo de quejarse, tanto de los tanqueros, como de la falta de servicio de agua potable que da Interagua, empresa privada concesionaria del servicio de agua potable, alcantarillado sanitario y pluvial. “No sé por qué hay gente que quiere perjudicar a esta empresa”, dice enojada una de las lideresas del sector: “Si empiezan a causar malestares van a cerrarnos la boca toma [de agua], y de ahí ¿qué va a pasar con nosotros que vivimos en Monte Sinaí?”. 

Monte Sinaí

Monte Sinaí es uno de los sectores más pobres de Guayaquil. Fotografías de María José De Luca, collage de María José Ramos.

II

La relación de los moradores de Monte Sinaí con los tanqueros siempre ha sido tirante, antes y durante el proyecto denominado Agua del Sinaí. Este proyecto fue presentado por el Municipio de Guayaquil e Interagua en diciembre de 2018 para llevar el líquido vital a Monte Sinaí a través de tanqueros.  

— ¡Que me coja un tanque de agua!… ¡uno!, grita Rosa Chávez, desde una colina a un familiar, al ver pasar un tanquero cerca de su casa, ubicada algunos metros más abajo.

Si no se apura, el tanquero seguirá su camino. Mientras Rosa grita por su agua, Paola Pin corre presurosa detrás de otro tanquero. Lo ha esperado toda la mañana de un sábado, hasta que finalmente casi a la una de la tarde aparece uno que llega hasta lo más alto de una de las colinas de Realidad de Dios.  

Ella aceleró el paso indicándole que bajara por una pendiente de tierra, angosta e irregular.  Corro detrás de Paola, y puedo ver al oficial de tanquero encaramado a lado de las mangueras en la parte trasera del carro, que se agarra fuerte de unas maniguetas ubicadas en el techo del vehículo, mientras el camión baja lentamente. Lo hace con seguridad, como conociendo la zona.  

Paola vive hace 17 años en Realidad de Dios y es manabita también. Tiene cuatro hijos. Compró un terreno en una ladera porque no tenía dinero para adquirir uno más abajo: “Esos eran más caros. Aquí en este terreno había una casita de caña, y pues como yo quería salir lo más pronto de la casa de mi suegra, nos mudamos rápido. El señor que me vendió el terreno me lo ofreció con casita y todo en 330 dólares”, recuerda mientras el tanquero baja la pendiente. Unos metros más allá, Paola ya ha dejado su tanque azul de 55 galones, el que tiene todo morador de Monte Sinaí. El oficial de tanquero llena el tanque.

La casa de Paola Pin no está al pie del tanque que llenó, sino algunos metros más abajo, y a un costado en la mitad de una ladera pronunciada y bastante irregular, atravesando un conjunto de árboles de higuerilla, conocidos por sus hojas de cinco puntas. 

Por aquí no hay caminos abiertos, por lo que el camión de agua no puede bajar hasta su casa, entonces debe cargar siempre su tanque vacío hasta la cima de ladera, por donde han despejado una vía, y puede pasar el vehículo. A partir de aquí Paola inicia un engorroso periplo para llevar finalmente el agua hasta su casa.  

Empieza entonces colocando una larga manguera en el tanque lleno, y luego baja corriendo por la empinada e irregular pendiente hasta su casa para agarrar otro pedazo de manguera que le ayudará a mover el agua. Baja a prisa, con bastante seguridad y no resbala entre la tierra, las piedras y los desniveles del camino. Paola debe tomar un segundo trozo de manguera para unirla con el primero que tiene en el tanque.  

Un pedazo considerable de la larga manguera que usaba para trasladar el agua desde el tanque lleno arriba hasta su casa, más abajo, fue robado, por lo que le toca ahora empatar los pedazos que le quedaron. Con agilidad agarra el trozo de manguera, sube y lo conecta a la otra punta de la primera manguera que colocó en el tanque lleno. Al no tener la manguera completa, Paola debe colocar un segundo tanque vacío en la mitad del camino hasta su casa para trasladar el agua en dos momentos.  

Uno de estos tanques vacíos puede pesar alrededor de unos 7 kilos. Paola sube y baja sola cargando tanques vacíos en terreno empinado. De esta forma, coloca la manguera ya conectada en el segundo tanque vacío y empieza el proceso de traslado del agua de un tanque a otro.  Se ríe, me mira y con timidez, pero con destreza, abre su boca, coloca la manguera entre sus labios, y con fuerza succiona el agua para que baje. Lo hace dos veces, y veo como su cuello se infla por el esfuerzo. Siente entonces que el agua va bajando.

— Ahí ya viene el agua, dice.

— ¿Se le hace difícil succionar? 

— Un poco sí. Uno succiona y la garganta como que le afecta.

— ¿Le duele?

— Sí, un poco.

Luego que el segundo tanque en la mitad de la pendiente está lleno, Paola debe repetir todo el proceso. Baja el primer tanque ya vacío desde lo alto de la pendiente, y lo coloca afuera de su casa. Además, baja las mangueras que ya usó, para conectarlas y colocarlas una punta en el tanque lleno ubicado en la mitad de la ladera, y la otra punta en el tanque vacío abajo ya junto su vivienda. Succiona una vez más. 

Paola debe repetir esta operación dos veces a la semana, pues por la dificultad de la tarea, consume mayormente agua de pozo o “agua de manguera”, como le llaman los Moradores de la Cooperativa Realidad de Dios al agua que no obtienen de los tanqueros, sino que la consiguen directamente de debajo de las tierras de este sector.  Bajar el agua potable que proviene de los carros repartidores hasta su casa le toma a Paola veinte minutos aproximadamente. Casi una hora invertida a la semana en recoger el líquido vital para su familia. 

El propietario del tanquero que abasteció de agua potable a Paola compra el líquido en 2,90 dólares a Interagua, y con este valor llena totalmente la cisterna del vehículo repartidor. Este tanquero pertenece al proyecto “Agua del Sinaí”. Un tanquero de estos realiza entre siete y ocho viajes al día.  “Las personas de estos sectores recibían el agua de tanqueros informales, y estos tanqueros iban días sí, días no, a veces iban de madrugada, y les vendían en entre uno y tres dólares por cada tanque de 55 galones de agua”, dice Ilfn Florsheim, gerente de comunicación de Interagua, quien afirma que por esta razón se creó el proyecto Agua del Sinaí.

En este proyecto participan cuarenta tanqueros privados, y se fijó el precio de venta del agua en 75 centavos por cada tanque de 55 galones.  Florsheim sostiene que primero se construyó una boca toma más cercana —que está dentro de Monte Sinaí. “Se empezó a trabajar con los propietarios de los tanqueros, se los capacitó y se los convenció de que vender el agua a un precio justo, les iba a permitir tener un negocio más fluido”, dice. Según ella, se les hizo ver a los tanqueros que el trato al usuario era importante para poder “tener un negocio que sea bien visto”. Además, les pidieron orden: “estar uniformados, trabajar con todas las normas de seguridad”, y se establecieron rutas: “tienen un horario por el que pasan por cada una de las casas, y la gente ya sabe que a esa hora pasa el tanquero y va a tener su agua, y que va a tener que pagar 75 centavos, ni un centavo más, ni uno menos” agrega la funcionaria.

Pero la realidad parece distinta.  Anabel Márquez, de Realidad de Dios me comenta que los tanqueros “a veces vienen dos veces a la semana, a veces vienen seguido,  a veces no vienen…no tienen horario, fuera bueno que tuvieran un horario”.  Xiomara Jara, quien vive más abajo, en el sector denominado como el Triángulo, dice que el horario del tanquero que pasa por su vivienda “es a las seis de la mañana, once de la mañana, y el último a las tres de la tarde, pero de ahí pasan es dos veces en el día nada más”.   Pude ver a las lideresas comunitarias comunicarse directamente por teléfono celular con Fidel Valdiviezo, Subgerente de Gestión Social Comunitaria de Interagua, para que envíe los tanqueros, o para notificar irregularidades o disturbios.

Según Gonzalo Orellana, propietario de tanquero, quien perteneció al proyecto Agua del Sinaí y del que se desvinculó por desacuerdos con la concesionaria del servicio, el Municipio de Guayaquil subsidia a los tanqueros del proyecto. “El proyecto se logró con negociaciones para que se nos dé por lo menos 10 centavos de subsidio”, dice. Esos diez centavos, dice Orellana multiplicados por la cantidad de tanques que tiene cada vehículo (35), equivale a 3,50 dólares por tanquero, por viaje. “De este valor Interagua descuenta 2,90 que es lo que cobra por el agua.  Quedan entonces 60 centavos. Esto es lo que se va acumulando mes a mes y recibe al final el dueño del vehículo.  Nosotros lo negociamos”, dice Orellana.  Florsheim lo desmiente: “El municipio no subsidia a nadie, no tiene nada que ver municipio aquí, para eso el Municipio tiene un contrato de concesión que es Interagua entonces el municipio no subsidia”.  Sin embargo, uno de los propietarios de tanquero del Proyecto Agua del Sinaí dijo que efectivamente sí reciben los 3,50 dólares de subsidio por viaje, y les quedan 51 centavos que se acumula mensual.  

—¿Esto quiere decir que a los propietarios de los tanqueros del proyecto Agua del Sinaí el agua potable que compran no les cuesta nada?

— Efectivamente, es lo que quiero que me entienda, me responde Gonzalo Orellana.

“Desde la perspectiva de los derechos humanos, pareciera que se garantiza ‘la mitad del derecho”, dice Billy Navarrete, Secretario Ejecutivo del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos. “Estamos hablando de un sector con serias precariedades, estamos hablando de un líquido fundamental para la vida, estamos hablando de un derecho”, sostiene Navarrete. “Habría la necesidad de que se garantice el acceso con el pago mínimo, pensando que no se dé la gratuidad sólo hasta la toma de agua, sino hasta el propio domicilio, porque ese sería el tramo a discutir, quién cubre el traslado del agua de la toma a la viviendacon un subsidio se pueda acortar el gasto de estas familias, que son familias pobres”, dice Navarrete.

Ningún tanquero que no sea parte del proyecto puede vender agua en Monte Sinaí, de lo contrario el carro puede ser suspendido.  El resto de tanqueros de Guayaquil fueron ubicados por Interagua en las tomas del sector de Inmaconsa en el km. 11 ½ de la vía a Daule, y en Chongón en la vía a la Costa. 

Un propietario de tanquero por lo regular asume gastos diarios que tienen que ver con honorarios para el chofer del vehículo (15 dólares), y para el oficial (6 dólares), comida para los operadores (10 dólares), combustible del carro (10 dólares), e imprevistos (5 dólares). Además de los mantenimientos mensuales de los vehículos y la compra de llantas (por lo general re encauchadas) cada seis meses. A los propietarios de tanqueros que no son parte del Proyecto Agua del Sinaí, Interagua les vende el líquido a 4,13 dólares si el camión es de 35 tanques. Por lo que a estos propietarios, además de los gastos anteriores, se les suma el valor diario de la compra de agua.

Las tomas de agua de Inmaconsa y de Chongón abren sus puertas alrededor de las ocho de la mañana y cierran a las cuatro de la tarde.  Los vehículos que se abastecen de agua en estos sitios logran hacer entre dos y tres viajes, por lo que la compra del líquido les representa unos 12,30 dólares al día.  Ellos venden el agua a los consumidores a un dólar el tanque de 55 galones. La toma de agua de Monte Sinaí abre sus puertas entre las cuatro y media y cinco de la mañana. “¿Dígame si eso no es competencia desleal? Cuando nosotros estamos empezando, ellos ya llevan 2 viajes. Es desleal. Yo soy el dueño de la toma, yo soy el dueño del agua, y yo te hago lo que yo quiera” dice Gonzalo Orellana.  Ilfn Florshein de Interagua señala que no hay tal competencia desleal, pues los tanqueros fuera del proyecto venden agua al sector industrial de Guayaquil a costos superiores. 

Cuando le pregunté a Ilfn Florsheim por qué no llega el agua directamente a Monte Sinaí, sin recurrir a proyectos adicionales que encarecen el servicio, me respondió que es “porque es un área que aún no está legalizada, incluso está en un limbo jurídico, entre el Estado y el Municipio”. Según Florsheim, hay áreas que están siendo legalizadas por el Municipio porque ya se han podido definir o solucionar los problemas que tenían”. Se refiere a que ya existen áreas dentro de Monte Sinaí donde el Municipio ya ha desarrollado infraestructura.“Sin embargo, entre legalizar algo y poder hacer estudios y poder dotar de servicios, toma tiempo. Sobre todo, cuando hay una necesidad de construir un acueducto nuevo”, dice Florsheim citando la construcción de las partes que faltan de lo que denominan el Quinto Acueducto, que permitiría en un futuro, según señala, dotar de agua al sector una vez que toda el área esté legalizada.

Solicité al Municipio de la ciudad información actual sobre los límites urbanos guayaquileños, pero luego de dos meses no me fue proporcionada la información oficial.  Para Jorge Estrella, ex secretario técnico de Prevención de Asentamientos Humanos Irregulares, Monte Sinaí es una zona de expansión urbana según el Plan de Desarrollo y Ordenamiento Territorial del Gobierno Autónomo Descentralizado (GAD) del cantón Guayaquil. “Si no fuera así, el Municipio no hubiera podido intervenir en algunas zonas de ese sector”, dice.  Junto con John Dunn,  docente universitario de Teoría Urbana tuve acceso al geoportal del GAD municipal, y pudimos constatar aquí que actualmente ya se incluye a Monte Sinaí como área urbana.

El urbanista David Hidalgo dice que “lo que quiere primeramente hacer el Municipio es un catastro donde todo Monte Sinaí esté regularizado” antes de dotarlo de servicios básicos. Sin embargo, Hidalgo cree que Monte Sinaí es ya un asentamiento formal consolidado con una población considerable. “Ya no hay cómo esperar. No se debería esperar que estén todos los predios legalizados para recién ahí empezar a llevar la infraestructura básica que necesitan, son dos cosas que se podrían hacer a la par, lo uno no es excusa de lo otro”, sostiene Hidalgo. Mirelli Ycaza, delegada provincial del Guayas de la Defensoría del Pueblo, señala que “no debe negarse a ningún hogar el derecho al agua por razón de la clasificación de su vivienda o de la tierra en que ésta se encuentra”. 

Para Carlos Angulo, que acompaña a estas comunidades en temas sociales desde hace 10 años, la situación del agua en Monte Sinaí es una cuestión de tráfico: “los únicos que pueden llegar a los sectores periféricos son los tanqueros, entonces ahí hay una mafia”, dice.  Según Angulo, es mucho más fácil que el Municipio diga ‘sabes qué Interagua, como ya está la toma, ya está extendida la tubería madre, extendamos pues las tuberías a las casas’. “Pero no lo hacen.  Interagua dijo voy a estar todos estos años, posiblemente en ese tiempo el Municipio ya tenga los recursos, y extienda las tuberías a las casas.  Hasta mientras yo sigo cobrando”. Angulo dice que tal razonamiento es absurdo: “Igual la gente va a pagar por el agua.  Pero mucho menos, por eso no conviene: el poder lo tienen los tanqueros a través de Interagua y el Municipio”, finaliza.

Mientras las discusiones técnicas y burocráticas persisten, y mientras continúa la tensión entre tanqueros y consumidores, y entre Interagua y tanqueros fuera del Proyecto, los habitantes de Monte Sinaí siguen padeciendo la falta de agua potable. “Esta situación me hace sentir vulnerable, incómoda, porque hasta para baldear la casa hay que medirse, usar poquito…entonces, más que todo ahora hay que tener bastante higiene, uno sale y hay que venir a bañarse entonces es bien complicado”, dice Anabel Márquez, lideresa del sector de Realidad de Dios. Lo que nadie podía prever es que el agua potable —o su falta— iba a ser determinante durante la pandemia del covid-19 a nivel mundial.

En los días más álgidos de la emergencia sanitaria en Guayaquil, Anabel y su esposo contrajeron la enfermedad. Las primeras tres personas que ingresaron con síntomas de covid-19 en el Centro de Salud Monte Sinaí en Guayaquil lo hicieron el 19 de marzo de 2020.  En esta casa de salud fallecieron un médico y una enfermera producto de la enfermedad. En mayo se sabría que Monte Sinaí era el sector de mayor contagio en todo Guayaquil, la ciudad más golpeada por el coronavirus en marzo y abril de este año.

Aguas del Sinaí

Un proyecto llamado Agua del Sinaí gestiona la repartición de agua por carros tanqueros. Fotografías de María José De Luca, collage de María José Ramos.

III

Según datos de Unicef, 200 millones de horas al día emplean mujeres y niñas de diversas partes del mundo en recolectar agua. Y esta tarea recae sobre todo en ellas.  Ecuador no es la excepción.  La terapista de salud ocupacional Diana Loaiza señala que cargar pesos de forma regular sin conocer las técnicas adecuadas de levantamiento, puede causar hernias discales, a nivel lumbar, dorsal o cervical; el atrapamiento del nervio ciático, hormigueos en las piernas, dolores en los codos, en las rodillas, inflamación de tendones, y a nivel del cuello puede causar cervicalgias.  

Las mujeres de mayor edad que practican este tipo de actividades, y las que han dado a luz recientemente pueden sufrir de una caída de la matriz (prolapso).  Además, el cargar objetos de un solo lado del cuerpo también hace que la espina dorsal se tuerza demasiado, lo cual puede causar que los músculos de la espalda se lastimen.  Pero hasta ahora Wendy dice que no sufre de ninguna dolencia, sólo siente dolores en las piernas cada vez que termina de subir los 55 galones de agua hasta su casa.

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Para levantar pesos de este tipo, en estas actividades que se denominan operaciones de porte (porque se portean cerca del cuerpo) un ser humano utiliza casi todos sus músculos: los de la espalda, especialmente los extensores, los músculos de las piernas, los del cuello como el esternocleidomastoideo, los trapecios, el músculo escaleno anterior y medio, y el pectoral para mantener el peso lejos del cuerpo para poder desplazarse. Además todos los músculos del brazo permanecen en tensión constante para no dejar caer la carga. Mientras conversamos, veo a Wendy sujetar con fuerza la caneca y cruzar por encima de una pequeña zanja seca llena de palos, y con cuidado alcanza a dar los 40 pasos que le faltan hasta llegar a su casa y completar el primer viaje.

Anabel Márquez es manabita como Wendy, y una lideresa reconocida en Realidad de Dios. Hace catorce años, su esposo pagó 200 dólares por el solar donde habitan ella, sus 6 hijos, y su nieta de dos años. “Nosotros no teníamos casa, vivíamos con mi suegra y no podíamos acceder a un plan de vivienda, eso era imposible”, cuenta, y agrega: “Aquí no había calle, el camino por donde vinimos, por donde vienen los buses, no había, era puro monte. No había tanqueros, había que irlos a ver…hasta ahora hay que irlos a ver”.  

Su casa es una sola área apretada entre cocina, camas, y el baño separado con una sábana que hace las veces de cortina. En el baño Anabel guarda los tanques de agua, y una manguera negra cruza toda el área. La manguera es un elemento recurrente en todo el paisaje de Realidad de Dios. Todo el sector está atravesado por mangueras enterradas por debajo de la tierra, y otras que se escabullen entre los matorrales y aparecen por encima del árido suelo. Largas, negras y delgadas cruzan las calles empedradas, suben y bajan colinas y se conectan a las casas y sirven para mover de un lado al otro el agua de pozo o la llamada “agua de manguera”.

Aproximadamente el 97% de los habitantes de Monte Sinaí reciben agua a través de tanqueros, menos esta cooperativa, Realidad de Dios, donde habitan Wendy, Anabel y Paola, aquí sólo el 48% de sus habitantes recibe el agua de los carros repartidores. Según datos del INEC el resto del agua que consumen la obtienen de pozos de agua. Anabel no consume agua de pozo para tomar, porque dice que no le gusta el sabor.  “Es muy salobre”, dice. “Por más que uno la hierve el sabor no se va, y queda como un polvillo en el fondo.  Además me da miedo tomarla”, dice. En cuanto a gustos, los hay, como personas habitan en la tierra.  Personalmente probé el agua de pozo hervida y sinceramente no me supo distinta. Muchos vecinos de Anabel en Realidad de Dios piensan como yo:  “yo vengo del campo, estoy acostumbrada”, dice Lourdes Choez, vecina de Anabel y manabita también.  Ella no compra agua de tanquero, sólo compra la que sale del pozo —sí, esa que viene directa y naturalmente de debajo de la tierra que pisan los habitantes de estos terrenos, también se compra.

Anabel Marquez ha caminado toda la cooperativa. Tiene registrado en un cuaderno, a bolígrafo, todos y cada uno de los datos de sus vecinos, el número de hijos, sus ocupaciones, sus estados de salud —es un pequeño censo comunitario.  Me muestra orgullosa el cuaderno de su censo personal. “Lo hice porque no teníamos líder en Realidad. Me fui a tocar puerta a puerta, algunos me tiraron la puerta en la cara” dice riéndose. Logró organizar a once coordinadoras de manzanas, todas mujeres, con quienes está gestionando un banco de alimentos y un comedor popular que no hay en el sector.  Su casa prácticamente la ha destinado a la labor comunitaria, en vez de asientos de sala o comedor hay pequeñas sillas y mesas donde los niños y niñas del sector reciben refuerzo escolar, las paredes sirven de mural de tareas y están adornadas con brillantes colores. 

Ante la necesidad de agua y la falta del servicio, ciertos moradores de Realidad de Dios diseñaron una compleja e ingeniosa red de tuberías de agua que alcanza toda la parte baja de esta cooperativa.  Como si fueran un “Interagua paralelo”, construyeron redes de agua en base a la ingeniería popular.  Por supuesto una persona es el dueño del pozo y el dueño de las mangueras, el “señor de las mangueras” como le llaman en el barrio.  Por donde vive Anabel hay dos personas que venden agua de pozo.  En sus hogares hicieron lo que llaman “ojos de agua”, un hueco cavado en la profundidad de la tierra para encontrar agua natural, y desde allí envían agua no potable hasta las casas a través de las mangueras y una bomba.  

En cada casa han adaptado un dispositivo de entrada donde se embona la manguera.  Griselda Chancay, dueña del pozo, cuenta que su esposo lo construyó con una profundidad de 32 metros para consumo de su familia, pero luego los vecinos pedían que les venda agua. Lo hace a 70 centavos por cada tanque de 55 galones. 

“Nosotros sufríamos con el agua, por lo que queríamos conseguir una forma de abastecernos y además abastecer al barrio. Todas esas mangueras son mías, las llaves también, no cobramos la instalación, sólo el agua” dice. Anabel Márquez consume agua de pozo para bañarse, para actividades de limpieza, y lavado de ropa. Para cocinar y beber, usa agua potable de tanquero. Al igual que Wendy Avilés, siente también que el agua que sale naturalmente de la tierra es muy salobre, y le da miedo consumirla. Compra 3 veces a la semana este tipo de agua y gasta 1,50 dólares cada vez que la adquiere porque llena más de 1 tanque. Mientras que el agua potable la compra 2 veces a la semana y paga un dólar cada vez. En total termina pagando 26 dólares al mes.  Este valor es superior a montos mensuales que cancelan por agua familias promedio en otras zonas pobres de Guayaquil, como Flor de Bastión (12 dólares) por ejemplo, o Mapasingue (10 dólares), o Mucho Lote (15 dólares) o incluso Ciudad Victoria (4 dólares en promedio). Ilfn Florsheim admite que el servicio que se brinda es caro: “la idea a la larga es que estos sectores tengan agua por redes, porque efectivamente son los que más cara pagan el agua, pero no por un tema de la empresa (Interagua), es un tema del sistema que actualmente existe”.  

Pero hay un único sector de Monte Sinaí que sí tiene redes de agua aunque de los grifos de sus casas no sale más que aire. Jorge Vallas, morador de la cooperativa Las Marías, muestra el medidor de agua ubicado en los exteriores de su vivienda. Sus condiciones de vida, se alejan mucho de las de Wendy Avilés, Anabel Márquez o Paola Pin. En Las Marías las casas son de cemento, las calles están asfaltadas, hay veredas, líneas eléctricas soterradas, y tuberías de agua conectadas en cada casa. La primera fase de este proyecto fue terminado por el Ministerio de Desarrollo Humano y Vivienda (MIDUVI) a mediados del 2017.  “A nosotros nos llegaba el agua, teníamos una presión súper chévere, pero en la llave la recibimos solamente una semana. La red de tubería está hecha, el único problema es que no nos mandan el agua”, dice Jorge Vallas.  

En abril de 2015, la Empresa Municipal de Agua Potable y Alcantarillado de Guayaquil (EMAPAG), y el Banco del Estado, firmaron un contrato de financiamiento y servicios bancarios para la “Construcción de los tramos 3 y 4 del quinto acueducto para el abastecimiento de agua potable en varios sectores de la parroquia Tarqui, cantón Guayaquil, provincia del Guayas”. El acuerdo incluía, además, la construcción de tres reservorios de agua potable —dos en Monte Sinaí y uno en el sector denominado Sergio Toral—, por un monto de 17.693.880,45 dólares.

Desde la casa de Jorge Vallas se pueden ver los grandes tanques construidos.  La esposa de Jorge, Gladys Jaramillo, me muestra uno de los reservorios. Miro hacia arriba, en lo alto de una colina, no muy distante de su casa, y puedo ver un gigantesco e imponente depósito color negro, que ahora sé son tanques de vidrio fusionados al acero, que se conectan a las tuberías de los tramos 3 y 4 del quinto acueducto. Lo observo y me parece un enorme gigante que mira desde lo alto la realidad del sector sin poder hacer nada.  

Casi dos años y medio después, en septiembre 2017, el entonces Alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, recorría la obra y decía que con “estos reservorios se solucionará el problema de agua potable de 350.000 personas del noroeste de la Perimetral, quienes viven en las cooperativas Ciudad Victoria, El Cordón, Sergio Toral 1 y 2, Hogar de Cristo, Francisco Urrutia, Socio Vivienda 2, Voluntad de Dios, Trinidad de Dios, Monte Sinaí y los proyectos urbanísticos La María 1 y La María 2 que tendrán agua por tubería”. Pero no sucedió: Jorge Vallas aún gasta 50 dólares mensuales en el tanquero.

Ilfn Florsheim, de Interagua, dice que efectivamente lo que se financió fueron los tramos del acueducto, pero que, en ningún momento se han financiado las redes secundarias, porque para hacer esto, primero se deben construir los dos tramos faltantes del quinto acueducto. De lo contrario, dice, técnicamente, no habría cómo llegar a estos sectores, pues hidráulicamente no habría cómo. Pero tampoco los reservorios llevan agua a la casa de Jorge y sus vecinos.  Florseheim replica que cuando se construyó las Marías alrededor de este sector no había mucha población, y que luego se empezó a poblar más.  Ella menciona la problemática del robo de agua “pinchando” las tuberías. “Tú tienes un reservorio que hace X cantidad de metros cúbicos.  Si tú tienes alrededor de ese reservorio a 100 personas posiblemente esa cantidad X de metros cúbicos te van a durar un tiempo. Si tienes a 1000 personas consumiendo exactamente la misma cantidad que te da el reservorio, va a distribuirse el agua entre más gente, y por lo tanto van a tener menos cada uno”.  

Jorge Estrella, ex secretario técnico de Prevención de Asentamientos Humanos Irregulares, tiene una lectura diferente: “Nebot nos pidió que haya un proyecto urbano formal (en Monte Sinaí), legalizado, para poder llevar el servicio. Yo participé en reuniones con él varias veces”, dice Estrella. Sostiene que el entonces alcalde guayaquileño ordenó llevar el agua a la cooperativa Las Marías con el crédito del Banco del Estado de 17,6 millones. “Pero Interagua hace lo que les da la gana, y lamentablemente en Guayaquil nadie hace seguimiento. Yo estuve presente cuando varias veces el alcalde les dijo a la gente de Interagua que en la ciudad se hacía lo que el Municipio establecía y no lo que Interagua quería”, finaliza.

censo en Monte Sinaí

Anabela Márquez mostrando el pequeño censo comunitario que ha hecho de sus vecinos. Fotografías de María José De Luca, collage de María José Ramos.

IV

A principios de mayo de 2020 el Municipio de Guayaquil presentó a los medios de comunicación un estudio que indicaba que Monte Sinaí tenía el mayor porcentaje de contagios de covid-19 de la ciudad, una de las más golpeadas por el pico de la pandemia. Algunos reportes de medios de comunicación atribuyeron el alto contagio en Monte Sinaí especialmente a la “indisciplina de los moradores del sector”. El general Victor Molina de la Dirección Nacional de Delitos Contra la Vida, Muertes Violentas, Desapariciones, Extorsión y Secuestros de la Policía Nacional (Dinased) dice que los sectores de Guayaquil donde los habitantes incumplieron en mayor medida la cuarentena decretada por el Gobierno Nacional, en la época pico de la pandemia, fueron los Guasmos, Trinitaria Norte, Trinitaria Sur, Ciudad de Dios, el Suburbio y Monte Sinaí. El elemento común de estos sectores es su pobreza. El diferenciador, el acceso al agua potable por tuberías: una parte de la Isla Trinitaria (junto al Parque Lineal, cerca al Trinipuerto), y los sectores colindantes al Bosque Protector Papagayo (Monte Sinaí y Ciudad de Dios) no cuentan con acceso directo al líquido vital.

A Wendy Avilés no le ha dado covid-19, pero su vecino de enfrente, en aquella pendiente donde vive, cuenta que vio la muerte de cerca al contagiarse del feroz virus. Anabel Márquez y Paola Pin también se contagiaron, ellas y sus esposos. A Anabel, por ejemplo, le dio malestar general y pérdida del sentido del gusto. “A mi esposo sí le dio fiebre bien alta que no le bajaba. Lo mandaron a aislarse, pero imagínese, cómo aquí en mi casa, y con todos los niños. Así que lo que optamos fue por hacernos todos vaporizaciones”, dice. El esposo de Paola Pin perdió el gusto y tenía  fiebre. «Decidimos no ir al Subcentro de Salud, y yo le daba los suplementos nutricionales que vendo, y así se recuperó”, dice Paola.El esposo de Anabel Márquez perdió el trabajo cuando la pandemia empezó. Es albañil y trabajaba para un contratista y cobraba semanalmente. Al enfermarse y no asistir al trabajo le dejaron de pagar.  “No teníamos para comer», recuerda Anabel Márquez. «A mi hijo, el de 11 años, se le ocurrió ir a ayudar al señor de la panadería de aquí abajo.  Él le permitió, y nos regalaba pasteles de carne, de pollo y mixtos. Comíamos pasteles en el desayuno, pasteles en el almuerzo y pasteles en la cena”, dice ríendose. 

Un estudio del Instituto Zuckerberg de Investigación del Agua de la Universidad israelí Ben Gurion concluyó que las aguas residuales que contienen coronavirus podrían ser una gran amenaza para las personas. Según los expertos, las aguas fecales que se filtran en vertientes naturales podrían provocar infecciones, y transportar el virus a frutas y verduras que fueron regadas con agua que no se trató correctamente. Según UNICEF, hasta la fecha no hay indicación de que el virus que causa el covid-19 se haya transmitido a través de sistemas de alcantarillado con o sin tratamiento de las aguas residuales. Sin embargo, en sus Orientaciones Provisionales respecto al agua y covid-19, el organismo dice que “puesto que se han encontrado fragmentos víricos en las excretas y dado que estas pueden suponer un riesgo en relación con otras enfermedades infecciosas, las aguas residuales deben tratarse en depuradoras centralizadas y adecuadamente diseñadas y gestionadas”.  Además, el Relator Especial sobre los derechos humanos al agua potable y el saneamiento, Léo Heller, señalaba que “la lucha mundial contra la pandemia covid-19 tiene pocas posibilidades de éxito si la higiene personal, la principal medida para prevenir el contagio, no está al alcance de los 2.200 millones de personas que no tienen acceso a servicios de agua potable”. 

Durante los dos primeros meses de la cuarentena por covid-19, y ante la emergencia sanitaria, la Alcaldesa de Guayaquil, Cynthia Viteri, dio la disposición de repartir agua gratis a las familias de Monte Sinaí.  Según uno de los propietarios de los tanqueros del proyecto Agua del Sinaí, el Municipio les pagaba 26,25 dólares por cada viaje.  Ese es, más o menos, el valor de la compra de toda la cisterna llena de agua del vehículo repartidor, que alberga alrededor de 38 tanques de 55 galones cada uno, que se multiplican entonces por los 0,70 centavos del valor del tanque de agua.

“El problema fue que durante la cuarentena los tanqueros querían descargar el agua lo más rápido posible para hacer más viajes, y poder cobrar.  Hubo abusos. Por ejemplo, si una persona tenía una cisterna en su casa, ahí aprovechaban y dejaban toda el agua, y una que quería también su agua decían que ya no había”, recuerda Xiomara Jara, lideresa del sector del Triángulo y moradora de Monte Sinaí desde hace 16 años. “Eso fue el caos, hubo gente que tuvo que salir a la bocatoma y comenzar a llevar sus tanqueros porque a veces había sectores a los que durante tres días no llegaba el agua.  La mitad de los conductores de tanqueros se enfermaron de covid-19” agrega Xiomara Jara. 

Gonzalo Orellana, el propietario del tanquero no perteneciente al proyecto Agua del Sinaí, dice que en la pandemia los viajes se duplicaron para los camiones repartidores pertenecientes a este proyecto. “Cuando hubo el tema del desabastecimiento de agua”, dice en referencia a los sectores a los que los tanqueros no llegaron en la cuarentena, “por la viveza de algunos conductores, los carros salían con menos agua y digamos este vehículo antes de la pandemia hacía seis viajes, ¿por qué, entonces. en plena pandemia hacía quince? Los supervisores de Interagua o los que están a cargo de la toma tienen que haberse dado cuenta”, dice. 

El estudio que solicité, y que presentó el Municipio en mayo 2020 en el que se indicaba que Monte Sinaí tenía el mayor porcentaje de contagios de covid19, molestó a los moradores de este sector.

“Enviamos un correo electrónico [al Municipio] pidiendo que nos den las explicaciones de porqué estábamos siendo señalados como el mayor foco de infección”, dice Jenny Pinto, miembro del Observatorio Nacional por el Derecho a la Vivienda y al Hábitat, al que pertenece también Xiomara Jara moradora de la cooperativa El Triángulo. “A nosotros nos perjudica mucho como comunidad, porque si alguien escucha Monte Sinaí ya todo el mundo corre, vuela”, comenta, y agrega que incluso cuando los residentes de Monte Sinaí van a pedir trabajo, se lo niegan por vivir en el sector. “En Monte Sinaí la gente sí se contagió bastante pero hay que revisar qué hay detrás: en un gran porcentaje es porque la población no está atendida: la gente no puede ir  al hospital, porque justo al hospital trajeron a todas las personas que se estaban muriendo, a los muertos.”, dice Carlos Angulo. “Traen a los que se estaban muriendo del centro para botar a la periferia, no pues, no es justo ¿no? Si Guayaquil somos todos. Querían hacer esa fosa común que decían.  Son gente olvidada, que no tienen servicios, y sobre eso los humillan más, les envían la gente enferma de covid, y mandan a enterrar a los muertos acá”, finaliza. 

Monte Sinaí

En algunos sectores de Monte Sinaí, las calles están asfaltadas y hay ciertos servicios. Fotografías de María José De Luca, collage de María José Ramos.

Relatores especiales y expertos independientes que forman parte de lo que se conoce como los Procedimientos Especiales del Consejo de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas afirman que no se podrá parar el covid-19 sin proporcionar agua a las personas en situación de vulnerabilidad. Sanjay Wijesekera, Jefe Mundial de Agua, Saneamiento e Higiene de UNICEF, decía que un 40% de la población mundial —3.000 millones de personas— no disponen de instalaciones para lavarse las manos con agua y jabón en su hogar. “Casi tres cuartas partes de las personas que viven en los países menos desarrollados carecen de instalaciones básicas para lavarse las manos en su hogar”. 

Según UNICEF,  el acceso limitado al agua las hace más propensas a infectarse: “La infección da lugar a enfermedades y medidas de aislamiento, lo que dificulta que las personas sin seguridad social sigan ganándose la vida. Así, su vulnerabilidad aumenta, lo que da lugar a un acceso aún más limitado al agua. Los gobiernos deben aplicar medidas para romper este ciclo”. En el mundo, cuando el agua no está en el lugar donde las personas viven, y es preciso buscarla, son las mujeres y niñas como Wendy, Anabel y Paola, de esta pequeña cooperativa en lo más profundo de Monte Sinaí, quienes, por lo general, ocupan su tiempo en realizar esta labor: “son las mujeres las que están pagando con su tiempo, y con su pérdida de oportunidades” afirma Wijesekera. “No importa dónde mires, el acceso al agua potable marca la diferencia en las vidas de las personas. Las mujeres y los niños no deben pasar gran parte de su tiempo en lo que es un derecho básico” agrega. Pero en Monte Sinaí, eso no se cumple: Wendy Avilés seguirá subiendo, una y otra vez, cargando la caneca en la que lleva el agua para su familia, sin demasiada esperanza de que, algún día, de los grifos de sus casas salga algo más que aire —que es el material del que están hechas las promesa vacías.

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