«No soy un hombre que golpea a mujeres, te pego porque eres una niña malcriada”, decía mientras me pegaba.
Muchos conocerán mi lucha por el medioambiente, pero pocos saben de mi lucha personal. Y ya estoy cansada.
Hace casi dos años, después de años maltrato, de haber sido amenazada con una escopeta en la cabeza, de haber sufrido una fractura en la espalda por una patada, de las cicatrices en mi cuerpo, con las rodillas que me sangraban agarré a mi hijo en mis brazos y decidí irme. Ya no podía más. Pero no fueron los golpes, las patadas ni las veces que daba mi cabeza contra el carro lo que más dolía sino las palabras, las mentiras, la humillación, los celos, la manipulación constante.
Pensé que no iba a poder irme. Pero cuando lo decidí, aunque tuve mucho miedo, más doloroso fue ver la persona en la que me había convertido. Reconocer lo que viví. Ver los amigos que había perdido. Hasta llegué a dudar de mi verdad. Aún es difícil de creer, pero las cicatrices, el dolor de espalda, los exámenes médicos, la denuncia del 2015, las personas que intentaron ayudarme, están allí para recordarme que sí pasó.
Preguntarás ¿cómo alguien como yo puede “permitir esto”? La verdad no tengo respuesta. Estoy sanando todavía. Lo que sí puedo decir es que los monstruos no nacen, se hacen. Y si seguimos preguntado a las mujeres ¿por qué? en vez de cuestionar al que perpetúa violencia, seguiré siendo un número más en las estadísticas.
Intenté dejar esto atrás, pero hoy él aún quiere controlarme con acusaciones falsas, amenazas, demandas, y utiliza a nuestro hijo y el sistema judicial para continuar su violencia y control sobre mí. A pesar de tener 2 boletas de auxilio y orden de alejamiento, el sistema judicial no me ha dado garantías, y me obliga a estar en contacto con él cada 2 semanas —o cuando a él le da la gana, realmente. Esta situación ha empeorado durante la pandemia. Si antes el Estado no precauteló mi seguridad y vida, ahora me siento más expuesta. Tengo nuevas medidas de protección pero no se han hecho efectivas y a pesar de las insistencias no tengo respuestas y cuando las tengo, son revictimizantes.
Hoy no puedo regresar a Ecuador. No puedo ver a mi familia y me duele en el alma.
Las mujeres merecemos y tenemos derecho a una vida libre de violencia sea que venga del Estado, de los policías, la sociedad, nuestra familia o parejas. Ya aguanté suficiente. No puedo seguir luchando por la tierra sin luchar por mí.