Tengo 25 años. Debería recibirme de médica en mayo en la Universidad de Guayaquil. Pero ahora con la pandemia, quién sabe. Llevo casi un año trabajando de residente en el hospital gineco-obstétrico del Guasmo Sur, un barrio marginado. Los residentes peleamos por un salario digno. El Ministerio de Salud Pública (MSP) nos quería pagar 300 dólares y obtuvimos 450 (el salario mínimo es de 400).

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No hay personal médico suficiente, porque están infectados o un familiar suyo está grave o falleció, o porque renunciaron, indignados por la falta de insumos. Entonces, ¿quiénes están ahí para frentear? Quienes ya firmaron un contrato: los recién graduados y los internos. Somos la mano de obra barata del MSP.

Mi hermana y yo somos las únicas que trabajamos en mi familia. Ella se mudó y vive sola. Me criaron mis abuelos, que ya fallecieron, y ahora vivo con mi tío, y mi otra tía (su hermana) nos ayuda con la casa y la comida. Mi familia depende de mí.

En el trayecto al hospital veo la desesperación y el desorden porque el distanciamiento social no se cumple. Veo gente de bajos recursos que con su trabajo quiere llevar el pan a la casa, pero también gente que simplemente lo ha tomado como un feriado, y ahí es donde te duele.

Llego al hospital y veo pacientes acumuladas en la puerta de ingreso, familiares exigiendo que las atiendan. Algunas vienen desde lejos porque los hospitales están saturados.

Mi hospital no es para COVID-19, sino para pacientes embarazadas o con alguna complicación por aborto. En una guardia de 24 horas se atienden más de 20 partos, más de 20 cesáreas, y cada vez somos menos. Estamos saturados.

En mi última guardia me dieron una mascarilla N95 y me dijeron que no habría otra para la siguiente guardia. A los médicos les dan un poquito más de protección, pero al interno, una bata y un gorrito. Yo llevo mis propias gafas, que no son las ideales porque tienen que ajustar completamente como las de snorkel, pero al menos evitan el contacto frente a frente con cualquier fluido.

‘Esta carrera ha sido jodida’

Se armaron dos salas para aislar a pacientes de COVID-19 y darles una atención digna. Hace poco tuvimos una embarazada con un problema respiratorio y decidimos el traslado a un hospital COVID-19. Usamos el único “equipo de astronauta” que nos quedaba, y cuando llegó le dijeron que no había espacio y la regresaron.

Aquí no hay test para pacientes ni para personal médico, ni fármacos ni respiradores. Algunos compañeros fueron a hacerse el test a otro hospital y les dijeron que no tenían reactivos. Así ni siquiera podemos tener un certificado de que estamos enfermos y tenemos derecho al descanso.

Estuvimos expuestos sin protección a pacientes con cuadros sospechosos. Algunos compañeros se infectaron. Parece que yo también. Estoy con síntomas leves y hoy falté a mi guardia. Ese era mi mayor miedo, infectarme e infectar a mi familia. Cuando lo pienso me digo: “rayos, esta carrera ha sido jodida”.

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Más de 40% de los casos confirmados en Ecuador son trabajadores sanitarios. Fotografía de Kaeliz Garcia

Muchos compañeros están tristes, hay un nivel de emociones… Duele ver que las pacientes exigen, a veces nos tratan mal, pero no están conscientes de que hacemos lo que podemos, aunque lo que podemos no es suficiente.

No doy mi nombre. Hace unos días una compañera del Hospital de Guayaquil divulgó en una red social la falta de equipos y protección. Al instante se hace viral y se publica en varios medios. Entonces el hospital suspende a todos los internos y la trata de mentirosa y le advierte que van a tomar medidas. Y el ministerio nos notifica que va a ser destituido el personal que divulgue información no oficial. Nos quieren callar.

Soy feminista. En 2018 ingresé a la fundación Mujer y Mujer, y a partir de eso mi perspectiva cambió. Empecé a empoderarme, a ser una persona con voz, con capacidad de decir ‘ya basta’, y a conocer mujeres que lo hacían de una forma muy hermosa, mujeres fuertes, capaces.

No me declaro abiertamente lesbiana. Lo hice una vez con mi familia, pero no salió bien. Ellos saben, pero no lo aceptan, entonces para evitar conflictos, decidí dedicarme a lo mío hasta que me sienta preparada para afrontarlo con todo el armamento, con mi título, mi independencia, y decir: esto es mío y yo creo que ustedes deben respetarlo.

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Siento amor por esta carrera porque ayudas a los demás, quieres que tu país salga adelante, quieres que esto cambie, cambiar un poco la perspectiva de los médicos. No quiero ser una más en mi profesión, quiero dar un mensaje de esperanza, de motivación. Me interesa la ginecología obstétrica crítica y quiero especializarme en México. Ojalá pueda.

[Como se lo contó a Diana Cariboni.]


Este contenido fue originalmente publicado en Open Democracy