En febrero de 2011, el cuencano Manuel Antonio Muñoz Borrero se convirtió en el único ecuatoriano que ha sido declarado“Justo entre las Naciones”. El reconocimiento ha sido entregado por Israel a otras 27.362 (hasta enero de 2019) personas de 51 países por ayudar a, o salvar, la vida de judíos —especialmente, durante la II Guerra Mundial.

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Manuel Antonio Muñoz fue el cónsul ecuatoriano en Suecia durante la Segunda Guerra Mundial. En 1941 entregó pasaportes ecuatorianos a más de mil judíos europeos que habían perdido sus documentos y no podían cruzar las fronteras para escapar de la persecución nazi. 

Los pasaportes les dieron una nueva identidad, la ecuatoriana, y los eximieron de usar la estrella de David —convertida por el Nacionalsocialismo en una insignia de vergüenza—, pospusieron su deportación a campamentos de trabajos forzados, entre otras protecciones contra la legislación antijudía de la Alemania Nazi. Además, les permitió a muchos de ellos y a sus familias escapar hacia Turquía y salvarse de los horrores de la gran guerra.  

Por ello, Muñoz fue destituido de su cargo en enero de 1942 y pasó los siguientes veinte años en Estocolmo en una muy precaria situación económica. Vivió, además, con el miedo a sufrir represalias por sus acciones. En 1961, regresó a Ecuador pero nunca habló de lo que hizo. 

Nadie supo que un ecuatoriano tuvo un papel tan importante durante el Holocausto por muchos años. Muñoz es mencionado brevemente por primera vez en 1961 durante el juicio de Adolf Eichmann, el teniente coronel de las SS nazis que fue artífice a Solución final de la cuestión judía —el plan para el exterminio masivo del pueblo de Israel. 

Desde entonces, no se volvió a saber nada más de él hasta 2005, más de cuarenta años después. Dos investigadores judíos — tras una serie de coincidencias — encontraron pasaportes e información que probaban el papel que tuvo el cónsul Muñoz durante la Segunda Guerra Mundial. Gracias a su investigación Muñoz fue declarado  “Justo entre las Naciones” en 2011. 

En septiembre de 2019, el escritor Óscar Vela publicó el libro Ahora que cae la niebla, en el que cuenta la historia de Muñoz y presenta a los ecuatorianos, por primera vez, a su más grande héroe de la Segunda Guerra Mundial. La obra de Vela es parte de los eventos de la quinta edición del festival de cine La Fractura del Siglo que muestra trece películas y organiza  cinco eventos para reflexionar, desde un enfoque cinematográfico, sobre el Holocausto, el pasado, el presente y el futuro. 

Óscar Vela dice que  escuchó la historia de Manuel Antonio Muñoz poco después de que se le entregó el reconocimiento del Estado de Israel. Se interesó mucho y comenzó a investigarla. Encontró a varias personas que conocieron a Muñoz durante y después de su vida en Estocolmo. “Me di cuenta que era una historia envuelta en misterios, en la niebla” dice Vela, explicando de dónde viene el título de su novela. 

Muñoz también tenía secretos en su vida personal. Además de todos los acontecimientos relacionados con la guerra, su estadía en Suecia está atravesada por la historia de amor con Marta, una mujer casada con quien mantuvo una relación por más de veinticinco años. Marta es la madre de su único hijo. 

Durante su investigación —que duró más de dos años y medio—, Vela viajó a Suecia recogiendo los pasos de Muñoz. “Conocí lugares que frecuentaba, el café, los restaurantes, la casa donde vivía, la casa de su amigo el rabino Jacobson, la casa en la que su amante vivía con su familia”, dice Vela. Además investigó los archivos que la Cancillería del Ecuador tenía sobre Manuel Antonio Muñoz. 

Vela dice que su objetivo era llegar al “asunto medular de la historia”: la emisión de los pasaportes en 1941 y su posterior destitución. En 2018, la Cancillería del Ecuador enmendó sus errores pasados y le devolvió las credenciales a Muñoz, reconociéndolo como un miembro del servicio extranjero ecuatoriano. 

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En 1941, Manuel Antonio Muñoz vivía en un país que se había declarado neutral, pero no lo era. Suecia era uno de los principales proveedores de hierro del Nacismo. No era un país amigable para quienes ayudaban a los judíos, dice Vela. Además, Muñoz era el cónsul de un país cuya posición anti Nazis ha sido bastante cuestionada. Por eso, presume Vela, Muñoz nunca habló del motivo por el que dejó de ser Cónsul de Ecuador. Incluso había un delegado de las SS para seguir sus pasos porque se sabía que algo extraño sucedía con los pasaportes ecuatorianos. A Muñoz lo interrogaron, aunque lo enjuiciaron. Sí perdió su puesto y su modo de vida. Pagó el precio de ser un hombre bueno.

En Ahora que cae la niebla están documentados los esfuerzos que hizo para ganarse la vida después de perder el cargo de Cónsul. Desde 1941 vivió muy mal: se dedicó a hacer traducciones para varias delegaciones sudamericanas en la capital sueca porque hablaba cinco idiomas. Esos trabajos ocasionales no le permitían ganar lo suficiente para vivir en una Europa muy golpeada por la Segunda Guerra Mundial. 

En 1963, dos años después de haber vuelto al Ecuador, Muñoz se mudó a México. Se volvió a casar con su primera mujer, de la que se había divorciado antes de viajar a Suecia, y murió allí. “Nunca nadie supo nada. Ni su mujer, ni su amante. La gente más cercana a él jamás supo los secretos de su historia, que es la que sale en el libro”, dice Vela. Durante los primeros años de la posguerra todos sus colegas y amigos cercanos sabían que Muñoz había salido del servicio, que había sido destituido, pero nadie sabía por qué. “Nunca lo explicó”, dice Vela. 

Todo cambió en 2005. El nieto del Rabino Abraham Jacobson —uno de los amigos cercanos de Muñoz, quien le pidió que emita los primeros pasaportes— encontró entre las cosas de su abuelo una caja con pasaportes y documentos que hablaban del cónsul ecuatoriano. Fue entonces que la historia envuelta en la niebla del temor y el misterio empezó a despejarse. 

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El miedo no fue el único motivo por el que Manuel Antonio Muñoz nunca habló de todo lo que hizo por los judíos. Después de toda su investigación, Óscar Vela dice que una de las principales características de Muñoz era la humildad y la discreción. Además, dice, de la valentía y el coraje para hacer todo lo que hizo sin contarle nada a nadie. “No sé si él habría querido que su historia se cuente en una novela”, duda Vela. 

Fue una historia complicada de reconstruir. La mayoría de los involucrados están muertos, a excepción de un par de conocidos de Muñoz y descendientes judíos de las familias a las que ayudó con los pasaportes. Por eso algunas partes del libro son ficción, pero hay un extenso trabajo de documentación y testimonios de personas que lo conocían. La investigación de Jacobson y su compañero investigador también fue una fuente importante. Entre los datos más relevantes está el número de personas a las que ayudó: aproximadamente mil. Muñoz logró emitir más de dos mil pasaportes, pero no todos lograron salir sanos y salvos. 

Vela dice que a partir de su investigación, algunas de las partes de la historia que fueron reconstruidas con ficción estaban relacionadas con el romance con Marta y el nacimiento de su hijo. Manuel Antonio Muñoz es el padre de Lennart Bjelke, un músico sueco que fue criado como si fuera hijo de Ragnar Bjelke, el esposo de Marta. Lennart se enteró de la verdadera identidad de su padre después de que Manuel Antonio regresará a Ecuador. Nunca se conocieron, pero en 2011 Lennart estuvo en Israel para recibir el reconocimiento de su padre como “Justo entre Naciones”. 

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La novela de Óscar Vela sobre la vida de Manuel Antonio Muñoz será parte de un conversatorio en el evento de cierre de la quinta edición de La Fractura del Siglo el 28 de enero de 2020. La Fractura es una iniciativa de la artista de origen israelí, Sara Roitman, en colaboración con la Fundación Cultural Ochoymedio por el Día Internacional en Conmemoración del Holocausto. 

En todas sus ediciones se habla del Holocausto desde el cine y otros formatos, pero esta será la primera vez que se presentará una novela. “No se trata de un festival de películas de guerra, sino de contar historias mucho más profundas, que abarquen temas que nos conciernen a todos en la actualidad”, dice Sara Roitman. 

Es, en breve, un necesario ejercicio de memoria. “Si no tenemos una historia no tenemos nada” dice. Por eso, quieren presentar historias como las de Manuel Antonio Muñoz, que fueron menos conocidas, pero igual (o hasta más) importantes que las otras. “Ecuador debería estar orgulloso porque llegó a tener un humanista de ese calibre”, dice Roitman.

Durante la Segunda Guerra Mundial hubo muchas de personas que, como Manuel Antonio Muñoz, hicieron lo que podían para ayudar y guardaron en secreto su labor. Algunos, como Muñoz, fueron hasta castigados. O como la enfermera polaca Irena Sendlerowa, una trabajadora social que salvó a más de 2.500 niños y que también fue reconocida como Justa entre las Naciones en 1965. O como el matemático inglés Alan Turing  que durante la guerra trabajó para descifrar los códigos nazis y gracias a su trabajo redujo la duración de la Segunda Guerra Mundial entre dos y cuatro años. A pesar de sus contribuciones, Turing fue procesado por ser homosexual en 1952 y murió dos años después. El trabajo de Turing no fue reconocido apenas en 2013, cuando la reina Isabel II eliminó todos los cargos en su contra, sesenta años después de su muerte. 

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En historias como las de Muñoz, Turing y muchos otros más, los reconocimientos llegaron tarde. “Hay muchos héroes silenciosos de las guerras, los conflictos y en general en la historia”, dice Vela. El autor de Ahora que cae la niebla cree que siempre puede ser tarde para reconocer esos logros, pero eso no significa que estas historias deban permanecer en silencio. “Hay muchos héroes de los que no hablamos porque no son épicos, pero fíjate lo importantes que resultaron para tanta gente” dice Vela. Nunca es tarde para un poco de justicia histórica.