Dos milenios después de que naciera en Irlanda como un ritual celta que marcaba el fin del verano, Halloween se ha convertido en una industria muy lucrativa. Transformado por el cristianismo a la víspera del día de todos los santos (su nombre viene de all hallows’ eve), fue durante décadas una celebración exclusiva del mundo anglosajón —principalmente en Estados Unidos y el Reino Unido— que ahora se vive en buena parte del mundo. Esa expansión está dejando su huella en el medioambiente.
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Para horror de algunos fanáticos religiosos, en América Latina también nos disfrazamos el 31 de octubre. México, Bolivia, Colombia, Chile y Perú están entre los 20 países del mundo que más buscan Halloween y disfraces en Google. Ecuador está en los puesto 26 y 18, respectivamente. Las fiestas y los concursos de disfraces se han vuelto parte de nuestra realidad, que —para horror de algunos fanáticos nacionalistas— ha opacado a una fecha cívica: el 31 de octubre es, en este país, el día del escudo nacional. Estefanía Cardona, fundadora de lifestyle KIKI, el blog de moda más importante del Ecuador, dice que es la influencia de la música y el cine. “Esto afecta la indumentaria”, dice Cardona. Halloween nos une como civilización global: gastamos, consumimos y nos disfrazamos en muchas partes y, muchas veces, de las mismas cosas.
No hay cifras de cuánto genera a nivel mundial, pero se sabe que este año generará ganancias de 8800 millones dólares solo en Estados Unidos. De esos, 3200 millones se gastarán en disfraces para niños, adolescentes, adultos y hasta mascotas. En Ecuador, el precio de los disfraces — que depende de la talla y la complejidad — es de entre 20 y 80 dólares, en promedio, pero puede superar los 180 dólares. El alquiler por 24 horas es mucho más barato (entre 15 y 25 dólares) pero la mayoría compra. “Especialmente los niños” dice Betsy Valencia, propietaria de una tienda de disfraces de la ciudad de Quito. Valencia explica que la mayoría de sus ventas anuales son en época de Halloween y que este año los superhéroes y las princesas son los más vendidos. Ella confecciona la mayoría de los disfraces que vende en su tienda, pero una vez que alguien los compra, cómo los desechan, “ya no es mi responsabilidad”, dice Valencia.
La noche de brujas se ha convertido, también, en un asunto de status. Paula Ceballos, fundadora de Armarium, una tienda en línea de ropa de segunda mano, dice que Halloween es cada vez más popular entre las personas de nivel socioeconómico medio-alto y alto, pero que todavía no alcanza el nivel de popularidad que tiene en otros países. “En la clase alta, donde está más de moda tener el disfraz perfecto, hay 2 o 3 fiestas durante Halloween. Esos son 2 o 3 disfraces que se usan una sola vez” explica Ceballos. Los disfraces tienden a no repetirse o intercambiarse, porque alguien más ya los usó o por la estrecha relación que tienen con lo que está de moda que cambia cada año.
Con una rotación tan alta, es muy probable que el disfraz de hoy se convierta pronto en el periódico de ayer: los disfraces de Halloween tienden a ser prendas de un solo uso.
Eso podría tener consecuencias ambientales. Fashion Revolution es una organización británica que nació para promover la “moda sostenible” (un enfoque amigable con el medioambiente del diseño, la manufactura y el consumo de ropa) después de que más de mil personas murieran en el colapso, en 2013, de Rana Plaza, una fábrica de ropa de Bangladesh. La organización estima que, solo el Reino Unido, Halloween generará 2 toneladas de desechos plásticos en 2019. Siete millones de disfraces terminarán en la basura. Solo el 1% será reciclado. En los países donde más se celebra ya hay estudios detallados sobre el impacto económico y ecológico de Halloween. En Ecuador todavía no hay informes sobre eso.
La ropa en Ecuador, según el Reglamento Técnico de Etiquetado de Prendas de Vestir, debe incluir etiquetas permanentes en el que se incluya su país de origen y datos sobre las fibras utilizadas. Los disfraces no están entre las prendas reguladas por esa norma. Según Estefanía Cardona, eso hace que sean productos que “tienen una trazabilidad muy oscura, por eso hay tan poca información”. La trazabilidad es la capacidad dibujar un recorrido claro de los productos desde que se producen hasta que se venden. La información de las etiquetas facilita ese proceso.
Si no está clara, puede ser un síntoma de malos manejos de mano de obra, malos sueldos e infracción en temas de derechos humanos. “Es complejo, en Ecuador ya se está incluyendo este tema en nuestra cultura. Pero es complejo el decir a la gente que deje de consumir, especialmente a los niños” dice Cardona “Lo peor es que es un monstruo invisible”.
Está bien preocuparnos por las botellas de plástico y los sorbetes, pero todos los microplásticos son muy contaminantes. Una de sus fuentes principales son las fibras sintéticas. Las fibras sintéticas, como el poliéster y el nylon, no son biodegradables, son sintetizados de derivados del petróleo y tienen efectos a largo plazo en el medio ambiente. Según Greenpeace, el resto del año el poliéster está en un 60% de producción textil mundial, pero en Halloween sube al 83% por los disfraces.
Las fibras sintéticas producen microplásticos. Estas fibras representan el 85% de los desechos humanos en las costas de todo el mundo. Investigadores de la Universidad de California en Santa Bárbara descubrieron que, en promedio, las chaquetas de lana sintética liberan 1,7 gramos de microfibras en cada lavado. Según el estudio, estas microfibras viajan a las plantas locales de tratamiento de aguas residuales y “hasta el 40% de ellas ingresan a ríos, lagos y océanos”.
Las microfibras sintéticas son peligrosas porque pueden envenenar la cadena alimentaria. Su tamaño permite que sean consumidas fácilmente por peces y otros animales. Estas fibras de plástico se bioacumulan y concentran toxinas en los cuerpos de los animales. Todavía no se ha comprobado si los humanos, al comer estos animales, corren algún riesgo, pero no se ha descartado la posibilidad. Mañana, cuando nos disfracemos, pensemos bien qué vamos a hacer después con nuestros atuendos.
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Los disfraces están muy ligados a lo que esté de moda. Según la National Retail Federation (NRF) de Estados Unidos, “el gasto no ha cambiado mucho en los últimos años, pero estamos viendo un aumento notable en los consumidores cuyas compras de Halloween están inspiradas por sus amigos, vecinos e incluso celebridades en las redes sociales”. Las películas más taquilleras tienen influencia en los disfraces más buscados. Joker, It y los superhéroes están entre los más populares. Ser alguien más, así sea por unas horas, es una vieja fantasía humana.
Ser alguien más, poderoso, temido, amado y popular, exacerba nuestro gusto por el juego de disfraces. La encuesta de la NRF encontró que en Estados Unidos, más de tres millones de niños planean vestirse como su princesa favorita, casi dos millones y medio como su superhéroe favorito, y dos millones como Spider-Man. Cinco millones de adultos estadounidenses planean vestirse como brujas, y casi cuatro millones como vampiros y superhéroes. Este año, algunas tiendas ofrecen disfraces para niños con discapacidades, como princesa con carruaje o pirata y barco para niños en silla de ruedas.
Ahora, la fantasía humana ha sido trasladada a las mascotas (a pesar de que no hay ninguna evidencia de que sepan qué es Halloween). Los disfraces para animales se están volviendo cada vez más populares, y eso significa una sola cosa: hay un gran negocio. Cuando la NRF hizo la pregunta por primera vez en 2010, el 12% de los encuestados planeaba vestir a sus mascotas. Hoy, es el 20%.
El gasto en disfraces de mascotas continúa aumentando: este año se gastarán 490 millones de dólares, más del doble que en 2010. Entre los disfraces más populares para mascotas de 2019 están calabazas, hot dogs y superhéroes.
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La ropa tiene que pasar por un largo proceso para llegar a nuestros closets. Aproximadamente, 75 millones de personas a nivel mundial trabajan para confeccionarla. El 80% son mujeres de 18 a 35 años, la mayoría son pobres y no puede costear sus necesidades básicas. Muchos son explotados o trabajan en lugares inseguros, como Rana Plaza. El edificio de ocho pisos tenía grietas y los empleados se quejaron de ruidos en la estructura un día antes del colapso, pero fueron forzados a continuar trabajando.
Los cambios son necesarios. Según Fashion Revolution, las compañías se enfocan en incrementar sus ventas y no se preocupan de nada más. Sus ganancias usualmente se obtienen a expensas de las condiciones de trabajo, salud, vida y dignidad de otras personas. Y del planeta.
Por eso, dicen que el modelo de negocio debe cambiar. En los últimos veinte años, la cantidad de ropa producida se ha incrementado y los precios han bajado. Pero el costo de hacer la ropa ha aumentado, impulsado por el aumento de la mano de obra, las materias primas y los precios de la energía. Fashion Revolution cree que toda la industria de la moda necesita un cambio radical: desde los materiales hasta la forma de ver la moda.
Pero el cambio precisa, también, de los que compramos. Verónica Moreno, profesora de Confección Textil del Instituto Superior Tecnológico Tsa Chila de Santo Domingo, cree que los consumidores tienen cada vez más conocimiento del daño que puede causar la industria de la moda y los manufactureros y diseñadores tienen la responsabilidad de ofrecer soluciones. “Nuestros proyectos se deben enfocar en eso, en contribuir a la sociedad de esta manera” dice.
Necesitamos romper nuestra adicción a la velocidad y volumen, dice Fashion Revolution. Hay que recordar que las gangas tienen un costo ambiental y social. En definitiva necesitamos comprar menos, comprar mejor y seguir haciendo preguntas sobre las realidades detrás de lo que estamos comprando: hay que hacerlo también —quizá, especialmente— en Halloween.
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En 2019, cerca de la Noche de Brujas, la campaña de NO COMPREMOS DISFRACES ESTE AÑO circula en redes sociales. Promocionada por algunas organizaciones ambientales y grupos de padres. Su propósito es crear conciencia del impacto ambiental de Halloween —una de las festividades con más desperdicios— y cómo aprovechar más los recursos al momento de encontrar un disfraz.
“¿Sabes que la ropa es la segunda industria que más contamina el planeta?”, dice la campaña. La idea que la industria de la moda es la segunda que más contamina después de la petrolera ha sido el eslogan de la campaña de la moda sostenible por años. Es útil, directo e impactante. Pero falso.
No hay una fuente creíble o verificable que sustente el argumento. Se la han atribuido a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), pero la ONU lo que dice es que es la segunda industria que más consume agua. Ni siquiera la que más contamina el agua, sino la que más la usa.
Se utiliza mucha agua para hacer nuestra ropa. En promedio, se necesitan casi diez mil litros de agua para producir un kilogramo de tela de algodón. Según la organización Water Footprint, solo para hacer una camiseta de algodón simple se utilizan 2.500 litros de agua y se necesitan unos 8 mil litros —unas 50 bañeras llenas de agua— para un par de jeans de algodón.
Vanessa Friedman, directora de la sección de Moda de The New York Times, decidió averiguar dónde comenzó esa equivocada idea que ha impulsado las campañas de moda sostenible por tanto tiempo. Encontró que se trata más de un juego del teléfono dañado que un estudio fundamentado.
Friedman explica que vio un artículo en el sitio web OneGreenPlanet, que decía que “la industria de la moda de 3 trillones de dólares es la segunda más contaminante, solo después de la petrolera”. Ahí se atribuía esta cita a un artículo de EcoWatch, en el que se citaba a Eileen Fisher, una diseñadora estadounidense que ha ganado premios por su trabajo con moda sostenible.
Eileen Fisher cree que sacó esa información del documental The True Cost , dirigido por Andrew Morgan. Fisher también cree que el tema fue discutido por el Glasgow Caledonian Fair Fashion Center, encargado de proyectos que unen rentabilidad y la sostenibilidad. La vicepresidenta de este centro le dijo Vanessa Friedman que también había sacado la información de la película. Andrew Morgan, el director del documental de 2015, refirió a Friedman a los organizadores de la Copenhagen Fashion Summit, el principal evento empresarial sobre sostenibilidad en la moda del mundo. Los representantes de este encuentro le contaron a Friedman que esta afirmación venía de un reporte de la consultora Deloitte publicado en 2012. Deloitte no sabía a qué reporte se referían.
Pero no nos engañemos: la moda es una industria que tiene un fuerte impacto en el medioambiente. Es la responsable del 8 al 10% de las emisiones globales de CO2 —más que los vuelos internacionales y los barcos de carga juntos. Eso sí lo dice la Alianza de las Naciones Unidas para la moda sostenible. Además, hay reportes que prueban que casi tres quintos de la ropa termina incinerada o en la basura después de un año de ser producida. Alrededor del 20 al 25% de los compuestos químicos producidos a nivel mundial se utilizan en la industria textil.
Todas las fuentes que Friedman investigó la dirigieron a otras o no estaban seguras de dónde habían obtenido la información originalmente. Friedman explica que esa falta de confirmación ha provocado que muchos líderes de la sostenibilidad de la moda dejen de repetirlo. Pero ya no hay vuelta atrás. Esa frase falsa y mal atribuida sigue siendo parte importante del discurso de las campañas de moda sostenible y muy pocos se lo cuestionan.
Eso no quiere decir que en este Halloween no debamos elegir con consciencia los disfrazamos que nos pongamos. No se trata de abandonar una costumbre divertida —gran excusa para fiestas y reuniones de amigos—, sino de, al hacerlo, tener en cuenta el impacto ambiental de lo que antes hacíamos un poco irreflexivamente.
El primer paso es revisar qué tenemos en el clóset y aprovechar la creatividad para hacer algo nuevo sin comprar más cosas. Estefanía Cardona dice que los disfraces en pareja también son una buena opción, porque facilitan la colaboración y el intercambio de prendas. Usar maquillaje es una alternativa contaminante, pero en un menor nivel. “Se contamina un poco de agua, pero en comparación a una prenda de poliéster que vas a usar una sola vez, el impacto es menor” dice Cardona. Paula Ceballos dice que lo mejor es, a final de cuentas, no consumir, pero si queremos disfrazarnos, sugiere volver a lo que se hacía antes, pero aprovechar las herramientas que tenemos ahora para potenciar esas acciones. Los intercambios de ropa, por ejemplo. “En redes sociales donde hay grupos para intercambiar ropa con muchas más personas. La idea es volver a tener una comunidad más circular y colaborativa entre todos” dice Ceballos.
Otra de sus sugerencias es aprovechar a las costureras y sastres, que usualmente aprovechan la materia prima al máximo y usan productos ecuatorianos o colombianos que no fueron hechos con malas prácticas laborales y pone de ejemplo a Punthaditas, en Guayaquil, una red de costureras que utilizan retazos de tela para hacer sus prendas y potencian el uso de materiales reciclados. El horror de Halloween no tiene por qué ser parte del horror real de la contaminación.