Los análisis del paro nacional han girado en torno a temas muy fecundos para el populismo político, como la desigualdad y la irresponsabilidad del Estado. Sin embargo, son una capa superficial de análisis. No son causas, sino consecuencias. 

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Las verdaderas causas aún son —ya sea por conveniencia o por ignorancia, no lo sé— desconocidas por nuestras élites políticas, empresariales, religiosas y sociales.. 

Para explicarlo, voy a referirme a Universo 25, un experimento de comportamiento social desarrollado en 1960 por el etólogo e investigador del comportamiento John Calhoun. El experimento consistía en colocar una población de ratones en un espacio de laboratorio con recursos limitados pero suficientes para que se sintiese en el paraíso y pudiese prosperar y multiplicarse.

En el principio, todo funcionaba de maravilla: mucho espacio disponible, abundancia (aunque finita) de recursos, pocos individuos. En definitiva, un feliz mundo roedor en su albor. Pero el tiempo fue pasando y la población de roedores fue aumentando y a más ratones menos espacio, menos recursos, menos confort. Llegó un punto en que el espacio resultaba cada vez más insuficiente. Hubo conflictos y agresiones entre la población. En las etapas finales el deterioro llegó a un punto tal en que la cooperación entre individuos se anuló y las interacciones usuales y básicas como el sexo desaparecieron hasta que la población se redujo a cero. 

Inquietante, ¿verdad? Ahora traslademos esto al Ecuador. 

Para enero de 2018, éramos el país con mayor densidad poblacional de América Latina. Poseemos la tercera tasa más alta de embarazos adolescentes en la región. No somos un país de renta media. Ecuador es, en la práctica, un país pobre. Cuatro de cada diez personas son pobres en las zonas rurales, y casi tres de cada diez lo son a nivel urbano —sin considerar que la definición de pobreza engloba a quien percibe un ingreso familiar per cápita menor a USD 84,99 mensuales, lo que deja un margen enorme para las personas que luchan por la supervivencia por encima ese valor pero por debajo de la canasta familiar básica.

Vivir con lo justo para el mes, bajo la incertidumbre del mes siguiente y sin un horizonte de esperanza es la campanilla de la explosión. ¿Si no hay nada que perder, por qué no perderlo todo?

Ecuador es, en esencia, más allá de ciertos espacios de confort una masa poblacional pobre y angustiada, cada vez más numerosa en sus niveles más vulnerables. Al mismo tiempo, es un territorio pequeño, con recursos finitos distribuidos de una forma inequitativa.

¿Qué pasa, entonces, con la sobrepoblación? ¿Qué gobierno o movimiento o partido o religión ha hecho suya la causa del control natal? 

He ahí una primera variable crítica no monitoreada ni gestionada. Es un punto en contra para nuestras instituciones, pero, sobre todo, para los individuos: abarcar más prole de la que una familia puede sostener es causante directo de pobreza.  

¿Es completa responsabilidad del Estado o existe una corresponsabilidad de los individuos al procrear hijos más allá de sus capacidades? No todo es responsabilidad del Estado. Allí es donde flaquea la lógica y la incidencia del pensamiento de izquierda del Ecuador.

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Ahora, a la sobrepoblación sumemosle el impacto disruptivo de las tecnologías de la cuarta revolución industrial. En su libro La cuarta revolución industrial Klaus Schwab explica que dicha revolución tecnológica “modificará fundamentalmente la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. En su escala, alcance y complejidad, la transformación será distinta a cualquier cosa que el género humano haya experimentado antes.” Es en definitiva un portafolio tecnológico que la sociedad no entiende bien, pero que, impulsado por el mercado, está ya en todas las facetas de nuestras vidas.

Un fin importante y determinante de ese portafolio tecnológico es eliminar todos los puestos de trabajo humanos que puedan ser automatizables y reemplazables por robótica o por algoritmos. Parte de su esencia tecnológica lleva una consecuencia social: la eliminación de oportunidades de trabajo para la gente de menor preparación relativa, no solo en nivel de escolaridad, sino en idoneidad.. 

Desde hace algunos años se han eliminado ya miles de posiciones en atención al cliente, servicio de comida, limpieza, tramitología tributaria, legal, contable y administrativa, construcción, diseño, seguridad, agricultura, ganadería —en fin, un sinnúmero de trabajos que, efectivamente, pueden ser automatizados. La pregunta es si deberían ser automatizados.

Probablemente en este punto el lector tomará algunos argumentos liberales respecto a la tecnología. Por ejemplo, que por cada empleo que desaparezca por la disrupción se generarán diez más. Es probable. Sin embargo, todos los empleos que aparezcan requerirán un conjunto de habilidades, conocimientos y aptitudes que demandan condiciones familiares, económicas y educativas a las cuales la masa pobre —e inclusive la clase media— no tiene acceso en nuestro país (ni en gran parte del mundo). 

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Está claro, pues, que el Ecuador es  un país pobre, en un territorio pequeño, con recursos finitos, inequitativamente distribuidos y que no está preparado para el gran cambio que está aconteciendo en el orden mundial.

Hoy por hoy en nuestros campos y ciudades hay miles de personas que batallan para gestionar un archivo de Excel ¿Queremos a esas personas desempleadas y en la calle? ¿Estamos siendo conscientes de que la frustración social actual obedece en gran medida a un crecimiento económico sin empleo

Más importante todavía: ¿son conscientes nuestras élites políticas, empresariales, religiosas y sociales de que lo que ocurrió en Ecuador  fue un campanazo (azuzado por oportunistas políticos, terroristas y criminales) de lo que se podría venir en cinco o diez años más? 

Estamos viendo la transformación global; y lo que vivimos fue la ira y frustración de miles de personas que no están logrando adaptarse al nuevo mundo que se avecina —podría parecerse menos a 1984 de Orwell, y más a Un mundo feliz de Huxley. 

Quien tenga ojos que vea y quien tenga oídos que escuche. No se debe permitir que nuestras élites caigan en la superficialidad de analizar lo ocurrido como un choque ideológico, tampoco como un problema de distribución de riqueza. Deben ir a las raíces, el tiempo corre.

Si históricamente el éxito de nuestra especie dependía de ser muchos y jerárquicamente estructurados sobre una base poblacional obrera, ya no es, ni será más así. Debemos autorregularnos.