El caos ha cesado y los estragos relucen por el contraste que producen. Quito comienza una reconstrucción. Paredes empiezan a pintarse, veredas a arreglarse y poco a poco la ciudad empieza a tomar la forma que solía tener.

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El monumento de Simón Bolívar ubicado en la punta sur del parque La Alameda, la dirección en la que cargan el prócer y su caballo es la misma en la que, durante días, cargaron los manifestantes en octubre de 2019. Hay una vieja mentira que, de tan repetida, hay gente que la cree: que las posiciones de las patas de los caballos de las estatuas dicen cómo murió el jinete. Si tiene dos patas en el aire, es porque murió en combate de forma gloriosa. Pero Bolívar murió en su cama, vilipendiado y triste. La desinformación —mal llamadas fake news— se multiplicaron en los días de paro. La bandera del Ecuador, amarrada a la mano del Libertador, parece una metáfora de la solidez institucional del país.

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Más de 20 mil indígenas llegaron a la Capital para protestar las reformas planteadas por el gobierno de Lenín Moreno. El Parque del Arbolito y la Casa de la Cultura los recibieron. Mucha gente les donó colchones, cobijas, comida, y cualquier objeto que podría ser útil. Varios de esos objetos ahora forman grandes pilas de basura.

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En la sede principal del Banco Central del Ecuador uno de sus cajero recibió la ira de los manifestantes. Tres días después de haberse levantado el paro, el cajero sigue manchado pero la pared brilla con el gris recién pintado.

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Gris, gris, negro, marrón. Este es el patrón que se encuentra mientras se camina por el Parque del Arbolito. Sus caminos adoquinados están incompletos y manchados. Algunas piedras llevaban la marca que los identifica como patrimoniales. El hollín de las fogatas que se prendieron durante las protestas aún está ahí.

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1. Alrededor de la Esfera de movimientos oscilantes, la escultura emblema del parque, un grupo de trabajadores municipales pinta las bancas de concreto, sin importar que la estructura de metal interna estuviera aún expuesta.
2. Las bancas rotas en sus esquinas muestran su esqueleto metálico. Días antes las bancas habían sido golpeadas en sus puntos más débiles por los manifestantes para obtener pedazos de concreto para lanzar. Entre los trabajadores resaltan  Shirley Miñaca y Carmita Montero, dos amas de casa que llevan refrigerios para el. Llamándose a sí mismas voluntarias, ayudan en las labores de pintado, barrido y limpieza del parque.

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En el partere que divide los carriles en la avenida 12 de Octubre, al este del parque del arbolito, varias máquinas remueven por completo la tierra en la que solía crecer césped, pequeños árboles y flores.

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En un informe preliminar, la Secretaría de Ambiente de Quito informó que cerca de 5 mil árboles fueron afectados durante las protestas. Los restos carbonizados de un bicentenario tronco de ciprés es lo que ahora adorna al parque La Alameda.
A su lado un pequeño nogal es plantado. Como El árbol de la reconciliación fue bautizado por el alcalde Jorge Yunda.

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Durante las protestas la Contraloría General del Estado fue incendiada por los manifestantes. El edificio sufrió un incendio y saqueos. Lo que buscaban los que la destruyeron aún está siendo investigado por la Fiscalía. Pero que el edificio que alberga a la institución que debe controlar el gasto público y el uso de los bienes que pagamos todos con nuestros impuestos haya sido arrasado por la ira de las turbas que lo ocuparon y quemaron dice mucho.

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Entre escombros, papeles quemados y vidrios rotos, dos mujeres cruzan lo que queda del edificio de la Contraloría. La parte trasera del edificio mira directamente a la manifestación.

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En la confrontación callejera, los manifestantes armaban fogatas con palos, llantas y lo que encontrasen a mano para, entre otras cosas, contrarrestar los efectos del gas lacrimógeno que la Policía usaba para dispersarlos. En uno de los jardines de la Asamblea Nacional, dentro de las rejas que la cercan, la fogata ya no alumbra pero ha dejado su marca.

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Varios grafitis pintan las grises paredes de quito. “No FMI”, “Pueblo resiste”, y muchas otras frases de protesta son el adorno que recibe la ciudad capitalina. La violencia retórica fue omnipresente y no respetó nada. El racismo, el clasismo y la discriminación fueron solo superadas por la autodeclarada superioridad moral de políticos y opinólogos de toda ralea.

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Alrededor de la Plaza Grande, en Quito, cercas de metal evitaban el paso de los manifestantes durante el paro nacional. Uno de los signos de que la ciudad retoma su normalidad es que las vallas han sido removidas y ahora solo estorban a los peatones.

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Fredy Montero, dueño de un carrito de jugo de mandarina en el Centro de Quito, tuvo que cerrar su negocio por las manifestaciones. Asustado por su situación económica, se las ingenió para hacer un poco de dinero en los días de protestas: recurrió a su caja de tabacos. Los cigarrillos servían para combatir los efectos del gas lacrimógeno. Fredy Montero vendió cada uno a 25 centavos y el primer día hizo 60 dólares. El domingo, vendió alrededor de 100 dólares.“Para mi la manifestación fue buena”, dice.

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Las piedras del centro histórico quiteño vienen de las laderas del volcán Pichincha. Son grandes y pesadas, miden alrededor de 25 centímetros de largo y 20 de ancho, y por su naturaleza volcánica son difíciles de romper, por lo que no son útiles para ser lanzadas en una manifestación. Pero son perfectas para romper paredes, gradas y veredas que sean de un material menos resistente como el cemento o el concreto, y de ellas obtener pedazos para utilizarlos como armas. Las piedras son patrimonio de la ciudad. Tras el paro el paro, el Municipio emprendió labores para recuperarlas. Las piedras tomadas de varias calles estaban regadas por varios partes de la ciudad. En la foto, están apiladas en el patio interior del Instituto Metropolitano de Patrimonio.