Tenía apenas 22 años y el corazón aún intacto cuando José Rómulo Sosa Ortiz se convirtió para siempre en José José. La metamorfosis fue conjurada mediante una canción: “Qué triste luce todo sin ti. Los mares de las playas se van. Se tiñen los colores de gris. Hoy todo es soledad” cantó José José y se lanzó, como quien cae en un precipicio, al inevitable estrellato.

El triste, escrita por el compositor mexicano Roberto Cantoral, se cantó por primera vez en el festival OTI, una competencia de canto continental, en 1970. Desde ese momento quedó claro que José José la había fundido en la memoria colectiva latinoamericana. Era una de las mejores interpretaciones a dieciséis compases que México, país que ama a sus ídolos, jamás había visto. 

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Cuando José José volvió a interpretar El Triste, un par de años después de convertirse en estrella, cada verso tuvo sentido propio. Ya era El príncipe de la canción, como cariñosamente le bautizaron sus fanáticos, pero su corazón se había roto por primera vez después de separarse de la cantante Lucero. 

Empezó a repetir la historia de su problemático padre, José Sosa Esquivel. Sosa era, también, cantante: una vez al año cantaba ópera y zarzuela. El resto de meses se ganaba la vida trabajando en la iglesia de un barrio adinerado. A su lado, siempre reposaba un vaso de ron. Las drogas, el alcohol se volvieron parte de de su vida. Murió a los 45 años: fue como un presagio, como una maldición familiar, atenuada en la vida del Príncipe con pequeños momentos de felicidad.

José José aprendió, además, a vivir con una profunda depresión que intentó ahogar con la bebida, hundiéndose —cada vez más— ante la mirada pública. Pero su fanaticada, fiel e incondicional, nunca lo dejó de amar. Por su voz, por su vulnerabilidad, y por su tormentosa historia. Porque siempre que cantaba parecía que estaba regalándole al público un pedazo de su agrietado corazón. A inicios de los noventa, cuando José José promocionaba su disco 40 y 20, salió a cantar, ebrio. Sensible, se desmoronó y empezó a llorar. “Perdónenme por el estado en el que me encuentro ante ustedes”. Su público, incondicional, le respondió “Tranquilo, venimos a oírte, ¡solo cántanos, no te preocupes!”. 

El sábado 28 de septiembre de 2019, su público olvidó y disculpó los excesos de su ídolo. Con vasos de tequila y ron en las manos, cantaron Si Me Dejas Ahora, El Amar y El Querer, Gavilán o Paloma, Almohada y, claro, El Triste para despedirlo, para llorarlo. El Príncipe, murió solo, a los 71 años, en un hospital de Miami.