Nota de los editores: De Matthew Buckland aprendimos muchísimo en poco tiempo. En marzo de 2019 lo vimos por primera y última vez. Llevábamos meses hablando —discutiendo sería más preciso decir— por teleconferencias. Después de meses de horas y horas de reuniones a distancia, estaba en Quito para trabajar como nuestro asesor, gracias a nuestros socios del Media Development Investment Fund. En los avatares de los sistemas de videoconferencias veíamos a un hombre sonriente, con los incisivos frontales ligeramente separados, unos churros castaño brillantes y los ojos de un verde ligero y sereno debajo de las cejas pobladas. A Quito llegó otro hombre: la piel de las mejillas la tenía pegada a los huesos, tenía, apenas, una pelusa amarilla sobre el cráneo y sus dientes juguetones resaltaban en su rostro delgadísimo. Matt estaba enfermo. Tenía un cáncer terminal. Y a pesar de eso, durante cuatro días trabajó intensamente con nosotros, nos enseñó muchísimo, con una claridad, un sentido del humor y una generosidad tan profundos y genuinos más fuertes que cualquier enfermedad. 

Cuatro semanas más tarde, murió. 

Publicar en español este extracto de su libro, que salió póstumamente, es una forma de agradecerle y de honrar su memoria. 

Gracias, Matt. 

§

Uno crees que nunca le va a pasar, pero me está pasando.

Sé por experiencia propia que construir un negocio es una lucha ardua, pero, de pronto, la vida me ha lanzado un desafío inesperado. Es la pelea más grande de mi vida: es la pelea por mi vida. Y, a diferencia de mi salto al emprendimiento, este no es un desafío que elegí.

Mientras escribo esto, mi pelo cae sobre mi teclado. Es un recordatorio de que no todo está bien.

Estaba en Yakarta, en un viaje de negocios, a mediados de 2018. Durante una sesión con uno de mis clientes del MDIF, noté que la comida se me atoraba reiteradamente en la garganta. Podía deglutir la comida y no me dolía, pero era irritante.

Cuando regresé a Ciudad del Cabo, fui a ver a mi médico, quien inicialmente pensó que era una especie de candidiasis o infección bacteriana que había contraído en la Indonesia tropical o mientras pedaleaba mi bicicleta de montaña a través de plantaciones de té cerca de Bogor, una ciudad del interior indonesio. 

Mis exámenes de sangre dieron negativo para las cosas malas. No había cáncer o diabetes, pero me recomendaron que si la molestia no desaparecía en un mes, me hiciera una gastroscopia. 

“Como una startup recién fondeada»

Nunca se le ocurrió a nadie —ni a mí mismo— que podía estar gravemente enfermo. Apenas tres meses antes, había completado una de las carreras de ciclismo de montaña más duras de Europa, la Transalp. La competencia toma siete días, en los que se recorren  más de 600 kilómetros —incluidos 18 mil metros de subidas a través de Austria, Suiza y los Alpes para cruzar a Italia.

De acuerdo con la aplicación de ciclismo Strava, contando el entrenamiento de la primera mitad de ese año, había pedaleado un total de 6.620 kilómetros durante cerca de 382 horas. Además, según la aplicación, subí el equivalente a 125.700 metros: es, más o menos, como ir en bicicleta de Ciudad del Cabo a Lagos.

Completar la Transalp es una metáfora perfecta sobre emprender. El trabajo duro, la perseverancia y la rutina son lo que te llevan a la meta. Es bastante simple: lo que pones, lo recibes; después, te vas volviendo mejor en lo que haces. 

Estaba en lo más alto desde que regresé de Transalp. Rompí récords en todas partes gracias a mi nuevo estado físico. Hice algunas de las más famosas y disputadas carreras de bicicleta de montaña en reconocidas rutas ciclísticas de Silvermine y Tokai de Ciudad del Cabo. Estaba en el cinco y diez por ciento de los mejores ciclistas en algunas de las grandes e icónicas colinas. Es verdad: el trabajo duro da frutos.

A los cuarenta y cuatro años, estaba tan en forma como una startup recién fondeada. Había logrado crear, construir y vender mi negocio. Sentía que había alcanzado uno de mis pináculos, en términos comerciales.

Hice suficiente dinero de la venta multimillonaria de mi empresa para no tener que volver a trabajar. Tenía un nuevo desafío emocionante en Burn Media, que estaba comenzando a funcionar. Tenía, además, un flexible trabajo de ensueño: viajar por el mundo para el fondo de inversión en medios MDIF. La vida no podía ir mejor.

Las cosas nunca serán lo mismo otra vez

Pero lo que no sabía en ese momento es que tengo una enfermedad muy grave. Aunque no lo sentía, mi salud está bajo una amenaza tremenda.

Una gastroscopia reveló que tengo un tumor canceroso maligno en mi esófago. Exámenes posteriores mostraron que su crecimiento agresivo se había extendido a partes de mi hígado y el borde de mis pulmones. Los médicos me informaron que tenía cáncer en etapa 4: “inoperable e incurable”. A partir de este momento, me dijo el oncólogo en nuestra primera cita, “su vida, como la conoce, se pondrá patas arriba”.

No sé cómo me dio cáncer. A menudo me pregunto si es útil preguntármelo. No fumaba y bebía moderadamente. En mi familia, no había antecedentes de la enfermedad.

El Dr. Google me dijo que el cáncer de esófago puede ser causado por reflujo o acidez estomacal. Recordé mis primeros días en Creative Spark, cuando tenía acidez estomacal intensa y reflujo. Eran las épocas en que estaba levantando el negocio. Eran tiempos de estrés agudo. 

Sin embargo, culpar solo a mi negocio de mi enfermedad sería una simplificación excesiva. Es cierto que había manejado mal mi estrés, por mi intensa necesidad de controlar los resultados y mi incansable búsqueda de los objetivos. En realidad, pudo haber muchas otras causas. 

Los médicos dicen que el mío es un cáncer difícil de diagnosticar tempranamente porque los síntomas casi siempre se presentan demasiado tarde. Por lo general, la malignidad aparece primero en el fondo del esófago y luego extiende sus tentáculos oscuros a través de un cuerpo sano sin ser detectado.

Es cierto: no tuvo sospechas de un cáncer. Recuerdo que el gastroenterólogo me pasó los resultados de la gastroscopia. Él ya conocía el diagnóstico, pero yo no.

Me vio sentado, allí , escribiendo en mi laptop y me preguntó “¿Estás bien?”. Lo miré, sonreí y le dije «Estoy bien, me siento realmente en forma». Una expresión de incredulidad cruzó su rostro cuando respondió “Está bien, te veré en un minuto”.

Cuando el médico finalmente me dio la noticia, me pareció que mi mundo colapsaba. Recuerdo claramente que mis oídos pitaban como si una bomba hubiera explotado en mi cabeza. La conmoción me dejó aturdido.

Mientras discutíamos pragmáticamente los siguientes pasos, me fijé en las fotografías de la familia feliz del médico. Estaban perfectamente dispuestas en la pared detrás de él. Me entristecí y me resentí. Ese sentimiento inocente y feliz de la familia ya no existe para nosotros, pensé. Las cosas nunca serán lo mismo otra vez.

Mi nueva pelea

Una vez que la conmoción inicial desapareció, pude absorber la noticia, encontrar consuelo en mi familia y prepararme para esta nueva pelea.

Lo que me vino a la mente fue la frase favorita de una excolega de trabajo, Melissa Chetty, durante los tiempos difíciles en Creative Spark: “Es hora de ponerse los calzones de niña grande”. para esta batalla en particular, necesito varios y muy grandes calzones de niña grande.

Las líneas de los indicadores de mi éxito han caído brutalmente. Pero me he dado cuenta de que necesito usar toda mi energía y fuerza de voluntad para no perderme en el horrible laberinto de flechas que apuntan hacia abajo.

Es crítico que recuerde en qué dirección  está el “éxito”. En breve: necesito la misma fuerza que tuve al crear mi negocio para ganar la pelea más dura de todas. 

Mi médico, el exjugador de rugby internacional irlandés Dion O’Cuinnegan, me dijo que ignore las estadísticas que encuentro en Google que dicen que me quedaban entre a tres meses y un año de vida.

Me lo dijo de esta manera: “Matthew, debes ignorar las estadísticas. Estás en el  top 5% de los negocios y el top 5% de la bicicleta, así que considérate el top 5% de la lucha contra esta cosa. No mires las estadísticas. Eres un caso atípico en esta pelea”.

Pensé que eran solo palabras demasiado generosas de O’Cuinnegan. Sin embargo, necesitaba escucharlas. Las comprendí desesperadamente. Se han convertido en mi nuevo lema de esperanza, una esperanza que me dice que debo doblegar a las probabilidades y superar esta condición aterradora y debilitante.