El stand up es quizá el último reducto del humor irreverente, pero también una olla de profundas reflexiones sobre el mundo actual. El especial de Netflix de Whitney Cummings, Can I touch it?, habla de los problemas de pareja, el feminismo, el impacto del movimiento #MeToo, con un robot sexual a su lado. Pero no es cualquier robot sexual, sino una réplica exacta de Cummings (están hasta vestidas de la misma manera). A diferencia de expertos como Kathleen Richardson, la profesora de Ética y Cultura de Robots e IA en la Universidad de Montfort en Leicester, Reino Unido, que lidera una campaña contra de los robots sexuales, Cummings es 100% pro robots sexuales. “Todavía no escucho un argumento en contra que me convenza”, dice antes de empezar a explicar por qué piensa que estos artefactos serían beneficiosos para las mujeres. Durante su especial de comedia, Cummings hace una pregunta que es parte de la discusión sobre los beneficios y perjuicios de los robots sexuales: ¿pueden ayudar a reducir la objetivización de las mujeres? 

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Hay expertos que creen que sí. Chantal Cox-George del Hospital Universitario St George y Susan Bewley del King’s College han estudiado los posibles beneficios de los robots sexuales. Quieren responder las preguntas que ya hay —y las que seguramente aparecerán en el futuro. Su investigación se basó en sexo seguro, el potencial terapéutico, el tratamiento de pedófilos y las normas sociales cambiantes. 

Después de más de un año de investigación, concluyeron que es posible que los robots sexuales puedan ser usados para tratar dificultades en las relaciones, disfunción eréctil, celibato forzado por enfermedad o discapacidad. Sin embargo, estos artefactos podrían provocar otros problemas por su incapacidad de satisfacer la necesidad de intimidad y de reciprocar el deseo sexual. La sexóloga María de Los Ángeles Núñez explica que sin intimidad y deseo recíproco, las relaciones sexuales están incompletas. “En el acto sexual es muy importante cómo se siente la pareja” dice.

Pero, también, hay quienes se oponen a la idea. Richardson duda que la industria de los robots pueda traer seguridad a las mujeres, mejor comprensión del consentimiento o tratamiento para trastornos que podrían terminar en agresiones a niños y niñas. “Los robots sexuales surgen de ideas comerciales e ilegales sobre el sexo donde no tienes que sentir empatía por otro”, le dijo la profesora a Andrea Morris, de Forbes. Según Richardson, se opone a los robots porque convertiría al cuerpo humano en un objeto comercial. Y, lejos de evitar la pederastia, “crearía una infraestructura de expresión de abuso infantil”.

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Los robots sexuales son el spin off más reciente de las muñecas inflables y los juguetes sexuales. La primera muñeca se vendió en 1968. Hay evidencia de juguetes de hace más de 2 mil años. Hoy, la mezcla de juguete y cuerpo se venden en todo el mundo. Los robots sexuales son parte de la evolución de estas muñecas y juguetes que se volvían cada vez más realistas, hasta que involucraron a la inteligencia artificial y hasta pueden mantener una conversación. 

Hay una fantasía sexual masculina conocida como la fantasía del fembot. En ella, una robot voluptuosa y provocativa seduce (o se deja seducir) por un humano. Ha sido tan popular que son una pieza de la cultura pop. The Bionic Woman, The Stepford Wives y Blade Runner. “Para algunos, los fembots representan la fantasía masculina perfecta: son sexys y sumisos y tienen más características tecnológicas que un Xbox 360”, dice Annalee Newitz en Popular Science. Pero, según Newitz, también tienen un lado peligroso: “Quizás el encanto del fembot reside en su habilidad para caminar entre la obediencia total y el poder insondable.” Según Rebecca Hawkes Cherie Lacey, la fantasía del fembot ofrece sexo a la medida sin culpa. Compañías como Realbotix, Android Love Dolls, True Companion y Sex Bot son parte de una industria valorada en unos 30 mil millones de dólares, lo mismo que IBM. Se estima que la cifra crezca, gracias a avances como el aprendizaje de habilidades y sistemas operativos cada vez más realistas. 

Y será una industria cuyos clientes serán, principalmente, hombres: la mayoría de los robots que se producen son mujeres. Los pedidos de robots masculinos existen, pero son pocos. Los robots pueden ser fabricados a la medida, según las preferencias de sus compradores. Se puede escoger hasta el tipo y tamaño de los pezones —muchos hombres los escogen desiguales para mantener el realismo. Cummings dice que, investigando para su show, encontró que algunos pagaban 1.400 dólares extras por ponerle vello público a sus robots. 

Para María Elena Vásconez, sex coach y creadora de Elena y el Sexo, no hay que olvidar que son objetos. “Son productos sexuales, como un vibrador”, dice. Su uso excesivo puede ser peligroso, como una adicción. Si la persona se está alejando de su vida para tener relaciones sexuales con el robot,  deja de ser sano. El robot te ayuda a satisfacer necesidades, prevenir enfermedades, pero sigue siendo una cosa, un objeto, un juguete, nada más. 

Podrá ser un objeto más, pero es probable que los robots tengan un impacto social mucho mayor que otras ayudas sexuales, como los juguetes.  La Fundación de Robótica Responsable (FRR) de Estados Unidos emitió el primer informe sobre el futuro sexual con robots. El documento analiza cómo podrían ser utilizados: prostitutas robot, compañeros sexuales para las personas solitarias o los ancianos. Incluso, como un nuevo medio para la curación sexual de trastornos como la pedofilia. En el lado oscuro, podrían emplearse para satisfacer fantasías de violación o incluso deseos pedófilos.

Algunos expertos alegan que podrían ser usados para tratar el trastorno sexual de la pedofília. Ya se han desarrollado muñecas sexuales de niños para que las usen los pedófilos, lo cual sigue siendo uno de los puntos de desencuentro más grande que hay. Existen los inicios de robots sexuales que son resistentes a los avances sexuales para permitir que se cumplan fantasías de violación. La idea es utilizarlos como un medio para prevenir las primeras ofensas o reincidencia; por supuesto, esas propuestas han llevado a graves desacuerdos ético. 

Se ha sugerido que los robots sexuales podrían ayudar a tratar a pedófilos y prevenir la violencia sexual proporcionado una salida aceptable para estos impulsos.  Pero el estudio de Chantal Cox-George y Susan Bewley sostiene que se corre un riesgo grande de que su existencia facilite la normalización de estas desviaciones sexuales y que ofrezcan un terreno para practicar la violencia. “Actualmente, el principio de precaución debería rechazar el uso clínico de los sexbots hasta que sus beneficios postulados, como la limitación de daños y la terapia se hayan probado empíricamente”, concluyen. Todos esos supuestos beneficios son especulaciones. Aún no se sabe si tendrán el efecto deseado, o si los peligros superarán a los beneficios.

Para muchos los beneficios de los robots sexuales son riesgos potenciales. Las terapias de sanación sexual están enfocadas para solucionar preocupaciones y trastornos sexuales, como la disfunción eréctil o la ansiedad social sobre el sexo. Todos tenemos derecho a una vida sexual y los robots sexuales también se han propuesto como un recurso para complacer a las personas con discapacidades y a los ancianos. 

Algunos creen que expresar deseos sexuales desordenados o criminales con un robot saciaría a los usuarios al punto de no querer dañar a otros seres humanos. Muchos otros creen que alentaría y reforzaría las prácticas sexuales ilícitas y las haría más aceptables. No hay una respuesta clara. Los resultados de los estudios son inconclusos. En Canadá en 2017 el propietario de una muñeca infantil fue detenido por posesión de pornografía infantil. 

En los debates también ha surgido el tema de la responsabilidad: ¿quién es legalmente responsable de las heridas e infecciones de los robots? Además de su protección sexual y protocolos de limpieza. Esas son las preguntas que siguen siendo debatidas. Esta idea plantea algunos problemas éticos complejos, que deben resolverse antes de su uso.

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La lengua y el sexo no han sido inmunes a la revolución tecnológica. En inglés —una lengua mucho más dúctil que el español regido por un cuerpo colegiado de dinosaurios— aparecieron (y en el resto del mundo las acogimos) expresiones como sexcam, sexting, netflix and chill, y otras para describir el uso de la tecnología como un medio de transmisión del deseo. Pero los robots sexuales serían, al mismo tiempo, medio y objeto, vía y satisfacción, cama y clímax. Otra palabra nueva describe el fetiche por una conexión fuerte y sexual con los dispositivos electrónicos: la tecnosexualidad. 

La hemos visto ya en series y películas de corte futurista, como Black Mirror, Westworld, Ex Machina, Her, Blade Runner, entre otras. En la ya vieja A.I. Artificial Intelligence, la película de Steven Spielberg de 2001 basada en el cuento de Pinocho, Jude Law es un prostituto robot.  

Estas representaciones en pantalla muestran diferentes tipos de relaciones entre seres humanos y sus robots. Pero siempre tienden a ser complicadas. Por eso la FRR en su informe entrevistó a filósofos morales, científicos y profesionales de sexo, para comparar las relaciones humanas y las que involucran robots. Los robots no pueden sentir amor, compasión, ni formar vínculos emocionales. Sus relaciones se basan en la simulación y la fantasía. Lo mejor que pueden ofrecer es fingirlo. Lo que podría ser suficiente para algunos.

Whitney Cummings, la comediante, también quería saber cómo eran las relaciones de aquellos algunos con sus muñecas robot. Así que se infiltró en el foro en línea de los dueños de la última versión de estos robots, y monitoreó sus conversaciones por dos meses. “Son hombres encantadores que adoran a sus muñecas. Hasta se casan con ellas”, dice en su rutina de stand-up. 

Según ella, quienes tienen robots sexuales son los únicos hombres que entienden lo difícil que es ser mujer. En el foro, encontró mensajes en los que se quejaban del precio del maquillaje. Cummings incluso llega al punto de afirmar que los robots lograrían que los hombres —de carne y hueso— aprecien más a las mujeres. Estos robots tienen pelo, y muchos hombres no saben qué hacer con él. Así que el primer día el robot se verá como Angelina Jolie, dice Cummings, pero a la semana parecerá Chucky.  

En ese punto de su monólogo, Cummings aborda el viejo problema de la objetivización. No empezó con los robots sexuales, pero Cummings cree que podría terminarse con ellos. “Qué tal si los usamos para enseñar consentimiento?” pregunta y propone. 

 

¿Robots sexuales versus mujeres? La pregunta podría estar mal hecha

El especial de Netflix de Whitney Cummings, Can I touch it?, habla de los problemas de pareja, el feminismo, el impacto del movimiento #MeToo, con un robot sexual a su lado. Fotografía cortesía de Netflix.

Su plan es entregarle una de estas muñecas para que los adolescentes practiquen, como cuando aprenden a dar reanimación cardiopulmonar en una muñeca. “Se lo entregas a los 15 y tres años después un comité analiza el estado de la muñeca.”, propone la comediante estadounidense de 36 años. Si tiene daños graves —como tener el ano destruido—, los adolescentes deben empezar de nuevo antes de poder relacionarse con mujeres de carne y hueso. 

Todas las mujeres conocen el miedo que significa caminar sola a su auto en la noche: muchas hemos recurrido a la técnica de las llaves del carro entre los dedos. Cummings plantea una solución alternativa: enviar al robot antes, como señuelo. Si lo atacan, una puede salir corriendo hacia otro lado. También serían útiles cuando no nos sentimos listas para tener relaciones sexuales con una nueva pareja. ¡El robot podría hacerlo! 

Si algo no hemos resuelto como una sociedad posmoderna e hiperconectada, es la educación sexual. María Elena Vásconez dice que esa educación debería empezar desde niños. Especialmente en temas como el consentimiento como una parte indispensable de todo encuentro sexual. Si se lo trata bien, dice, los niños no van a tener problemas ni traumas. Cree que entregarle una robot a un chico de 15 años sin que haya recibido una educación apropiada, que trate el consentimiento, no estaríamos cumpliendo ni con la mitad del trabajo. La inteligencia artificial no puede suplir a la inteligencia emocional. Si una persona es machista, violenta y no respeta los límites de un robot, tampoco lo hará con un ser humano, dice Vásquez. El robot no puede defenderse, reclamar, ni decir que no; una persona de carne y hueso con pensamientos libres, probablemente choque con ese comportamiento agresivo. La conducta indebida, frente a un robot, no se corregiría, sino que se reforzaría. Formar una relación saludable con un ser humano después de eso sería muy difícil. Si no se cambia la mentalidad de la sociedad, los robots no pueden hacer milagros.

Al mismo tiempo, hay un paradoja evidente: esos mismos chicos que no reciben educación sexual, ni nociones sobre el consentimiento, no salen a lidiar con robots, sino con mujeres de verdad.