| Si quieres recibir nuestra edición semanal en tu correo todos los lunes, regístrate aquí. |
El 1 de junio de 2015, el reportero indio Jagendra Singh publicó su último post en Facebook, donde regularmente compartía sus reportajes. Durante dos meses, había publicado información sobre el político local Rammurti Verma y sus supuestos vínculos con la minería ilegal asociada a la extracción de la arena. Una actividad que la ONU ha identificado como una amenaza medioambiental grave. Ese día, Singh, ingresó en el hospital con quemaduras en el 50% de su cuerpo. “Los hijos de puta me echaron gasolina. Si quisieran, podrían haberme arrestado, ¿Qué necesidad tenían de matarme?”, dijo Singh en un video antes de morir a causa de sus heridas.
Con los ojos cerrados y sin poder siquiera mirar a la cámara, acusó a los oficiales de policía y a los simpatizantes de Verma de prenderle fuego. En el video se puede ver su cuerpo devastado por las quemaduras. Murió a causa de sus heridas siete días después. Tenía 46 años.
Los informes oficiales afirman que Singh se suicidó. Sin embargo, el día del funeral, el hijo de Singh presentó una denuncia contra Rammurti Verma y cinco policías por conspiración para matarlo e inmolarlo. Más tarde, retiró su denuncia. Para esclarecer los hechos, Forbidden Stories, se reunió con varios miembros de la familia Singh, ellos reconocieron que durante años habían temido a las represalias. Por esta razón, habían aceptado el dinero de Verma a cambio de su silencio.
Un portavoz de Verma dijo que no podía responder porque estaba hospitalizado.
Singh es uno de los cuatro periodistas indios que supuestamente han sido asesinados por denunciar a las mafias de la arena, unos de los grupos del crimen organizado más prominentes, violentos e impenetrables de la India.
Desde 2009, según el Centro para la Protección de los Periodistas, CPJ, al menos 13 periodistas han sido asesinados en el mundo mientras trabajaban en historias relacionadas con el medio ambiente. Los casos en realidad pueden llegar a 29 ya que el CPJ todavía está investigando otras 16 muertes sospechosas.
En 2015, Reporteros sin Fronteras ya denunció un “deterioro constante de la situación de trabajo de los reporteros medioambientales”.
Forbidden Stories, un consorcio de 40 periodistas que publica en 30 medios de comunicación, descubrió que las historias relacionadas con el medio ambiente pueden provocar serios problemas a los periodistas locales. Problemas y, en el peor de los casos, asesinatos. En otros casos, varios periodistas han sido arrestados, censurados, demandados, hostigados, amenazados y atacados.
“La mayoría de los periodistas que se enfrentan a estas dificultades trabajan en áreas remotas de América Latina, Asia y África”, dice Eric Freedman, profesor de la Universidad de Michigan, que escribió un artículo sobre “los peligros del periodismo ambiental”.
En Tanzania, los periodistas han tenido que buscar la manera de informar sobre el impacto de la mina de oro que está en la región de North Mara y es propiedad de Acacia Mining, cuyo accionista mayoritario es el gigante canadiense Barrick. Forbidden Stories encontró que una docena de periodistas —entre extranjeros y locales— habían sido arrestados, amenazados o censurados por las autoridades de Tanzania, por informar sobre la mina.
Incluso acercarse a la mina, a más de mil kilómetros de la ciudad más grande de Tanzania, Dar es Salaam, es a menudo, peligroso. En 2011, cuatro periodistas fueron llevados a la comisaría de policía después de ser arrestados mientras iban a informar sobre las muertes en las cercanías de la mina de oro de North Mara.
Forbidden Stories rastreó el oro de la mina North Mara hasta la refinería MMTC-PAMP, en la India. De allí salen los suministros para importantes empresas de tecnología como Apple, Canon y Nokia —que promueven la ética corporativa y se declaran respetuosas con el medio ambiente mientras uno de sus proveedores es acusado por la agencia reguladora de los Estados Unidos. El oro de Tanzania también termina en los codiciados teléfonos y ordenadores de alta tecnología.
“Durante nuestra auditoría obligatoria realizada en North Mara, tomamos muy en serio los informes de la ONG y hemos enfrentado las cuestiones planteadas”, dijo Hitesh Kalia, un oficial de riesgos y cumplimiento de MMTC-PAMP. Tanto Canon como Nokia dijeron que la refinería india había sido auditada previamente y se determinó que todo estaba en orden. “Si se confirman las acusaciones, esta refinería será reportada y pediremos a nuestra cadena de suministro que desvíe el negocio de esta refinería”, dijo un portavoz de Nokia. Apple compartió una declaración similar.
Sin embargo, en los alrededores de la mina, los aldeanos han tenido que vivir durante décadas con las consecuencias medioambientales causadas por la extracción del oro. En lugar de la minería artesanal, Acacia y sus predecesores implantaron una minería industrial, con cantidades aún mayores de subproductos como metales pesados, que luego se han detectado en cuerpos de agua cercanos a niveles superiores a lo normal. En mayo, las autoridades multaron a la compañía con 5.6 mil millones de chelines tanzanos (2.4 millones de dólares estadounidenses) por supuesta contaminación de la presa de deshechos y relave de North Mara.
Acacia Mining dijo a Forbidden Stories que “ya ha reconocido la necesidad de un manejo adicional de relaves” y que “ha comenzado a planificar y diseñar una nueva instalación de almacenamiento de relaves”.
Los delitos medioambientales no son los únicos de los que la compañía minera ha sido acusada. Las organizaciones no gubernamentales han documentado 22 supuestos asesinatos perpetrados por la policía o la seguridad de la mina desde 2014, así como un gran número de ataques y violaciones. ¿Las víctimas? La mayoría mineros que trabajaban a pequeña escala donde la mina ahora se instaló. La compañía los llama “intrusos”. En una declaración, Acacia Mining dijo que negaba consistentemente varias acusaciones de ambas ONGs con respecto a muertes ilegales y temas de derechos humanos. “En los cuatro años transcurridos entre 2014 y 2017, seis personas perdieron la vida en la mina North Mara como resultado de enfrentamientos con miembros de la policía local”, agregaron. Un portavoz de Barrick dijo que, como accionista, la minera canadiense no ejerce control operativo sobre North Mara.
Forbidden Stories, junto con un periodista de The Guardian, entrevistó a Lucia Marembela, una mujer de 44 años que declara haber sido violada dos veces en 2010, en el lugar donde la mina se instaló. Marembela fue capturada por unos guardias de seguridad de la compañía mientras buscaba oro en la mina, una actividad que, según cuenta, es muy común entre las mujeres de la zona.
“Cuando estábamos cansadas de correr, acababan atrapándonos y llevándonos con ellos”, dice. “Nos tiraban en sus vehículos y nos llevaban a un lugar aislado, cerca de un aeródromo, lejos de la vista de los transeúntes”. Dice que un hombre la violaba mientras los otros vigilaban. “Una vez que terminaban su sucio trabajo, me dejaban ir, subían a su vehículo y regresaban a su faena”.
Con la privatización de la industria minera de Tanzania, los habitantes del norte de Mara perdieron su tradicional y principal fuente de ingresos: la minería artesanal. “La compra de sus tierras por parte de la compañía desestabilizó su medio de vida y la compañía nunca les compensó adecuadamente”, dice Mary Rutenge, profesora de la Universidad Mzumbe de Tanzania.
“En las economías emergentes, donde las personas dependen de los recursos naturales y estos recursos son muy valiosos para la industria o para el gobierno, el trabajo de los periodistas es muy peligroso”, afirma Meaghan Parker, directora ejecutiva de la Sociedad de Periodistas Ambientales.
Especialmente porque a veces, las autoridades no identifican a los periodistas medioambientales que trabajan en áreas remotas, como tales. “La línea entre activistas y periodistas puede ser muy borrosa”, añade Parker. “Los activistas que protestan y los periodistas que informan sobre la protesta corren un riesgo”.
Esto es lo que le sucedió al reportero Carlos Choc, miembro del pueblo guatemalteco maya Q’eqchi en El Estor, quien durante un año trabajó en un proyecto de investigación sobre el impacto medioambiental y social de una mina de ferroníquel local. El 27 de mayo de 2017, un grupo de pescadores organizó un bloqueo para protestar contra las autoridades porque según los protestantes habían sido abandonados, y contra la mina —propiedad del grupo suizo Solway— al que acusaban de contaminar el lago Izabal, que es su principal fuente de sustento.
Cuando los pescadores comenzaron a tirar piedras, los policías respondieron con balas. Una hora y media después, un pescador yacía muerto en el suelo en medio de un charco de sangre, con un proyectil en su pecho disparado por un policía. Carlos Choc, que capturó la escena con su cámara, fue inmediatamente acusado de “amenazas”, “incitación a cometer delitos” y “asociación ilícita”.
“La compañía de níquel, a través de sus trabajadores, estaba diciendo cosas como que yo llevaba un arma de fuego, o que yo llevaba un machete, o un palo y que era yo quien dirigía el grupo”, explica Choc. “Yo repito que, en primer lugar, nunca he llevado un arma de fuego. Mi trabajo es cargar una cámara fotográfica, o simplemente una grabadora, y llevar mi teléfono celular y mi computadora portátil. Eso es todo lo que llevo, no llevo nada más”.
Periodistas coordinados por Forbidden Stories encontraron razones para cuestionar la evaluación de la empresa y de las autoridades guatemaltecas sobre el impacto de la mina en el medio ambiente. Un portavoz de la mina negó que la planta de procesamiento emitiera vapores rojos por la noche, a pesar de las pruebas fotográficas indican lo contrario.
En cuanto a la contaminación del lago, entrevistamos a expertos que cuestionan las afirmaciones de las autoridades. “Al comparar los niveles de níquel que se encuentran en el lago junto a la mina y la planta para procesar su mineral, con los niveles de las aguas que se encuentran más alejadas, hay pruebas bastante sólidas para sostener que la mina y la planta están contaminando el lago”, dijo el biólogo portugués Eduardo Limbert.
La empresa matriz Solway dijo que los niveles de contaminación no habían cambiado desde que la planta comenzó a operar.
Mientras las autoridades lo perseguían con cargos criminales, Choc tuvo que vivir clandestinamente durante más de un año, lejos de sus hijos. La situación era insostenible. Tras conocer que un colega suyo había sido arrestado por los mismos cargos, decidió esconderse de las autoridades hasta poder presentarse ante el juez.
Choc, finalmente pudo ver a un juez en enero de 2019 y lograr así evitar la prisión preventiva. Ahora está a la espera de la audiencia sobre su caso.
Sobre este tema, José Felipe Baquiax, un juez que preside la sala penal de la Corte de Guatemala, dijo a los periodistas de Expresso (Portugal) y Le Monde (Francia) que iniciaría una investigación sobre el juez Édgar Aníbal Arteaga López, el magistrado a cargo de perseguir judicialmente tanto a los pescadores como a Carlos Choc.
“La libertad de expresión está incluida en la Constitución, por lo que no constituye un delito”, dijo Baquiax.
§
“Cuando los periodistas informan sobre temas medioambientales, a menudo informan sobre compañías o actores corruptos que están en total sintonía con el gobierno”, dice Bruce Shapiro, director del Centro Dart para Periodismo y Trauma de la Facultad de Periodismo de la Universidad de Columbia. “Esto significa que los protagonistas de las investigaciones se convierten en los enemigos más peligrosos del mundo, y me cuesta pensar en una categoría de reporteros de investigación que trate habitualmente con actores más peligrosos que los periodistas medioambientales”.
Esto a menudo significa enfrentarse a organizaciones poderosas. En el sur de la India, el cacique local de la minería de arena, S. Vaikundarajan, encabeza un imperio fundado por su padre en 1989. Su principal compañía, VV Mineral, extrae más arena de la que está oficialmente permitida y en lugares donde no está prohibida la minería. En una declaración a Forbidden Stories, el portavoz de Vaikundarajan indicó que, en lo que respecta a esas investigaciones,“todas las acusaciones formuladas carecían de fundamento y no eran conformes a la ley”. “Aproximadamente, digamos que del 85 al 90% de la extracción de arena en la playa, legal e ilegal, está monopolizada por esta única familia”, dice Sandhya Ravishankar, una periodista de 37 años que trabaja en Tamil Nadu, un estado de la India donde la extracción ilegal de arena está devorando las tierras.
En Tamil Nadu, la extracción ilegal de arena ha ido aumentado desde los años 2000. En 2012, las autoridades del Estado decidieron actuar. Un prohibición fue declarada, mientras que investigaciones se abrieron sobre las potenciales actividades ilegales de la minería privada. Aun así, entre 2013 y 2016, las mineras exportaron más de 2 millones de toneladas métricas de minerales, según un informe de expertos presentado al Tribunal Superior de Madras.
Vaikundarajan dijo a Forbidden Stories que “la suspensión de la minería hasta que se complete la inspección no equivale a una prohibición de la minería”.
En un informe publicado en mayo, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente subrayó los impactos ambientales y sociales de la extracción de arena, afirmando que es un tema de importancia mundial. “Hay indicios de que nos estamos acercándonos a un futuro en el que el acceso a este recurso será un problema crítico para la sostenibilidad, y todos los costos de la extracción de arena sin control, están por venir”, enfatizó.
“Somos la única empresa que opera con una autorización ambiental válida… así que la degradación ambiental es una historia imaginaria que se difunde con un motivo oculto”, dijo el portavoz de Vaikundarajan, quien culpó de erosión del litoral al calentamiento global.
Ravishankar comenzó a informar sobre la extracción ilegal de arena de playa en 2013. Tan pronto como apareció su primera historia, recibió un recordatorio sobre la sensibilidad del tema: “El día que lo publicamos, al cabo de una hora o dos, llegó al periódico una demanda por difamación en la que se incluía mi nombre entre los acusados ”. La periodista de Chennai luego escribió una serie de seis artículos más pero nadie parecía dispuesto a publicar sus reportajes. Finalmente, en enero de 2017, el sitio web de noticias indio The Wire, publicó los resultados de su investigación. La periodista dice que empezó a recibir llamadas telefónicas amenazantes, y las grabaciones de una de sus reuniones con una de sus fuentes fueron publicadas en Internet.
Ravishankar no ha viajado a la región desde 2015 por miedo a su seguridad.
“Sandhya Ravishankar tiene una enemistad personal contra nuestra compañía”, dijo Vaikundarajan en una larga declaración criticando largamente a la periodista que, según él, trabaja para uno de sus competidores.
“Hay una verdadera parálisis por culpa de los ataques”, dice Saul Elbein, un profesional independiente que ha escrito sobre el asesinato de periodistas medioambientales para el Centro Pulitzer. “A medida que el mundo se precipita hacia una crisis medioambiental, los reportajes más significativos que se realizan en los lugares remotos donde ocurren los delitos medioambientales, son cada vez más escasos. En otras palabras, las luces se están apagando, justo cuando son más necesarias”.