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Aún recuerdo aquella mañana, en los primeros meses del 2013, en que me dijiste “Quiero casarme contigo”. Estábamos por cumplir dos años de vivir juntas, y sopesábamos la posibilidad de unirnos de hecho para proteger nuestra relación (en aquel entonces tener dos años de convivencia era un requisito para la unión de hecho) Cuando me lo dijiste, sonreí.

Luego refuté con la realidad: en Ecuador las parejas como nosotras no pueden casarse. Entonces me dijiste que podíamos irnos a Buenos Aires y casarnos: Argentina era, entonces, el único país en América Latina que tenía matrimonio igualitario. Yo respondí que al casarnos allá y regresar, ese documento no tendría validez alguna, y te pregunté por qué querías casarte si podemos unirnos de hecho. “Porque quiero sentirme tu esposa”, respondiste y me diste un beso. Aquel día comprendí que el matrimonio tiene un valor simbólico que la unión de hecho no.

Se fueron juntando, cual rompecabezas, otras anécdotas y hechos que, finalmente, nos llevaron a tomar la decisión no solo de luchar por el matrimonio igualitario, sino de ser la primera pareja en el Ecuador en hacerlo. 

Tu valentía y tu amor me dieron el coraje necesario para estar a la altura de tu petición de matrimonio. Has sido el soporte y mi luz cuando he sentido decaer en este difícil camino. Nos enfrentamos al Estado ecuatoriano, a un gobierno autoritario, al desempleo, a una gran parte de la sociedad aún machista y homofóbica, y a gente oportunista que trató de empantanar nuestra lucha por el matrimonio igualitario.

Ha sido un trecho duro de recorrer. Nos ha costado mucho a nivel personal, pero también hemos sido testigos de que el apoyo ha ido creciendo. Las voces se han ido sumando a favor de nuestra causa. Eso no tiene precio. No estamos solas.

Hemos sido un matrimonio. Hemos vivido en la prosperidad y en la adversidad, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad y seguimos juntas. Así hemos fortalecido nuestro amor.

Hemos hecho un hogar donde acogemos a mi hermana menor y su hijo de 12 años que también hemos acompañado a criar — lo amo como propio. Tú entraste a su vida cuando él tenía 2 años y ha crecido viendo nuestra relación y aprendiendo que el amor es grande y diverso, que la discriminación, el machismo y violencia son dañinas, y que el respeto y la inclusión son la clave para una sana convivencia en familia y sociedad. Son los valores que le enseñamos mi hermana, tú y yo. Hemos apoyado juntas a tu madre, a pesar de que le tomó ocho años verme como tu pareja.

Somos un matrimonio. Solo que somos uno que el Estado ecuatoriano se niega en reconocer. ¿Acaso nuestro amor y nuestra relación tienen menos valía? ¿Por qué nuestra unión de diez años tiene que pasar por el microscopio social, moral y jurídico y judicial? 

El 4 de junio de 2019 tuvimos otro traspié. No pudiste acompañarme a la Corte Constitucional porque no te dieron permiso en el trabajo. Yo aproveché mi actual desempleo para estar toda la mañana en las afueras y dar entrevistas. Recibimos en la tarde por Twitter la decisión de los jueces y juezas de la Corte Constitucional de aplazar su respuesta a la Consulta de Norma sobre Matrimonio Igualitario.

Aquellos jueces y juezas sesionaron a puerta cerrada y la institución respondió con dos tuits. Así nos irrespetan. Así nos violentan. Y ni qué decir sobre nuestra acción extraordinaria de protección que lleva cinco años y medio empolvándose en algún rincón de ese edificio.

Pero seguiremos luchando, mi amor. No estamos solas. Lo lograremos. Nos casaremos.