Su voz suena inocente aún. Estefanía tiene 14 años y está en segundo curso del colegio. Tiene un hermano un año mayor. Mientras hablamos de sus fines de semana y tiempo libre, me dice, bajito, a veces risueña, otras molesta, “mi mami le deja salir más a mi hermano que a mí”. Le pregunto por qué, se queda pensando unos minutos como si supiera la respuesta, pero dudara en decirlo. Frunce el ceño y dice “porque mi hermano es hombre”.

Aunque es muy joven todavía, Estefanía entiende ya las desventajas de ser mujer. Un informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas por los Derechos Humanos dice que los estereotipos de género son nocivos cuando limitan “la capacidad de hombres y mujeres para desarrollar sus  facultades personales, realizar una carrera profesional y tomar decisiones acerca de sus vidas y sus proyectos vitales”.

Las expectativas sobre qué deben hacer los niños y las niñas se construyen desde la casa. Un estudio de la Universidad de Valladolid dice que las prácticas machistas en casa son casi imperceptibles. Muchos de estos comportamientos, llamados micormachismos “se encuentra en el límite de la evidencia”. A veces se pueden distinguir; otras no —pero siempre están ahí, presentes. Sin embargo, muchos de estos estereotipos continúan y hasta se refuerzan cada vez más.

Como Estefanía, muchas niñas se dibujan a sí mismas sobre discursos machistas. No solo existen comportamientos que agudizan los roles de género sino chistes y comentarios que las minimizan. Desde pequeños, niños y niñas empiezan a asociar lo femenino con lo débil. Es algo de todos los días: “las niñas no deben ensuciarse”, “deben ser tranquilas”, “las niñas deben ser niñas de casa” o “los niños no lloran”, “los niños son fuertes”. Estos estereotipos refuerzan, dice el estudio del Alto Comisionado de las Naciones Unidas por los Derechos Humanos,  ideas como, por ejemplo, que las mujeres son irracionales o protectoras.

Sobre este último se fundamenta la idea de que el cuidado es una labor aparentemente exclusiva de las mujeres. La consecuencia es que el peso de los hijos y el hogar suelen recaer exclusivamente sobre ellas. No solo las tareas comienzan a feminizarse, sino también limitan las posibilidades de muchas. La diferencia entre ser niño y ser niña deja de ser simbólica y empieza a construir brechas mucho más profundas: trabas mentales.

Es cierto que el aprendizaje que recibimos en casa nos permite desarrollar destrezas para el futuro. Un estudio de Global Home Index dice que en Ecuador tienen especial importancia las tareas del hogar pues son consideradas como un desarrollador de competencias. La realidad es generalizada, incluso en países como Estados Unidos  las niñas pasan más tiempo en el trabajo doméstico que los niños. María Fernanda Porras, psicóloga clínica, dice que, de esa manera, los padres generan una “diferenciación en los roles, en las prácticas, en las oportunidades que tienen ellos para exponer lo que necesitan, lo que quieren, lo que les gusta”. Eso, que podría parecer superfluo, puede tener significativas consecuencias.

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Desde muy pequeñas muchas niñas están destinadas a un futuro doméstico. Según el Instituto Ecuatoriano de Estadísticas y Censos (INEC), de cada 100 horas de trabajo no remunerado, las mujeres completan 77; los hombres apenas 23.  Cuando tienen entre 12 y 17 años, las niñas y adolescentes hacen 7 de cada diez tareas domésticas.

Lo paradójico es que cuando los padres les pagan a sus hijos por trabajos que les asignan en casa, las niñas ganan menos, según la información recopilada por Busy Kid, una aplicación móvil. Sucede, incluso, cuando las niñas son quienes más trabajan. “En promedio, los niños ganaban el doble”, dice el estudio.

A medida que van creciendo, las oportunidades de las niñas se van reduciendo a las estrechas paredes de casa: el trabajo doméstico aumenta para las mujeres y disminuye para los hombres. Entre los 30 y 44 años, las mujeres hacen el 79% de las tareas del hogar. Los hombres poco más de 20%.

Asociar a las niñas y a las mujeres con las tareas del cuidado se traduce en dos palabras: menos oportunidades. “Entre los 8 y 10 años las niñas comienzan a tener una idea más clara de lo son las relaciones de género y las desventajas con las que ellas tienen que enfrentarse al mundo”, dice Marco Rojas, asesor de primera infancia de Plan Internacional, una organización global dedicada a promover los derecho de las niñas. Por encima del potencial que pueden llegar a tener en otras áreas, se valora cuánto hacen en casa.

Eso no es benigno: tiene un impacto en su acceso a la educación o al ejercicio de sus derechos. Según Rojas,  se valora mucho más la educación de los hombres. Acostumbrar a una niña a que las tareas son parte de su identidad es marcar, sin darnos cuenta, el camino que recorrerá como adulta.

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“Las mujeres sostienen el mundo, mientras nosotros, los hombres, lo desordenamos con nuestra brutalidad histórica”, escribió alguna vez Gabriel García Márquez hablando de su abuela y de los personajes más emblemáticos de su obra. La rosca argumental que da vueltas y vueltas dice que sí, que las madres cuidan y que los hombres prosperan. Más recientemente, se ha popularizado el argumento de que las responsables de los hijos machistas son las madres que perpetúan sus conductas.

Es cierto, pero nadie suele mencionar a los padres. Es como si, implícitamente, quedasen exentos de cómo crecen sus hijas e hijos. Como si fuesen la versión masculina, atávica y manida, del proveedor —en contraposición a la figura cuidadora y maternal de las mujeres.  En Ecuador, las mujeres destinan 84,7% del tiempo al cuidado de los niños y niñas, los hombres un 15,3% . La responsabilidad de combatir los estereotipos es compartida: los padres deben comenzar por la reflexión.

En una familia, donde papá y mamá se reparten las tareas de la casa sin distinción de género, entenderán que no existen actividades solo para los niños o solo para niñas. Labores como barrer, lavar los platos, hacer las camas, limpiar polvos nos permiten construir sociedades mucho más justas para niñas y niños. Además de desarrollar capacidades de colaboración, respeto e incluso justicia.

Hay que repartir las tareas por si eres grande o pequeño no por género, dice la psicóloga clínica Porras. Los más grandes deben hacerse cargo de labores que implican mayor responsabilidad, los más pequeños, de tareas acorde a sus capacidades como poner la mesa.

Es importante, además, que actividades tan cotidianas como hacer la cama no se vean como una trabajo solo de niñas, sino como una obligación de cuidado de todos sobre el espacio que habitamos. El día a día marca la forma en que crecen los niño: si ven que su “papá dispone del tiempo de su mamá, controla el tiempo de su mamá, la minimiza, no la deja hablar, no la respeta”, tomará ese ejemplo, y las niñas también: adoptarán esa posición cuando sean grandes, dice Porras. Un hogar sin estereotipos construirá a niños y niñas capaces de cumplir sus sueños antes de considerar si su género les permite hacerlo o no. Y eso tiene un efecto social: esos niños y niñas serán personas sensibles y capaces de pensar en los otros.


Este reportaje es parte del proyecto Hablemos de Niñas que se hace gracias al apoyo de
Plan Internacional