[Atención: aquí se revelan y discuten detalles del tercer episodio de la octava temporada de Juego de tronos. La noche es oscura y llena de spoilers, procedan con precaución]

Valar morghulis, valar dohaeris.

Desde alrededor de la quinta temporada de la adaptación televisiva ha habido dos tipos de episodios: los más silenciosos, con conversaciones mordaces y cautivadoras como el segundo de esta octava temporada, y los que solo muestran, en gran medida, acción de gran presupuesto con algunos momentos de desarrollo de personajes.

Este fue del segundo tipo y sin duda fue sumamente emocionante a nivel visceral de acción. Aunque me dejó un poco fría en cuestión de narrativa. Es muy típico de Game of Thrones subvertir lo que uno cree que va a pasar y deshacerse de golpe del villano más evidente, Lord of the Night, va en línea con lo inesperado de la serie, pero también se siente como un truco sin suficientes consecuencias… al menos por el momento. Me reservo la posibilidad de que, nuevamente, nos sorprendan.

Este episodio es el más largo en la historia del programa, tuvo varios momentos que requerían que suspendiéramos la incredulidad —mucho más de lo acostumbrado para esta serie de fantasía— y dejó mucha tierra quemada, así que hay mucho que desempacar.

Primero centrémosnos en rendirle honores a las muertes más notorias del inicio (al menos las visibles entre la neblina y ventiscas invernales y, en mi caso, algunos problemas con la definición en la televisión).

Gracias a Edd, buen Commander of the Night’s Watch , y sobre todo a los Mormont. Lyanna, un añadido glorioso de la serie con más carácter que muchos otros personajes que aparecieron con mayor regularidad en la pantalla, se despide con un último enfrentamiento contra alguien más grande; tal como los otros momentos en los que dejó callados a muchos hombres, cuando un gigante revivido le quita el aliento… ella le arrebata las palabras y lo mata antes de caerse. Es especialmente doloroso que Lyanna se vuelva parte del ejército de los muertos, pero sobre todo que con ella termina la línea Mormont, pues Jorah —fiel, valiente, una figura siempre estable— también fallece para defender a Daenerys, para quien había sido una figura constante que ayudaba a refrenar ciertos impulsos. ¿Qué efecto tendrá esa pérdida?

Luego tenemos de regreso en Winterfell a Melisandre, la sacerdotista roja de Asshai que prometió a Varys que tendría un último retorno a Westeros. “Moriré antes del amanecer”, le adelanta a Davos cuando la nota el enfurecido caballero, que había prometido matarla si la volvía a ver por la muerte de su hija adoptiva. Melisandre llega justo antes de la batalla para convocar una vez más al Lord of the Light —ilumina en un momento espectacular todas las espadas y armas y, después, las trincheras— y para tener también el reencuentro que le prometió a Arya cuando se llevó a Gendry hace tanto tiempo. En ese entonces, advirtió que la menor de los Stark sería responsable de cerrar ojos cafés, verdes y azules. La clave de la profecía son esos ojos azules, como vemos después.

Al amanecer, como vaticinó, Melisandre cae rendida en la nieve después de quitarse el collar que parece contener sus poderes.

Y luego está Theon Greyjoy, adoptado Stark. Honradamente cumple lo prometido: para resarcir lo que hizo durante su intento de tomar el Norte —el daño emocional para Bran por el asesinato de Ser Rodrik Cassel y la incineración de dos niños en Winterfell—, da su vida para proteger al Cuervo de tres ojos. Su hermana Yara le había advertido: no mueras tan lejos del mar, excepto que el Norte siempre fue la casa verdadera de Theon, por más que fuera torturado en esos calabozos por los Bolton y que antes dijera que se sentía inadecuado estando ahí durante su infancia (en una de las mejores escenas para el actor Alfie Allen). No era su casa familiar por sangre, pero como le dice Bran: “Todo te trajo a donde estás ahora, a donde perteneces. A tu hogar”. Lo que está muerto no puede morir, pero Theon murió siendo un buen hombre.

Después del golpe de perder a Theon, por unos segundos parece que Bran —recién regresado de estar de cambiapieles con los cuervos para un propósito nunca explicado— se quedará sentado sin poder defenderse en el bosque. y es ahí que la serie da un giro inesperado paradigmático de esta saga.

Game of Thrones

El rey de la noche. Fotografía de HBO Latam.

Aquí pasamos a lo más visceral del episodio, marcado por el temor constante de lo imparables que son las hordas del ejército de los muertos, las impresionantes peleas en el aire entre los dragones antes hermanos y, para mí, confusión sobre la rapidez con la que ciertos personajes se mueven por locaciones.

Al final hay muchos que sí sobreviven la oleada de muertos que hizo alejarse a todos los Dothraki y que primero pareció haber pisoteado a Brienne, Jaime, Thormund, Sam y Gusano Gris… aunque todos reaparecen después intactos. Las trincheras en fuego no detienen a los muertos. Los arqueros y luchadores en los muros no los detienen. Es una masacre que entra directo a la fortaleza, pero los personajes centrales logran sobrellevarlo de alguna manera.

En un momento espeluznante, a la puerta de la cripta también logran evadir a los muertos que quieren irrumpir… pero no a los que salen de las criptas. Sansa bien le dice a Tyrion que los “comentarios sagaces no van a hacer gran diferencia”, pero en el silencio de cualquier modo logran aguantar y mantenerse vivos.

A la par está la gran serie de momentos de los duelos de dragones y cuando Lord of the Night revive a todos los caídos en la batalla. De los dragones, Rhaegal queda lesionado mientras Drogon logra tumbar temporalmente a Viserion —que después no deja pasar a Jon hacia el bosque cuando quiere llegar a Bran—. Todo parece perdido.

Excepto que the Hound había pasado de estar inmovilizado por el fuego a ayudar junto con Beric Dondarrion a ganarle tiempo a Arya, para el momento clave que el episodio deja entrever que va a suceder sin hacerlo explícito cuando Melisandre menciona la profecía.

El arma especial comisionada por Arya funciona por un tiempo, pero lo que realmente funciona es la daga valyria, la misma que Bran le había regalado a Arya cuando Meñique se la regresó.

En una escena que hace recordar cuando Éowyn mata al aparentemente invencible Señor de los Nazgûl en El señor de los anillos —el ente asegura que ningún hombre lo puede matar—, Arya despacha al Rey de la Noche con una frase épica que aprendió hace tantísimos años: “¿Qué le decimos al Dios de la muerte? Hoy no”. Es un momento verdaderamente impresionante, pero que también se siente artificioso.

Es cierto que para Martin y para la adaptación siempre han sido peores los villanos humanos, las bajezas en las que podemos caer en la lucha de poder. Y por ello parece apropiado que los siguientes episodios realmente se enfoquen solo en eso. Pero aún así, matar tan de inmediato a la que ha sido la amenaza más presente en toda la serie se siente algo apresurado.

  • Como en los dos episodios pasados, hubo toda una serie de momentos evocadores de la primera temporada, pero debo admitir que mi favorito fue el intercambio entre Arya y Sansa, que recuerdan aquel que Arya tuvo hace tanto tiempo con Jon: ¿qué hacer con un arma? “Atácalos con la parte puntiaguda”.
  • El episodio fue dirigido por Miguel Sapochnik, el mismo que se encargó de otras batallas épicas como la de los Bastardos y una de las mejores en la serie, “Hardhome”, justamente el primer gran enfrentamiento contra Caminantes Blancos. En entrevistas, ha dicho que el rodaje tomó once semanas pero que él trabajó en el episodio “durante siete meses y medio, más tiempo del que tardan en realizarse muchas grandes películas”. Su trabajo fue notable, particularmente para mantener los momentos de silencio sin que se sienta que por ello hay una pausa completa en el combate. Sapochnik regresará para el quinto y penúltimo episodio.
  • Y un aplauso, una vez más, para Ramin Djawadi: su composición musical fue inigualable, sobre todo en los momentos de tensión al inicio antes de que lleguen las oleadas de zombis y al final, con los toques de teclas y cuerdas similares a las de “Light of the Seven”.
  • Rincón lector: hablemos de la inmunidad al fuego. “El fuego no puede quemar a un dragón”, dijo alguna vez Daenerys en referencia a los “verdaderos” Targaryen, después de la muerte de su hermano, cuando le vertieron oro en la cabeza. La serie parece sugerir que el hecho de que el Rey de la Noche primero sobreviva el fuego de dragón lo hace de la misma estirpe.

Excepto que George R. R. Martin escribe varias anécdotas que indican otra cosa respecto de los Targaryen y de quiénes pueden sobrevivir al fuego (claro que el autor no aclara cómo funcionan los White Walkers, entonces esto es más incierto). En la saga de Canción de hielo y fuego Martin ha explicado que parte de la cualidad no inflamable de los Targaryen en realidad proviene de la magia vinculada a la existencia misma de los dragones; es decir, cuando alguien posee un dragón sí cuenta con cierta inmunidad, pero no sucede solo por ser de Targaryen. Por ello quizá el Rey de la Noche pudo sobrevivir al fuego, porque ya está vinculado a un dragón, Viserion.

Lo comprueban varios personajes en los libros, como el Mad King —parte de su idea de quemar vivos a todos era porque parecía creer que él sobreviviría al fuego valyrio— y la tragedia de Refugio Estival, o Summerhall. Ahí se dice en los libros que Aegon “Egg” Targaryen —suegro de Jenny de Piedrasviejas, el personaje detrás de la evocadora canción que fue adaptada para el segundo episodio— intentó experimentar con hacer que eclosionaran huevos de dragón y terminó incendiando todo el sitio, junto con casi todos los demás presentes en el sitio (a excepción del bebé que nace durante la tragedia: Rhaegar, después esposo de Lyanna Stark y padre de Jon).

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©The New York Times 2019