El día que cubrió todos los espejos de su nuevo apartamento porque no podía soportar ver su reflejo fue una señal de alerta, pero no había nadie ahí para notar la emergencia, Y Gracie Gold, patinadora artística estadounidense que alguna vez estuvo en la cima del estrellato olímpico, tampoco estaba en condiciones de ayudarse a sí misma.

Encerrada en un suburbio de Detroit, encendía las luces de su hogar con tan poca frecuencia que una vez su recibo eléctrico fue de menos de 20 dólares: 90 menos que el promedio mensual en Estados Unidos. A veces dormía hasta veinticuatro horas seguidas. Después, permanecía despierta por tres noches consecutivas.

Solo en un buen día lograba cepillarse los dientes o el pelo.

¿Sus sueños de ganar una medalla de oro olímpica? Se habían esfumado a medida que se esforzaba por frenar el avance de su colapso nervioso.

En 2014, Gracie Gold era una adolescente prodigio con mucho carisma. Llegaron a apodarla la Grace Kelly del patinaje artístico por su melena rubia, su lápiz labial rojo y su aire majestuoso. Su personalidad eran tan encantadora que mucha gente obviaba el hecho de que no había ganado una olímpica.

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Gold compitió en los Juegos Olímpicos de 2014 en Sochi, Rusia, donde se estableció como una posible favorita para los Juegos de 2018. Fotografía de W. Lee para el New York Times

Tres años después, en la oscuridad del invierno de Michigan, Gold sentía que el mundo se desmoronaba. Se ocultaba de su familia. Se atiborraba de la comida que tenía prohibida. Y, a pesar de que faltaba menos de un año para los próximos Juegos Olímpicos, algunos días no quería —o no podía— recurrir a la energía necesaria para conducir a la pista de patinaje, a menos de quince minutos de distancia.

Gold, en sus primeras discusiones públicas sobre la gravedad de su trastorno mental, contó que hubo ocasiones en las que se imaginó que se suicidaba y que nadie se daba cuenta hasta que el casero llegaba a cobrar la renta atrasada. “Pensé en quitarme la vida durante meses”, confesó Gold. “Si hubiera seguido como estaba en Detroit, probablemente estaría muerta”.

Del 18 al 27 de enero de 2019, los mejores patinadores artísticos de Estados Unidos llegaron a Detroit para el campeonato nacional. Gold tenía planeado acompañarlos, como parte del primer capítulo de su regreso. Pero no está de vuelta. Aún no.

Gold ha padecido íntimamente el terreno resbaladizo de la salud mental. Aún está tratando de encontrar su equilibrio.

La depresión entre los atletas

Antes de que la vida de Gold comenzara a desmoronarse, ella no comprendía las enfermedades mentales. “Escuchaba a alguien decir: ‘Estoy tan deprimido’, y pensaba: ‘¡Supéralo!’”, dijo. Esa actitud es típica de los atletas de élite, dijo Caroline Silby, una psicóloga estadounidense especializada en deportes que fue patinadora a nivel nacional. Gold no ha sido su paciente, pero ha trabajado con otros prodigios como ella.

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Gold ha hablado sobre su salud mental, al igual que otros atletas de
élite. Gracie Gold, de 23 años, practicando en el IceWorks Skating Complex en Pennsylvania, donde reanudó su entrenamiento en 2018 después de recibir tratamiento para un trastorno alimentario. Fotografía de Hilary Swift para el New York Times

“Parte de esto es predestinado”, explicó Silby. “El ADN es tan determinante que estos individuos iban a enfrentar estos problemas sin que importe su destreza olímpica. La otra parte se desarrolla a través de los hábitos y las prácticas que fomentan la búsqueda de la excelencia en los atletas, lo que les dificulta ser personas saludables y productivas cuando están fuera del ámbito deportivo”.

El nadador olímpico Michael Phelps, la estrella del básquetbol DeMar DeRozan y la campeona esquiadora Lindsey Vonn son algunos de los atletas estadounidenses que, en los últimos años, han discutido abiertamente sus problemas de depresión.

A finales de 2018, Gold, de 23 años, decidió que estaba lista para hablar en público sobre la dura experiencia que vivió, incluyendo una alimentación dañina. En una serie de entrevistas dejó entrever su sarcástico sentido del humor, pero mostró muy poco de su piel: siempre llevaba camisetas holgadas de manga larga y abrigos que disimulaban su complexión. Dijo que es algo por lo que aún se siente acomplejada.

El lugar donde Gold se siente más relajada es sobre el hielo. Regresó a patinar en mayo de 2018, con un nuevo enfoque, nuevos mecanismos para hacer frente a las dificultades y un equipo de personas que espera la ayuden a lidiar mejor con sus ambiciones olímpicas, que no abandonó en sus momentos más difíciles.

En un intento de volverse elegible para el campeonato nacional de enero de 2019, Gold participó en un evento en Moscú en noviembre anterior. Su entrenador le había recomendado no hacerlo.

Ya sea que se trate de su rutina sobre el hielo o de su vida, a Gold le gustan las narrativas dramáticas. Esta era particularmente irresistible: su gran regreso al escenario de competencias estadounidenses sería en Detroit, el mismo sitio donde su colapso se aceleró.

Pero Gold no estaba lista. Se retiró de la competencia nacional dos semanas antes de su presentación.

En parte fue por su desempeño en Moscú. Después de menos de siete meses de entrenamiento constante, su actuación en el programa corto fue tan accidentada que dejó la competencia antes del programa libre. Sin embargo, Gold se dio cuenta, también, de que no se sentía lista para regresar a Michigan.

Los recuerdos de su tiempo en aquel departamento en Detroit, dijo, la atormentaban a tal grado que justo antes de las fiestas navideñas, cuando iba a visitar a su madre y su hermana gemela en California, tuvo que cambiar la ruta de su viaje para evitar sobrevolar esa ciudad.

Aunque fue en ese apartamento lúgubre de Detroit donde tocó fondo, Michigan no fue el lugar donde empezaron sus problemas.

Gold y su gemela, Carly, nacieron con cuarenta minutos de diferencia el 17 de agosto de 1995. Su familia diría después que era evidente por qué Gracie había liderado la salida del vientre de su madre: en su infancia se obsesionó con ser primera y perfecta.

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Gold decidió el otoño pasado que estaba lista para hablar públicamente sobre su terrible experiencia. Ser atleta de élite, dijo, significaba empujar «más allá del límite de ser normal y entrar en el reino de la locura». Fotografía de Hilary Swift para el New York Times

En la primaria encontró una forma de canalizar sus compulsiones: tomar clases de patinaje en una pista cercana a la casa de su familia en Misuri. Carly también se apuntó para las clases y lo hacía bien, pero nunca al nivel de su hermana: Carly tendía más a buscar divertirse sobre el hielo. “Nunca cruzó esa línea para convertirse en atleta de élite”, dijo Gracie de su gemela. “No cruzó la frontera de lo normal hacia el terreno de la demencia”.

Sus ambiciones deportivas llevaron a su familia a mudarse varias veces. En su adolescencia siempre estuvo acompañada por Carly y por su madre, Denise. Sin embargo, su padre Carl se quedó en casa por su trabajo de anestesiólogo, con el que financiaba la carrera deportiva de sus hijas.

Fue en ese periodo de adolescencia cuando comenzaron las comparaciones con Grace Kelly, la estrella de Hollywood vuelta princesa de Mónaco. Gold dijo que ella nunca se pensó de esa manera, pero que aprovechó la aparente semejanza. “Terminé por manufacturar esta otra persona en mí”, dijo Gold. “Quería ser un humano sin falla alguna, angélico, plástico, con cara de Barbie. Alguien que siempre hace y dice lo correcto, intachable”.

La batalla con la comida

Fue durante esa adolescencia que Gold comenzó a preocuparse por su peso. Contaba las calorías que consumía. Antes, solía tomarse un litro de leche con chocolate sin pensarlo dos veces: su cuerpo todavía en crecimiento lo quemaba rápidamente.

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Gold practicando en el IceWorks Skating Complex en Pennsylvania, donde reanudó su entrenamiento en 2018 después de recibir tratamiento para un trastorno alimentario. Fotografía de Hilary Swift para el New York Times

Hasta un día que se pesó frente a un entrenador, una práctica común en varios deportes. El entrenador le dijo sobre el número en la báscula: “Esa es una cifra grande”. Pesaba 56 kilogramos.

Gold se sintió herida por el comentario y buscó consejos para bajar de peso en internet. Ahí se topó con un sitio web en el que personas compartían estrategias extremas para el control de peso. En una publicación alguien sugería consumir tan solo de 200 a 400 calorías diarias.

La competitividad de Gold se activó.

Redujo su ingesta alimentaria de unas 2000 calorías diarias a unos pocos cientos. Hizo caso omiso de las advertencias de su madre sobre que no existía una “dieta mágica”. Su alimento para varios días consistía solamente en un tomate y varias tazas de café. “Cuanto más peso perdía, más rápida y ligera me sentía en el hielo”, dijo Gold. “Era una situación de ganar-ganar porque patinaba mejor y la gente me decía: ‘Te ves increíble’”.

Denise, la madre de Gold, estaba preocupada por lo mucho que Gracie había adelgazado e intentó convencerla, sin éxito, de que comiera más antes de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2014, en Sochi, Rusia.

En un período de ese año —en el que primero fue campeona nacional estadounidense y, ya en Rusia, ayudó al equipo olímpico a ganar bronce y quedó en el cuarto lugar en la competencia individual—,  Gold dijo que pesaba 53 kilogramos.

Los dos años siguientes fueron un torbellino de sesiones fotográficas de moda y de codearse con celebridades como la cantante Taylor Swift. Luego llegó el Campeonato Mundial de Patinaje Artístico sobre Hielo de 2016 en Boston.

Gold acababa de ganar la competencia nacional estadounidense por segunda ocasión. Parecía encaminada a ser la primera patinadora estadounidense en una década en conseguir una medalla en el evento individual mundial.

Quedó en primer lugar después de su programa corto, pero se tambaleó en la secuencia inicial de saltos en la rutina de patinaje libre y terminó cuarta. Su compatriota Ashley Wagner consiguió la medalla de plata.

Gold estaba devastada. A su propia desilusión se sumaron, según su madre, “el dolor de su familia, el de su agente, el de todo el país. Era la sensación de haber decepcionado a todos”.

El cuerpo y la mente de Gracie estaban deteriorándose en tan solo meses. Cuando llegó a Colorado para una de las sesiones de entrenamientos de los posibles integrantes del equipo olímpico de la federación estadounidense de patinaje había subido 10 kilogramos y siempre tenía el ceño fruncido.

Gracie estaba deprimida. Se atracaba de comida constantemente para después vomitarla. Wagner se dio cuenta. “Parecía como si no existiera nadie dentro de ella y era aterrador”, dijo Wagner hace poco.

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Fotografía de Hilary Swift para el New York Times

Wagner alertó a la asociación estadounidense de patinaje. Según el entonces presidente, Sam Auxier, la federación actuó de inmediato con psicólogos y otros especialistas certificados a disposición de los atletas con problemas de salud mental. Auxier dijo que los intentos para ayudar a Gold no rindieron fruto. “No sé si habría funcionado ser más duros con Gracie”, dijo, “porque estaba en un estado de negación total”.

Viéndolo  en retrospectiva, según Gold, debió haber tomado un descanso en 2016. Pero con otros Juegos Olímpicos en el horizonte, trató de seguir adelante. “Quieres que la gente note el dolor que sientes para que vean que necesitas ayuda”, dijo Gold. “Pero no quieres pedir esa ayuda. Es un limbo terrible”.

En el verano de 2017, Gold llegó a otra sesión de entrenamiento en Colorado, después de ese periodo de aislamiento en Michigan. Pesaba 22 kilogramos más. Estaba en mal estado físico. Sus giros eran descuidados. Apenas podía hacer sus saltos, que antes se consideraban espectaculares.

Además de su aumento de peso, había perdido mucho: la sonrisa de Gold, alguna vez tan deslumbrante como cualquiera de sus saltos o giros, apenas se notaba en su cara.

Cuando los jueces le dieron sus evaluaciones, algunos no pudieron contener el llanto. Gold interpretó sus comentarios como acusaciones. “Fue entonces cuando perdí el control”, dijo. Recuerda que maldijo entre sollozos y que gritó: “¿Acaso nadie se da cuenta del llamado de auxilio que es mi existencia en este momento?”.

Uno de los jueces confirmó el recuento de Gold sobre ese día. Dos miembros del personal de apoyo del campamento se acercaron a ella para tratar de convencerla de que postergara su carrera y buscara un tratamiento. Un mes después, se internó en una clínica para pacientes con trastornos alimenticios. La Asociación de Patinaje de Estados Unidos cubrió el costo.

“Pensé que si empeoraba incluso un poco más iba a morir, y quería vivir”, dijo Gold sobre por qué decidió internarse en el centro Meadows, en Arizona.

El regreso al hielo

Tras pasar un año en una neblina de depresión, Gold acogió la estructura de tener una agenda diaria repleta, desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche. Recibió terapias intensas, incluyendo sesiones con sus padres, de quienes se había distanciado.

Hoy, Gold se lleva mejor con su familia. En Meadows le recetaban el antidepresivo Prozac, pero dijo que ya no lo consume. Ahora, sin importar el clima, Gold llega a la pista de hielo con un par de lentes de sol color naranja, porque dice que le ofrecen una perspectiva más luminosa.

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Muchos consideraban a Gold una favorita olímpica, pero no sabían que ella pensaba en el suicidio en esa misma época. Fotografía de Hilary Swift para el New York Times

Gold regresó al patinaje porque quería tener la misma estructura que le había dado equilibrio durante su tratamiento. Se mudó a Filadelfia para empezar de cero con un nuevo entrenador, Vincent Restencourt. Restencourt se ganó su confianza tras convencerla de revertir su aumento de peso de manera gradual. Él insiste en cenar con Gold al menos una vez a la semana: la primera vez que comieron juntos la persuadió de que comiera al menos la mitad de una hamburguesa, y le recalcó que no debía morirse de hambre para volver a estar en forma.

Desde junio de 2018, Gold ha perdido más de 13 kilogramos. Esta vez, como resultado de una combinación más saludable de alimentos y no de una dieta de moda.

Cuando Gold regrese a competir, será con un nuevo programa libre: el que planeaba presentar en Detroit. La coreografía está hecha al compás de She Used to Be Mine de Sara Bareilles, cuya letra le recuerda por qué tuvo que tomarse un descanso: She is hard on herself. She is broken and won’t ask for help. She is messy, but she’s kind. She is lonely most of the time.