Regresó en 2014 y abrió un diminuto local de sushi en Quito: dos barras de seis sillas fueron el primer Shibumi. Cinco años después, el restaurante de Córdova se ha convertido en un sitio de culto para los amantes de la tradicional receta japonesa. “Lo más importante es el respeto por el producto”, dice Córdova. “La pesca, por ejemplo, solo pasa por mis manos”.
Cada lunes por la noche, una pareja de hermanos que ha cortado al intermediario le entrega grandes pescados en unas gavetas gigantes que Córdova filetea, congela y luego sirve a su clientela. Córdova no fríe los rollos, cree que no tiene sentido tanto trabajo para luego arruinarlo al sartén con aceite. Por eso en su carta no hay rollos tempurizados. La clave de los sabores, dice, es combinar ingredientes naturales que se puedan saborear —como el espárrago o la frambuesa— sin que eso le quite el sabor a la pesca.