No la golpeaba ni le gritaba ni, hasta donde ella sabe, la engañaba. Solo sucedió que, después de menos de dos años de matrimonio, el marido de Zalika Amadou había cambiado. Se había vuelto demasiado apático e indiferente hacia una mujer joven que esperaba más.

La madre de Amadou se casó a los 14 años con un desconocido que le doblaba la edad, y no podía entender su berrinche: ella se quedó en ese matrimonio durante cinco décadas hasta que él murió.

Pero Amadou, quien se casó a los 16 años, no se conformaba con solamente tener marido y dijo que nunca había querido tener que depender de un hombre. Así que, una mañana en Maradí, fue a sentarse frente a un juez de un concurrido tribunal islámico de calle y solicitó algo que varias mujeres jóvenes de toda la región están pidiendo como nunca antes: el divorcio.

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Amadou a la salida de la corte con su hijo, Affan, después de la audiencia para divorciarse de su esposo. Laura Boushnak para el New York Times

A muchas mujeres en enclaves de África occidental se les ha inculcado durante siglos que deben tolerar los malos matrimonios. Había divorcios, pero eran los maridos quienes más a menudo abandonaban a sus parejas. “Es el fin del mundo cuando un hombre y su esposa no se quedan juntos”, dijo Halima, madre de Amadou.

Sin embargo, aquí en Níger, un lugar donde las mujeres tienen menos escolaridad, menor calidad de vida y menos equidad respecto de los hombres que en casi todos los demás lugares del mundo, una revolución silenciosa está sucediendo.

Muchas mujeres, como Amadou, ahora vienen cada mes a este juzgado en una acera para solicitar el divorcio. Van frustradas. No solo porque sus maridos no consiguen sustento para toda la familia en una época de dificultades económicas, sino porque han cambiado sus ideas fundamentales sobre las relaciones.

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Amadou refresca a su hijo en su casa en Maradi. Laura Boushnak para el New York Times

Desean elegir con quién y cuándo casarse, no que las presionen para que lo hagan. Exigen respeto y, lo que es más, amor. Además, cuando los maridos no cumplen con sus expectativas, las mujeres son las que promueven esta nueva cultura de las separaciones. “Ahora las mujeres jóvenes se casan con ciertas expectativas”, dijo Alou Hama Maiga, secretario general de la Asociación Islámica de Níger. “Si estas expectativas no se cumplen en algún momento, entonces el divorcio es inevitable”.

El juez islámico que preside el tribunal religioso de la calle en Maradi, la tercera ciudad más grande de Níger, dijo que los divorcios solicitados por mujeres se han duplicado en los últimos tres años. Casi cincuenta mujeres se presentan al mes para poner fin a su matrimonio. “Estas jóvenes mujeres ya no quieren sufrir”, dijo el juez Alkali Laouali Ismaël. “Existe una solución para sus problemas y saben que aquí pueden encontrarla”.

Los abogados, las asociaciones de defensa de mujeres, los funcionarios locales y los académicos que estudian la región afirman que este aumento se está dando en toda la región de África occidental —en áreas urbanas y rurales, entre musulmanas y cristianas— a medida que las mujeres exigen tener más control sobre sus relaciones.

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El Juez Ismaël, centro, escuchando las quejas en su corte de la calle. Fotografía de Laura Boushnak para el New York Times


Dicen que la tasa de divorcios se mantiene relativamente estable o incluso ha caído ligeramente en algunas partes de África occidental. Sin embargo, en el fondo hay cambios enormes en las tendencias de separación —y en la sociedad en general.

Las mujeres tienen mayor escolaridad y en algunas áreas se casan a edades más avanzadas, factores que, según los académicos, dan como resultado matrimonios más estables. Al mismo tiempo, cada vez más mujeres se trasladan a las ciudades y se integran a la fuerza laboral, lo que les otorga las condiciones para no seguir en un mal matrimonio.

La Asociación de Abogadas de Dakar, en Senegal, dijo que ahora atiende al triple de clientas que quieren divorciarse en comparación con hace cuatro años. “Muchas mujeres de Dakar son independientes, tienen empleo y dinero”, dijo Daouda Ka, una abogada que maneja los divorcios. “Antes no les quedaba más que tolerar los malos matrimonios. Ahora, si no funciona, se marchan”.

En Ghana, el 73% de los casos de divorcio manejados por el Sistema de Ayuda Jurídica de Gran Acra fueron presentados por mujeres de 2016 a 2017. Es un cambio sustancial. El divorcio, alguna vez fue considerado tabú entre los cristianos conservadores de la región, ahora es presentado en algunos sermones de iglesia como una mejor opción a que haya violencia doméstica o adulterio.

En Nigeria, una película llamada Wives on Strike (Esposas en huelga) fue tan popular que ya tiene una secuela. Además, inspiró una serie de televisión. El filme trata de un grupo de mujeres que se unen para enfrentarse a un mal marido y a un mal padre. “Las mujeres jóvenes ahora ven que sus vidas no tienen por qué terminarse en cuanto termina el matrimonio”, dijo Olajumoke Yacob-Haliso, profesora de la Universidad Babcock, de Nigeria.

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Zeinoura Mahissou lleva pasteles para vender en el mercado. Después de rechazar un matrimonio forzado, ella dijo que se sentía excluida de su familia. Fotografía de Laura Boushnak para el New York Times

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Amadou pasó su niñez en Maradí, una ciudad bulliciosa de tiendas pequeñas y mercados abiertos, rodeada de conjuntos de comunidades agrícolas.

Durante una boda, una amiga le presentó a Noura Issa, un hombre que le doblaba la edad.

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El juez Alkali Laouali Ismaël le mostró a Zalika Amadou dónde firmar sus papeles de divorcio cuando su esposo, Noura Issa, centro azul, esperó su turno en una corte junto a la calle en Maradi, Níger. Fotografía de Laura Boushnak para el New York Times

Amadou no había estado buscando marido. Se ocupaba con las clases de costura que le había pedido a su familia que le pagaran. “Quería poder mantenerme yo sola”, dijo.

Sin embargo, cuando su amiga la llamó al día siguiente a preguntarle si Issa podía visitarla, Amadou aceptó.

Se casaron y se mudaron a la casa de él, fuera del centro de la ciudad. Poco después de que se establecieron, Issa, un sastre profesional, le dijo que las clases de costura que ella quería tomar eran un desperdicio de dinero. Era amable con ella, pero no quería que saliera de casa.

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Amadou esperando fuera de la corte antes de asistir a la decisión final sobre su caso. Fotografía de Laura Boushnak para el New York Times

Pero el negocio de sastrería de Issa estaba en dificultades. Hacía algunos años, Issa ganaba lo equivalente a casi 14 dólares diarios cosiendo y haciendo dobladillos. Pero, de pronto, no pudo ganar ni la mitad de eso. “Los hombres ya no pueden mantener a sus esposas como solían hacerlo”, dijo Ismaël, el juez religioso. La crisis económica de Nigeria se ha esparcido hacia Maradí, un centro de comercio importante entre ese país y Níger, en buena parte por los efectos de Boko Haram, el grupo radical islámico que ha devastado la región. Ismaël dijo que la mayoría de las mujeres que van a su juzgado a pedir el divorcio aducen problemas económicos.

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A pesar de que están cambiando las costumbres, el índice de matrimonios infantiles en Níger es de los más elevados del planeta. De acuerdo a las Naciones Unidas, las adolescentes de ese país tienen más hijos que en ninguna otra parte del mundo.

Detrás de los matrimonios a temprana edad está el temor de que las chicas deshonren a su familia al quedar embarazadas antes de casarse. “Las chicas deben casarse para evitar meterse en problemas”, dijo Laouali Oubandawaki Iro, el jefe de la aldea de Giratawa, un pueblo en las afueras de Maradí, al explicar las tradiciones de esta zona. Él tiene poco más de 60 años. Dos de sus esposas —la poligamía es común— son adolescentes.

Sin embargo, la presión para restringir el matrimonio infantil ha ayudado a modificar la mentalidad. En los últimos años, han llegado muchos organizaciones de ayuda con esfuerzos para combatir la pobreza y frenar el crecimiento de la población al centrarse en los matrimonios infantiles y los matrimonios forzados. El gobierno de Níger y algunas organizaciones locales también se han sumado. Eso ha permitido que haya más divorcios de mujeres que se casaron cuando aún eran menores de edad.

Algunas de las campañas han tenido otro efecto, como una telenovela producida con asistencia de Unicef y transmitida por la radio. Uno de los personajes había sido maltratada por su marido y discutía la situación con otras en el programa.

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Mujeres enhebrando cuentas en joyería en Dynamic Women, una organización que ofrece clases de costura y cocina además de capacitación religiosa. Fotografía de Laura Boushnak para el New York Times

Al oírla, Amadou se identificó. “Hablaban de maridos a los que no les importaban sus esposas y ese era mi problema”, dijo. “Mis amigas me ayudaron a que peleara por mis derechos”.

Amadou pensó que su caso para divorciarse se resolvería de manera sencilla cuando fue al juzgado. Dijo que Issa no llevaba comida a casa, que no la ayudó cuando estaba embarazada y que ni siquiera la visitó en la sala de maternidad después del parto. Sin embargo, el juez le dijo a la pareja que se fueran a casa y trataran de arreglarlo una vez más. Les pidió que si de todas formas querían divorciarse, regresaran en dos días.

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Mujeres caminando de regreso a su aldea en las afueras de Maradi. Fotografía de Laura Boushnak para el New York Times

Después de la audiencia, Issa reconoció ante Amadou que sus finanzas eran limitadas y que no le daba todos los regalitos o cariños que a ella le habría gustado recibir. Luego dijo: “Ya estoy cansado de venir aquí”, en referencia al juzgado. “Ya lo decidí”.

Dos días después, la pareja llegó al tribunal, cada quien por su lado. “Nos dijo que regresáramos si no podíamos arreglarlo, así que aquí estamos”, dijo Issa. “¿Ahora qué hacemos?”.

La pareja pasó por el fastidioso proceso de dividir públicamente sus pertenencias: sal, especias, platos, un jarrón para lavarse antes de las oraciones. El juez determinó que Amadou tendría la custodia única de su hijo hasta que cumpliera 7 años. Issa pagaría la alimentación del niño durante los siguientes dos años.

“No hay problema”, dijo Issa.

Firmaron los documentos del divorcio.

“¿Estás de acuerdo?”, le preguntó el juez a Amadou. “Creo que es un alivio para ti”.

Ella asintió. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro. Amadou piensa volver a casarse, con alguien que corresponda a su amor.


Jaime Yaya Barry contribuyó reportando desde Dakar, Senegal.

©The New York Times 2019