La escritora Sylvia Plath escribió en sus diarios “Dios, la vida es la soledad”. A pesar de las sonrisas que intercambiamos, a pesar de los opioides que tomamos, ella dice:

cuando por fin encuentras a alguien a quien sientes que puedes derramar tu alma, te quedas en shock por las palabras que pronuncias: están tan oxidadas, tan feas, tan sin sentido y débiles por haber estado guardadas tanto tiempo en la pequeña y estrecha oscuridad que hay dentro de ti.

En el siglo XXI, la soledad se ha vuelto ubicua. Los opinólogos la llaman “una epidemia”, una condición similar “a la lepra”, y una “plaga silenciosa” de nuestra civilización. En el 2018, el Reino Unido llegó a designar un Ministro para la Soledad. Y, sin embargo, la soledad no es una condición universal, ni es una experiencia puramente interna y visceral. Es menos una emoción simple y más un complejo enjambre de emociones, compuesto por la ira, el dolor, el miedo, la ansiedad, la tristeza y la vergüenza. También tiene dimensiones sociales y políticas, y va cambiando a través del tiempo según las ideas sobre el yo, Dios y el mundo natural. En otras palabras: la soledad tiene una historia.

El término loneliness (soledad) aparece en inglés cerca del año 1800. Antes, la palabra más cercana era oneliness*: simplemente estar a solas. Así como solitud —del latín solus, que significa “a solas”— oneliness no llevaba ninguna implicación de carenca emocional. Solitud (o la inglesa oneliness) no era insanas o indeseables, sino, más bien, un espacio necesario para la reflexión con dios o con los pensamientos más íntimos. Como Dios estaba siempre cerca, una persona nunca estaba realmente sola. Uno o dos siglos después, el uso de soledad —cargada con asociaciones de vacío y falta de conexión social— va mucho más allá que estar a solas. ¿Qué pasó?

La noción contemporánea de soledad nace de las transformaciones culturales y económicas que han sucedido en el Occidente moderno. La industrialización, el crecimiento de la economía de consumo, el declive en la influencia de la religión y la popularidad de la biología evolutiva sirvieron para enfatizar que era el individuo lo que importaba —no las visiones paternalistas y tradicionales de una sociedad en la que todos tienen un lugar.

En el siglo XIX, los filósofos políticos utilizaban las teorías de Charles Darwin sobre la “supervivencia del más apto” para justificar la búsqueda de los Victorianos de la riqueza individual. La medicina científica, con su énfasis en las emociones cerebrales y las experiencias y la clasificación del cuerpo en estados normales y anormales, resaltaron este cambio. Los cuatro humores que habían dominado la medicina occidental por 2 mil años (flemático, sanguíneo, colérico y melancólico), y que clasificaron a la gente en ‘tipos’, cayeron en desuso, favoreciendo un nuevo modelo de salud dependiente del cuerpo físico e individual.

En el siglo XX, las nuevas ciencias de la mente —en especial, la psiquiatría y la psicología— tomaron un rol central en la definición de las emociones saludables y no saludables que un individuo debería experimentar.Carl Jung fue el primero en identificar personalidades ‘introvertidas’ y ‘extravertidas’ (para usar la grafía original) en su Tipos psicológicos (1920). La introversión se asoció con el neuroticismo y la soledad, mientras que la extroversión se ligó a la sociabilidad, la gregariedad y la confianza propia. En los Estados Unidos, estas ideas tomaron especial relevancia porque fueron asociadas a las cualidades individuales asociadas con la superación personal, la independencia y el sueño americano.

Las asociaciones negativas de la introversión ayudan a explicar por qué la soledad carga hoy con semejante estigma social. Las personas solitarias rara vez quieren admitir que lo son. Si bien la soledad puede crear empatía, las personas solitarias son también sujeto de desprecio: aquellos con redes sociales fuertes suelen evitar a los solitarios. Cuando decimos ‘epidemia moderna’ contribuimos a un pánico moral sobre la soledad que puede agravar el problema subyacente. Suponer que la soledad es un una aflicción generalizada pero fundamental individual hará que sea imposible de tratar.

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Durante siglos, los escritores han identificado la relación entre salud mental y la pertenencia a una comunidad. Servir a la sociedad era otra manera de servir al individual porque, como lo dijo el poeta Alexander Pope, en su poema Un ensayo sobre el hombre (1734) “El verdadero amor propio y el social son lo mismo”. No es sorprendente, entonces, encontrar que la soledad sirve como una función fisiológica y social, como lo sostenía el difunto neurocientífico John Cacioppo: como el hambre, señala una amenaza a nuestro bienestar, nacido de la exclusión de nuestro grupo o tribu.

“Ningun hombre es una isla” escribió el poeta John Donne en un tono similar en Devociones para Ocasiones Emergentes —ninguna mujer tampoco, ya que cada uno forma “una pieza del continente, una parte del todo”. Si “un poco de arena es borrado por el mar, Europa es lo menos… toda muerte me disminuye, porque estoy involucrado en la humanidad”. Para alguno de nosotros, las palabras de Donne son especialmente conmovedores por la salida del Reino Unido de Europa o el narcisismo de la presidencia de Donald Trump. También nos devuelven a metáforas médicas: las referencias de Donne al cuerpo siendo destruido políticamente es una reminiscencia a la soledad moderna como una aflicción física, una plaga de la modernidad.

Necesitamos, urgentemente, una valoración más matizada sobre quién es solitario, y cómo y dónde. la soledad es condenada por los políticos porque es costosa, especialmente para una población que se envejece. Las personas solitarias son más propensas a padecer enfermedades como cáncer, enfermedades cardíacas y depresión y cincuenta por ciento más proclives a morir prematuramente que aquellos no solitarios. Pero no hay nada inevitable sobre ser viejo y solitario —aún en el Reino Unido y los Estados Unidos donde, a diferencia de buena parte de Europa, no hay una tradición de cuidado intrafamiliar de los ancianos. La soledad y el individualismo económico están conectados.

Hasta la década de 1830, en el Reino unido las personas ancianas eran cuidadas por vecinos, amigos y familia, así como por la parroquia. Pero el Parlamento pasó la Ley de los nuevos pobres, una reforma que abolía la ayuda financiera para las personas, excepto las ancianas y enfermas, restringiendo esa ayuda a aquellos en los asilos para pobres y considerando a los alivios de la pobreza como créditos que eran administrados a través de procesos burocráticos e impersonales. El aumento de la vida urbana y la desmembración de las comunidades locales, así como la agrupación de los necesitados en edificios específicos, produjo más gente anciana y aislada. es probable, dada su historia, que los países más individualistas (incluyendo el Reino Unido, Sudáfrica, los Estados Unidos, Alemania y Australia) experimenten la soledad de forma diferente que los países colectivistas como (Japón, China, corea, Guatemala, Argentina y Brasil). La soledad se experimenta de formas distintas a través de los lugares y del tiempo.

Nada de esto pretende romantizar la vida comunitaria o sugerir que no había aislamiento social antes de la era victoriana. Más bien, mi argumento es que las emociones humanas son inseparables de sus contextos sociales, económicos e ideológicos. El justo enojo de los moralmente afrentados, por ejemplo, sería imposible sin una creencia en lo correcto y lo equivocado y en la responsabilidad. De igual manera, la soledad puede existir en un mundo donde el individuo es concebido como separado de —en lugar de parte de— el tejido social. Está claro que el crecimiento del individualismo corroyó los lazos sociales y comunitarios y produjo un lenguaje de la soledad que no existía antes de los 1800.

Alguna vez los filósofos se preguntaron qué se necesitaba para vivir una vida significativa, pero el foco cultural ha girado hacia la elección individual, el deseo y el éxito. No es una coincidencia que el término individualismo se haya usado (y era un término peyorativo) en la década de 1830, en la misma época en que la soledad empezaba a ascender. Si la soledad es una epidemia moderna, sus causas son también modernas —y la conciencia de su historia es lo que quizá nos salve.


*Nota del traductor: No existe una traducción directa para oneliness, pero podría traducirse como «estar a solas».

** Este texto se publicó originalmente en inglés en revista aeon.