La ciencia ha demostrado ser una forma confiable para abordar todo tipo de preguntas sobre el mundo físico. Como científico, me pregunto si su capacidad para dar respuestas es ilimitada ¿Puede en realidad responder a todas las grandes preguntas —las «grandes preguntas del ser»— que se nos ocurren?

Para empezar, ¿cuáles son estas grandes preguntas? Para mí, existen dos tipos.

El primero consiste en preguntas inventadas que comúnmente se basan en extrapolaciones injustificadas de la experiencia humana. Por lo general, incluyen preguntas de propósito y preocupaciones sobre la aniquilación del yo, como: ¿Por qué estamos aquí? ¿Y cuáles son los atributos del alma? No son preguntas reales porque no se basan en la evidencia. Por lo tanto, como no hay evidencia de que el Universo tenga un propósito no tiene sentido tratar de establecerlo o explorar las consecuencias de ese pretendido propósito. Como no hay evidencia de la existencia de un alma (excepto en un sentido metafórico), no tiene sentido perder el tiempo preguntándonos cuáles podrían ser las propiedades de esa alma si es que este concepto alguna vez se justificara. La mayoría de este tipo de preguntas son una pérdida de tiempo; y como no están abiertos al discurso racional, en el peor de los casos se resuelven recurriendo a la espada, las bombas o las llamas.

El segundo tipo de grandes preguntas tiene que ver con las características del Universo para las cuales hay más evidencia que la mera especulación que responde a deseos  y a la estimulación provocada por el estudio de los textos sagrados. En este tipo se incluye investigaciones sobre el origen del Universo y específicamente cómo es que hay algo más que la nada, los detalles de la estructura del Universo (particularmente las fortalezas relativas de las fuerzas fundamentales y la existencia de las partículas fundamentales), y la naturaleza de la conciencia. Todas estas son preguntas realmente importantes y, en mi opinión, están abiertas a una explicación científica.

La primera clase de preguntas —los inventos— comúnmente pero no invariablemente, comienzan con por qué. La segunda clase comienza adecuadamente con cómo pero, para evitar entorpecer el lenguaje, a menudo se presentan como preguntas de “por qué” por conveniencia del discurso. Por lo tanto, la pregunta ¿por qué hay algo en lugar de la nada? —que tiene tintes de insinuaciones de propósito— es, en realidad, una forma disfrazada de la pregunta ¿Cómo es que algo surgió de la nada? Tales preguntas del por qué siempre se pueden deconstruir en concatenaciones de las preguntas de cómo, y en principio son dignas de consideración porque hay una expectativa de ser respondidas.

Acepto que algunos me critiquen diciendo que estoy utilizando un argumento circular: que las verdaderas grandes preguntas son las que pueden responderse científicamente y, por lo tanto, solo la ciencia puede en principio dilucidar tales cuestiones, dejando de lado las preguntas inventadas como si fueran pajas intelectuales. Y podría ser así. El acceso público a la evidencia, después de todo, es sin duda un excelente tamiz para distinguir las dos clases de preguntas, y el fundamento de la ciencia es la evidencia.

La ciencia es como Miguel Ángel. El joven Miguel Ángel demostró su habilidad como escultor al tallar la deslumbrante Pietà en el Vaticano; el maduro Miguel Ángel, habiendo adquirido y demostrado su habilidad, se liberó de las convenciones y creó sus extraordinarias cuasiabstracciones posteriores. La ciencia ha recorrido un camino similar. A lo largo de sus cuatro siglos de esfuerzos serios —desde Galileo en adelante— cuando la evidencia se mezcló con las matemáticas y surgió la extraordinaria reticulación de conceptos y logros, la ciencia ha adquirido madurez y, a partir de la elucidación de observaciones simples, ahora es capaz de lidiar con lo complejo. De hecho, la aparición de la computación como un componente de las implicaciones de desarrollo de las teorías y la detección de patrones en conjuntos de datos masivos, ha extendido el alcance de lo racional y  al aumentar la analítica, enriquece enormemente el método científico.

El arsenal triple de la ciencia —lo observacional, lo analítico y lo computacional— ahora está listo para atacar las verdaderas grandes preguntas. En orden cronológico son: ¿Cómo comenzó el Universo? ¿Cómo cobró vida la materia en el Universo? y ¿Cómo se convirtió la materia viva consciente de si misma? Cuando se inspeccionan y se separan, estas preguntas incluyen muchas otras como, en la primera pregunta por ejemplo, la existencia de las fuerzas y partículas fundamentales y, por extensión, el futuro a largo plazo del Universo. Incluye el no tan pequeño problema de la unión de la gravitación y la mecánica cuántica.

La segunda pregunta incluye no solo la transición de lo inorgánico a lo orgánico, sino también los detalles de la evolución de las especies y las ramificaciones de la biología molecular. El tercero incluye no sólo nuestra capacidad para reflexionar y crear, sino también la naturaleza del juicio estético y moral. No veo ninguna razón por la que el método científico no pueda usarse para responder, o al menos iluminar sobre la pregunta que hizo Sócrates sobre cómo deberíamos vivir apelando a las semi ciencias (ciencias sociales) incluidas la antropología, la etología, la psicología y la economía. Lo cíclico se muestra aquí también porque es concebible que las limitaciones de la conciencia impiden la comprensión completa de la profunda estructura del material de la realidad. Por lo que quizás en la tercera, surgiendo como lo hace desde la primera, la primera se encuentra limitada. Ya estamos viendo un indicio de eso con la mecánica cuántica, que está muy alejada de la experiencia común —podría agregar, ya que se asigna a nuestros cerebros— que nadie lo entiende realmente en la actualidad (pero eso no ha impedido nuestra capacidad de implementación).

El lubricante del método científico es el optimismo, el optimismo de que con paciencia y esfuerzo —a menudo el esfuerzo de colaboración— la comprensión vendrá. Lo ha hecho en el pasado y no hay ningún motivo para suponer que ese optimismo está fuera de lugar ahora. Por supuesto, las colinas han dado paso a las montañas, y no se puede esperar un progreso rápido en el impulso final. Tal vez el esfuerzo nos lleve, al menos temporalmente, a callejones sin salida (quizás la teoría de cuerdas) pero luego la ceguera de ese callejón podría repentinamente abrirse, creándose una oleada de logros. Quizás los paradigmas de pensamiento completamente revisados —como los de hace aproximadamente un siglo cuando surgieron la relatividad y la mecánica cuántica— tomen el entendimiento en direcciones que ahora son inimaginables. Tal vez encontremos que el cosmos es solo una matemática que se vuelve sustancial. Tal vez nuestra comprensión de la conciencia deba dejarse en manos del dispositivo artificial que pensamos que era simplemente una máquina para simularlo. Tal vez, de nuevo con la circularidad, solo la conciencia artificial que habremos construido tendrá la capacidad de comprender el surgimiento de algo de la nada.

Considero que no hay nada que el método científico no pueda dilucidar. De hecho, debemos deleitarnos con el viaje de la mente humana colectiva en el oficio que llamamos ciencia.


Este texto se publicó originalmente en inglés en revista aeon