Lo primero que noté cuando llegué al punto de encuentro con mis amigas, frente al Congreso de la Argentina, en cuyo Senado se votaría la legalización del aborto, fue que había olvidado mi paraguas. Eran las 2 de la tarde, y la pesadez, el olor a lluvia y algunas ráfagas de vientos, me parecían premonitorias: el 8 de agosto (el 8A) la tormenta venía de frente, y era cuestión de horas que nos impactara.

Sabíamos que iba a llover, sabíamos que iba a ser duro —igual nadie trajo su paraguas. Porque la tormenta, por atroz, por desilusionante, por descorazonadora violenta cruel indiferente asesina asesina asesina mil veces asesina siempre termina. Y esta va a pasar.

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Las 24 horas previas al 8A estuvieron cargadas con la tensión de la espera de un huracán categoría 5. Circulaban en las redes protocolos de cuidado para la marcha, se compartía el teléfono de las abogadas feministas que saldrían al rescate, se descargaba una app para comunicarse cuando la señal 4G se cayera, se gritaban las denuncias de periodistas acreditadas que serían (y fueron) prohibidas de entrar al recinto senatorial, se narraban intimidantes descripciones del operativo de la Policía y crecieron las dudas de si se adelantaría la sesión para evitar grandes concentraciones en las afueras del Congreso.  

A diferencia del 13 de junio, cuando salimos a las calles a acompañar la votación de la Cámara de Diputados, este 8A nos tenía menos eufóricas. El símbolo más visible de nuestros ánimos era que, esta vez, no nos pusimos nada de glitter verde en las caras. Una tradición creada por las chicas más jóvenes y que hoy es un símbolo de festejo y rebeldía para todas.

Las más jóvenes y adolescentes se apropiaron de las marchas, hicieron carteles creativos, dieron entrevistas en las radios e inundaron las redes sociales. Ellas son el pulso de estos encuentros. Mientras las escuchábamos cantar “Macri gato, Macri gato, legalizá el aborto” con la melodía de Matador, de Los Fabulosos Cadillacs, una amiga dijo: “Nosotras a su edad estábamos en otra, preocupándonos por quién era la más puta”.  A su edad, Liliana Herrera, fallecida hace 4 días por complicaciones tras un aborto clandestino, había parido a su primer hijo. A su edad, nosotros no lo entendíamos. Pero el tiempo pasa, y una va aprendiendo. Los que no aprendieron ganan más de 5 mil dólares al mes y están sentados en sus poltronas senatoriales, Incitatus indolentes.

aborto legal

Cada minuto y medio hay un aborto clandestino en la Argentina. Fotografía de Mij Iastrebner

Nos quedamos un largo rato conversando cuánta vergüenza nos daba cantar y bailar en la calle mientras hacíamos un esfuerzo descomunal por seguir los discursos del Senado en Youtube. Cada tanto nos acordábamos que era importante que fuera una celebración y nos íbamos dando ánimos entre nosotras.

“Menos mal que vinimos de Santiago del Estero, porque la mayoría va a votar en contra de lo que queremos las mujeres. Bueno, en realidad, todos votarán en contra”, me dijo una vecina de mesa en el bar en el que nos refugiamos por unas horas. “¿Escuchaste a la senadora que dijo que no leyó la ley porque no tuvo tiempo?”, preguntó alguien. “No voy a tener hijos, salvo que tenga la vida resuelta”, dijo otra afuera mientras cebaba un mate. “Nos quedó el misoprostol”, se resignó una chica cerca de la puerta.

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Siempre se habla de cosas profundas en las marchas feministas. En los últimos tres años, fui parte o escuché conversaciones transformadoras: historias de aborto, métodos anticonceptivos, acoso, violencia obstétrica, brecha salarial, el costo de los productos para la menstruación, la legalización de la prostitución, la depilación, el lenguaje inclusivo, eran algunos de los temas que llevamos de la calle a los asados, a las oficinas, a las redes sociales.

El 8A el tema central y común fue la falta de representatividad en el Senado. Amontonadas en las calles o en el bar, hacíamos un esfuerzo consciente para concentrarnos en todo el terreno ganado y no en las barbaridades que estaban diciendo los legisladores. Más tarde, cuando volviera a tener Internet, me enteraría que una de las búsquedas más populares de Google había sido “Cuánto gana un senador en Argentina”.

El ejercicio de la empatía para nosotras es simple y amerita estar ahí, empapadas y muertas de frío. Todas tenemos o tuvimos acceso a abortos clandestinos sin exponer nuestra salud, pero nos duelen las mujeres que no tienen esas garantías. Así de sencillo, sin vueltas, nos duelen.

Sin importar la generación, la clase social o la religión, la condena del goce nos pesa a todas aquellas que empezamos a deconstruirnos frente al patriarcado. La despenalización del aborto es el símbolo de la independencia de nuestros cuerpos de un Estado que los maltrata, los juzga y los abandona. El senador por la Ciudad de Buenos Aires Fernando ‘Pino’ Solanas dijo en su discurso: “Esta oleada verde de chicas expresa una marcha que lleva años en el reconocimiento de sus derechos, no sólo el derecho a la vida de las mujeres sino también el derecho a decidir sobre su cuerpo ¿Por qué tenemos miedo a decir que se trata del derecho a gozar de la vida y de su cuerpo?».

Aborto Argentina Negado 03

Las mujeres no se movían de las calles a pesar de la lluvia y el frío. La votación del Senado duró más de 12 horas.

Del lado de los antiderechos, la plaza estaba casi vacía. Pero el volúmen de su rock cristiano estaba al máximo, casi no podíamos escucharnos entre nosotros. Este desequilibrio de convocatorias tiene razones claras: los antiderechos luchan por prohibir y nosotras por progresar, cuidarnos, garantizar derechos. Pero su rock cristiano también tiene un fundamento: la religión grita más fuerte y eso aún pesa en la legislación.

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A las 3.40 am se negó oficialmente la promulgación de la ley. En la transmisión del senado argentino, se escuchó festejar a Gabriela Michetti,  vicepresidenta de la Nación que preside el Senado por ley: “Vamos todavía, vamos”. Hace un mes, Michetti dijo abiertamente que no estaba a favor del aborto: “Lo podés dar en adopción, ver qué te pasa en el embarazo, trabajar con psicólogo, no sé». Me pregunto si su celebración tomaba en cuenta que en la Argentina hay un aborto clandestino cada minuto y medio. Que seguirán sucediendo, a pesar de lo que votó el Senado, a pesar de que por otro año más pongan en un congelador de cadáveres el proyecto que habría impedido tanta muerte. ¿Vamos, todavía?

Tratamos de consolarnos entre amigas, pero la sensación es como si un piano nos hubiera caído en la cabeza. Sabíamos que el recuento de votos en el Senado no favorecía a la ley, sabíamos que había intenciones de generar disturbios. Igual vinimos, sin paraguas, contra viento y marea, a celebrar todo el territorio ganado, porque a pesar de todo, la Historia queda escrita en las calles. El resto será cuestión de tiempo, un tiempo precioso, que podríamos habernos ahorrado y que se cuenta en vidas. Los 38 de la infamia que votaron en contra quizá no lo aprendan nunca, pero la tormenta va a pasar y este movimiento aprendió a no volverlos a votar, la tormenta va a pasar.