Primer día de octavos de final y último del Mundial para Portugal y Argentina. O, lo que es lo mismo, el último partido para Lionel Messi y Cristiano Ronaldo en esta Copa del Mundo. Podría ser el último en un mundial para los dos jugadores que han dominado el fútbol en la última década.

El camino paralelo de Messi y Ronaldo empezó en Alemania 2006. Hoy, parece a punto de llegar a su fin tras la eliminación de dos estrellas sin equipo: decir Portugal o Argentina es como decir Ronaldo y Messi porque dependen demasiado de ambos cracks. Las selecciones a las que se enfrentaron —y con las que perdieron— este sábado 30 de junio no tienen ese problema. Francia y Uruguay juegan con esquemas de mucho sacrificio y efectividad colectivos. El concepto del juego como deporte de conjunto se impuso a la patria futbolera que depende del ultratalentoso caudillo.

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Las Ronaldo-y-Messi-dependencias han puesto un peso aún mayor sobre las espaldas de ambos jugadores desde que se convirtieron en íconos globales. Los dos han alcanzado todos los reconocimientos individuales en términos de premios y torneos: cinco Balones de Oro cada uno, 5 Champions Leagues Ronaldo, 4 Messi; de ese torneo son, además, los máximos anotadores de su historia. Y aunque su edad (33 el portugués, 31 el argentino) podría sugerir que la jubilación está cerca, en la temporada 2017-2018, Ronaldo y Messi demostraron que están tan vigentes como siempre: nadie hizo más goles en sus clubes —el Real Madrid, campeón de la Champions, y del Barcelona, campeón de la Copa del Rey y la Liga española.

Con esos antecedentes suponía el mundo  que su grandeza futbolística marcaría Rusia 2018. En la etapa de grupos, Ronaldo respondió a las expectativas: triplete contra España y el gol contra Marruecos que les dio a los portugueses el pase a octavos. La ruta de Messi fue más traumática: pasó del viacrucis contra Islandia y Croacia a la resurrección: el cadáver que era Argentina volvió a la vida gracias a un golazo suyo; otro de Rojo lo sacó del sepulcro.

Ya en octavos de final, su genialidad no fue suficiente.

Messi y Cristiano Ronaldo

Lionel Messi en un mural callejero en Barcelona, donde ha ganado todo, a diferencia de su selección nacional (cuya camiseta lleva en la imagen). Fotografía de Depositphotos/Toniflap.

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Si bien Ronaldo ganó la Eurocopa 2016 y Messi fue vicecampeón en el Mundial brasileño, de la Copa América 2015 y la Copa América Centenario 2016, Rusia  aparecía como la última oportunidad para cumplir con el sueño propio y de sus seguidores: consagrarlos como superiores a sus némesis. Era como si en Rusia se iba a decidir, de una vez por todas, cuál de ellos era el mejor. Pero no será. Para entenderlo hay que entender que Francia y Uruguay son tierras de talento pero sin caudillos, donde el peso del equipo está distribuido entre todos. Lo que, física básica, hace más llevadera la carga.

Las selecciones uruguaya de Washington Tabárez y francesa de Didier Deschamps tienen un patrón común: empiezan por una muy buena defensa y  pasan a transiciones rápidas, con delanteros capaces de perforar a las paredes rivales más sólidas.

Los franceses iban perdiendo por un 2 a 1 que parecía ilógico por el trámite de un partido en que penetraron la retaguardia argentina con mucha facilidad en el primer tiempo. Hasta que una genialidad de Di María empató y el azar quiso que Mercado desvíe un tiro de Messi poniendo a los argentinos a ganar al comienzo del segundo tiempo.

Fue cuando la velocidad de Kylian Mbappé, junto a Olivier Giroud y Antoine Griezmann, pusieron las cosas en orden muy pronto. El descuento de Agüero al final del segundo tiempo fue el broche con el que se selló el epílogo de la generación que acompañó a Lionel Messi en esta década.

También fue el punto final de una agonía demasiado larga: el canibalismo, la bronca y el enredo en que vive la sociedad argentina —expresada con saña en ese quilombo que es la conflictiva relación de la dirigencia, cuerpo técnico y los jugadores de su selección— hacía que muy pocos creyesen que un final feliz era posible.

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En el segundo partido de la jornada, en cambio, la historia regresó a su origen. La tradición uruguaya de férrea defensa, solidaridad en toda la cancha y de goleadores de raza apareció en su expresión más pura.

La base del equipo (Muslera, Godín, Suárez y Cavani) le ha dado un cuarto puesto en el Mundial de Sudáfrica 2010 y la Copa América de Argentina 2011. La conducción de Tabárez (un maestro que usa un bastón para moverse en el borde de la cancha, como si no exudase ya suficiente sabiduría) le ha dado estabilidad y continuidad al proyecto y la filosofía de juego. Los nuevos talentos, pulmones y calidad. Juntos esperaron a Portugal copando los espacios y maximizando las oportunidades que entre Suárez y Cavani se crearon.

Los uruguayos les recordaron a Ronaldo y compañía que la garra charrúa no es un eslogan. Es una manera de vivir el fútbol. Al mundo le enseñaron que respetar los procesos, la disciplina y la alegría de jugar al fútbol sin exitismos ni tremendismos (como los de sus vecinos) dan frutos.

Fue una postal de salida y de esperanza: mientras las dos estrellas treintañeras empezaban a empacar maletas, nos quedamos con la imagen del delantero francés Kylian Mbappé: anotó un doblete, que pudieron ser muchos más goles,  y tiene solo 19 años. Por velocidad, potencia y calidad en la definición, el jugador del Paris Saint Germain es la personificación de las grandes estrellas por venir —lo vemos como durante años vimos a Messi y Ronaldo. Bien podría ser que Mbappé haya reclamado la sucesión de los reyes caídos y devueltos a casa, en una jornada de transición, en la que los regentes de ayer capitulan ante la fuerza y vigor de las nuevas estrellas. Y, quién sabe, quizá Mbappé logre, en su primera oportunidad, el sueño siempre esquivo para Messi y Ronaldo.