César Cordero falleció el 3 de febrero de 2023. 

Jorge Palacios tiene 63 años y su mirada, casi siempre, hacia el piso. En abril del 2018 apareció por primera vez en televisión: dio una entrevista a Teleamazonas en la que contó que de niño había sido víctima de abuso sexual. Con titubeos pero decidido dijo frente a la cámara lo que en otras ocasiones ya había intentado contar: “Él les decía a mis papás ‘estoy enfermo, mándenle al niño a que me acompañe’. Y después de un momento decía a dos o tres niños vengan para acá. A su cama. A violarnos, a hacer lo que él quería”. Jorge tenía seis años y su abusador  poco más de 30. Hoy tiene 91 y su nombre está grabado en la historia de Cuenca: César Cordero Moscoso, el mismo sacerdote que fundó una comunidad educativa con más de diez establecimientos en el sur del Ecuador .

Hace sesenta años, César Cordero era el párroco del barrio La Salle, en el centro de Cuenca y daba catequesis a los niños. Ahí conoció a Jorge, quien tenía cinco. El sacerdote le ofreció una beca para que estudiara en una escuela fundada por él. “Les dijo a mis padres: ustedes no pagan, el niño viene a estudiar aquí. Durante toda la instrucción primaria fui su favorito… después ingresé al colegio, porque el padre puso un colegio normal católico. Estuve ahí dos años. Seguía siendo usado por el padre”. Jorge fue víctima de Cordero hasta los 14, cuando rompió por primera vez el silencio y le contó lo que sucedía, en confesión, al sacerdote Guillermo Mensi. “Él me rescató y me llevó a estudiar en el colegio Técnico Salesiano”. El abuso se ocultó como si nada hubiese pasado. Mensi lo alejó de Cordero pero tuvieron que pasar 49 años más para que Jorge sea rescatado de verdad.

Desde muy joven, después de ordenarse sacerdote y graduarse como educador, el cura Cordero, como se lo conoce en Cuenca, fundó los jardines de infantes Vicente Escandón y Rafael Campoverde Galán; las escuelas Miguel Ortiz, Arzobispo Serrano y Jesús Cordero Dávila, los colegios Miguel Cordero Crespo y Elena Moscoso; la Universidad Católica de Cuenca con sedes en Azogues, Cañar, La Troncal, Macas, Méndez y Tena; talleres de enseñanza; el Hospital Universitario Católico de Cuenca; el canal de televisión Telecuenca; la radio Ondas Cañaris y la Editorial Universitaria Católica. También recorrió Latinoamérica hablando de Educación y Academia, y era conocido por promover reformas a favor del sector obrero y artesanal de su ciudad. Acumuló los méritos suficientes para convertirse en un coleccionador de reconocimientos, como la medalla Vicente Rocafuerte del Congreso Nacional, la insignia Hermano Miguel del Municipio de Cuenca o la Medalla Eugenio Espejo de la Confederación ecuatoriana de Periodismo.

En los medios, Cordero era retratado como un religioso estudiado, muy culto y preocupado por la Educación. Una nota breve publicada en diario El Universo en 2003 resalta su “vocación literaria y artística” heredada supuestamente de su abuelo, el poeta y expresidente del Ecuador Luis Cordero Crespo. “De allí su ejemplar labor como gestor de la Comunidad Educativa Católica de Cuenca, Azogues y Macas” dice la breve semblanza. Al final de la nota se mencionan más de sus logros: doctor honoris causa por universidades de Clayton, Estados Unidos; del Golfo, en México; de Gales, en Inglaterra…

Su último reconocimiento local, el que le iba a entregar el Concejo Cantonal de Cuenca el 12 de abril del 2018 por sus “trascendentales servicios a la ciudad” fue el que motivó  a Jorge Palacios a romper el silencio.

El día que lo hizo, el sacerdote lleno de méritos y medallas empezó a derrumbarse.

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Aunque no era la primera vez que Jorge contaba su historia, sí fue la primera en público. Cuando se enteró que el Concejo Cantonal de Cuenca había resuelto otorgar al cura Cordero la presea Santa Ana de los Cuatro Ríos —la más importante que se entrega el 12 de abril por las fiestas de fundación—, María Palacios, la hermana de Jorge, envió una carta al alcalde Marcelo Cabrera, en la que contaba lo ocurrido y le pedía que no le entreguen la insignia. Un día después, el Alcalde convocó a una sesión extraordinaria para la noche del 11 de abril, para tratar el tema. Pero el debate se suspendió porque el sacerdote renunció a la presea alegando que se encontraba mal de salud.

El tema se quedó en el aire. Corrió como un rumor en Cuenca. Pero fue uno que se diluyó pronto en una ciudad donde los rumores, con los días, toman más fuerza. El poder y los méritos de Cordero seguían siendo más fuertes que el testimonio de una víctima de abuso sexual, más aún si se trataba de un adulto que contaba lo ocurrido hacia más de 50 años. Aunque era un rumor nuevo en Cuenca, el testimonio de Jorge sí era conocido por algunos desde antes: la primera vez que intentó ser escuchado fue en 2010. Hace ocho años se acercó a la Junta Cantonal Protectora de Derechos de la ciudad a denunciar el abuso. La institución recibió la denuncia y emitió una resolución para que el cura no se acercara  a los planteles educativos y el proceso sea remitido a la Fiscalía, al Ministerio de Educación y a la Dirección Nacional de Policía Especializada para Niños, Niñas y Adolescentes (Dinapen). Nunca se aplicó. Ni nadie se enteró.

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Cuando se conoció la historia de Jorge por su testimonio en televisión, el Concejo Cantonal puso sus ojos sobre la Junta Protectora —aquella que había recibido ocho años antes su denuncia— y la declaró en emergencia para investigar lo ocurrido. El concejal Xavier Barrera dice que se encontraron “aparentes omisiones” en el manejo de este caso. Según el concejal y el coordinador zonal de Educación, Henry Calle, la denuncia sí se encuentra en los archivos de la Junta pero no hay rastro de la notificación que se debía entregar al sacerdote. Cordero siguió siendo parte de la planta directiva de las instituciones educativas hasta agosto del 2013, cuando decidió retirarse.

En el mismo 2010, la familia Palacios acudió al arzobispo de Cuenca de ese entonces, monseñor Luis Cabrera, quien en 2018 admitió haber recibido la denuncia y, además, dijo, se lo había contado  al Nuncio Apostólico de ese entonces, Giacomo Ottonello. Cabrera, en una entrevista con Radio Tomebamba en mayo de 2018, habló sobre el proceso que debe seguir una víctima para denunciar el abuso por parte de un sacerdote y luego, refiriéndose a Cordero, dijo que “en este caso en concreto no hubo la acusación formal ante el Tribunal Eclesiástico de la Arquidiócesis de Cuenca por parte de la víctima, por consiguiente, no se me puede acusar de encubrimiento ni tampoco de negligencia”.  La hermana de Jorge, María Palacios, estuvo en esa reunión hace ocho años y dice, refiriéndose a Cabrera, que “en su oficina, yo le entregué los documentos… me recibió la denuncia, me recibió los documentos”.

El siguiente intento de Jorge fue conversar con Monseñor Antonio Arregui, quien en 2011 era el presidente de la Conferencia Episcopal del Ecuador, recuerda su hija Tatiana Palacios, mientras muestra el documento en el que consta la firma de recibido, hace siete años. “La respuesta fue bastante fría y quemeimportista. Dijeron que lamentaban el suceso, pero que el sacerdote ya está viejo y que la justicia divina será encargada de juzgarle y darle su castigo”, contó Tatiana, en una rueda de prensa convocada por su familia el 23 de abril.

A esa rueda de prensa, Jorge llegó un poco nervioso, acompañado de su hermana y su hija. Sentado en la glorieta del Parque Calderón, con la voz algo temblorosa, empezó a contar su historia que ya había repetido en menos de un mes, más de seis veces en entrevistas a medios y dos ruedas de prensa.

“¿Por qué ahora?”, le preguntó una periodista.

“Juzgamos a las personas como que yo hubiera tenido la culpa, como que yo era el pervertido. Muchas veces yo me acerqué a algún medio de comunicación, a un periodista medio amigo (que trabajaba en Teleamazonas), pero nunca tuve eco”, respondió Jorge.

Esta vez todos los medios de la ciudad lo rodeaban y lo llenaban de preguntas. Esta vez sí lo escucharon. Pero pasaron ocho años sin que nadie —ni los periodistas que él contactó, ni la Arquidiócesis de Cuenca, ni la Junta Cantonal, ni la Conferencia Episcopal— dijera ni hiciera nada.

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El anuncio de la entrega de la presea hizo que el silencio fuera demasiado pesado. Tanto, que pocos días después de que Jorge hablara en televisión, dos nuevas víctimas hicieron lo mismo. El segundo en romper el silencio fue José, quien prefirió ocultar su rostro. Contó que había sido abusado cuatro veces por Cordero cuando tenía 16 años. “Era una persona que imprimía miedo, ese era el modus operandi de él”, recordó. La tercera víctima se presentó como Enrique y tiene 63 años. A los siete fue agredido por primera vez por el sacerdote: “Me cogió y me sentó en las piernas, me empezó a besar y me violó”. Eso ocurrió varias veces durante tres años. Enrique dice que no ha podido recuperarse: “Soy un desadaptado, socialmente no me encuentro bien”.

Durante cuatro semanas, el tema ocupó espacios en algunos medios, y aunque había tres testimonios desgarradores seguía siendo un relato sin fuerza. Hasta que dos víctimas más de Cordero rompieron el silencio, y en Guayaquil aparecieron diez víctimas de abuso sexual por parte del sacerdote Luis Fernando Intriago, y la Iglesia ecuatoriana, después de años de evadir  el tema, no pudo mirar para otro lado. Finalmente, hizo lo que debió hacer ocho años atrás: pidió la intervención de un investigador especializado en denuncias de abuso sexual en contra de sacerdotes. La Arquidiócesis de Cuenca solicitó la presencia del delegado del Vaticano, y el 22 de mayo llegó a Cuenca el presbítero Jaime Ortiz de Lazcano, el vicario español que investigó en Chile los casos de abuso sexual por parte de los sacerdotes Fernando Karadima y Cristian Precht, que desataron una crisis en la Iglesia Católica de ese país que concluyó en la renuncia de todos los obispos chilenos.

Fue entonces cuando la imagen del cura Cordero empezó a caer. Y fue literal: cayó su monumento de dos metros que decoraba la fachada de la Basílica de Cuenca. La Universidad Católica, fundada por él, ordenó retirarla. La figura brillante con sotana y un crucifijo en la mano derecha, recostada sobre la paila de una camioneta, fue el presagio de lo que ocurriría esa semana. En las instituciones fundadas por él corrió la orden del rector de la Universidad Católica, y avalada después por el Ministerio de Educación, de retirar sus monumentos, sus retratos, de borrar su nombre de las fachadas y de retirar todo símbolo que pueda recordarlo. Un día después, Jorge Palacios acudía a la Fiscalía del Azuay a rendir su versión y en la tarde, unas dos mil personas, entre estudiantes de escuelas, activistas, víctimas y sus familias salieron del letargo en el que permanecía la ciudad entera. Marcharon por la céntrica calle Bolívar, se detuvieron en la fachada de la Curia recordando que esperan es justicia, y llegaron hasta el Parque Calderón.

Al siguiente día de la marcha circuló el comunicado de la Arquidiócesis de Cuenca que aceptaba como “verosímiles” los testimonios de las víctimas, suspendía al cura Cordero y pedía perdón. “Hacemos un ‘mea culpa’, a las víctimas, personas y comunidades que hubieran sido afectadas por los escándalos de clérigos, les pedimos perdón”, dice el documento.

Después de siete días de entrevistas con las víctimas y con Cordero, el investigador Jorge Ortiz de Lazcano escribió un informe y se lo entregó, en sus manos, al Papa Francisco. El informe era reservado, pero se filtró —y difundió por redes sociales y grupos de Whatsapp—  la respuesta de Cordero a algunas preguntas del investigador. El sacerdote se declaró inocente y se refirió a las víctimas de violencia sexual así:

“Lo que yo pienso es que últimamente este tema se ha puesto muy de moda y tengo toda la impresión que hay muchas personas que con el objetivo de obtener dinero acusan a los sacerdotes de delitos tan graves. Además, a mí me parece que en el tema de los abusos se da una cierta complicidad puesto que aquel que quiere mantenerse íntegro no permite que el abuso tenga lugar…”

Cordero también cuestionó al Papa: “Me llama mucho la atención la actitud del Papa Francisco de pedir perdón a las víctimas. Por mi experiencia personal puedo decir que pedir perdón me parece algo muy difícil, propio solo de aquellos más santos por eso me llama la atención que el Papa Francisco descienda y se abaje de su dignidad de sucesor de Pedro y se ponga a la altura de unos malhechores pidiéndoles perdón…»

Fueron las únicas y últimas palabras de Cordero sobre las denuncias que pesan en su contra porque la Arquidiócesis le ordenó abstenerse de hacer declaraciones en público. Desde su oficina en la Arquidiócesis, el padre Joffre Astudillo, secretario de Comunicación de la Curia de Cuenca, dice que esas declaraciones agravan el proceso. “No estamos de acuerdo con este pronunciamiento, no estamos de acuerdo con la manifestación que hace respecto a la posición del Papa Francisco. Es una posición de una persona, más no de la Arquidiócesis de Cuenca”.

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María Palacios, la hermana de Jorge, cree que la respuesta de la Iglesia es “solo un impulso” a la lucha que emprendieron y espera todavía una acción más contundente. “El juicio va a demorar mucho tiempo, pero sabemos que el sacerdote está en muy buenas condiciones y esperamos que dure hasta que la (Congregación para la) Doctrina de la Fe nos dé el veredicto”. Astudillo dice que la Iglesia se ha “comprometido a presionar la celeridad en el proceso. No sabemos cuánto tiempo puede durar”.  

La otra justicia, la terrenal, también tiene el caso en sus manos. Hasta ahora, seis víctimas han denunciado públicamente al cura Cordero. Todos los casos están prescritos porque ocurrieron hace más de cincuenta años. Sin embargo, el fiscal general encargado, Paúl Pérez Reina, recibió a las víctimas el 16 de junio en Quito y se comprometió a agilizar el proceso investigativo.

Han pasado dos meses desde que el Concejo Cantonal de Cuenca anunció que otorgaría  la presea Santa Ana de los Cuatro Ríos a César Cordero, el hecho que desencadenó que las denuncias de abuso sexual en contra del sacerdote salgan a la luz. En lugar de tener  una medalla más, el cura Cordero ha perdido la insignia Hermano Miguel —que recibió en 1981 por su aporte a la educación; la medalla Huayna Cápac, que le otorgó el Consejo Provincial en el 2004; y el título honorífico que tenía como rector de la Universidad de Cuenca.

Ha perdido también el título de hombre intocable que se ganó durante décadas.