El 1 de septiembre del 2016, mi esposo y yo rompimos nuestro silencio: contamos que habíamos sido víctimas de abuso sexual. Nos presentamos como sobrevivientes y con nuestro testimonio rompimos también el silencio que existía en el Ecuador frente a este tema. En ese entonces no había apoyo a las víctimas —se ponía en duda sus testimonios, se las revictimizaba, no existían grupos de apoyo ni madurez psicológica para entenderlo— para atender a las víctimas de este desastre social. Quienes sufrimos abuso sexual en la infancia o en la adolescencia vivimos aislados y en silencio, tratando de sobrevivir al horror del trauma y a sus insidiosas secuelas.
La sociedad prefiere aún callar o culpar a las víctimas antes que hablar del tema, entenderlo y confrontar a los victimarios. Si los sobrevivientes decidimos hablar para empezar a sanar, faltan oídos atentos y adiestrados para respondernos de manera adecuada, especialmente porque casi todas las carreras de psicología en el país no incluyen el estudio del abuso sexual en su pénsum universitario.
Las víctimas necesitamos información, apoyo y acompañamiento especializado. En Ecuador nuestra caja de herramientas estaba prácticamente vacía cuando mi esposo y yo decidimos hablar. Fue por ello que creamos Ecuador Dice No Más, y tras una investigación de tres años, desarrollamos el programa de grupos de apoyo para víctimas de abuso sexual. Un sistema que ha funcionado ya en Europa, Estados Unidos y Centroamérica y que adaptado a nuestra realidad empezó a funcionar en Guayaquil el 1 de octubre del 2016 y que hasta la fecha ha atendido a 250 sobrevivientes de Guayaquil, Quito y Machala.
Los grupos de apoyo son un método en el que los y las sobrevivientes y sus palabras —las que dicen y las que escuchan— les permite comenzar a sanar. Compartir palabras nos hace más humanos. Ninguna herramienta o tecnología nos ha hecho avanzar tanto como la comunicación, pero para las víctimas de violencia sexual, hablar no es una opción fácil. Ellas y ellos aprendieron a callar a través de la manipulación, el miedo, la vergüenza, el aislamiento y el dolor. Ver a cientos de víctimas de violencia sexual, alrededor del mundo, romper públicamente el silencio este último año, después de años de aislamiento, nos debería enseñar una valiosa lección: El abuso sexual paraliza, congela y enmudece a quien lo vive en carne propia. Esta parálisis es el primer síntoma. Tal como aceptamos que cada enfermedad ataca el cuerpo de una manera definida, debemos aceptar que este mal social ataca la psiquis de una forma particular: la parálisis emocional. Por ello, la gran mayoría, demora años o décadas en romper el silencio.
Parte importante de esta incapacidad de expresar, radica en el tabú que existe frente a la sexualidad. Si hablar abiertamente de la sexualidad es una meta aún no lograda en esta época de desinhibiciones, hablar de abuso sexual es particularmente crispante y, reconocerse como víctima, resulta casi imposible. Da miedo hablar “de eso”, da vergüenza y duele. Muchas víctimas se mueren sin haber hablado nunca con nadie de “lo que les pasó”. Muchas eligen morir precisamente para no tener que hablar nunca de “eso”. Sin embargo, hablar de lo que pasó —con su nombre completo— es imprescindible. El silencio de la víctima y el silencio social favorece siempre a los abusadores. Hay que romper ese silencio para transitar el camino que va de ser víctima a sobreviviente. Hay que atravesar el infierno del dolor para dejar el sufrimiento atrás. No existen atajos. Lo que plantean los grupos de apoyo es hablar para sanar.
Hablar entre sobrevivientes y hablarle a la sociedad como sobrevivientes, dando la cara, es muy importante. Es por eso que nosotros no quisimos dar testimonios anónimos. Sentíamos que era necesario colocar el tema en la opinión pública, mover el piso y devolverle la vergüenza a sus legítimos dueños: los abusadores sexuales. Ellos cruzaron límites, violaron y destruyeron nuestra paz. Dejar de sufrir aislados y en silencio fue una decisión ética que defendimos con los gritos: #NoMásSilencio #NoMásExcusas #NoMásDolor #NoMásAbusoSexual #EcuadorDiceNoMás. Esa ha sido nuestra bandera de lucha.
La palabra siempre tiene efectos. Crea, transforma, construye. Confronta, obliga a reflexionar y naturalmente genera controversia. Cuando salen a la luz estos casos, contrario a lo que cualquiera pensaría, lo primero que hace la gran mayoría es cuestionar, atacar, desprestigiar y culpar a las víctimas. ¿Por qué? Porque el abusador es el 90% de las veces alguien que goza del afecto y confianza social: un enemigo conocido. Está camuflado en el corazón de las instituciones más legítimas e importantes de nuestro entorno: la familia, la escuela, la iglesia.
Muchos defensores de los perpetradores los defienden alegando que ellos o ellas nunca sufrieron abuso por parte de los acusados dejando de lado un hecho comprobado: todos los agresores sexuales son maestros de la manipulación. Estos expertos del engaño, inteligentemente escogen a sus víctimas entre los niños y adolescentes más vulnerables. Los que vienen de hogares abandonados, padres negligentes, bajos recursos, adicciones, etc. Casos mundiales como los de Bill Cosby y Harvey Weinstein demuestran que estos depredadores pueden vivir una larga vida atacando y destruyendo a decenas o cientos de víctimas, gracias a sus estrategias de camuflaje y manipulación, pero especialmente, contando con el silencio social colectivo.
Sin embargo, los tiempos están cambiando y hoy se empieza a comprender que quienes apoyan estos argumentos están defendiendo la pedofilia.
Puertas adentro, en los grupos de apoyo, el discurso es diferente. No se juzga o ataca a las víctimas. Sus pares las acogen, respetan y comprenden. Esta dinámica les permite sanar. Se trata de dejar salir un pasado que el silencio ha hecho insoportable. Ordenar en palabras los sentimientos para comprender lo que pasó les permite dejar atrás la ira, el dolor, la impotencia, la culpa y el aislamiento. El resultado de esto es: el abuso sexual nos destruye pero nuestra voz tiene el poder de reconstruirnos y fortalecernos.
Los grupos son coordinados por un terapeuta pero son los y las sobrevivientes quienes los lideran. Tampoco se conciben ni como sustitutos de la terapia ni en competencia con ella. Son un apoyo importante. En las sesiones, cada sobreviviente se hace responsable de entenderse y de entender a otros, de levantarse, de avanzar, de crecer, de sanar.
El manual para dirigir los grupos, creado por Ecuador Dice No Más, recomienda no superar los límites de tiempo fijados: 3 horas por sesión. Una o dos sesiones al mes. Se le da mucha importancia a cumplir los límites. Para tomar la palabra se sugieren “normas” y este respeto profundiza el empoderamiento personal. Un tema central es el reconocimiento de las fortalezas personales logradas a lo largo de los años por el hecho de haber sobrevivido (el abuso). Es fundamental la confidencialidad de todo lo que se hable en ese espacio. La regla es que todo lo que se dice se queda en el grupo. Y esa es la paradoja: contar a otras y otros lo que pasó aligerará el peso de una mochila demasiado pesada para cargarla a cuestas.
En cualquiera de los casos, estos grupos de autoayuda de sobrevivientes no se pueden imponer y sólo funcionan si nacen como iniciativa de los mismos sobrevivientes, cuando surgen de su propia convicción.
Lo más esencial del grupo es apoyarse en la vida cotidiana, sentir que no estamos solos. Haber sufrido abuso sexual en la infancia crea en los grupos una dinámica especial y específica: y esa es precisamente la clave para el cambio. El abuso sexual sufrido en la niñez te lleva a ser diferente de lo que hubieras llegado a ser sin el abuso. Es una huella perpetua.
Abrazar esta cicatriz imposible de borrar en mi vida le dio un sentido. El instante en que decidí dejar de preguntarme ¿Por qué fui abusada sexualmente? ¿Por qué a mi? ¿Por qué me traicionó quien nació para protegerme? ¿Por qué tantas personas me hicieron daño? ¿Por qué no puedo olvidar el dolor? ¿Por qué es tan difícil vivir cada día con este peso en mis espaldas? Ese mismo instante en que cambie el por qué por el para qué, nació una luz en mi interior: el propósito. Y esa misión es trabajar para que nadie vuelva a vivir lo que yo tuve que atravesar y para que ninguna otra víctima se sienta abandonada como yo me sentía. Ese cambio en mi manera de pensar y de sentir me hizo lo suficientemente fuerte para para exhibir mi cicatriz como un trofeo. Ese día abracé la palabra sobreviviente. Cambié mi historia y me dediqué a trabajar por una meta: No Más Abuso Sexual.