En su primera cita, Mia y Josh conversaron como si se conocieran hacía años. A Josh le gustó el ingenio de Mia, y ella estaba encantada con la calidez y sonrisa fácil de Josh. Su relación floreció, pero cada tanto ambos tenían dudas. Josh tenía la custodia de su hijo de su primer matrimonio, y su futuro financiero parecía débil. Eso no le molestaba a Mia porque su personalidad más que lo compensaba. Sin embargo, él no era su ‘tipo’: ella prefería los hombres mucho menores que ella, atléticos y extremadamente guapos. Josh había soñado con una mujer ambiciosa con dinero, status y educación —idealmente un PhD (o dos). El simple masterado de Mia era un escollo. Era la norma social, después de todo, que sean los hombres quienes asciendan socialmente al casarse.

Este escenario suena extraño. Y debería: me he inventado una anécdota de cómo será el panorama del cortejo heterosexual en cien años. Hoy, el deseo por una pareja joven y atractiva del sexo opuesto tiende a ser más prevalente en los hombres que en las mujeres. Las mujeres, en cambio, tienden a priorizar el dinero y el estatus sobre juventud y belleza ¿Por qué?

Muchos psicólogos evolucionistas afirman que esta tendencia viene de impulsos biológicos innatos. Su argumento es que las mujeres tienen una urgencia primitiva a buscar un hombre que provea para sus hijos durante los largos períodos de embarazo y crianza de los niños. Los hombres, de su parte, estarían más preocupados de la fertilidad de la mujer, de la que la belleza y la juventud sirven como útiles pistas. En el pasado distante, este comportamiento era adaptable, y la evolución lo seleccionó y codificó en nuestros genes para siempre. Sí, los rituales de apareamiento modernos lucen muy distintos a los de nuestros ancestros. “Sin embargo, las mismas estrategias sexuales empleadas por nuestros ancestros operan aún hoy con esta fuerza irrefrenable”, como dice el psicólogo David Buss en La evolución del deseo (2013). “Nuestra evolucionada psicología del apareamiento, después de todo, está aún vigente en el mundo moderno porque es la única psicología del apareamiento que poseemos los mortales (existe poca investigación histórica o intercultural en las preferencias de apareamiento de la población LGBTI. Esas preguntas son importantes, pero lamentablemente no existe aún data suficiente para examinarlas debidamente)”.

Sin embargo, ha habido un desplazamiento tectónico en los roles de género en los últimos 50 años. Tan recientemente como la década de 1980, las azafatas en los Estados Unidos podían ser despedidas si se casaban, y el derecho al voto de las mujeres no fue universal en Suiza hasta 1990. ¿No nos esperaríamos que las mores de estas relaciones cambiantes influyan en las preferencias de apareo de hombres y mujeres heterosexuales? ¿O estamos aún a la voluntad de nuestro destino biológico, como afirman los psicólogos evolucionistas?

El resultado de la investigación es claro: las preferencias de apareamiento de hombres y de mujeres lucen cada vez más similares. La tendencia está directamente atada a la creciente igualdad de género: a medida que las mujeres ganan acceso a recursos y oportunidades en los negocios, la política y la educación. En países con menor igualdad de género, como Turquía, las mujeres le dan el doble de importancia al potencial de ingresos de sus parejas que en lugares con mayor igualdad de género, como Finlandia. Como en el caso de Josh y Mia, los hombres finlandeses son más proclives que las mujeres finlandesas a escoger parejas basados en su alto nivel educativo.

Por supuesto, el sexismo varía dentro de cada sociedad, y el nivel general de igualdad de género de un país no se traduce necesariamente a actitudes igualitarias entre los individuos. Pero si las preferencias de apareamiento están biológicamente predeterminadas, el sexismo individual no debería tener un impacto. Sin embargo, esta investigación realizada en nueve países demuestra lo contrario. Mientras más inequitativas son la actitudes de los hombres en temas de género, mayor valor le dan a los rasgos de belleza y juventud en las mujeres; y mientras más inequitativas son las actitudes de las mujeres en temas de género, mayor preferencia le dan al dinero y el estatus.

Esta evidencia muestra serios vacíos en la narrativa de los psicólogos evolucionistas. Si los genes determinan nuestras preferencias de apareamiento, ¿cómo es que estos instintos supuestamente preprogramados mutan a medida que sociedades e individuos avanzan hacia la igualdad de género?

Para ser justos: los psicólogos evolucionistas reconocen que los factores culturales y las costumbres locales pueden afectar cómo las personas escogen a sus parejas. Pero la igualdad de género no estaría considerada como uno de estos factores porque, incluso en las sociedad relativamente igualitarias, la brecha entre hombres y mujeres no ha sido eliminada, sino apenas reducida. El contragolpe es que que la evidencia de una brecha aún existente respalda nuestro punto: la diferencia sólo se acorta hasta el mismo punto en que  la igualdad de género se ha logrado. Para que deje de existir debería existir completa igualdad de género, algo que aún no existe.

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Lamentablemente, los roles tradicionales de género persisten aún en sociedades igualitarias. Un estudio danés encontró que los esposos cuyas mujeres ganaban más que ellos eran más propensos a usar medicación para la disfunción eréctil. Una interpretación es que los esposos se sintieron presionados a exhibir su virilidad porque no podían reclamar para sí el rol de proveedor. Otra interpretación era que dejar de ser quien pusiera el pan sobre la mesa los llevó de alguna manera a la impotencia. En otro estudio, hecho en los Estados Unidos, las mujeres solteras minimizaron sus expectativas profesionales y rebajaron su asertividad para aparecer más atractivas ante los hombres. Sin embargo, si la importancia que los hombres le atribuyen a la buena educación y perspectivas de de ingresos continúa creciendo estas tácticas podrían, en algún momento, perder su efectividad.

¿Qué pasa si una sociedad realmente lograse total igualdad de género? ¿Podrían hombres y mujeres tener preferencias de parejas esencialmente idénticas? Mi corazonada es que las elecciones de mujeres y hombres tal vez nunca converjan. La principal diferencia será, al final, las exigencias de la lactancia que siguen al parto —una actividad que es consume energía y tiempo, y difícil de integrar al trabajo remunerado, al menos no en la estructura laboral actual. La inferencia es que las mujeres tendrán que reemplazar esta pérdida de ingresos seleccionando esposos con buenos ingresos Esta decisión tendrá poco que ver con una urgencia primitiva de un gran macho protector, sin embargo: estará guiada por cálculos racionales sobre necesidades futuras. Incluso, políticas sociales progresivas, cambios en los lugares de trabajo, y mayor participación de padres en el cuidado de los niños podría mitigar aquellas presiones que comprometerían profesionalmente a las mujeres.

A veces, mis estudiantes me preguntan si tener preferencias igualitarias de parejas es algo deseable. Parecen preocupados de que esa igualdad pudiese quitar el encanto del amor de nuestras vidas. Otro riesgo sería que nivelar nuestras preferencias de apareamiento podría desembocar en matrimonios entre iguales, lo que podría conllevar a la desigualdad económica. Pero de acuerdo al reporte de la brecha de género de 2017, no hay de qué preocuparse. Al ritmo de cambio actual, pasará mucho tiempo para que Josh y Mia se emparejen: tenemos al menos aún unos cien años que esperar para que la igualdad de género se logre.


**Este texto se publicó originalmente en inglés en aeon magazine y fue traducido y republicado bajo licencia CC BY-ND 4.0.
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