Esta reseña tiene spoilers. Si no ha visto la película todavía, agarre su tie fighter y viaje al sistema más alejado, antes de seguir leyendo esto.

Romper un mito, transformarlo y crear otra cosa. No existe nada más atractivo que eso: destruir lo que existe, jugar a la anarquía y liberar al individuo de toda tradición. La historia de la humanidad es un camino plagado de estas necesidades, casi como toda revolución que ha pisado nuestra planeta, en diferentes áreas: la Reforma de Lutero, la revolución liberal, el paso de monarquías a gobiernos y hasta la misma posmodernidad. Y no es un problema que esa necesidad se manifieste en obras, en productos de consumo o películas transformadas en experiencias culturales masivas. Más bien es un recurso interesante (y hasta bienvenido) cuando se infiltra en estructuras narrativas y dramáticas que son parte de nuestro inconsciente colectivo, como lo es esta saga que George Lucas imaginara hace más de 40 años y que ahora, con varias películas, series, comics, libros y merchandising es parte de nuestras vidas.

El universo de Star Wars es un terreno de conflicto en pos de mantener cierto estatus. En un nivel ulterior es la lucha del bien contra el mal, de acuerdo. Pero en un terreno menos arquetípico, es la batalla entre posiciones de control de la sociedad: la República versus el Imperio (en el caso de la trilogía original), la República versus grupos rebeldes (en las precuelas) y ahora grupos terroristas (la Primera Orden) contra fuerzas de choque auspiciadas por la República (La Resistencia).

Ese es el contexto al que llegamos hace dos años con el estreno de The Force Awakens (dirigida por J.J. Abrams), que con una revisión de lo que fue el episodio IV (casi copiando su ADN), nos ofreció una nueva aproximación a este universo narrativo. Con nuevos héroes, nuevos dilemas y misterios, nuevos villanos y un nuevo contexto que no era más que la repetición de las estructuras pasadas. The Force Awakens fue la película que el fan esperaba, que se atrevía a darle una nueva imagen a la saga, recuperando las mismas acciones y ambientes. Eso sí, matando a un personaje amado, Han Solo, de la manera más dolorosa posible.

Sí, The Force Awakens también tuvo su cuota de riesgo.

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Dos años después nos llega The last Jedi, escrita y dirigida por Rian Johnson, quien viene con un palmarés interesante: Brick (2005), The Brother Bloom (2008) y Looper (2012). La película empieza donde terminó la anterior: Rey entregando su sable de luz a Luke Skywalker en el planeta Ahch-To, mientras la Resistencia escapa del asedio de la Primera Orden, en un contraataque luego de la destrucción de su bastión de la base Starkiller.

Pero esta vez hay una apuesta diferente, que es lo que a la larga no funciona. Johnson —quien también escribió el guion— quiso romper un mito de muchos años, y Lucasfilm siguió esa corriente. Es probable que esa destrucción sonara bien en papel, que tuviera su sustento como idea. E incluso, ahora, cuando lo escribo y recuerdo conversaciones con amigos sobre esto, claro que la posibilidad de acabar con lo anterior es atractiva y poderosa.

El problema con The Last Jedi no pasa por ahí, no debería pasar por ahí. No es presentarnos un Luke Skywalker nihilista, desbaratando al héroe absoluto de la trilogía original. Ni lo es destruir por completo al mito Jedi (para darle paso a otro). Ni presentarnos un conflicto político de tal forma que una de sus fuerzas queda totalmente desequilibrada, ni acabar con la idea de la monarquía Skywalker para democratizar el uso de la Fuerza. El problema de The Last Jedi no son los temas, ni las ideas que intenta.

El aprieto en que se ha metido la película es que, al reformar todo (o aparentemente reformarlo), nos da una nueva película de inicio, en la que las decisiones dramáticas consiguen desdibujar a casi todos los aspectos notables y personajes heroicos de The Force awakens. Rian Johnson no crea arcos precisos que sostengan en estos personajes. Eso hace que el filme vacile constantemente. Y obliga a preguntar, ¿era necesario volver a hacer una película con clara intención de reiniciar todo?

Porque Johnson deja de lado los misterios abiertos en The Force awakens:

¿De dónde viene Rey? No interesa.

¿Cómo surgieron los Knights of Ren? Nada, cero.

¿Quién es el líder supremo Snoke? Peor…

Desde luego, el filme no es un bodrio. Es un espectáculo visual que agrada, (especialmente la escena en la que Rey y Kylo Ren pelean juntos), que es capaz de contar una historia hasta en cuatro locaciones distintas, simultáneamente y con equilibrio en la presencia en pantalla.  The Last Jedi mejora a medida que avanza, a pesar de los baches, después de unos primeros 60 minutos en los que la historia no despega.

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Una escena de The Last Jedi. Fotografía del Lucas Films/sitio oficial de Star Wars. Todos los derechos reservados.

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En la película de Johnson hay un serio problema con el desarrollo de los personajes.

A lo largo de su existencia como saga fílmica, Star Wars ha tenido una estructura dramática estable (con pros y contras), en la que los personajes se vuelven importantes porque van creciendo ante nosotros. Por eso los queremos.

Nos emocionamos cuando Darth Vader salva a Luke Skywalker en The Return of the Jedi porque hemos visto el desarrollo, entendemos de qué van y entendemos la dimensión de sus acciones. Johnson no solo ha negado el mito y la tradición Jedi (o la hegemonía Skywalker en este universo), sino que tomó decisiones que acabaron por desmontar el valor afectivo (y dramático) de varios personajes.

En este punto de Star Wars, Luke Skywalker está cansado, huye de su pasado, dispuesto a desaparecer en el último rincón que sabe a Jedi: Ahch-To, donde se levantó el primer templo. Ha sufrido. Como se vio en la película anterior, su sobrino Kylo Ren y otros Knights of Ren, acabaron con todos sus pupilos y destruyeron el templo donde él enseñaba. Eso fue suficiente para él. Fue su falla, su error. Y por eso, los Jedi no podrán existir más, él no podrá ayudarlos a surgir nuevamente. Para Luke no existe la religión, ni ningún otro principio de orden. Su ausencia ha significado que el Lado Oscuro de la Fuerza tome poder y eso ya no le importa. Eso dice él, eso se dice él. Entonces, ¿qué alternativa queda?

Rian Johnson hace un borrón y cuenta nueva innecesario.  

Habría sido realmente poderoso acabar con los Jedi, pero sostener a los nuevos personajes en un entorno mucho más llevadero para sus acciones, para su desarrollo ante los espectadores.

Esta vez los héroes están diluidos. Poe Dameron (Oscar Isaac), el mejor piloto de la Resistencia, queda reducido a una serie de acciones que ponen en peligro a la Resistencia, consiguiendo diezmar sus líneas. Finn (John Boyega) se centra en una misión de ayuda a sus amigos que no llega a ningún lugar, para concluir en un beso poco preciso, burdo, sin química, con Rose (Kelly Marie Tran), un personaje nuevo que entiende de sacrificios por la Resistencia y los asume como necesarios, para olvidarlo en segundos. La química entre Finn y Rose está a años luz de la química entre Finn y Rey, en la película anterior.

Ni hablar de la secuencia desesperante en el planeta casino Canto Bight. Si la quitaban de la película, no pasaba nada.

Y Rey (Daisy Ridley) está en un punto en que no necesita desarrollarse más. Es la heroína, lo sabemos. Y experimenta la Fuerza como ningún otro ser. Sin ningún entrenamiento, puede pelear con su sable de luz, dominar objetos, hacer maravillas. Pero, insisto, eso ya lo sabíamos. Su único recorrido en esta película es encarar a un derrotado Luke Skywalker para que regrese y ayude a la Resistencia, y establecer una cercanía afectiva con Kylo Ren (Adam Driver). Pero no pasa de ahí.

Estos dos últimos personajes tienen la mejor escena de la película, es cierto. Una escena en la que el hijo de Leia y Han se define con propiedad como el villano supremo, sin posibilidad de reivindicación. Es lo que eleva a la película, sin duda.

De ahí en adelante, pese a los tropiezos, The last Jedi funciona mucho mejor. Esa escena es la prueba de qué sucede cuando un personaje evoluciona: Adam Driver entiende quién es Kylo Ren, y no hay manera de sentir un error cuando él está en pantalla.

Kylo Ren va más allá de lo que pudo conseguir Darth Vader. Es lo que nunca se ha visto y el mérito real de esta película.

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Rian Johnson durante la filmación de una escena de The last jedi. Fotografía del Lucas Films/sitio oficial de Star Wars. Todos los derechos reservados.

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En sí, la propuesta de The last Jedi en sencilla: Lo que se conocía como Jedi se debe acabar. Luke parece ser el portavoz de eso, lo dice, lo sostiene. Pero cuando quiere quemar el árbol de la Fuerza y los libros Jedi, se pasma, no puede llegar hasta el final. Todo en esta película conduce a callejones sin salida. Tiene que ser Yoda, vuelto uno con la Fuerza, quien deba actuar en concordancia con esa idea, y da una última enseñanza: “el error es un gran maestro”. Los Jedi son guerreros de un tiempo pasado y quizás valga la pena dejar ese pasado atrás, igual para nosotros, los fans de una saga dramáticamente irregular.

Yoda destruye el árbol Uneti, el árbol de la Fuerza, porque ya no tiene sentido. Es ese Maestro Yoda desquiciado de The Empire strikes back quien lo hace y le ofrece a Luke una respuesta. Johnson deja en claro lo que quiere hacer, pero siempre para despistar al espectador y, en el camino, hacerlo pasar un rato de desesperación. Porque para Johnson ese final de los Jedi es también el final o el desconcierto de los héroes.

Y ese engaño queda claro: no es realmente final.

Porque los libros Jedi no están ahí. Rey se los ha llevado consigo. “Rey tiene todo lo que necesita”, le dice Yoda a Luke.

Porque la Resistencia ha sido aplastada por la Primera Orden. Aplastada. Pero vive.

Porque Luke quiere y debe acabar con los Jedi, la leyenda de estos y su propia leyenda. Y para hacerlo usa la Fuerza como nunca nadie la había usado antes, y así da nacimiento a una nueva leyenda que permite a la Resistencia salir con vida de su destrucción, con consecuencias que veremos en la siguiente película.

Porque el mito que destruye Johnson da paso a otro más acorde a nuestros tiempos: La Fuerza puede encontrarse en cualquier ser de cualquier lugar de la galaxia. Ya no va a ser solo potestad de los Skywalker y los suyos.

The Last Jedi intenta ser una ruptura. Y lo es en muchos niveles, pero rompe demasiadas cosas de forma gratuita, incluyendo personajes queridos. Lo que se viene, para el episodio IX (que será dirigido por J.J. Abrams) en 2019, tendrá que ser un cierre a una historia que empezó por lo alto y que hoy nos deja con una sensación de despropósito. ¿Era necesario arreglar lo que no estaba dañado? Lucasfilm pensó que sí.

El principal problema del nihilismo es que detrás de toda negación hay un deseo de un nuevo orden. Este nuevo orden, en la galaxia muy lejana, elimina cualquier posibilidad de heroicidad. Ellos se han perdido, no quieren más, solo existen y tendrán que recomponerse de alguna manera. Tienen dos años para eso, al menos.