Después de una unión supuestamente inquebrantable y eterna —que empezó en enero de 2007— Rafael Correa y Lenín Moreno se están divorciando. Lenín cree en el diálogo, Rafael ve el enfrentamiento continuo como un mecanismo para mantener el poder. Lenín entiende que la situación económica es difícil, Rafael afirma que ha dejado un país con una economía que nada tiene que envidiarle al primer mundo.

Ante estos conflictos, Moreno quiere pasar la página y dejar atrás su anterior compromiso —político—. Consciente de que rearmarse tras una ruptura es complicado, está en una cruzada por implementar cambios radicales en el seno familiar. Busca una reestructuración institucional para Ecuador, cuyo éxito dependería de la colaboración de sus nuevos aliados políticos —entre los que Guillermo Lasso jugaría un rol protagónico. El panorama político —por primera vez en diez años— es impredecible.

La condena a Glas: una victoria pírrica

La oposición está empecinada en llevar al vicepresidente, Jorge Glas, a juicio político; una actitud necia, que quizás sea un rezago de nuestra infancia. Desde niños, nos enseñaron a deslumbramos con las piñatas: nos prepararon para pelearnos por nimiedades (caramelos y juguetes sin mucho valor) y perder de vista el objetivo último (pasar un momento agradable y comer un buen pedazo de pastel al final de la fiesta). Preferíamos ganar batallas, aunque éstas nos costaran la guerra. Nos adiestraron para buscar el conflicto por el puro conflicto, sin pensar de manera estratégica. Es un defecto que se rezaga hasta la adultez y nos enceguece incluso en temas fundamentales, como el futuro político y económico de nuestra nación. Esta falta de táctica se traduce en el actual empeño por llevar a Glas a juicio y posteriormente —si las pruebas lo ameritan— a una condena. Dicha obsesión lo ha convertido en uno de esos caramelos sin valor por los que ahora nos enemistamos. Se trata de una batalla que queremos ganar a toda costa, sin entender que la verdadera guerra que requiere nuestra democracia es contra la hegemonía del correísmo. Por una victoria pírrica, que poco o nada cambiaría el futuro del país, pareceríamos estar dispuestos a perder la guerra. La oposición debería dejar de distraerse con señuelos que le quitan lucidez al objetivo verdadero: derrotar el correísmo de raíz, para evitar su permanencia.

A diferencia de la oposición, Moreno entiende que la meta principal no es su Vicepresidente. Glas se quiebra sólo —es frágil por naturaleza— y es cuestión de tiempo antes de que suceda lo inevitable: que se rompa. Ambos lo saben. Por eso, durante el Gabinete Itinerante en Coca, Orellana, del viernes 14 de julio, antes de conocer el veredicto final del Consejo de Administración de la Legislatura (CAL) sobre el archivo del juicio político en contra de su compañero de fórmula, el Presidente le sugirió que deje de acudir a medios, que ya no se defienda frente a las acusaciones de responsabilidad política en la coordinación de las áreas estratégicas. Le recomendó que deje la decisión en manos del CAL. Además, Moreno recalcó que no ha intervenido en dicho proceso judicial, alegando que “el presidente de la República debe ser extremadamente respetuoso con las otras funciones”. Lo más vergonzoso fue que aprovechó la ocasión para llamar la atención a Glas, quien parecería haber olvidado cuáles son “las funciones que le hemos encargado (…). No puede pasar un vicepresidente toda la vida defendiéndose”, debe ya dedicarse “a la enorme tarea que el pueblo ecuatoriano le ha encomendado”.

Las maniobras de Moreno dan a entender que tiene cuentas pendientes con quien, en enero de 2007, juró eternidad. El actual Presidente no se desgastaría en batallas absurdas, sino que buscaría la sepultura del correísmo. Si perseguir este objetivo implicase libertad para Glas, Lenín y todos deberíamos estar dispuesto a pagar ese precio. ¿Por qué ir tras el pez pequeño, cuando la mesa puede estar servida con el pez gordo? Así, Rafael Correa podría finalmente cumplir con su promesa de dejar listo el banquete para que todos nos lo podamos servir. Y mejor aún, si lo disfrutamos en el contexto de una nueva estabilidad económica, y con la institucionalidad que siempre hemos buscado —y que quizás ahora, después de tantas décadas, la podamos alcanzar.

Ambigüedad en materia económica

Moreno tiene claro el objetivo final. Sin embargo, para un ojo distraído, parecería que sus acciones —al menos en lo que respecta la reforma económica— contradicen su propósito. Es así que, con sorpresa y angustia, muchos recibieron sus declaraciones, el 11 de julio, acerca de la difícil situación económica que hereda su gobierno. Aseguró que “no hay tal mesa servida” y que la anterior administración pudo haber sido más mesurada y haber dejado cuentas en mejores condiciones. En una jugada que parecería no encajar con el postulado de divorcio con el correísmo, Lenín ha integrado a varios funcionarios del equipo económico de su antecesor dentro de su gabinete (Patricio Rivera — actual asesor de la política económica; Diego Martínez —delegado de Moreno en el Banco Central del Ecuador, entre otros). Para nuestra sorpresa y angustia, no ha habido ninguna explicación convincente al respecto. Sin embargo, al leer entre líneas, uno podría sospechar que, aunque esta invitación pudiese parecer discordante, en realidad, sí se acoplaría a su objetivo. Por un lado, Moreno sabe que una reforma económica que implique un cambio de rumbo es urgente; por otro, está consciente de que los cambios que implemente, en caso de ser muy radicales, podrían representar su caída. Lenín se ve enfrentado a un verdadero catch 22 —como Joseph Heller denominó a la paradoja en la cual el intento de escape hace que la evasión sea imposible. Después de todo, estas reformas marcarían un contraste con Correa —el Presidente preocupado por los pobres—, lo que le haría perder el apoyo del 50% +1 de la población (sí, no hubo fraude; aceptémoslo).

La estrategia del Presidente se vislumbra ahora con lucidez. Al mantener al grueso del equipo económico del correísmo, Moreno —o quien sea que lo asesore en asuntos económicos—ha encontrado la manera de sortear este catch 22. Si es la propia gente de Correa la que efectúa tales cambios, se neutraliza cualquier acusación de deslealtad hacia la revolución que pudiera darse en contra de Lenín. Al usar los nombres y afiliaciones de dichos funcionarios, las políticas de Moreno automáticamente heredarían legitimidad. Después de todo, el Presidente no estaría modificando la dirección del barco de manera desleal —pues no ha contratado nuevos capitanes. Los mismos que guiaron el timón durante una década estarían a cargo de cambiar el rumbo de la nave y, al hacerlo, darían a entender que se han dado cuenta de sus falacias y ahora —que finalmente tienen la libertad de abandonar su comportamiento ovejuno— quieren rectificar sus errores. De hecho, ya se ha iniciado la discusión sobre las posibles medidas económicas que se podría implementar. El miércoles 19 de julio de 2017, en la Cámara de Comercio de Quito, asambleístas y dirigentes empresariales mantuvieron su primera reunión para proponer reformas que activen la economía del país (entre las medidas tratadas, se encuentran: revisión de la Ley de Plusvalía, revisión de la Ley de Alianzas Público-Privadas, reforma del Código Monetario con el fin de que el Banco Central no tenga el monopolio del dinero electrónico, y más). Quedará a discreción de Moreno determinar si son reformas de carácter económico urgente. Con esto, confirmaría las sospechas sobre sus intenciones y su plan.

Cultura política ecuatoriana, ¿enemiga de Lenín?

Ahora, si Lenín Moreno es realmente quien aparenta ser —un presidente reformador— y sus verdaderas intenciones concuerdan con la imagen que un ojo adiestrado ha podido leer en él, el obstáculo al que se enfrentaría no es únicamente el correísmo y sus tentáculos. Moreno debería lidiar con un problema estructural, enraizado en el corazón de la sociedad ecuatoriana, en donde descansan numerosas taras —resentimientos, búsqueda de respuestas cortoplacistas— que hacen que se culpe a la élite o al establishmetnt de la situación relegada que los denominados grupos incongruentes han ocupado dentro del imaginario social ecuatoriano. Este término es explicado por el investigador social italo-argentino, Torcuato Di Tella, quien escribió que los grupos incongruentes están hechos los unos para los otros, puesto que “sus situaciones sociales son bastante diversas, pero tienen en común un odio y una antipatía por el status quo que experimentan en forma visceral, apasionada”. El autor dice que aquel sentimiento es muy diferente del que un intelectual puede desarrollar como resultado de sus actividades profesionales, al menos que sea fuertemente incongruente, algo poco común en las regiones subdesarrolladas. Dichos grupos —socialmente dislocados, venidos a menos y que llevan a cuestas resentimiento y amargura— esperan encontrar la solución en el cortoplacismo. En Ecuador hay varios (indígenas, LGBTI, ambientalistas y, sobre todo, las clases socio-económicas menos favorecidas), los cuales optan por asimilar la actual situación política, económica y social a una cortina de humo que oculta una frágil realidad. La multiplicidad de estos grupos incongruentes conduce a que el imaginario social ecuatoriano no sea representativo del conjunto, porque cada uno de ellos tiene su propio ideal social. Estos grupos anhelan que la justicia y su debido proceso se restablezcan, y que se aclaren los casos de corrupción suscitados durante el gobierno de Correa, en los que se ha pedido testimonio a varios exfuncionarios, incluyendo al actual vicepresidente. La batalla por la cabeza de Glas pone significativa presión sobre los hombros de Lenín, quien entiende que esta temporal victoria podría amalgamar a los grupos incongruentes. El Presidente debería expresar, a través de hechos, sus verdaderas intenciones (erradicar la hegemonía del correísmo). Más temprano que tarde, es lo que Moreno estaría obligado a hacer, pues es urgente aupar a la mayoría de las fuerzas políticas y sociales en esta guerra, y hacer que la gente entienda que la cabeza de Glas inevitablemente caerá por su propio peso.

Una coalición por la democracia

Enterrar al correísmo —en caso de que sea lo que Moreno quisiera lograr—, no será fácil. Él está consciente de la limitación que los grupos incongruentes representan, y hará lo que esté a su alcance para ponerlos a jugar en su favor. Sin embargo, su esfuerzo individual estaría lejos de impedir un potencial retorno electoral de Correa. Lenín entiende que, para superar a su ex pareja (política), debe lograr una nueva comunión, aquélla que, bajo un mismo techo, reúna un amplio espectro de ideologías de la política ecuatoriana —uno que abarque desde las alas más liberales, hasta las más conservadoras. Sólo una coalición impediría el regreso de Rafael Correa como candidato en futuras elecciones. Al final del día, hay que recordar que su estancia en Bélgica es producto de su propia iniciativa: se fue porque así lo decidió, nadie lo ‘echó’ del país —contrariamente a lo que nos queremos convencer. Partió con la convicción de que regresará, porque “aún siente que Ecuador tiene una deuda con él, y esa deuda le da el derecho de seguir interviniendo en la política nacional”. Y se marchó tranquilo, pues sabe que la oposición se marca sola.

En una situación como ésta, la terminación de la unión legal (o divorcio) pasa por el fallo de un tercero, y CREO tiene ese poder. Más que CREO, el peso recae en su dirigente —el excandidato a la presidencia Guillermo Lasso— en cuyas manos estaría efectivizar esta separación. Sin quererlo o sin saberlo, el ex banquero sería el principal aliado de Moreno. Durante años, ha pregonado ser el más importante opositor del correísmo; ha llegado la ocasión —la tan ansiada ocasión— de corroborar sus palabras con actos. Lasso estaría en capacidad de dar paso a una coalición política que permitiría a Lenín trabajar sobre el campo minado que Rafael le ha dejado. Un terreno que Correa y los miembros de la cúpula de Alianza País se empecinan en calificar como una ‘mesa servida’. Lamentablemente, Lasso aún no se ha manifestado sobre un posible acercamiento con el actual mandatario; una prueba más de la ineptitud de la oposición para leer —con ojo adiestrado— la coyuntura política y sacar ventaja de las oportunidades que se le presentan.

La llegada de Lenín al poder ha redefinido términos que, durante una década, permanecieron estáticos y polarizados. Desde el 24 de mayo de 2017, la oposición dejó de ser el ‘otro’, dejó de confinarse al reduccionismo de todo quien estuviera en desacuerdo con la ideología correísta. Hoy la oposición incluso nace y se fortalece en Alianza País —en sus flancos más conservadores. Al interior del movimiento, ya no existe un ‘nosotros’ homogéneo y unidimensional. El ‘nosotros’ se ha dividido, y parte del ‘nosotros’ ahora conforma la oposición, el ‘otro’. La oposición ecuatoriana es multidimensional, comprende al ‘nosotros’ y al ‘otro’, y debe entender que, si no se estructura, le va a quitar al Ecuador la esperanza. El país —y, sobre todo, Guillermo Lasso— tiene en sus manos la opción de impedir el regreso político de Correa, de deshacerse del núcleo duro del correato —el gobierno de Correa y sus miembros—, e incluso de desterrar y enterrar el correísmo —la ideología política de la Revolución Ciudadana. Esta hazaña sería posible, si se apoya a Lenín con el fin máximo de llamar a una Constituyente, a través del artículo 444. Además, para Lasso, esta coyuntura representaría una oportunidad para reivindicarse por su burdo método de hacer política durante la campaña presidencial de 2017, que lo condujo a perder desastrosamente en una de las contiendas electorales más fáciles de la historia ecuatoriana —algo que se predijo desde un inicio.

No hay duda de que Rafael Correa va a regresar. Lo que queda por definir es bajo qué rol lo hará: Rafael el candidato, o Rafael el acusado. El 10 de julio de 2017, Correa se subió en un avión con rumbo a Bélgica, por voluntad propia y ahí permanecerá hasta que él lo decida. A pesar de que muchos celebren su viaje como si lo hubiesen expulsado de Ecuador, está prohibido olvidar que, en realidad, a Rafael Correa nadie le ha ganado. Hay que aprovechar la oportunidad y no esperar a ver, dentro de unos años, a varios grupos incongruentes (en especial, a las clases socioeconómicas bajas) aguardar el retorno de Correa —el candidato. Para ellos, Rafael Correa y su personificación política representan una forma de reivindicación ante el olvido institucional de gobiernos anteriores que no los tomaron en cuenta, y que incluso incentivaron a que la élite mire sus necesidades de manera condescendiente. El único posible escenario en el que gustosos iríamos a Tababela a recibir al ex mandatario, en una caravana encabezada por Lenín Moreno, sería uno en el que Correa —el acusado— volvería para rendir cuentas. El estatuto bajo el cual Correa retorne dependerá de cómo avancen los diálogos políticos que sostiene el presidente Lenín Moreno con los sectores público y privado, y ante todo, del compromiso de CREO por suprimir al correísmo —lo cual implicaría brindar su apoyo a Moreno— y no sólo festejar la partida de Correa.

Tiempo de cruzar la raya sobre la arena

Lo cierto es que parecería —y esperamos no equivocarnos— que Lenín ha marcado la raya sobre la arena y nos está invitando a que la crucemos. Con un predecesor que se esfuerza por descalificarlo —a él y su labor—, un partido que se quebranta y polariza con rapidez, y con la sombra de un vicepresidente que deslegitima al Ejecutivo, la situación que enfrenta Lenín es comparable a la de Francisco Pizarro, en el siglo XVI. Tras varios intentos por descubrir el Tahuantinsuyo, la expedición del conquistador se desmoronó: su ejército, vencido por el cansancio y el miedo, envió una carta secreta con la esperanza de que los mandaran a buscar, y que el Rey cortara los aprovisionamientos del explorador. Una vez que los encontraron, Pizarro trazó una raya sobre la arena y recordó a sus hombres que, del otro lado de la línea, quizás encontrarían muerte y hambre, pero también existía la posibilidad de que finalmente descubran el Tahuantinsuyo y hallen la entrañable libertad.

Moreno ha establecido una clara estrategia y nos invita a unirnos a su guerra. Si optamos por no cruzar la raya sobre la arena, que no nos sorprenda tener a Rafael Correa en Carondelet en 2021.