Traducción de Andrés Cárdenas Matute
Se trata de un breve texto que, por el título y el estilo, parece inspirarse en los ensayistas del iluminismo anglosajón del siglo XVII. Sin embargo, por momentos, se enciende hasta tener el brío de un panfleto. El británico Roger Scruton, filósofo y polemista conservador de eclécticos intereses, con su nuevo libro publicado en los países angloparlantes, On human nature (2017), quiere ir al corazón de la cuestión de las cuestiones: la naturaleza humana. Nada más ni nada menos. “No quería escribir un gran tratado –explica– sino simplemente llevar la atención del lector hacia hechos basilares que tienen que ver con la naturaleza humana; hechos que a menudo son olvidados. Particularmente ahora, cuando la ciencia ha dinamitado a la religión del centro de la visión del hombre”.
Este es un libro de antropología filosófica. ¿Se trata de una disciplina que está siendo reconsiderada después de haber sido puesta de lado?
Sí. La antropología filosófica no debería haber sido abandonada nunca. Aunque hay que decir que cuenta con algunos referentes modernos muy potentes, como Juan Pablo II, sobre la huella de Max Scheller.
Uno de los objetivos del texto es contrarrestar o reducir la influencia de una aproximación cientista a la existencia humana, centrada en la biología. ¿Cuál fue la chispa que le impulsó a escribir On human nature?
Es así. Yo quiero dejar que la biología ocupe su posición legítima, pero también convencer al lector de que las cuestiones realmente relevantes sobre la naturaleza humana no tienen nada que ver con la biología y deben ser afrontadas por otra vía: la vía de la filosofía.
¿Quiere decir que las ciencias hoy en día gozan de una excesiva relevancia en el discurso público y al modelar nuestros valores?
Las ciencias siempre son importantes y toda discusión pública tiene que hacer su mejor esfuerzo por comprenderlas e incorporarlas. El problema son las pseudociencias, las ciencias sin un genuino método científico. Se las llega a mezclar para convencer a las personas de que las interrogantes que le rondan tienen una respuesta científica. Esto sucede incluso cuando no se trata de cuestiones científicas. Por ejemplo, la cuestión de la libertad. Alguno podría decir: no tenemos libertad porque todas nuestras acciones son producto de la actividad del sistema nervioso. Y, basándose en esta conclusión, se conduce todo tipo de motivación a la actividad neuronal. No es así. La cuestión de la libertad no es científica: tiene que ver con nuestro modo de comprendernos el uno al otro cuando tomamos en serio nuestra subjetividad.
Es decir, usted sostiene en el libro que una aproximación cientista no puede incorporar o explicar algunas características y valores del hombre.
Creo que es un libro difícil pero el contenido que está a la base es simple: que nosotros, los seres humanos, no vivimos en el mismo mundo que los otros animales sino en un mundo que lo concebimos nosotros mismos. Recreamos el mundo a través de nuestra actividad y somos responsables del lugar que ocupamos.
Una de las piedras angulares de On human nature es el rol central del “yo” en la relación “yo-tú”. Hoy asistimos a una multiplicación de los “tú” virtuales a través de las redes sociales. ¿Cuál es su visión acerca de este fenómeno?
Sí, en efecto, el eje está en la relación “yo-tú”. Lo demuestran las redes sociales, que están allí para fortificar un frágil sentido del “yo”, amplificando la caja de resonancia de muchos “tú”. Pero estos “tú” en cuestión son más o menos virtuales y, por lo tanto, se consigue una pérdida de la realidad, un esconderse del “otro” detrás de la pantalla a través de la cual ese “otro” es proyectado.
Las redes sociales, al multiplicar también el “yo”, ¿hacen que surjan problemas meramente psicológicos o también filosóficos?
La filosofía no puede resolver todas las patologías sociales. Estoy seguro que las redes sociales producirán métodos totalmente nuevos de comprensión de uno mismo. Pero aun así no demolerán la condición fundamental de nuestra existencia personal, que es la responsabilidad frente a los otros.
Usted, en efecto, define a la virtud como la capacidad de ser responsable de las propias acciones. ¿Vivimos en un mundo en el cual esta idea de virtud está de retirada?
Sí, la idea de virtud que defiendo se encuentra, en cierta medida, en retirada. Sin embargo esto no significa que no sea necesario defenderla. Al contrario: nunca ha habido tanta necesidad de virtud como ahora. Sin virtud ninguna persona puede llevar a cabo un verdadero sacrificio. Y sin sacrificio no existen ni amor ni paz.
En su volumen parece que no existe lugar para la política. ¿Por qué? ¿Está decepcionado de la política en general o solo de aquella de su país, Gran Bretaña?
En un libro breve no quería ser distraído por la política, a pesar de que aquello que sostengo tiene, en todo caso, implicaciones políticas. Ahora mismo no estoy más desilusionado de la política de cuanto lo he estado siempre. Y creo que la ilusión más peligrosa de todas es aquella de que pueda existir una solución política a la condición humana. Ha sido esa ilusión la que ha devastado el mundo del siglo XX. La política en mi país está en una fase interesante, naturalmente, pero lo que debe ser notado es que procedemos, un día después de otro, en un contexto pacífico y de diálogo.
El cuarto capítulo de On human nature se focaliza en el rol de las creencias religiosas y metafísicas, y en virtudes como la piedad. Sin embargo las religiones organizadas no le convencen demasiado, como si usted no creyese que estas puedan todavía responder a cuestiones fundamentales…
Las religiones organizadas constituyen una fuerza importante, mucho más que una religión no organizada. Y digo, como inciso, que yo considero al Islam como la principal religión no organizada. Existen respuestas religiosas a muchas de nuestras preguntas, pero dependen de la piedad, de la plegaria, de la humildad.
¿Podemos saber qué piensa sobre Donald Trump, sobre el impacto que tendrá sobre la sociedad de Occidente, sobre el Brexit?
Trump es un producto de unas redes sociales que le han permitido alcanzar a aquellos que se sentían abandonados por la clase política. Son las mismas personas a las cuales, en el voto sobre el Brexit, se les dio la posibilidad de dar a conocer sus propios sentimientos. En los dos casos se trató de shocks para la élite política. Pero el problema no es la gente sino la élite política. Al largo plazo, dudo que pensemos que en este tiempo haya sucedido algo especial. Trump es una persona agresiva y desagradable pero por ejemplo, a diferencia de Erdogan en Turquía, no ha arrestado a los jueces. Ha reconocido que el presidente debe obedecer a la ley y ha comenzado a cambiar las propias intenciones con respecto a algunas de sus políticas.
Usted cierra el libro con un homenaje al poder del arte, que no solo da al hombre un placer superior, sino que le hace posible alcanzar ideas que de otra manera casi no pueden ser expresadas. ¿Los artistas de nuestros días saben producir este género de epifanías?
Todos los verdaderos artistas reconocen que tienen el deber de redimir el mundo. No en términos religiosos sino en el modo propio del arte, que es encontrar orden, sentido y verdad en las cosas en las cuales trabajan. El verdadero arte es un trabajo de amor y gozo. Mucho arte moderno, en cambio, se ha tornado hacia el odio y hacia la profanación, pero justamente por esto será olvidado. Cuando se mire hacia atrás, por ejemplo hacia la posguerra italiana, se encuentra el alma de Italia nítidamente impresa en las películas de Fellini, Antonioni y Pasolini, en la música de Berio y Dallapiccola, en los escritos de Calvino y Moravia. Y entonces se darán cuenta de que los italianos han recibido una bendición.