Guillermo Lasso se publicita como un empresario, un gerente, un ejecutivo, que ha sido exitoso y sabe de economía. pero manejar la economía de un país no es lo mismo a manejar las finanzas de un banco, una empresa o una fortuna familiar. La evaluación de políticas públicas va más allá de un estado financiero de pérdidas y ganancias.  La economía es una ciencia social: su fin último es el bienestar del ser humano, tanto en términos del individuo como de la sociedad. Hace tiempo, el debate económico ya superó la disyuntiva entre políticas de derecha (en pro del capitalismo) y políticas de izquierda (en pro del socialismo). La economía moderna no descarta los aportes de Adam Smith ni los de Karl Marx, pero más allá de aquello, se concentra en evaluar mediante sofisticados métodos estadísticos la aplicación de políticas públicas, es decir, buscar evidencia empírica que avale cualquier propuesta en materia económica. El principal problema del plan de gobierno de Guillermo Lasso y de sus asesores económicos es que ignoran la evidencia empírica.

Su plan se fundamenta en una visión dogmática del liberalismo económico. Es una receta que los países desarrollados jamás han aplicado y que se sustenta en:

  1. Reducción de impuestos
  2. Reducción del gasto público
  3. Privatización de servicios públicos
  4. Reducir al mínimo toda regulación gubernamental
  5. Eliminación de toda barrera al comercio exterior
  6. Implementación del patrón oro como esquema monetario

Siguiendo el checklist del liberalismo económico, más cercano a ser una dogma que una ciencia, se propone eliminar catorce impuestos: algo que, por la coyuntura económica que vive el país puede ser desastroso. Ecuador arrastra un déficit fiscal que por lo bajo bordea los cinco mil millones de dólares al año, que en el corto plazo se ahondará al dejar de recaudar cerca de tres mil millones de dólares por el plan de CREO. En términos aritméticos el hueco crecería potencialmente a ocho mil millones de dólares, generando desconfianza y mermando la inversión, obligando a un inmenso ajuste en el gasto público, que no es recomendable: como lo explica el  exjefe del Banco Mundial para América Latina, Augusto de La Torre, “se necesita un ajuste gradual del gasto para no ahondar la crisis”. La hipótesis de que la situación fiscal no se agravaría porque quitar impuestos llevaría a un espectacular dinamismo de la economía y una mayor recaudación es un acto de fe alejado de la evidencia empírica.

Es necesario revisar la historia: los rescates fiscales del Fondo Monetario Internacional (FMI) —incluyendo el de Ecuador de finales de los 90s— del cual el propio Guillermo Lasso fue protagonista no se sustentan en la eliminación de impuestos. Son una combinación de reducción del gasto y aumento de impuestos: el mismo Guillermo Lasso planteaba en aquella época subir el IVA del 10% al 15%, algo que se cumplió a medias, cuando el IVA subió al 12%. El argumento de que subir impuestos agravaría la crisis parece que no fue considerado cuando el Ecuador salvó a los bancos a fines de la crisis del siglo pasado.

Ese no es el único caso. El rescate a Grecia en 2016 para reestructurar su deuda se sustenta en recortes de gasto y un aumento de impuestos, una subida del IVA del 23% al 24%. Lejos de ser un tema ideológico, otra muestra es que en España Mariano Rajoy propuso el incremento del impuesto a bebidas alcohólicas y al tabaco, además de aumentar el IVA. Y por si no fuesen suficientes ejemplos, nuestro vecino Colombia, en la actual desaceleración económica acaba de aprobar  una reforma tributaria en la que el IVA aumentó del 16% al 19%. Su argumento fue “hay que compensar los recursos que se dejaron de percibir por la caída del precio del petróleo”. El ministro de Hacienda colombiano Mauricio Cárdenas lejos de ser un socialista empedernido ha sido condecorado como el mejor ministro de Economía de la región. Bajar impuestos abruptamente es una política peligrosa que puede poner en peligro la capacidad del Estado para honrar la deuda externa previamente adquirida, la cual demandará de un esfuerzo de alrededor del 4% del PIB anual para pagar capital e intereses en los próximos 4 años de gobierno.

Por si no fuera poco, el detalle de los impuestos que se planea eliminar hace de la propuesta de Lasso más dogmática aún. Se propone recortar los impuestos al consumo especial (ICE) sobre el alcohol, los tabacos y las bebidas gaseosas azucaradas. Impuestos que cuentan con el apoyo de organizaciones internacionales como la Organización Mundial de la Salud, adscrita a las Naciones Unidas. Los argumentos de Guillermo Lasso han sido tan ridículos que se ha llegado a manifestar que poner impuestos sobre la Coca Cola, ”afecta la alimentación de los obreros que almuerzan pan con cola”. Esto  claramente evidencia que el exbanquero cree que la economía se reduce al cálculo de las finanzas de las personas y no al aumento de su bienestar, que está más bien asociado con evitar ciertas enfermedades.    

Entre los impuestos a eliminar estarían los impuestos verdes. Según Lasso, el problema es que estos fondos van al Estado y no a un fideicomiso privado. Su propuesta es como si dijera que el parque nacional Cotopaxi sería mejor manejado si estuviera en manos de una fundación privada.

La privatización, aunque sus asesores han tratado de maquillarla con otros nombres, está constantemente presente en el plan económico de CREO. Otra prueba de aquello es la propuesta del voucher educativo, o como también se lo denomina cheque educativo, vocablo de un banquero. La propuesta ya se ha aplicado en Chile desde Pinochet y en otros países en vías de desarrollo y no ha mejorado la calidad de la educación. Más bien, ha generado un sistema educativo más segregado como lo demuestran estudios de la Universidad de Stanford.  

En Educación Superior, Lasso plantea eliminar la Senescyt y el examen estandarizado de ingreso a la universidad. Propuesta que ignora que el problema no radica en tener un examen como filtro meritocrático, sino en el hecho de que la demanda supera la oferta de cupos universitarios porque más bachilleres terminan el colegio y pueden aspirar a ir a la Universidad. En la Universidad Central del Ecuador, por ejemplo, existen cien cupos para Medicina; sin embargo, las aplicaciones superan las tres mil. Por lo tanto, es irrelevante que haya o no examen de ingreso y que este lo suministre la Senescyt o la propia universidad: para dicha carrera y otras faltan cupos, es un problema de capacidad instalada.

Los exámenes de ingreso a la universidad son algo común en todo sistema universitario de calidad. La evidencia empírica, acorde a los estudios sobre economía de la educación, señalan que un buen resultado en estos exámenes disminuye la probabilidad de que el estudiante deserte y aumenta la probabilidad de que concluya sus estudios, algo fundamental si no se quiere desperdiciar recursos públicos. En Estados Unidos por ejemplo se pide el SAT para pregrado y el GRI o GMAT para posgrado. No son exámenes elaborados por la misma universidad, son estandarizados para facilitar la aplicación a varias carreras y varias universidades sin que el aspirante tenga que rendir varios exámenes en cada universidad que aplica. Los costos de estos exámenes oscilan entre los 54 y 183 dólares por intento. Por ende, si hay alrededor de 300 mil aplicaciones anuales en Ecuador el sistema de admisión cuesta, como mínimo, 15 millones de dólares bajo los parámetros internacionales.     

Las zonas francas de Salud son otro nombre novedoso en el plan de CREO para no mencionar el término privatización. Se plantea que haya inversión privada en el sector a cambio de la exención de todos los impuestos y reservará un veinte por ciento de atenciones médicas para el Estado a distribuir entre los pobres -beneficiarios del Bono de Desarrollo Humano-. El problema con esta propuesta es que no toma en cuenta que la demanda geográfica por servicios de salud y los ingresos de la población son dispares. Probablemente construir un hospital privado en Quito, Guayaquil o Cuenca sí sea rentable, pero en Sigchos, Rioverde o Sucúa no lo sería por el bajo ingreso de los habitantes. Entonces, por más exención de impuestos que existiese, parte de la población no sería atendida. Esta es una muestra de que Lasso y su equipo desconocen sobre las fallas del mercado -tema a tratar en Microeconomía 3 en cualquier universidad respetable-.

El dogma del liberalismo económico lleva a reducir y rechazar toda regulación gubernamental sobre los mercados. El mercado del trabajo, sin duda, entra en el orden de prioridad a desregular y sería el sustento ideológico a la oferta electoral de #1MillónDeEmpleos, que no es fruto de un cálculo econométrico sobre el potencial de crecimiento que tiene el país para generar empleo adecuado. El empleo adecuado bajo la definición del Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC) es aquel que con una carga horaria de 40 horas o más y cuya remuneración supere los 375 dólares (el salario mínimo actual), o en el que, si bien no se cumple con la carga horaria se tiene un ingreso superior al mínimo y de manera expresa se declara no querer trabajar más.

#1MillónDeEmpleo es una propuesta del marketing político, copiada de otros candidatos en el exterior (Macri y Capriles) sin ninguna adaptación al entorno nacional como el tamaño y productividad de la economía. En ningún momento se detalla qué tipo de empleo se creará (empleo ocasional, por horas, subempleo, informal), quiénes serán los beneficiados (discapacitados, indígenas, afroecuatorianos, mujeres, jóvenes). Tampoco dice en qué sectores de la economía se sustentará (turismo, construcción, agricultura, industria). La evidencia empírica determina que para crear #1MillonDeEmpleos adecuados en cuatro años, la economía del Ecuador debería de crecer anualmente entre el 6% y 8% sin que los salarios crezcan en términos reales. Improbable (por no decir imposible).

El plan de Lasso también plantea una apertura indiscriminada hacia el mundo: “más Ecuador en el mundo y más mundo en el Ecuador”. Es una verdad de Perogrullo pues un país que exporta más, crece más e importa más en dicho orden causal. No obstante, los asesores económicos de Guillermo Lasso (Pablo Arosemena y Aparicio Caicedo), siguiendo el dogma del liberalismo económico invierten el orden causal y llevan a inaugurar la teoría de que la actual recesión económica se debe a las salvaguardas y no a la caída de las exportaciones ecuatorianas producto del bajo precio del petróleo y la revaluación del dólar.

Si no se entienden las causas de la recesión difícilmente se puede tomar acciones para superarla. En el planteamiento de Guillermo Lasso no hay una propuesta para diversificar y aumentar el rubro de las exportaciones ecuatorianas en materia industrial. Tampoco se señala cómo aumentar la competitividad para compensar las rigideces que la dolarización impone, pues, al fin y al cabo, es lo más parecido al patrón oro, sistema monetario que el mundo abandonó hace ya casi 50 años pero que sigue en el checklist del dogma del liberalismo económico. No se trata de que Ecuador abandone la dolarización, lo que sería desastroso: se trata de que se comprenda a fondo el esquema monetario para generar política pública que maximice los beneficios de la dolarización y minimice sus desventajas.   

En resumen: el plan económico de Guillermo Lasso se sustenta en el dogma del liberalismo económico y está lejos de plantear verdaderas soluciones en materia económica basadas en la evidencia empírica, lo que sí lograría encaminar al Ecuador por la senda del aumento del bienestar para los individuos y la sociedad. Esto no debe de sorprender: a fin de cuentas Guillermo Lasso es un bachiller que aprendió del oficio de ser banquero, pero nunca pasó del tercer semestre de la carrera de economía. Su verdadero conocimiento en la materia, que es supuestamente su fortaleza como candidato, está lejos de ser comparado con el de los presidentes economistas de la exitosa derecha en América Latina, como Pedro Pablo Kuczynski (que es Master en Administración Pública por Princeton), Sebastián Piñera (que es Master y Doctor en Economía por Harvard), o Juan Manuel Santos (Master en Economía y Desarrollo Económico por London School of Economics y en Administración Pública por Harvard). Manejar la economía de un país no es lo mismo a manejar las finanzas de un banco, una empresa o una fortuna familiar.

Más allá de que Guillermo Lasso esté inmiscuido en el feriado bancario —algo que no mencioné en todo este artículo— el futuro que nos depara si lo elegimos, es la puesta en marcha de un plan que deja de lado lo que dicen los datos y la evidencia empírica. Como si la economía fuese una pseudociencia (tal como lo explica José Luis Ferreira en su libro: “Economía y Pseudociencia, crítica a las falacias económicas imperantes” ).