[dropcap]E[/dropcap]s difícil saber si el correísmo se dio cuenta ya de su tragedia edípica: al final de sus diez años queda claro que son el mal que, se suponía, iban a erradicar. Así como Edipo Rey de Tebas termina por descubrir que él es el asesino que buscaba, Rafael Correa debería ya ver las señales de su sino aciago: en el ocaso de su lucha por acabar al pasado y sus taras ya no hay dudas de que él es el pasado y sus males. La caricaturesca cancelación del debate entre los dos candidatos presidenciales del Ecuador (Lenín Moreno de Alianza País, y Guillermo Lasso, de CREO) que proponía la Red de Maestros, un organismo de docentes afín al gobierno, es una de las señales definitivas de que el Ecuador de estos diez años no cambió y que la Revolución de hoy es la misma partidocracia de siempre.

Empecemos por lo evidente: llama la atención que sea un representante de la derecha más extrema y no el candidato de una supuesta izquierda. Por supuesto, a la Red no se le ocurriría hacer un paro —no al menos mientras Rafael Correa sea presidente— pero de ahí sus dirigentes dejan clara su militancia y cercanía con el gobierno de AP. En una entrevista a diario El Comercio, Nelly Miño, subcoordinadora de la organización, dijo que no negaba su “simpatía con el proceso de transformación y revolución educativa”. A la fiesta de celebración de su primer aniversario, el 13 de febrero de 2016, asistieron el Ministro de Educación (que un año después llegaría a la Asamblea Nacional, postulado por la Red) y el presidente Correa. Esa es la organización que montó un diálogo con ambos candidatos presidenciales.

Era tan parcializada y desfavorable la convocatoria que era casi evidente que Lasso se negaría a ir. Pero la trampa inicial se le dio vuelta a los organizadores del “diálogo” cuando el candidato de CREO les dijo que sí. Tal vez les aceptó por convicción, tal vez porque tiene que jugársela completa hasta el 2 de abril, tal vez por puro cálculo político. Sus motivaciones son inescrutables e irrelevantes: su aceptación propiciaba un evento que habría sido trascendental para la democracia del país.

La respuesta aturdió a la Red de Maestros que le puso nuevas exigencias a Lasso y terminó, al apuro, por cancelar el encuentro. Ahí quedó claro cuál es la versión del diálogo que tienen los correístas.

Durante una década el gobierno de Rafael Correa nos ha acostumbrado a diálogos condicionados: nunca se generó una verdadera discusión nacional —por tanto, nunca emergió una democracia genuina— en estos diez años. La democracia se construye, sin duda, con carreteras, hospitales y escuelas. En el continente más desigual del planeta, generar las condiciones sociales básicas para una vida digna son partes fundamentales de una sociedad democrática. El acceso al agua, a las medicinas, a la vivienda y a las becas son una forma palpable de democratizar un país. Pero no son las únicas: hay una construcción inmaterial de la democracia que tiene que ver con las garantías a pensar distinto, decirlo y no ser perseguido por ello. Hay un elemento que no se forja como hierro y se funde como losa que permite a los pueblos tomar determinaciones propias sobre el uso y explotación de sus tierras. Hay un derecho esencial de todas las mujeres de ser dueñas de nuestros cuerpos. Esas y otras cuestiones deben ser parte del debate público abierto, inclusivo, y por sobre todas las cosas incómodo: no hay debate si quienes participamos en él no nos vemos forzados a salir de nuestras zonas de confort.

Pero el presidente Correa y su partido, Alianza País, han negado esta dimensión de la democracia: sus filas son frentes cerradísimos donde decidir por propia cuenta es condenarse. Los debates son dentro de la esfera de sus certezas. Cualquier pedido de que sea fuera de ello es negado y señalado como conspiración, ataque o deserción. El 24 de marzo de 2017, el presidente de Estados Unidos Donald Trump no consiguió los votos de su propio partido en el Congreso para lograr derogar la Ley de Cuidado Asequible (conocida como Obamacare). Me imagino qué habría pasado en el Ecuador con esos legisladores republicanos que, a pesar de tener mayoría en ambas cámaras legislativas estadounidenses, se negaron a apoyar una ley en que no creían. Seguramente, Fernando Bustamante, asambleísta y exministro caído en desgracia por una objeción de conciencia, serían legión. Qué habría sido de los jueces que le prohibieron a Trump ejecutar la prohibición de entrada a musulmanes de diversos países por inconstitucional, si hubiesen sido jueces ecuatorianos. Esos contrapesos sanos que existen en otras partes del mundo, en el Ecuador serían declarados peligrosos. 

Pero como Alianza País ha querido presentar la idea de un gobierno de raíces y génesis democrática ha armado parapetos de todo lo que han negado. Tal vez su único —aunque muy importante— elemento democrático sea la aún elevadísima votación popular que logra. Pero de ahí, todo es charada. Empecemos por la participación ciudadana: el Consejo que dizque debe servir para articularla y que nombra a autoridades de control y miembros del consejo de la judicatura es un brazo más de Alianza País. Creer que en ese organismo hay la participación de la ciudadanía de un país diverso, multiétnico, plural es una mentira que solo un fanático puede digerir.

Otra marca que demuestra la unilateralidad y autoritarismo con que Alianza País ha gobernado: la selectividad con que leen la prensa internacional. Hace unos días, el respetado medio estadounidense The Hill publicó una columna de opinión sobre las propiedades en paraísos fiscales de Guillermo Lasso. Enseguida la prensa estatal y el propio Rafael Correa se apresuraron a difundir el texto —que estaba basado en investigaciones del diario Página 12 de Argentina— diciendo que era lo que la prensa ecuatoriana se autocensuraba. Pero cuando la prensa es crítica con él o su gobierno, no duda en arremeter en su contra. Por ejemplo, atacó al Centro Internacional para el Periodismo Investigativo (ICIJ, por sus siglas en inglés) cuando se divulgó la investigación de Panama Papers: “Lo que hicieron fue contratar periodistas enemigos de ciertos Gobiernos. En nuestro caso, periodistas del diario El Comercio, del diario El Universo, que son opositores abiertos al Gobierno”. Lo mismo pasó con la lista de Odebrecht: cuando salió la de Nebot y compañía no dudó en darle credibilidad, pero sobre los más de treinta y tres millones de dólares que funcionarios de su gobierno habrían recibido en pagos ilegales de la constructora brasileña, la ninguneó. Durante años repitió el lema de las manos limpias y los corazones ardientes, y se enfureció con las acusaciones de corrupción: hace unos meses, la evidencia se ha vuelto innegable. Y entonces, otra vez, la respuesta más ecuatoriana de todas: no soy yo, no somos nosotros, es el otro, son los otros. Ese es el estilo que ha impuesto en diez años: hablamos solo de esto, recogemos sólo lo que nos conviene, aplaudimos solo al que nos aplaude —es un ejercicio de narcisismo dañino que los aleja, además, de la realidad.

Ahora, la Red de Maestros se ha asomado al estanque para admirar su astucia y se ha ahogado en su soberbia. Cuando quisieron dialogar, llamaron solo a sus militantes, con aquellos que están dispuestos a felicitar y celebrar pero no a cuestionar y dudar. Ser escéptico frente a la obra de gobierno es un derecho fundamental de los ciudadanos. El correísmo tiene el sentido de la realidad descolocado: cree, como dijo San Ignacio de Loyola, que toda disidencia es traición. Ahí no hay diálogos verdaderos. En esos espacios solo puede haber simples discusiones de planes de ejecución, órdenes y disciplina vertical. Intercambio, debate y contradicción (que suelen ser gérmenes de la innovación) no. Tan ajenos han sido al verdadero diálogo que esa incapacidad fue la raíz de su ruptura con su amigo y hoy opositor Alberto Acosta.

La Red de Maestros demostró que nunca quiso dialogar, sino recurrir a una vieja táctica gobiernista: entender a las instituciones democráticas, al diálogo y la tolerancia que vuelve vivible a cualquier sociedad en una herramienta proselitista. Los docentes de la agrupación afín a Alianza País han desperdiciado una oportunidad histórica por miedo al libre tránsito de ideas. Han dejado pasar el chance de cuestionar a uno de los personajes que sus líderes señalan como uno de los causantes de la mayor crisis económica y social del Ecuador porque tienen más miedo de sus propias respuestas (y las de su candidato) de las que pueda dar su oponente. Así no es posible construir una democracia, por más hospitales, carreteras y escuelas que haya. Es inaudito, en realidad, inaudito. Triste e inaudito.

En 2006, todos los que votamos por Rafael Correa lo hicimos en buena parte para que Álvaro Noboa, excéntrico magnate bananero, no sea presidente. Hoy, ante la incapacidad para el diálogo, los parapetos de participación e inclusión y la ceguera para entender que la democracia también se construye con ideas (y no solo concreto, hierro y cables), muchos ven en Lasso (un candidato que en otras circunstancias no tendría chance) un recurso de última instancia para evitar a Alianza País. Si Lasso llega a ganar esta elección que se perfila cerrada y que se peleará voto a voto el 2 de abril sería el epílogo de la historia del Edipo criollo: morir por la misma arma con la que creyó haber dado cuenta del pasado, sin saber que en él vivía la partidocracia y los males de la clase política tradicional del Ecuador. Sería una tragedia como para que se arrancase los ojos.