[dropcap] G[/dropcap]uillermo Lasso se ha declarado ganador de debates, calificado a la segunda vuelta y el candidato del cambio. Después de semanas de seguir sus declaraciones, de leer con atención sus comunicados de prensa y de escuchar la larga entrevista que dio a María Sol Borja y John Dunn, una sola conclusión es posible: no hay cómo votar por el candidato presidencial de CREO.

La campaña de Lasso ha tenido una única fortaleza: declararse el receptáculo de todos los votos anticorreístas. Sus estrategas han sido inteligentes y efectivos para taladrarnos un mensaje en la cabeza: quien no vota por Lasso vota por Correa. Hay que votar por el segundo porque si no, no habrá segunda vuelta. Es imposible votar por un candidato que tiene una campaña fundada en el miedo. Es algo similar a lo que sucede en Guayaquil con la administración socialcristiana de Jaime Nebot: si discrepas con él, con sus actuaciones, con la inoperancia urbana y administrativa de sus funcionarios, es porque no sabes lo que la ciudad era con Bucaram. Y ahí va implícito el mensaje: si no es Nebot, volverá Bucaram. Esa falacia ha inoculado la crítica, ha amarrado de manos y amordazado a la prensa local porque, hace diez años, la mentira evolucionó: si criticas a Nebot es porque eres correísta. Ahora, en las elecciones del domingo 19 de febrero, Lasso pretende ganar infudiendo miedo: si no votas por mí, habrá cuatro años más de lo mismo. El miedo, nos lo enseña la Historia, la literatura y el cine, es el camino al lado oscuro.

Guillermo Lasso es un candidato que no dialoga. Por eso después de más de cinco años de campaña, su voto no pasa de un veinticinco por ciento. Domina las redes sociales y tiene amplio espacio en los medios, pero la realidad es que su discurso confrontativo —que plantea un falso dilema: si no estás conmigo estás con mi enemigo— ha servido solo para consolidar al núcleo del voto duro anticorreísta. Cree que con eso le alcanzará para pasar a la segunda vuelta, donde los demás opositores se verán obligados a votar por él ante la imposición del argumento del miedo: puedo no ser el mejor candidato posible, pero no soy la continuación de Alianza País —no queda más que votar por mí.

Ese discurso está apuntado a la clase media cansada de los abusos y excesos del correísmo, un agotamiento exacerbado por los casos de corrupción de PetroEcuador: como no la convence, Lasso la asusta. Y muchos ya han caído: que hay que votar por el que va segundo porque si no Alianza País va a ganar en primera vuelta. Que será responsabilidad de todos los que no voten por Lasso si es que Lenín Moreno llega al poder sin la necesidad de un balotaje el 2 de abril. No, seamos claros: si Lasso no llega a segunda vuelta será por su incapacidad de dejar su zona de confort, por su dureza argumental y por la falta de empatía que hace que no logre colocar su discurso entre audiencias distintas a las del voto rechazo-al-correísmo. Su insistencia ha sido la de la confrontación: si él gana, la confrontación de la que muchos estamos hartas, continuará, solo que habrá una inversión —apenas temporal— de los roles. Lasso es, también, un candidato del continuismo: es un candidato indispuesto a dialogar con sus adversarios.

No es solo una cuestión personal, sino un tema de plan de gobierno. Según un estudio hecho por estudiantes de la Universidad de Guayaquil, Lasso no aparece entre los candidatos con propuestas más sólidas para cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU. Son 17 objetivos que brillan por su triste ausencia de los planes de la mayoría de los candidatos presidenciales, que ni siquiera logran diferenciar en sus propuestas qué consideran una meta, un objetivo y una política de Estado para alcanzar esos objetivos. El candidato que más ha tomado en cuenta estos parámetros es Paco Moncayo. Esto nos devuelve al argumento del miedo, al planteamiento de un falso dilema y la incapacidad para el diálogo de Guillermo Lasso: él quiere llegar al poder sin una discusión cualitativa —quiere que sean las fuerzas aritméticas y no las fuerzas de la razón, la planificación y los parámetros técnicos los que nos hagan elegir un candidato. Es la lógica del dueño de la pelota, no la lógica del bienestar común. Es tan evidente el desdén por los ODS, que Lasso —un candidato que hecho de la Economía el eje de su campaña— apenas menciona cuatro ejes temáticos en esa área en su plan de gobierno.

Cuando se entiende esto, uno se pregunta por la propuesta de un millón de empleos. Cómo, con qué efectos y conseceuncias, en qué términos cualitativos es algo que de todas las intervenciones del candidato presidencial del CREO es imposible inferir. Dice que va a bajar los impuestos para subir la producción y cree que milagrosamente con su acceso al poder la inversión nacional y extranjera va a llegar como si fuese el aguacero que espera el desierto, pero hasta ahora, más allá de aspiraciones y sueños, no hay explicaciones técnica. Como han explicado varios expertos, su propuesta de un millón de empleos es inviable. Tampoco nos ha dicho Guillermo Lasso qué clases de empleos van a ser —y es algo preocupante viniendo de alguien que ve con malos ojos al salario mínimo (“no competitivo” lo llamó).

Si al miedo, el falso dilema, el continuismo, la confrontación y la improvisación se le suma su postura frente a las mujeres, queda claro: no se puede votar por Guillermo Lasso, un hombre que dice se solidariza con las mujeres porque tiene mamá, hermana, esposa, hijas y nietas. Un candidato que fue capaz de decir que si se despenaliza el aborto por violación habría mujeres que podrían fingir una violación para abortar. Es una dureza del corazón y una negación de los datos que un Jefe de Estado no puede tener: pasó por alto que en el Ecuador hay mujeres presas por abortos espontáneos, porque los médicos y enfermeras prefieren reportarlas como si se tratasen de abortos inducidos, solo para evitar responsabilidades legales. Esos datos que nos espeluznan a las mujeres, le entraron por un oído y le salieron por el otro a Lasso. Me preocupó escucharlo decir, también, que no conserva amigos de la infancia. Todo esto me lleva a pensar que Lasso sería de Presidente como fue de gobernador del Guayas y superministro de Economía en el gobierno de Jamil Mahuad: un hombre de mano dura, incapaz de dialogar, sin capacidad de gestión en momentos críticos. No podemos sucumbir ante el argumento del miedo. Hay casi 40% de votantes indecisos y lo somos porque no queremos votar por Lenín Moreno pero queda más o menos claro que Lasso es, también, un continuista. Aún hay tiempo de abrir los ojos, los oídos y el corazón para tratar de dar con propuestas más serias que no ofrezcan empleos al por millón (ni ochocientos mil ni doscientos cincuenta mil por cuatro años) sino que tengan objetivos, metas y políticas claras.