[dropcap]L[/dropcap]a noche del 16 de enero, Guillermo Lasso entró en un terreno que suponía minado: estaba invitado a la Wayusa Política, un evento en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) organizado por El Club de Debate y Oratoria de la Escuela de Sociología de la Universidad Central, para, en teoría, dialogar con los candidatos a la presidencia. La Central y la Flacso son dos centros de estudios superiores ligados históricamente con la izquierda. La primera tal vez con la izquierda más tradicional y la segunda con la izquierda asociada al correísmo, pero, en todo caso, el foro prometía ser un jauría intelectual con un especial apetito por Guillermo Lasso, un candidato multimillonario, exbanquero, militante del Opus Dei y de las corrientes más conservadoras de la planificación familiar. Sin embargo, el espacio se convirtió en un intento fallido de ridiculizar al candidato presidencial de CREO.

Lasso llegó quince minutos tarde a un auditorio en el que faltaban sillas para las más de doscientas personas que esperaban al expresidente del Banco de Guayaquil. En el lado derecho  —desde el escenario hacia la puerta—, sentados y guardando puesto con chaquetas de terno y carteras de cuero, había principalmente hombres y mujeres vestidos formalmente. A la izquierda, estudiantes universitarios de aspecto desenfadado, con sus mochilas y cuadernos. Cuando Lasso entró a la sala fue evidente que los aplausos y gritos de apoyo y personas de pie estaban del mismo lado: el derecho del auditorio. Lasso entró sonreído, dando firmes pisadas largas hacia el escenario. “Todos ya lo conocemos, lo hemos visto, siempre sale en la tele en Ecuavisa, en Teleamazonas, muy poco en Gama pero eso no importa” fue lo primero que dijo la panelista Jahiren Noriega para presentar al candidato de CREO. Después de la introducción del grupo organizador, reprodujeron La canción de la Wayusa —una canción de ritmo andino. Dos de los cuatro panelistas pidieron que Lasso “muestre sus habilidades para el baile”. Sin dejar de sonreír, el candidato aceptó y dio unas vueltas de baile con una de las organizadoras y, al terminar, Jahiren le pidió que se levante otra vez para bailar reguetón. Por qué decidieron pedirle que baile, dos veces, es una pregunta que quizás ni ellos sepan. El baile produjo aplausos y chifleadas de los simpatizantes de Lasso. Fue como si para ellos se hubiese roto el hielo en un ambiente que se suponía sería hostil. Con Paco Moncayo, una semana antes, no había pasado nada parecido: no lo hicieron bailar la Wayusa, no lo hicieron bailar reguetón. Parecía como si la organización del evento con Lasso girase alrededor de la ridiculización del estatus social del candidato de CREO.

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[dropcap]L[/dropcap]a segunda actividad que La Wayusa tenía planificada para Lasso era una ronda de preguntas y respuestas cortas. El candidato tenía que escoger entre dos palabras. “Salmón o encebollado”. Él respondió, tan predecible, encebollado. “A ver, ¿por qué?” retomó Jahiren, inquisitiva, y se acercó más al candidato, mirándolo de manera fija. Y él, como si ya lo hubiese visto venir le dijo “me pediste que escogiera entre las dos palabras, no que te diga mis motivos”. Y los aplausos, de nuevo, de la derecha del escenario. Igual Lasso le dio gusto: le contestó  que le gusta más por su sabor criollo. Y el conversatorio siguió así: “tripa mishki o costillas bbq”, “pollo del Supermaxi o pollo criollo”, “Coca-Cola o chicha”, “universidad pública o privada”. A la última, Lasso respondió “universidad que eduque” y los aplausos siguieron y aumentaron. Del otro lado del auditorio, el silencio era elocuente. Los panelistas seguían en un juego de nimiedades, esperando que Lasso caiga en una trampa para la que lleva años entrenándose para evadir.

Cuando terminó el intercambio, le mostraron unos memes que circulan en las redes sociales del candidato de CREO calculando el precio de un pollo criollo en el mercado, y le preguntaron mientras se los enseñaban “¿Qué le parecen?”. Lasso respondió con otra respuesta del manual de campaña: “Me parece de lo más divertido”.

Después, le mostraron el video en que él dice en un mercado de Guayaquil que un pollo cuesta 21 dólares en lugar de 10,25 dólares. “Dime una cosa, ¿tú nunca te has equivocado?” —le dijo Lasso— “Soy una persona como tú y como cualquiera que se puede equivocar”. Los estudiantes de dos reconocidas universidades de profundo pensamiento filosófico, social y político no tenían en su abanico de preguntas nada que pudiese en realidad incomodar a Lasso. Y si lo tenían, le cedieron el espacio principal de La Wayusa Política a sus intentos por caricaturizar a un candidato con el que debían enfocarse más en hacer serios cuestionamientos: su posición frente a los derechos de las mujeres, su posición reaccionaria frente a la comunidad LGBTI (manifestada en comentarios de homofobia clara), su relación con los poderes financieros y eclesiásticos del Ecuador. Por el contrario, le abrieron el campo para no solo mostrarse como un hombre capaz de reírse de sí mismo, sino también como uno dispuesto a aceptar sus errores. Guillermo Lasso lleva años intentando presentarse como un hombre popular: que va en Metrovía, que vuela en clase turista, que juega índor, que toma cerveza del pico y canta pasillos de Julio Jaramillo. Una figura que cuesta creer que tiene y que la Wayusa Política parecía querer ayudarlo a mostrar.

Después de la pregunta del precio del pollo, la sala se convirtió en un enfrentamiento de barras. En medio, ya no era posible ningún cuestionamiento serio. Los aplausos y los gritos aumentaban: los del lado derecho cuando Lasso daba una respuesta ingeniosa, y los de la izquierda cuando los panelistas lograban algún cuestionamiento serio: el racismo, las armas que quiere entregar a los campesinos, su propuesta de crear un millón de empleos. Parecía un partido de fútbol de alto riesgo, con las hinchadas en cada extremo del estadio: si las preguntas de los panelistas eran inquisitivas gritaban los de la izquierda (del auditorio) y cuando él respondía con astucia o esquivaba la pregunta los de la derecha (del auditorio también) gritaban. La moderadora tuvo que pedir mesura y la reacción de los asistentes disminuyó aunque se escuchaba todavía comentarios como “déjale responder”, “no le interrumpas”, “eso ya respondió”. La discusión se redujo a eso: dos bandos que con hurras y aplausos felicitaban a su participante ganador: Lasso o los cuatro entrevistadores.

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[dropcap]L[/dropcap]a última actividad de la Wayusa le fue servida a Guillermo Lasso, literalmente, en una bandeja de plata. Le hicieron escoger entre tres lugares comunes: un medidor de presión arterial, un diploma de título universitario y un cheque. Como era casi obvio, el candidato escogió la salud y la educación. ¿Qué esperaban los organizadores? ¿Una versión ecuatoriana del señor Burns que no podía resistirse a tomar un cheque que por falso carecía completamente de fondos?

Ridiculizar a los candidatos —lo demostró la ‘Wayusa’— no nos llevará a ningún lado. Los organizadores de este evento tenían la oportunidad de cuestionarlo con seriedad. De la misma forma que lo hicieron con Paco Moncayo. Al tratar a Lasso como lo trataron le siguieron el juego más burdo, uno que tal vez por facilista ni siquiera esperaba el propio candidato de CREO: lo pusieron bajo el foco al que está acostumbrado a estar, le dieron armas para defenderse y mostrarse más fuerte. Sí, es verdad que el foro también tuvo preguntas fundamentadas basándose en el plan de gobierno, en sus propuestas, en sus declaraciones pasadas en medios de comunicación. Pero las actividades opacaron todas estas preguntas, convirtiendo al encuentro —a ese posible encuentro— en un espectáculo entre el equipo rojo y el azul. Al salir del evento, un asistente nos dijo “ya no lo odio tanto como antes”. Hablamos sobre cómo el panel convirtió a Lasso en un mártir, en un héroe invicto que salió del ambiente de la Flacso y la Universidad Central del Ecuador sin un rasguño, y sin responder a las preguntas más duras en el ambiente más propicio para que lo hiciera.