Lorena Bobbit luchaba con una computadora en un centro de fotografías digitales en la tienda de departamentos Target, en Virginia, Estados Unidos: intentaba, sin éxito, colocar la foto de su hija de once años en una tarjeta navideña. Un empleado joven se acercó a ayudarla, y cuando estaban por terminar y ella escribía su nombre para la factura, hizo un sonido. “Pensé que me iba a decir que la computadora estaba dañada” recuerda Lorena. “Pero enseguida me dijo ‘¡Yo sé quién es usted!’”.
Cada vez es menos frecuente que un extraño la reconozca en la calle. Su pelo largo ahora es rubio claro y reluciente (como es licenciada en Cosmetología y a veces se pinta los rayitos ella sola). Han pasado 23 años desde que su rostro fue portada de todos los más importantes periódicos y revistas de Estados Unidos.
Sin embargo, a pesar del tiempo y de que usa su apellido de soltera —Gallo—, cuando conoce a alguien, esa persona ata cabos bastante rápido: lo que sucedió es una parte de su vida de la que no puede escapar, un hecho que ella ha aceptado con una entereza admirable. Lorena se tuvo que acostumbrar a las carcajadas y a que la miren fijamente hace mucho tiempo.
“Al comienzo, los chistes dolían”, dice. “Ahora no me importa. Yo también me río”.
Según ella, la historia es esta: muy temprano en la mañana del 23 de junio de 1993, su esposo, el ex infante de Marina John Wayne Bobbit, llegó ebrio al departamento donde vivían y la violó. Con frecuencia, era violento con ella, cuenta Lorena, y la obligaba a tener sexo. (John Wayne niega que la violaba, y fue absuelto del cargo de agresión sexual conyugal en otro juicio en noviembre de 1993). Lorena dice que algo dentro de ella se rompió esa mañana: cogió un cuchillo de cocina y le cortó el pene a su marido mientras él dormía. Después de hacerlo huyó: se subió a su carro y, mientras manejaba, lanzó el pene por la ventana. (El órgano fue recuperado luego por la policía y recolocado en Wayne en una operación que duró nueve horas y media).
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No era siquiera la medianoche del 23 de junio de 1993, y el caso ya se había convertido en un escándalo mundial. Era el combo perfecto: un pene amputado, una latina joven y guapa, un esposo americanísimo, acusaciones de violación y asalto. Amor, sexo y violencia. Los nombres, también, eran oro. “John Wayne”, como el arquetipo del macho alfa, y el evocativo juego de palabras con “Bobbit” (en inglés, bobby es una forma coloquial de llamar al pene).
En 1993, había pasado apenas un año del caso del exfutbolista y actor de televisión O.J. Simpson (acusado de asesinar a su exesposa y su amigo) y de la promulgación de la ley contra la violencia de la mujer. Pero todavía no había habido en Estados Unidos una conversación nacional sobre violencia doméstica, a pesar de que líderes de movimientos de derechos de las mujeres se esforzaban muchísimo porque existiera.
En una versión ideal de este relato, la triste y horrible historia de Lorena y John Wayne Bobbit hubiese servido como una oportunidad perfecta para empezar ese diálogo. Ese mismo año, cerca de dos mil ciento sesenta mujeres fueron asesinadas por sus parejas, según datos recolectados por James Alan Fox, un profesor de Criminología de Northeastern University.
En ese entonces, la necesidad de mejorar los servicios para las víctimas, recolectar fondos y, especialmente, cambiar la cultura que permitía que los abusadores golpeen a sus familias en privado y sigan en la impunidad, era urgente.
En lugar de este escenario ideal, la historia se redujo a un chiste con Lorena Bobbit como protagonista de la burla.
“Querían hablar sobre el pene de mi esposo, no sobre mi historia”, dice mientras se encoge de hombros. “Quizás parecía un reality show desde afuera. Pero no éramos parte de un reparto. Era la vida real”.
Una mañana de diciembre de 2016, Lorena Bobbit, ahora de 47 años, organiza regalos de Navidad dentro de su casa, en una comunidad cercada en Virginia suburbano, mientras su perro Ringo, un bichon (una especie de French Poodle miniatura) de doce años y pelo blanco delgadísimo, corretea bajo sus pies. Lorena vive con su pareja de muchos años, Dave Bellinger, y su único hijo.
Como todos los años, Bobbit ha recolectado regalos para niños que han sufrido violencia doméstica y viven en refugios de todo el estado de Virginia. Juegos de mesa, muñecas, peluches de animales —algunos envueltos, otros por envolver— están dispersos en una mesa larga en su sala. Algunos tienen escrita la edad y el género de los niños que los recibirán.
Para los niños que viven en albergues, Bobbit explica, las fiestas de diciembre son momentos difíciles. Es probable que no tengan un árbol de Navidad ni compartan una cena especial con su familia. Pero al menos tendrán un regalo para abrir.
Ella no había escuchado sobre estos albergues cuando estaba casada con John Wayne. No fue sino hasta que fue a juicio que aprendió que existía este tipo de asistencia para ayudar a gente como ella.
Bobbit vive a 20 minutos de la Corte de Justicia de dos pisos de ladrillo en el centro de Manassas, Virginia, donde tuvo que ir a juicio todos esos años. Nunca se fue del condado, mucho menos del país. ¿Por qué lo habría hecho?
“Me hubieran reconocido en cualquier lado, y me gustaba este lugar”, dice.
Bobbit, quien nació en Ecuador y creció en Caracas, Venezuela, dice que se enamoró de Virginia cuando, de adolescente, visitó el estado por primera vez. Después de graduarse de secundaria, se mudó a Estado Unidos y tomó clases en un college comunitario. En esa época pensó estudiar para ser dentista, como su padre.
Para pagarse sus estudios, trabajó como niñera. Después se entrenó para ser manicurista y trabajó en una peluquería. Sus aspiraciones, tal como ella las describe, eran simples. Quería casarse y empezar una familia.
Lorena conoció a John Wayne en un bar de la base naval de Quantico. Su inglés no era muy bueno, entonces los dos bailaron más de lo que hablaron. John fue su primer novio, dice, y ella disfrutaba del coqueteo y cortejo. Veían películas, salían a comer y tomaban helado en la cadena de restaurantes Friendly’s, siempre acompañados de un chaperon.
Admite que fue un poco ingenua.
“Tenía 19, pero era una niña de 19”, dice.
Cuando cumplió 20, se casaron y se mudaron juntos. Según Lorena, ella era virgen.
Poco tiempo después de la boda, comenzó la violencia. Primero solo era verbal: insultos y gritos. Luego, dice ella, su esposo empezó a pegar, empujar y estrangular. La estrangulación, una táctica común e intimidante de los abusadores, es considerado un serio factor de riesgo para la violencia que puede terminar en muerte, y ahora es tratada como delito grave en muchos estados americanos. Una oficial del Departamento de Policía del Condado de Prince William le dijo al programa “20/20” de la cadena de televisión ABC que su comisaría había recibido más de seis llamadas por violencia doméstica de la casa de los Bobbit, y que antes del escandaloso caso, John Wayne fue arrestado una vez por golpear a Lorena en la cara.
Después de cuatro años de matrimonio, la pareja planeaba divorciarse. Su historia —un relato de abuso promedio, muy familiar para muchos— se podría haber quedado solo dentro de sus círculos más íntimos. Solo que la noche del 23 de junio de 1993, ella le cortó el pene a John Wayne.
Bobbit fue acusada de ‘lesión maliciosa’, un delito que representaba una posible sentencia de veinte años. Durante los ocho de enero de 1994, sus abogados defensores argumentaron que Lorena había tenido un episodio de locura después de sufrir años de violaciones y violencia física por parte de su esposo.
Un desfile de testigos confirmó su historia de abuso doméstico. Dijeron que habían visto moretones en sus muñecas, brazos, hombros y cabeza. Otros dijeron que habían visto como él la golpeaba y empujaba por asuntos banales como, por ejemplo, cómo cocinaba. Luego del incidente, la Policía encontró en el armario de la pareja un tríptico educativo sobre violación sexual que una vecina le había dado a Lorena poco antes de esa noche.
A Lorena no le gusta obsesionarse con los detalles de las golpizas, pero le sorprende haber salido de esa situación.
“No sé cómo sobreviví”, dice.
En las fotos y videos de esa época, ella es un susurro de persona, dolorosamente delgada, con una melena oscura que le enmarcaba el rostro demacrado.
Los alrededores de la Corte se convirtieron en un circo macabro: una estación de radio regalaba gaseosa Slice y salchichas cocteleras. El reportero del Baltimore Sun, Wiley Hall, lo describió como un “carnaval grotesco” y dijo que estaba en shock por la hostilidad de la muchedumbre hacia Bobbit y las mujeres en general.
El público estaba fascinado por el caso: como decía la portada de la revista People, “el corte se sintió alrededor del mundo”.
Una encuesta hecha por la revista Newsweek demostró que el 60% del país seguía el caso. CNN tenía una cobertura en vivo para mantener cautivos a sus televidentes, mientras la NBC y ABC reportaban en vivo todas las noches. El célebre cronista Gay Talese también estuvo ahí cubriendo la historia para The New Yorker y luego contó la experiencia en su libro La vida de un escritor.
Muchos medios retraron a Bobbit como una mujer loca y vengativa que había hecho realidad la peor pesadilla de todos los hombres. Los detalles del incidente se convirtieron en material para los comediantes nocturnos. El público inventó sus propios chistes y canciones sobre las sórdidas circunstancias.
No importaba la evidencia abrumadora de que John Wayne era abusivo. Ni siquiera pesaban las conclusiones de los expertos que intervinieron en el juicio corroborando que él la había violado y golpeado. (Desde esa fecha hasta ahora, John Wayne ha sido arrestado cinco veces más y condenado dos veces por violencia doméstica, por otras dos mujeres).
Kim Gandy, entonces vicepresidenta ejecutiva de la Organización Nacional para las Mujeres, recuerda que el circo mediático eclipsó cualquier análisis significativo sobre la violencia en contra de las mujeres. “Las organizaciones en contra de la violencia doméstica intentaron tener una conversación, las organizaciones de mujeres intentaron tener una conversación, pero los medios no les prestaban atención”, dice Gandy. “Solo me acuerdo haber sentido que no había interés en la parte de la historia relacionada a la violencia doméstica”.
La naturaleza del acto que Bobbit cometió —cortar un pene— se tomó el discurso completamente, dice Jackson Katz, un activista que en esa época trabajaba para comprometer a los hombres a prevenir la violencia de género.
“El hecho de que era una víctima de una violación dentro del matrimonio o de violencia doméstica era un aspecto secundario de la historia”, dice Katz. “Inmediatamente se convirtió una historia de la victimización de él a manos de ella”.
El jurado deliberó por más de seis horas antes de absolver a Bobbit bajo el argumento que había sufrido demencia temporal. En una declaración que leyó el dueño del salón de manicura donde Bobbit trabajaba, ella alentaba a otras mujeres abusadas a que busquen ayuda.
“Ella ya buscó una vez su sueño americano y cuando se recupere, lo volverá a buscar, y si la publicidad sobre su abuso puede ayudar a una persona a encontrar su libertad, entonces que todo esto no haya sido en vano”, decía la declaración.
Antes de volver a casa, le pidieron que permanezca 45 días en un hospital psiquiátrico para que la evalúen. No fue un lugar lindo, dice Lorena, pero se alivió de haberse desecho de los medios que le seguían cada paso.
Finalmente, todo se tranquilizó.
§
Si hay un mantra que Bobbit repite es “manténte positiva”. Es implacablemente optimista y siente aversión a vivir en el pasado.
“Al comienzo yo me decía ¿por qué yo? Pero honestamente, como lo veo hoy, nos pasó a todas… a todas las mujeres que hemos sido abusadas. Solo que yo resulté ser la Lorena, pero no estoy en esta lucha sola. Estoy en ella por todas las mujeres que han sido, o serán, víctimas”.
En los años posteriores a su absolución ha trabajado en silencio para ayudar a otras víctimas de abuso doméstico.
Hace unos nueve años, lanzó El vagón rojo de Lorena, un organización sin fines de lucro para ayudar a las víctimas de violencia doméstica y sus hijos. Cuando la conocí, Lorena estaba ocupada planeando una colecta de juguetes en un restaurante del pueblo. Las personas podían dejar regalos para los niños durante todo diciembre. Y durante una noche, un porcentaje de todas las ventas del restaurante se donaría a esas víctimas de violencia doméstica.
“Me di cuenta de que podía sacar algo bueno de algo malo”, dice.
Bobbit se ha preparado para ser una defensora de las víctimas de violencia doméstica. Por eso, cada tanto, ayuda a organizar un grupo educativo y de apoyo de mujeres abusadas de todo el país, que dura 15 semanas.
De vez en cuando aparece en televisión para hablar de su famoso caso. Lorena ha hecho un cálculo inteligente: el entrevistador podrá decir chistes a su costa, pero ella tendrá la oportunidad de crear conciencia sobre violencia doméstica. Es un sacrificio al que está dispuesta.
“Créeme, esta piel es bien dura”, dice y enseguida añade, “Eso no significa que soy una mujer de acero o algo parecido”.
Tres veces por semana, Bobbit va a clases de Zumba. Es un entrenamiento para bajar de peso basado en bailar. Está inspirado en música latina e incorpora movimientos del hip hop, salsa, merengue, samba y mambo. Es su forma favorita de hacer ejercicio.
En el estudio cerca a su casa, saluda con una sonrisa cálida a sus compañeras de Zumba. Son, en su mayoría, mujeres mayores. Ellas le sonríen de vuelta. Todas son, claramente, asiduas a la clase.
Durante una hora, ella baila pop y swing, se sacude y rebota en su licra azul eléctrico. Mueve sus caderas, golpea sus pies contra el suelo. Su pelo, agarrado en una cola de caballo alta, vuela alrededor de su cara mientras gira. Lorena está feliz.
“Estoy bien. Estoy muy consciente de quién soy. Y me acepto”, dice Bobbit. “Creo que tengo un propósito en la vida. Y no estaré estancada en el pasado”.
*Este texto fue publicado originalmente en inglés en el Huffington Post bajo el nombre Lorena Bobbit is done being your punchline.