[dropcap]A[/dropcap]rranca oficialmente la campaña presidencial del Ecuador y según diferentes encuestas, los indecisos estamos entre el treinta y seis y el cincuenta por ciento. Es difícil escoger entre la pobre oferta de candidatos del país —tal vez el único parámetro para decidir a quién darle el voto es encontrar uno que esté dispuesto a matar a su padre. Hablo de paternidades políticas y el asesinato que invoco es metafórico. Se trata de negar a los mentores institucionales y políticos, como negó, por ejemplo, Juan Manuel Santos a Álvaro Uribe. Todos los aspirantes a la presidencia ecuatoriana tienen una institución que los ata y que condicionaría su posible gobierno.

Lo más grave que tienen todos los candidatos es su pasado. Hasta ahora, ninguno parece estar dispuesto a renunciar a esas ataduras. Lenín Moreno quiere ganar con la la popularidad que le queda al gobierno: un voto duro de un 38%, según el presidente Correa, aunque otros reportes cifran ese porcentaje en menores números. Habla poco, seguramente no aceptará ninguna invitación a debatir y esperará que la división de la oposición lo ponga en Carondelet. La figura con la que Moreno debe romper es, por supuesto, el presidente Rafael Correa. Si Moreno quiere dejar de perder votos y evitar una segunda vuelta, tiene que hacerlo. Por supuesto, en una campaña tan delicada como la que arranca debe ser una separación calculada con suma precisión —una oferta sincera de ser diferente sin llegar a alienar a los votantes cautivos que tiene el Presidente. Moreno sabe esto y lo ha intentado en más de una ocasión, pero siempre termina repelado por el establishment correísta. Cuando criticó las escuelas del milenio —elefantes blancos las llamó— el Presidente dijo que algún demagogo llegaría a ofrecer escuelas más pequeñas. No es algo nuevo: ya en 2012 Moreno pedía ante la Asamblea del Ecuador, que regresen los militantes “extraviados” de la Revolución Ciudadana. Al presidente Correa, ese pedido no le gustó: “en los traidores sí se puede confiar ya que nunca cambian”, le contestó. Cuando se inscribió la candidatura Moreno-Glas, Correa advirtió y desechó cualquier intento de alejarse de él para ganar. Si Moreno no nos convence de que puede negar a su padre político y no gobernar a su sombra —cuya proyección más clara se llama Jorge Glas—, no va a ganar votos.

Guillermo Lasso es otro candidato con fuertes vínculos que debe romper. A diferencia de Glas, Lasso tiene dos madres: la banca y la Iglesia. En el primer caso podrían haber fuertes conflictos de interés: Lasso aún tiene vínculos con el Banco de Guayaquil (más allá de su formal separación para correr a la presidencia en 2012). Si Lasso no logra demostrarnos que puede ser un Presidente sin condescendencias con la industria que estuvo en el centro de la mayor crisis financiera, social y política del Ecuador —el feriado bancario de finales del siglo veinte— no es posible votar por él. No olvidemos que Lasso celebró en 1994 la desregulación de la banca. El periodista Hernán Ramos (hoy encargado de la dirección del diario estatal El Telégrafo, valga la puntualización) citaba en una columna de la revista América Economía, hace cinco años, un texto del ahora candidato presidencial por CREO titulado La Banca crece en eficiencia:El proceso de estabilización de la economía ecuatoriana, caracterizado por el incremento de la reserva monetaria internacional, la reducción de la inflación, la renegociación de la deuda externa, la promulgación de dos nuevas leyes importantes, la de Instituciones del Sistema Financiero y la de Mercado de Valores, el proceso de desregulación especialmente en lo que se refiere a las tasas de interés y la reducción del encaje bancario han creado un entorno adecuado para producir el incremento de la eficiencia del sistema bancario ecuatoriano durante 1994″. Unos meses después, caería el primer banco que el Estado ecuatoriano salvaría —el Continental— y que supondría el inicio de una espiral decadente que tuvo su punto más trágico en el gobierno de Jamil Mahuad, donde Lasso fue funcionario y Superministro de Economía. La otra madre de Lasso es la iglesia Católica. Es probable que para Lasso sea más difícil romper con ella que con la banca, y esto significa un serio problema de Salud Pública: Lasso ha dicho que él no cree en el condón (o en cualquier método anticonceptivo artificial) —como si la prevención, la planificación familiar, el embarazo adolescente fuese una cuestión de creencias. Si los periodistas que lo entrevistan fuesen más incisivos, no lo dejarían escaparse con la falacia de que “el problema de los ecuatorianos es el empleo, no el condón”. Es una falsa equivalencia que parece ser suficiente para complacer a cierta prensa.

El padre de la candidata socialcristiana, Cynthia Viteri, es Jaime Nebot y todo lo que representa. Al igual que los dos candidatos anteriores, Viteri no ha dado ninguna muestra de querer romper con su padre político (que parece estar jugando a que Alianza País siga en el poder). Ella suele ser desafiante en la Asamblea, pero cuando se sienta al lado del Alcalde de Guayaquil parece perder toda ferocidad. Incluso permitió que Nebot diga que ella era “el hombre”. Tampoco parece haberse desmarcado de la postura ultraconservadora de su partido y su mentor en temas como el respeto a los derechos humanos —desde la prohibición y combate a la tortura hasta que las mujeres podamos decidir libremente, sin coacción ni peligros de persecución, sobre nuestro cuerpo. Para quienes vemos con pena cómo el Ecuador sigue siendo un país misógino, donde el machismo se niega, su cuestionamiento se ridiculiza (cuando lo señalamos nos dicen desde feminazis, histéricas hasta el clásico local malculeadas) y hay que hacer explicaciones de Perogrullo, que Viteri, la única candidata presidencial mujer sea incapaz de renunciar a su padre, y parezca más bien temerle con un enfermizo temor reverencial, es realmente triste. Todo se agrava con la incapacidad de Viteri de tolerar el disenso, de no responder a los cuestionamientos sobre temas que le atañen como una mujer más. Lolo Miño le escribió una contundente carta sobre los temas que aquí menciono pero la candidata del Partido Socialcristiano parece no tener tiempo, ni interés en contestarla. ¿Será porque son todos temas que precisarían que Viteri desafiase la autoridad paternal de Jaime Nebot?

Paco Moncayo, que va en cuarto lugar y parece escalar poco a poco puestos, tiene un padre armado. Un padre armado, violento y peligroso al que él sigue reverenciando. Ese padre es un monstruo de tres cabezas y vigila al Ecuador por aire, mar y tierra. El padre de Moncayo es militar como él, por supuesto: Las Fuerzas Armadas del Ecuador. Una institución que en pleno siglo veintiuno no termina de reconocer a plenitud su subordinación al poder civil. El alto mando militar ecuatoriano fue a una audiencia judicial, vestido de uniforme, como si de un acto de representación institucional se tratase, a respaldar a exmilitares acusados de torturas y otras violaciones de Derechos. En ese momento Moncayo no dijo nada, y hoy permanece en silencio en ese tema. Lo peor es que se supone que Moncayo es el candidato  del partido socialdemócrata por excelencia en el Ecuador, pero a ratos sus posturas parecen más cercanas a las de la derecha más recalcitrante, como se lo dice Juan Pablo Morales en esta carta abierta. Ya lo escribí antes: en la locura anticorreísta, cierta oposición ve con buenos ojos la  peligrosísima idea de  que las Fuerzas Armadas deberían resistir (o, peor, enfrentar) al gobierno de Rafael Correa. Paco Moncayo parece estar de acuerdo con esa premisa —otro candidato que no quiere renunciar a su padre.

Los demás candidatos sufren de la misma tara. Washington Pesántez fue un fiscal general que estuvo a punto de ser enjuiciado políticamente. Lo acusaban de irregularidades en concursos de méritos para cubrir plazas de fiscales, de retener un vehículo que luego compraría un primo de su esposa. La fiscal provincial de la provincia de El Oro, Lucy Blacio, dijo que tuvo que renunciar de su cargo por presiones de Pesántez para favorecer a la empresa peruana Alicorp, acusada de un delito aduanero. Su paso como Fiscal es la sombra más grande que tiene encima. Dalo Bucaram es tal vez el único candidato que ha comprendido que tiene que separarse de la figura de su padre —en el caso más literal de todos— pero ese distanciamiento parece simplemente cosmético. Como si solo fuese una estrategia de campaña y no una convicción real —habla como un político de la generación de su padre, el expresidente Abdalá Bucaram. Dalo ve que la distancia es electoralmente necesaria, pero no logra disimular que es apenas eso: un recurso de campaña. Al final del tren electoral van Patricio Zuquilanda, un hombre que cuando habla de Lucio Gutiérrez parece hablar de un martir, e Iván Espinel, un exfuncionario del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social que nadie entiende muy bien qué hace corriendo por la Presidencia. Zuquilanda, embajador en el gobierno de Sociedad Patriótica, tiene sobre él a la figura de Gutiérrez y su familia —una época de nepotismo y rectificaciones atropelladas que terminaron en el descabezamiento de la Corte Suprema de Justicia, la instauración de la tristemente célebre ‘Pichi Corte’, y en la huida de Gutiérrez en un helicóptero. Espinel, por su parte, tiene la misma sombra que Moreno sobre él: la figura de Rafael Correa y su administración, aunque a diferencia del candidato principal del correísmo su intención de votos es ínfima.

Tenemos cerca de cuarenta y cinco días para ver cómo los candidatos se mueven frente a las herencias políticas e institucionales que arrastran. Veremos desde hoy cuántos están decididos a cortar con las relaciones que más podrían comprometerlos si llegasen a reemplazar a Rafael Correa. Será difícil pensar en el futuro del país si los candidatos no logran soltar las amarras que los mantienen atados al pasado. Es algo grave porque en una elección tan decisiva como la del 17 de febrero, el nulo —y peor el voto en blanco— no pueden ser una opción: no en la coyuntura en la que vivimos. Ojalá los candidatos lo vean, lo entiendan y rompan con los eslabones que los unen a la parte más débil de su pasado. En caso contrario nos veremos otra vez avocados a tener que elegir el mal menor.