[dropcap]L[/dropcap]lego un poco tarde a esta polémica, en la que hasta Angelo Barahona ha intervenido por escrito.  Pero quiero estar aquí y hablar sobre algo que se ha dicho muy poco.

Porque supongo que esta bronca sobre los personajes de farándula como candidatos a la Asamblea nos da en un punto preciso. Porque nos ataca de frente, nos muerde en la cara y arranca la máscara. Nos hace creer que estamos en lo correcto.

Es tan aspiracional como desesperante.

Porque ese sueño húmedo de todo padre de familia del país (y de todo René Ramírez) nos marca a fuego. Porque los estudios o la preparación profesional son una de las tantas maneras que tenemos para establecer élites, distanciarnos, darnos relevancia, generar adjetivos que nos coloquen por encima de otros. Porque hay gente que se enoja si respetas las normas del uso de mayúsculas y les colocas la profesión con minúscula al lado de su apellido. Porque la mayoría de las veces, ese título es el resultado del sacrificio propio y de la familia y hay que reconocer eso como escudo de armas.

Porque nos hemos vuelto un país con personas que quieren estudiar maestrías porque sí. Porque ahora los doctorados importan no tanto por una vocación de investigación, sino porque se vuelve indispensable tener el título para aumentar nuestro estatus, nuestro reconocimiento.

Nunca es tarde para hablar de representatividad, lo único realmente en juego en toda esta discusión que se ha tenido sobre la lista de personajes de farándula, de deporte y Tiko Tiko que aspiran a la Asamblea. Todo lo demás es exceso y revela lo que tenemos dentro. Habla más de nosotros y muy poco de quienes están de candidatos.

¿Hay que estar preparados para ser asambleístas? Desde luego. Pero esa preparación no pasa por el título universitario. Ya el país ha tenido demasiados verdugos con títulos de universidades medianas o prestigiosas como para que sigamos pensando que esa es la única condición para hacer un buen trabajo legislativo. Ecuador es un país de tradición de ingenieros dispuestos a erosionar todas las estructuras posibles y de abogados que han hecho ferias de la justicia, ¿no?

¿Es un problema porque van a ser alzamanos? Bueno, esa situación parlamentaria ecuatoriana va a depender de lo que entendamos como estructura partidista o no. Parte de la dinámica de la legislación es comprender el funcionamiento de los partidos y movimientos y cómo se discuten internamente sus decisiones y cómo se accionan sus mecanismos de “fidelidad” interna. Por algo hay fuerzas políticas en un país y eso va a determinar las direcciones que vamos a seguir. Y siempre habrá asambleístas dispuestos a un mejor trabajo que otros, como todo en la vida.

¿Serán fácilmente manejables estos personajes que aparentemente no entienden nada de nada porque solo bailan, muestran su cuerpo en pantalla, dicen cualquier tontería al ser consultados, o porque son un payaso reconocido? ¿Hay que saber hablar en público para llevar adelante el cargo? ¿Se debe tener recato al vestir, conocer al revés y al derecho las leyes, la Constitución, los mecanismos para legislar?

Nos hacemos tantas preguntas innecesarias porque lo estamos viendo desde la perspectiva incorrecta.

Ser asambleísta no es comparable a tener una profesión. No es ser doctor, plomero, ni matemático. Hay que aprender mucho para ejercer esas profesiones y oficios. Incluso, ya que estamos en este punto, hay que estar preparados para aparecer en un programa concurso televisivo, y sortear obstáculos para ganar premios, o para saber cómo moldear nuestros cuerpos, tonificarlos y desarrollar músculos donde la mayoría de nosotros solo desarrolla pena. Todo ejercicio profesional o labor exige y nos permite aprender, así estemos más o menos preparados al empezar.

Ser asambleísta es ejercer un cargo por el cual se ha sido seleccionado (y nosotros somos los que seleccionamos, así que basta de lamentar los candidatos, votemos y punto) y hacerlo con el compromiso a flor de piel. Quizás muchos de los candidatos no estén comprometidos todavía, lo ven como algo maravilloso o no entienden todavía a lo que se meten. Puede ser. Pero una vez que la campaña termine y empiece el trabajo en sí, la responsabilidad del cargo va a caer por su propio peso. El trabajo parlamentario exige estar rodeado de la gente que va a permitir una labor respetable. Se trata de asistir a las sesiones, de entender de qué va el sistema y descubrir las dinámicas del ejercicio del poder. El trabajo parlamentario se trata de desarrollar experiencia, de negociar un adecuado marco legal para el país, desde la posición en la que se encuentre el asambleísta, así sea cantante, físico nuclear, vendedor de frutas, chofer, odontólogo, modelo o catador de vinos… sea del movimiento que sea. Todas esas posiciones, algunas más pertinentes que otras (y la pertinencia no es una categoría basada en la mirada obtusa y moral de lo bueno y lo malo), deberían ser vistas como aportes.

Sí, lo sé. Estoy hablando desde la ingenuidad del que aspira a vivir en un mundo perfecto.

Aunque quizás no. Que Ernesto Huertas, más conocido como Tiko Tiko, sea candidato por el Partido Socialista, es una noticia que para mí raya en la perfección. No podemos reprobar de entrada a alguien que ha pasado años y años entreteniendo y educando a niños, así no deje de usar maquillaje cuando vaya a las entrevistas para promover su candidatura. Tiko Tiko tiene mi voto por un tema emocional y es bueno reconocerlo, porque le puedo dar sentido y reflexionar desde esta emoción: Tenía cinco años y vivía con pavor de los payasos. Los podía ver por tele, porque la pantalla protege y marca distancia; pero en vivo era imposible. En una fiesta infantil, Tiko Tiko estaba animando a los niños. Yo vivía ese momento en la tensión del pequeño fascinado por verlo (tan fanático que era de su programa) y aterrorizado porque, finalmente, tenía la cara pintada y era un payaso a pocos metros de mí. Mi madre habló con él y Tiko Tiko se acercó, se agachó y puso su cara a la altura de la mía y conversó conmigo sobre mi miedo. Me preguntaba cosas, le respondía, me hizo reír. Recuerdo muy poco de la conversación, pero sí que me dijo que no tenía mucho sentido ese temor porque, en definitiva, él (como otros payasos) era una persona más a la que solo le gustaba pintarse la cara para hacer felices a los niños. Desde ese instante dejé de tenerle miedo a los payasos.

Todo porque alguien, que ahora es candidato a asambleísta, se tomó en serio el temor de alguien de cinco años. Se acuclilló, decidió que estemos en el mismo nivel, me habló y me escuchó.

Esa es la única preparación, creo, que hace falta para ser asambleísta.